Una consulta médica nunca será, por supuesto, una ocasión social entretenida. Mucho menos una jornada llena de alicientes o alguna diversión especialmente deseable. Además, sumado al tedio necesario - e inevitable supongo - tendríamos que añadir, la enorme ansiedad que despierta en cualquier ciudadano del caos no especialmente hipocondríaco, la espera antes de ser atendido por un indiferente profesional médico que podría ofrecerte una perspectiva cuando menos aterradora de tu futuro inmediato: la variedad de posibles eventualidades que oscila desde un padecimiento más o menos grave a una pena de muerte segura, pasando por toda la graduación de largos tratamientos dolorosos hasta simples dietas insoportables. En resumen, y apartando las neurosis de una amable servidora, cumplir con el ritual de una cita médica es todo menos agradable.
No obstante, puede ser INCLUSO peor - insoportable, enloquecedora - si a todo lo anterior sumamos una enorme televisión de pantalla de plasma en la pared de espera, sintonizado en algún lúgubre, casposo e irremediablemente anticuado canal de cable, cuyo estreno del mes - anunciado en una larga promo de casi dos minutos - sea LA LAGUNA AZUL. Sí, la original. Sí, la protagonizada por Brooke Shields. Sí, la que tiene más de 20 años de antiguedad. Impavida, masticando chicle en un intento de controlar los insoportables deseos de fumar, asistí atónita a una tanda cinematográfica que incluía la épica al ego de Barbra Streisand "El Principe de las maneas" - por amor a Satanas, ¿nadie le ha dicho nunca a esa mujer que parece un mal cuadro de Andy Warhol, completado además en medio de una borrachera - , un poco después un bodrio
con pretenciones existencialistas protagonizado por la fugaz pareja romántica Helena Boham Carter y Kenneth Branagh y por último, lo que debe ser la experiencia cinéfila más traumática que he tenido que soportar nunca: Smoochy, una seudo comedia, donde un desconocido Robin Williams interpreta a un payaso televisivo venido a menos que intenta asesinar a su competencia en pantalla, un rinoceronte púrpura encarnado por un jovencisimo - y supongo que desesperado Edward Norton - . Fui incapaz de aguantar mucho más. Supongo que fue inevitable. Luego de casi tres horas continuas de espera, hambrienta, ansiosa - por supuesto - terminé peleandome a gritos con la secretaria de la doctora que me atiende hasta que finalmente pude ser atendida. Mordiendome las uñas, caminé por el pasillo hacia el consultorio. Al fondo, Edward Norton tocaba la mandolina con sus enormes patas rosas y sonreía a la cámara con unos cándidos e irreconocibles ojos azules.
Me detuve antes de llegar al consultorio de mi doctora para encender un cigarrillo y fumar ansiosamente un par de bocanadas de humo. Alivio. El mundo desaparece a mi alrededor. Edward Norton de nuevo es un actor nominado al Oscar y los animales de Felpa pertenecen al mundo de los niños cursis.
Mi doctora me explica con voz pausada mi larga lista de padecimientos estomacales: reflujo gastrico, colon irritable, posibles problemas de ulcera. Sin embargo, mi mayor problema de salud continua siendo - Oh Sorpresa! - una incontrolable ansiedad. Le explico que mi profesión - fotografa, escritora, para la concurrencia que le eche una primera mirada a esta bitácora del absurdo - no me permite una gran estabilidad económica, menos en un país como el mio, donde la cultura es poco menos que una curiosidad anecdotica. La palabra terapia se repite con frecuencia en nuestra conversación. Al final me entrega una extensa orden médica donde me recomienda practicarme una serie innumerable de examenes para determinar la causa justa de mi nerviosismo, insomio y mal humor. Con cierto e inevitable sarcasmo me pregunto en que pais plácido habita esta joven profesional de plácida sonrisa. Pero cuando me extiende el recipe - pastillas para dormir, Hell Yeah! - no añado gran cosa y compongo una mueca de agradecimiento.
De nuevo en casa, tendida en mi cama, los ojos cerrados. Las manos impregnadas del sudor. El corazón latiendome muy rápido. No, querido Lector, lamento desengañarlo, no he tenido una fabulosa experiencia sensorial. Solo me encuentro muy cansada, muy desconcertada. Y sin embargo tan viva. Me vuelvo, me acurruco entre las almohadas. Mi gato maulla, se sube a mi cadera y me clava levemente las uñas en la cadera. Un chispazo de dolor y luego paz, solo paz.
Una obra lenta y desabrida la de hoy. Una pieza simple, sin mayores rudimentos. Comienzo a quedarme dormida, cuando Edward Norton vestido de Rinoceronte Púrpura salta y salta. en una visión de pesadilla Abro los ojos sobresaltadas, rebusco en mi cartera.
¿Donde están mis cigarrillos???
Se corre el telón, por hoy.