Anoche, mi querido amigo L. y mi prima N. decidieron pasar la noche en mi departamento, en una especie de pijamada para casi treintañeros. Una especie de añoranza tardía, acurrucados juntos en cojines y almohadones para criticar la mala pelicula de terror de turno, mientras bebiamos vasos tras vasos de refresco descafeinado - en consideración a mi grave cuadro estomacal - y comiamos ingentes cantidades de pastel de chocolate. Sí, lo admito, no es la tipica reunión que podría esperarse de tres adultos solteros, indepedientes, que apenas acaban de abandonar esa primera juventud, caótica y confusa. Pero asi somos y tal vez seguiremos siendolo incluso cuando alcancemos los amables treinta y los maduros cuarenta: soñadores sin remedio, idealistas ingenuos, niños por nuestro firme deseo de perdurar en la memoria de quienes fuimos alguna vez.
Fue una de esas raras ocasiones en que me sentí de nuevo capaz de comprender la sociabilidad como un atributo humanista. Mientras gritabamos y reíamos por la pueril - y en este caso incomprensible trama - de la pelicula de turno, una épica sin sentido con tintes sobrenaturales protagonizada por el desabrido Ryan Phillipe y dirigida por el desconocido Gerald McMorrow, comprendí de nuevo que el valor de la amistad no radica en la cercanía o incluso en la comprensión espirial, sino en una afinidad sin nombre que puede otorgar sentido a los momentos más absurdos y simples. Silenciosamente conmovida, disfrute de la risa de L. por las extravagantes escenas de la pelicula, mientras una N. enfurecida nos reprendía por hacer comentarios en voz alta. Y fuimos ingenuos en medio de esa temprana confusión del adulto que nace y el joven que aun no sabe que comienza a perder su rostro en medio de la cotidianidad.
Más tarde, intentando conciliar el sueño en mi saco de dormir que me viene muy pequeño, escuchando la respiración pesada de L. y los pequeños gruñidos de mi inefable N. al dormir, no puedo evitar sentir esa pequeña bendición de la maravilla y la ternura. Esa profunda sensación de casi comprender la razón - y quién sabe si el origen - de esos pequeños milagros cotidianos, de esa simple capacidad que todos tenemos para creer y confiar, incluso en mitad de un cínismo anónimo y frugal.
¿Quienes somos? Tal vez nunca tendré una respuesta comprensible o mucho menos exacta, pero de lo que si tengo una completa certeza es que soy la niña que alguna vez fui, la mujer que construyo y el espiritu libre que alguna vez desee ser.
Se levanta el telón, con la sensación de dulzura añeja y profundamente personal.
Fue una de esas raras ocasiones en que me sentí de nuevo capaz de comprender la sociabilidad como un atributo humanista. Mientras gritabamos y reíamos por la pueril - y en este caso incomprensible trama - de la pelicula de turno, una épica sin sentido con tintes sobrenaturales protagonizada por el desabrido Ryan Phillipe y dirigida por el desconocido Gerald McMorrow, comprendí de nuevo que el valor de la amistad no radica en la cercanía o incluso en la comprensión espirial, sino en una afinidad sin nombre que puede otorgar sentido a los momentos más absurdos y simples. Silenciosamente conmovida, disfrute de la risa de L. por las extravagantes escenas de la pelicula, mientras una N. enfurecida nos reprendía por hacer comentarios en voz alta. Y fuimos ingenuos en medio de esa temprana confusión del adulto que nace y el joven que aun no sabe que comienza a perder su rostro en medio de la cotidianidad.
Más tarde, intentando conciliar el sueño en mi saco de dormir que me viene muy pequeño, escuchando la respiración pesada de L. y los pequeños gruñidos de mi inefable N. al dormir, no puedo evitar sentir esa pequeña bendición de la maravilla y la ternura. Esa profunda sensación de casi comprender la razón - y quién sabe si el origen - de esos pequeños milagros cotidianos, de esa simple capacidad que todos tenemos para creer y confiar, incluso en mitad de un cínismo anónimo y frugal.
¿Quienes somos? Tal vez nunca tendré una respuesta comprensible o mucho menos exacta, pero de lo que si tengo una completa certeza es que soy la niña que alguna vez fui, la mujer que construyo y el espiritu libre que alguna vez desee ser.
Se levanta el telón, con la sensación de dulzura añeja y profundamente personal.
1 comentarios:
Es interesante transitar los pequeños misterios de tu universo personal, y dejarse llevar por tu narrativa que; aunque aún vive adolescencia expresiva, así y todo posee el encanto natural de una ninfa, una luna en el espejo cuyo reflejo difiere de su original porque no cede toda su hermosura a las noches de cemento.
Y entre Ser y no Ser el hacer va tejiendo su telaraña tímidamente, guardando aquello que de puro temor elige la unidad inconsútil frente a la locura social que ha limitado las partes en vinculo perenne el cual cada vez tiene menos valor.
¡Quiénes somos!
Cuando el almíbar en los labios otorga el dulce sabor del amor, no cabe dudas que la pregunta trasciende el concepto uniforme acuñado para las masas que se debaten en la miseria cultural entregada por ideologías sectarias.
Es la oscuridad tan misteriosa como la luz, en ambos contenidos el ojo vive instancias de total ceguera y el pensamiento desprende del laberinto de las añoranzas añejas composiciones…
Tu universo me sabe a sirena… un sonido que al rozar el silencio devora las ansias y sube el telón… envuelto en ternura lo indócil abandona la resistencia y se deja querer,..
La soledad tiene su virtud, nos hace contemplativos de los misterios del otro; aunque la posesión no sea ritual en el mundo del espíritu.
Se agradece franqueza, delicadeza y sentido común, un viaje agradable por algo uni-personal según palabras de su autora.
Felicitaciones
Maht
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