jueves, 18 de junio de 2009

Un hilo blanco y rojo.



Desperté con mi acostumbrada migraña, un hilo de dolor deslizandose lentamente por mis sienes. La sensación que el mundo es oblicuo y lerdo. La opacidad de lo sensorial. Igualmente debo tomar una serie de fotografias y la perspectiva me resulta cuando menos desconcertante: el dolor pespunteando el arte. ¿Que diria el divino Marques a eso? Con toda seguridad nada. Lo consideraría exageradamente futil para el valor mismo del sufrimiento como forma de placer.

Supercheria barata, dirían algunos. Dilemas de lo cotidiano, añadiría yo.

Tomo un buen sorbo de café, tan rápido que me quemo la punta de la lengua. Un ramalazo de energia, tan falsa y fugaz como el brillo del flash que ilumina y embellece antinaturalmente el rostro de la modelo. Por un instante, es perfecta, onírica, abstracta, eterea, pura. Cuando el destello de luz se desvanece, la piel es de nuevo solo piel, el maquillaje en los ojos se derrite un poco, los labios se fruncen cuando se lleva un cigarrillo a los labios. Observo a la mujer, incomoda y acalaroda, y me pregunto si todos los pequeños milagros son así de fútiles, diametrales, caóticos.

- ¿Falta mucho para terminar? - pregunta con voz gangosa la modelo. Suspiro, irritada, adolorida, un poco abrumada por el sabor de la realidad circundante.

- Espero que no - respondo tal vez con demasiada sinceridad.

Conduciendo. En algún lado del coche, escucho el sonido de la campanilla del celular. Lo dejo hacer, aburrida, cansada. Y todo antes de las nueve de la mañana. Todo un record de la amargura. Finalmente silencio. Mi anónimo interlocutor se agotó probablemente. Cuando aparco en casa, rebusco entre los asientos hasta encontrar al huidizo pedazo de tecnologia. que evita que me encuentre tan aislada como podría estarlo Un mensaje de voz.

S. se escucha un poco preocupado. ¿Donde estás? Anoche no te escuchabas muy bien, luego de tu visita al mundo médico. ¿Deseas que almorcemos? Impavida, fascinada, desconcertada escucho su voz como venida de otro planeta. La palabra prodigio y dulzura parpadea un momento en mi mente. Después, un regalo súbito: Te amo. ¿Me amas? Suspiro, con una sonrisa adolescente en los labios, apretando con tanta fuerza las llaves de mi departamento que siento dolor. De nuevo dolor. Pero esta vez fragante, lírico, una diminuta poesia secreta.

Tomo mi nuevo libro de Millenium ( Oh hell yeah!! ) y me tiendo en la cama para comenzar a leer. Un rayo de luz perfectamente nítido se cuela por la ventana y revolotea a mi alrededor. Y nuevo la sensación de placer, de ternura, de simple regocijo. Ah, sí, me hago vieja y blanda, pienso con deleite. Y que buen café este que me ha preparado mi adorada N. La migraña palpita, se retuerce un poco, pero es solo un eco poco importante, una idea como cualquier otra. Solo fe.

Que empalogoso, que inevitable, que frugal, que sincero y real esta vocación por la simple esperanza ¿No es así?

Se sube el telón, de nuevo.

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