Mi abuela solía decir que la bondad moral es un misterio: tan conmovedor, incomprensible y ambivalente como todos los misterios. En cierto modo nos sana y nos engendra, y sin embargo, la mera idea moral que define un elemento como "bueno" y su necesaria contraparte negativa, nos somete eventualmente a una limitación intelectual que nos lleva muchos esfuerzos vencer. Tanto los criterios conceptuales y primarios que nos llevan a juzgar el mundo en conceptos paritarios y contrarios, ejercen una dualidad intrinseca que nos obliga a tomar partido hacia un extremo u otro: una visión elemental y con toda probabilidad prejuiciada sobre la libertad de la opinión personal y aun más, la expresión creadora más espiritual.
Indudablemente, la idea más idealista sobre el mundo nos permite analizar cada idea y perspectiva bajo un cariz diametral perfectamente discernible: tanto lo que nos parece "aceptable, correcto y decente" como lo que nos parece "excecrable y fuera de orden" crean un equilibrio infinitesimal sobre nuestro el poder de nuestro verbo creador. En ocasiones, nos encontramos que esa enorme red de opiniones y recreaciones sobre el mundo cenital de nuestras ideas, tiene fronteras borrosas, irascibles, desdibujadas y que inevitablemente, nos reducen a un estigma moral fáctico que muchas veces no podemos superar. Un invierno psquico, en el sentido más profundo y lacerante, que trae el beso de la muerte espiritual a todo lo que toca. La frialdad significa el final de cualquier relación emocional, ese vinculo zizagueante y palpitante que define y conforma nuestro Universo cenital más intimo.
Estoy convencida que nuestra capacidad para crear y elaborar un concepto de la verdad y la razón es por completo infinito: La renovación del fuego creador, un propósito claro y dioclesiano que se eleva sobre nuestras dudas, sobre cualquier temor e incertidumbre para delinear un mundo utópico que se construye a si mismo en todas direcciones a partir de nuestra convicción más profunda y unitalateral. Pero esa profundo poder para componer y construir la fuente de una sabiduría profunda y concreta, proviene de una completa libertad conceptual, ese maravilloso conocimiento que subyace en nuestra mente y que nos lleva a convencernos de la ausencia de cualquier limite, de cualquier temor, de toda restricción intelectual que pueda restringuir la voz de la idea, la visión de un mundo abstracto y espléndido, a la medida de nuestras aspiraciones más profundas. Una sensación de absoluto poder, de una esperanza recién nacida que palpita en algún lugar de nuestra memoria más antigua para indicarnos un lugar donde acudir para encontrar nuestro reflejo, el verdadero rostro que se esconde tras un mundo de conceptos, tras la necesidad en ocasiones insoportable de juzgar una y otra vez a través de parámetros poco menos que sin sentido. Como diría mi abuela, abrir las alas del pensamiento y echar a volar, hacia ese horizonte de fuego y ópalo que aguarda por nosotros más allá del tiempo cronologicamente exacto. Una pasión irresoluta, incostetable, una decisión cerval de construir nuestra propia ciudadela de palabras y principios. Nacer de nuevo, a través de nuestra voluntad.
La voz del tiempo y del futuro, en mí.
Asi sea.
Indudablemente, la idea más idealista sobre el mundo nos permite analizar cada idea y perspectiva bajo un cariz diametral perfectamente discernible: tanto lo que nos parece "aceptable, correcto y decente" como lo que nos parece "excecrable y fuera de orden" crean un equilibrio infinitesimal sobre nuestro el poder de nuestro verbo creador. En ocasiones, nos encontramos que esa enorme red de opiniones y recreaciones sobre el mundo cenital de nuestras ideas, tiene fronteras borrosas, irascibles, desdibujadas y que inevitablemente, nos reducen a un estigma moral fáctico que muchas veces no podemos superar. Un invierno psquico, en el sentido más profundo y lacerante, que trae el beso de la muerte espiritual a todo lo que toca. La frialdad significa el final de cualquier relación emocional, ese vinculo zizagueante y palpitante que define y conforma nuestro Universo cenital más intimo.
Estoy convencida que nuestra capacidad para crear y elaborar un concepto de la verdad y la razón es por completo infinito: La renovación del fuego creador, un propósito claro y dioclesiano que se eleva sobre nuestras dudas, sobre cualquier temor e incertidumbre para delinear un mundo utópico que se construye a si mismo en todas direcciones a partir de nuestra convicción más profunda y unitalateral. Pero esa profundo poder para componer y construir la fuente de una sabiduría profunda y concreta, proviene de una completa libertad conceptual, ese maravilloso conocimiento que subyace en nuestra mente y que nos lleva a convencernos de la ausencia de cualquier limite, de cualquier temor, de toda restricción intelectual que pueda restringuir la voz de la idea, la visión de un mundo abstracto y espléndido, a la medida de nuestras aspiraciones más profundas. Una sensación de absoluto poder, de una esperanza recién nacida que palpita en algún lugar de nuestra memoria más antigua para indicarnos un lugar donde acudir para encontrar nuestro reflejo, el verdadero rostro que se esconde tras un mundo de conceptos, tras la necesidad en ocasiones insoportable de juzgar una y otra vez a través de parámetros poco menos que sin sentido. Como diría mi abuela, abrir las alas del pensamiento y echar a volar, hacia ese horizonte de fuego y ópalo que aguarda por nosotros más allá del tiempo cronologicamente exacto. Una pasión irresoluta, incostetable, una decisión cerval de construir nuestra propia ciudadela de palabras y principios. Nacer de nuevo, a través de nuestra voluntad.
La voz del tiempo y del futuro, en mí.
Asi sea.
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