Creo que todos tenemos una hora al día, o un día a la semana o cualquier periódo de tiempo que nos ajuste mejor, donde una imagen muy cruel de nosotros mismos se impone sobre nuestras fantasias favoritas y máscaras más privadas. Te miras en ese espejo, que puede o no existir y sientes indiferencia. Miras bien ese rostro que es tuyo y de pronto, te sientes vulnerable, profundamente cansado. O bien, estimulado y curioso. O tal vez, solamente sientes un poco de tristeza soterrada. Descubres que esa persona del reflejo que te mira con tanta atención, le molesta el ruido que por lo general tolera por educación, o que no soporta los comentarios supuestamente "graciosos" de los demás. La falsedad no tiene cabida en ese momento de cruda sinceridad. Te sacude un poco el miedo, quisieras cerrar los ojos, pero no puedes. Continuas allí, detallando ese rostro virgen, sin mácula, oculto durante tanto tiempo bajo ese otro yo falso que habitualmente toma tu lugar.
Es un momento corto pero significativo. A mi me sucede de vez en cuando, y es vivificante, absolutamente definitivo. Desaparece en un párpadeo y esa mujer joven que vi en el espejo de mi mente, pierde las formas hasta convertirse en mí, la habitante social de un mundo donde la sinceridad absoluta es una anatema. Suspiro, tomo una bocanada de aire. Siento miedo por lo que vislumbre. Pero a la vez me emociona saber que bajo la sobria ropa de una joven adultez, palpita el espiritu salvaje y primigenio que le da sentido a toda pasión, toda dulzura, toda fuerza.
En mi, todos los rostros. En la soledad de mi mente, solo yo misma.
Aqui.
Es un momento corto pero significativo. A mi me sucede de vez en cuando, y es vivificante, absolutamente definitivo. Desaparece en un párpadeo y esa mujer joven que vi en el espejo de mi mente, pierde las formas hasta convertirse en mí, la habitante social de un mundo donde la sinceridad absoluta es una anatema. Suspiro, tomo una bocanada de aire. Siento miedo por lo que vislumbre. Pero a la vez me emociona saber que bajo la sobria ropa de una joven adultez, palpita el espiritu salvaje y primigenio que le da sentido a toda pasión, toda dulzura, toda fuerza.
En mi, todos los rostros. En la soledad de mi mente, solo yo misma.
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