Llamadme Eva. O Meryone. O oh capitán, mi capitán. Cualquiera de los nombres de mi memoria que tienen rostro propio, la Hidra sacramental que extiende las infinitas cabezas hacia un Universo interior inquietante.
Coso sombras a cambio de dedales, dibujo laberintos de cristal y obsidiana, pero exijo que quienes vengan a jugar conmigo no tengan corazón. Prefiero la voz a caminar y siempre seré un gato. O quizá una criatura mítica de mil voces sin forme, retorcida, siniestra y aun asi, singularmente hermosa.
También prefiero ser la otra, ella, la secreta, la dormida, la mujer que imagino y creo, la mujer que nace y muere, la convertida en vampiro a la que hay que proteger y salvar. Quizá el demonio transgresor o la dama en sombras que se refugia entre las palabras para reir y llorar. Me hubiera quedado con el aventurero o el psiquiatra antes que con el aristócrata, eso sí. O quizá me habría dedicado a vagar por los carpatos como una imagen errante de mi propia devoción. Frivolidad, la justa. Además, yo quería ser Jonathan Harker y andar por los Cárpatos en plena noche de Walpurgis con un vampiro. Y no una chica de provincia que cuida de la amiga que delicada, languida y perfida, muere lentamente en los labios del silencio.
Poe me enseñó que no hay tema más poético que una mujer muerta y Bradbury que las ahogadas son las más hermosas de todas. Garcia Marques que hay una ciudad de espejos y sueños, donde el temor tiene forma de flores de plátano y la destrucción la de un enorme tren amarillo. Reconozco que detesto a Hamlet pero que a Ophelia, lirio marchito sobre una voz que se deja caer como un petalo seco en medio del silencio. En la fotografía de mi mente, en ese rostro de todos los rostros que cambia a diario, soy Miranda contemplando el naufragio. En otras partes soy un cuadro de Schiele , una dama triste de Waterhouse, una chica que grita en uno de Munch...o es solitario boceto de Pollock olvidado y vuelto a nacer. Cantos de bellas sirenas olvidadas, un Aquiles nervudo y desconcertado mirandolas yacer, inevitables, en medio de la espuma de un mar olvidado.
Siempre tendré dudas como dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno y siempre habrá algún motivo estúpido para no suicidarse. Siempre podré despertar para creer que hay un amanecer nitido y de zafiros, donde Karenina baila a ciegas y Wilde parafrasea sobre la ternura de los mosaicos azules de su habitación. Pese a ello, hoy es un día perfecto para el pez plátano.
Los ciegos son inquietantes y están emparentados con reptiles y murciélagos. Si, esas viejas leyendas irlandesas que hablan sobre el temor, y esa fuente inevitable de pasión como lo es la furia. Alejandra tenía que morir. Martín tenía que no entender nada. Bruno tenía que entenderlo todo pero estar fuera. Kakfa recorre una Praga imaginaria y perdida, entre trozos recondidos de dolor y fugaz placer. Ah, mi hermoso huerfano de la palabra...
América era hija de un matrimonio de inmigrantes italianos.
Me identifico con más personajes masculinos que femeninos tanto en la literatura como en el cine. Soy un Ouroboros cenital atemporal y poderoso, desconcertado e impulsivo que grita su nombre al mar, que baila con los ojos cerrados en las noches de insomnio.
Amo profundamente a Marlene Dietrich. Y guardo la devoción de los furiosos a Greta Garbo.
Divago entre viejos amores que no puedo olvidar: Siempre amaré a Heatcliff, aunque el tenor de mi pasión es tan dolorosa como procaz. No sé si prefiero a Rose Ryan o a Yuri Zhivago: ella tiene una sombrilla y a Robert Mitchum; él a Geraldine Chaplin y a Julie Christie. Al inglés cojo no lo contamos.
Prefiero a Waterhouse a Rosetti, aunque el Quien duerme en los muros del Castillo de mi Memoria, es por supuesto un enloquecido Leonardo de ojos abrasados de pura furia creadora. A Munch a todos los demás; a Schiele a Klimt. Sabato a Borges (y puede que a Cortázar), Moby Dick al Quijote, los romans artúricos a la literatura grecolatina y el terror a absolutamente todo. En el miedo divago y descanso, en el miedo bebo de ese pozo profundo donde nace una creencia cierta en el poder de mi imaginación y mi capacidad para destruirme. Y construirme.
El día que releí Los tres mosqueteros y descubrí que mi favorito ya no era Aramis sino Athos, sentí que me había hecho mayor.
Últimamente me tortura preguntarme si dejaré de parecerme a Catalina Earnshaw - según mi querido S. - al cumplir los 30. ¿Y en los 31 años?
Prefiero la película a la novela muchas veces, empezando por La naranja mecánica y el Señor de los anillos. En cambio para mi las palabras e imágenes danzan juntas. Prefiero la literatura, la fotografía, el cine y la pintura (en este orden) a la música. Aunque no la desdeño. Atesoro de hecho la Danza macabra de Saint Saenz y el Verano de Vivaldi. El Zapateado de Sarasate. Voces y sombras lentas y delicadas en medio del jardin amurallado de mi mente.
Como a Bryce, lo único que se me da verdaderamente bien es extrañar. También tengo insomnio y me tiembla el pulso. Todavía no grito Octavia de Cádiz, pero es probable que lo haga.
Soy vehemente, melodramática y amo apasionadamente escribir y leer. He aquí el resultado.
Coso sombras a cambio de dedales, dibujo laberintos de cristal y obsidiana, pero exijo que quienes vengan a jugar conmigo no tengan corazón. Prefiero la voz a caminar y siempre seré un gato. O quizá una criatura mítica de mil voces sin forme, retorcida, siniestra y aun asi, singularmente hermosa.
También prefiero ser la otra, ella, la secreta, la dormida, la mujer que imagino y creo, la mujer que nace y muere, la convertida en vampiro a la que hay que proteger y salvar. Quizá el demonio transgresor o la dama en sombras que se refugia entre las palabras para reir y llorar. Me hubiera quedado con el aventurero o el psiquiatra antes que con el aristócrata, eso sí. O quizá me habría dedicado a vagar por los carpatos como una imagen errante de mi propia devoción. Frivolidad, la justa. Además, yo quería ser Jonathan Harker y andar por los Cárpatos en plena noche de Walpurgis con un vampiro. Y no una chica de provincia que cuida de la amiga que delicada, languida y perfida, muere lentamente en los labios del silencio.
Poe me enseñó que no hay tema más poético que una mujer muerta y Bradbury que las ahogadas son las más hermosas de todas. Garcia Marques que hay una ciudad de espejos y sueños, donde el temor tiene forma de flores de plátano y la destrucción la de un enorme tren amarillo. Reconozco que detesto a Hamlet pero que a Ophelia, lirio marchito sobre una voz que se deja caer como un petalo seco en medio del silencio. En la fotografía de mi mente, en ese rostro de todos los rostros que cambia a diario, soy Miranda contemplando el naufragio. En otras partes soy un cuadro de Schiele , una dama triste de Waterhouse, una chica que grita en uno de Munch...o es solitario boceto de Pollock olvidado y vuelto a nacer. Cantos de bellas sirenas olvidadas, un Aquiles nervudo y desconcertado mirandolas yacer, inevitables, en medio de la espuma de un mar olvidado.
Siempre tendré dudas como dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno y siempre habrá algún motivo estúpido para no suicidarse. Siempre podré despertar para creer que hay un amanecer nitido y de zafiros, donde Karenina baila a ciegas y Wilde parafrasea sobre la ternura de los mosaicos azules de su habitación. Pese a ello, hoy es un día perfecto para el pez plátano.
Los ciegos son inquietantes y están emparentados con reptiles y murciélagos. Si, esas viejas leyendas irlandesas que hablan sobre el temor, y esa fuente inevitable de pasión como lo es la furia. Alejandra tenía que morir. Martín tenía que no entender nada. Bruno tenía que entenderlo todo pero estar fuera. Kakfa recorre una Praga imaginaria y perdida, entre trozos recondidos de dolor y fugaz placer. Ah, mi hermoso huerfano de la palabra...
América era hija de un matrimonio de inmigrantes italianos.
Me identifico con más personajes masculinos que femeninos tanto en la literatura como en el cine. Soy un Ouroboros cenital atemporal y poderoso, desconcertado e impulsivo que grita su nombre al mar, que baila con los ojos cerrados en las noches de insomnio.
Amo profundamente a Marlene Dietrich. Y guardo la devoción de los furiosos a Greta Garbo.
Divago entre viejos amores que no puedo olvidar: Siempre amaré a Heatcliff, aunque el tenor de mi pasión es tan dolorosa como procaz. No sé si prefiero a Rose Ryan o a Yuri Zhivago: ella tiene una sombrilla y a Robert Mitchum; él a Geraldine Chaplin y a Julie Christie. Al inglés cojo no lo contamos.
Prefiero a Waterhouse a Rosetti, aunque el Quien duerme en los muros del Castillo de mi Memoria, es por supuesto un enloquecido Leonardo de ojos abrasados de pura furia creadora. A Munch a todos los demás; a Schiele a Klimt. Sabato a Borges (y puede que a Cortázar), Moby Dick al Quijote, los romans artúricos a la literatura grecolatina y el terror a absolutamente todo. En el miedo divago y descanso, en el miedo bebo de ese pozo profundo donde nace una creencia cierta en el poder de mi imaginación y mi capacidad para destruirme. Y construirme.
El día que releí Los tres mosqueteros y descubrí que mi favorito ya no era Aramis sino Athos, sentí que me había hecho mayor.
Últimamente me tortura preguntarme si dejaré de parecerme a Catalina Earnshaw - según mi querido S. - al cumplir los 30. ¿Y en los 31 años?
Prefiero la película a la novela muchas veces, empezando por La naranja mecánica y el Señor de los anillos. En cambio para mi las palabras e imágenes danzan juntas. Prefiero la literatura, la fotografía, el cine y la pintura (en este orden) a la música. Aunque no la desdeño. Atesoro de hecho la Danza macabra de Saint Saenz y el Verano de Vivaldi. El Zapateado de Sarasate. Voces y sombras lentas y delicadas en medio del jardin amurallado de mi mente.
Como a Bryce, lo único que se me da verdaderamente bien es extrañar. También tengo insomnio y me tiembla el pulso. Todavía no grito Octavia de Cádiz, pero es probable que lo haga.
Soy vehemente, melodramática y amo apasionadamente escribir y leer. He aquí el resultado.
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