En mis momentos más festivos, suelo pensar que algunas de las entradas de esta personal bitacora, podrían dar forma a algo algo asi como el diario de una neurótica que deambula entre sus esperanzas y sus más sinceras dudas. La incertidumbre remota de la adultez sin un verdadero garante en la opinión. No obstante, ni que decir tiene, que la mayoría del tiempo pienso en que antes ( hace unos pocos años tal vez ) la juventud sensorial - esa que se encuentra atada con cierta presteza a la intelectualidad - era mucho más simple, más sencilla y acojedora. En esta nueva región del ser - la epifánia ilógica del miedo, digamos - muchas veces me siento consumida por el oficio de pensar y recurrir a ideas soterradas para comprender la simpleza del verbo personal. Sí, cuanto decoro en esta sensación masculina de pura reserva. Imposible recrear la anecdota más allá de la firmeza de la expresión.
Palabras más o palabras menos, la madurez - que palabra truquera - me ha traído un inevitable desasosiego. El desequilibrio y cierto instintiva violencia hacia la rutina me ha producido la inevitable sensación de encontrarme recorriendo un paraje desconocido en la más densa oscuridad. ¿Podría llamar miedo a esta sensación ambivalente? tal vez no. Solo se trata de mera incertidumbre. El eterno delirio de los que intentan comprender el mundo a través de sus propias preguntas.
Hoy estuve leyendo por horas Jakob von Gunten. Creo que siempre me sentiré atraída - de una manera un tanto morbosa - por las novelas de internados, donde queda en entre dicho la educación y la creación didáctica. Supongo que es una reminiscencia de mi infancia, donde muchas veces llegué a pensar que la cultura era capaz de subsistir más allá de un ponderable valor cohersitivo - no en esos terminos claro, sino en algo más cercano al puro hastio intelectual-. Un error común claro está, que subsané al creer.
Como es sabido, fue la primera novela de Walsen que alcanzó cierta notoriedad. Podríamos decir, salvando las distancias, que es el equivalente de la Obra maestra de Coetzee "Desgracia", con sus espacios lentos y sentidos, la devenir cansado y pesimista de la trama a través de sentencias más o menos absolutas.
El Jakob de Walsen es un personaje frio, carente de la necesaria empatia social que le haría un hombre con un esquema emocional propio. No obstante, tal indiferencia nunca rebasa el límite de la frialdad conceptual y pespuntea la acción con una exquisita comprensión de los valores y sentidos del mundo craso y un poco rancio por el que deambula el personaje. Es una historia triste, sin llegar a la mera melancolia, aunque si lo bastante personal para que por un momento, imaginemos la idea más amplia y cenital del autor con respecto a la realidad. La vida literaria de Jakob palpita entre una enrevesada idea de si mismo y su resignación - una sencilla sensación de dicha pasiva - del mundo al que pertenece. Porque no ha desasosiego en la rutina, sino un candor casi venerable en su aceptación del tiempo y la forma de lo que llamamos normalidad.
No digo con esto claro, que Jakob no mantega un vinculo firme - irreductible - con la idea más puntual de la sensación. A lo que me refiero es que el personaje simplemente acepta la idea concreta de la rutina, el temor, la incertidumbre para crear una realidad moral plana y ascéptica. Desvinculado e incluso, someramente burlón analiza el mundo a través de una yuxtaposición de valores difusos. De hecho, la historia está impregnada de una cierta meláncolia adolescente, esa idea egoista que toda emoción carece de sentido que creo todos experimentamos alguna vez en nuestra primera juventud.
Ah, sí, ese leve desasosiego del mundo carente de matices. Un mar enorme, carente de otro sentido que no sea el tiempo finisecular.
Palabras más o palabras menos, la madurez - que palabra truquera - me ha traído un inevitable desasosiego. El desequilibrio y cierto instintiva violencia hacia la rutina me ha producido la inevitable sensación de encontrarme recorriendo un paraje desconocido en la más densa oscuridad. ¿Podría llamar miedo a esta sensación ambivalente? tal vez no. Solo se trata de mera incertidumbre. El eterno delirio de los que intentan comprender el mundo a través de sus propias preguntas.
Hoy estuve leyendo por horas Jakob von Gunten. Creo que siempre me sentiré atraída - de una manera un tanto morbosa - por las novelas de internados, donde queda en entre dicho la educación y la creación didáctica. Supongo que es una reminiscencia de mi infancia, donde muchas veces llegué a pensar que la cultura era capaz de subsistir más allá de un ponderable valor cohersitivo - no en esos terminos claro, sino en algo más cercano al puro hastio intelectual-. Un error común claro está, que subsané al creer.
Como es sabido, fue la primera novela de Walsen que alcanzó cierta notoriedad. Podríamos decir, salvando las distancias, que es el equivalente de la Obra maestra de Coetzee "Desgracia", con sus espacios lentos y sentidos, la devenir cansado y pesimista de la trama a través de sentencias más o menos absolutas.
El Jakob de Walsen es un personaje frio, carente de la necesaria empatia social que le haría un hombre con un esquema emocional propio. No obstante, tal indiferencia nunca rebasa el límite de la frialdad conceptual y pespuntea la acción con una exquisita comprensión de los valores y sentidos del mundo craso y un poco rancio por el que deambula el personaje. Es una historia triste, sin llegar a la mera melancolia, aunque si lo bastante personal para que por un momento, imaginemos la idea más amplia y cenital del autor con respecto a la realidad. La vida literaria de Jakob palpita entre una enrevesada idea de si mismo y su resignación - una sencilla sensación de dicha pasiva - del mundo al que pertenece. Porque no ha desasosiego en la rutina, sino un candor casi venerable en su aceptación del tiempo y la forma de lo que llamamos normalidad.
No digo con esto claro, que Jakob no mantega un vinculo firme - irreductible - con la idea más puntual de la sensación. A lo que me refiero es que el personaje simplemente acepta la idea concreta de la rutina, el temor, la incertidumbre para crear una realidad moral plana y ascéptica. Desvinculado e incluso, someramente burlón analiza el mundo a través de una yuxtaposición de valores difusos. De hecho, la historia está impregnada de una cierta meláncolia adolescente, esa idea egoista que toda emoción carece de sentido que creo todos experimentamos alguna vez en nuestra primera juventud.
Ah, sí, ese leve desasosiego del mundo carente de matices. Un mar enorme, carente de otro sentido que no sea el tiempo finisecular.
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