Cruzo la calle a la carrera, riendo en voz alta, como una niña. El cabello al aire, las mejillas ardiéndome de satisfacción. Una mujer - más o menos de mi edad - me mira desde la acera y tuerce el gesto con evidente desagrado. Me dedica una mirada desdeñosa y luego, en voz baja, pero no lo suficiente como para que no la escuche con toda claridad dice:
- Insolente.
Me detengo. Me vuelvo para mirarla a la cara. La mujer me enfrenta con cierta ira, una suficiencia casi fútil. Me acerco a ella, que continua de pie, con el cuerpo en tensión, tal vez esperando algún reproche. Pero solo sonrío, con la profunda emoción que siempre me hace sentir esa palabra, ese reconocimiento tácito de mi esfuerzo por reconstruir el mundo a través de mi perspectiva más profunda y personal.
- Gracias - mi sonrisa se hace más amplia. La mujer me mira ahora con franca cólera, pero ya deambulo por la calle, sintiendo esa extraña y vivificante energía del desafío recorriendome, punzando en cada parte de mi cuerpo. Una insólita forma de triunfo.
Sí, me han llamado muchas veces insolente. Y también incorregible, descarada, revolucionaria, caótica, indisciplinada, rebelde, vas por buen camino...ya verás lo que te espera. Porque he descubierto que prefiero temer y encontrar el núcleo de ese miedo a simplemente permanecer en silencio, percibiendo su cercanía, la forma como se extiende a mi alrededor, robándome el aliento y la determinación.
Muchas veces he llegado a pensar que soy una superviviente de mi propia circunstancia. Un pensamiento absurdo, lo admito, pero que ha dado sentido a esa sensación de vertigo e incertidumbre que en ocasiones me abruma. Es una idea notoriamente individual, personal, raquídea y sin embargo, he llegado a extrapolarla más allá de mi misma, abrir un círculo de fuego que no tiene otro sentido que tratar de comprender el mundo a través de mi propia visión de las cosas. ¿Cual es el alimento esencial de nuestro espíritu? Muchas veces he pensado que hay una región salvaje y turbulenta que obtiene sentido a través del aire, la noche, la luz del sol y los árboles, la naturaleza yuxtapuesta a través de la más personal abstracción. Imprescindible, quizá, esa oledad de fuerza inquisitiva y primordial que en ocasiones nos envuelve dejandonos sin aliento, sin forma ni voz. En otras ocasiones, siento que sacio esa necesidad muda y remota a través de las palabras, el papel, los libros, las imagenes. El color y la forma, la sombra y la luz. Una necesidad absoluta y demandante, que arrasa cualquier otra sensación y sentimiento más allá de mi misma. Un egoísmo craso y evidente, pero tan vibrante, tan poderoso y quemante! Una oleada de fuego vivo que es capaz de borrar y destruir cualquier incerditumbre y duda.
Me detengo mientras escribo esto y sonrío. Cuantas veces no me han considerado una demente solamente por pensar en esos términos. Sin embargo, hace mucho tiempo decidí no amilanarme, ni acobardarme porque me llamen oveja negra, inconformista, lobo solitario, hereje, polémica...o quizá simplemente malcriada. Los estrechos de miras siempre dirán que los que no se comportan según lo que se considera "normal" son una lacra de la sociedad. Sí, siempre habrá quién se burle un poco de la pasión, de la ira quijotesca, la alegría atolondrada, el furioso individualismo de la voz interior. Una censura silenciosa, soterrada. Sin embargo, estoy convencida que que el hecho de ser distinta - cualquiera sea la elegía que pueda darle sentido a esa diferencia - significa estar al margen de la idea más general y evidente, tener la certeza de que siempre haré un aporte personal intimo, que daré lo mejor de mí - lo más privado, el rostro más personal - a todo lo que lleve a cabo.
De pronto, me detengo en mitad de la calle. Levanto el rostro al cielo, cálido y rutilante, el cielo de un diciembre templado, en mi Caracas caótica y cerval. Y rio, a solas, soltando unas estruendosas carcajadas. Que absoluta sensación de libertad, el premio a la constancia de creer en mi nombre, en la forma anecdótica de mi fuerza de voluntad.
Jubilo en mi mente, una celebración en medio de mi Jardín de la memoria.
C' la vie.
- Insolente.
Me detengo. Me vuelvo para mirarla a la cara. La mujer me enfrenta con cierta ira, una suficiencia casi fútil. Me acerco a ella, que continua de pie, con el cuerpo en tensión, tal vez esperando algún reproche. Pero solo sonrío, con la profunda emoción que siempre me hace sentir esa palabra, ese reconocimiento tácito de mi esfuerzo por reconstruir el mundo a través de mi perspectiva más profunda y personal.
- Gracias - mi sonrisa se hace más amplia. La mujer me mira ahora con franca cólera, pero ya deambulo por la calle, sintiendo esa extraña y vivificante energía del desafío recorriendome, punzando en cada parte de mi cuerpo. Una insólita forma de triunfo.
Sí, me han llamado muchas veces insolente. Y también incorregible, descarada, revolucionaria, caótica, indisciplinada, rebelde, vas por buen camino...ya verás lo que te espera. Porque he descubierto que prefiero temer y encontrar el núcleo de ese miedo a simplemente permanecer en silencio, percibiendo su cercanía, la forma como se extiende a mi alrededor, robándome el aliento y la determinación.
Muchas veces he llegado a pensar que soy una superviviente de mi propia circunstancia. Un pensamiento absurdo, lo admito, pero que ha dado sentido a esa sensación de vertigo e incertidumbre que en ocasiones me abruma. Es una idea notoriamente individual, personal, raquídea y sin embargo, he llegado a extrapolarla más allá de mi misma, abrir un círculo de fuego que no tiene otro sentido que tratar de comprender el mundo a través de mi propia visión de las cosas. ¿Cual es el alimento esencial de nuestro espíritu? Muchas veces he pensado que hay una región salvaje y turbulenta que obtiene sentido a través del aire, la noche, la luz del sol y los árboles, la naturaleza yuxtapuesta a través de la más personal abstracción. Imprescindible, quizá, esa oledad de fuerza inquisitiva y primordial que en ocasiones nos envuelve dejandonos sin aliento, sin forma ni voz. En otras ocasiones, siento que sacio esa necesidad muda y remota a través de las palabras, el papel, los libros, las imagenes. El color y la forma, la sombra y la luz. Una necesidad absoluta y demandante, que arrasa cualquier otra sensación y sentimiento más allá de mi misma. Un egoísmo craso y evidente, pero tan vibrante, tan poderoso y quemante! Una oleada de fuego vivo que es capaz de borrar y destruir cualquier incerditumbre y duda.
Me detengo mientras escribo esto y sonrío. Cuantas veces no me han considerado una demente solamente por pensar en esos términos. Sin embargo, hace mucho tiempo decidí no amilanarme, ni acobardarme porque me llamen oveja negra, inconformista, lobo solitario, hereje, polémica...o quizá simplemente malcriada. Los estrechos de miras siempre dirán que los que no se comportan según lo que se considera "normal" son una lacra de la sociedad. Sí, siempre habrá quién se burle un poco de la pasión, de la ira quijotesca, la alegría atolondrada, el furioso individualismo de la voz interior. Una censura silenciosa, soterrada. Sin embargo, estoy convencida que que el hecho de ser distinta - cualquiera sea la elegía que pueda darle sentido a esa diferencia - significa estar al margen de la idea más general y evidente, tener la certeza de que siempre haré un aporte personal intimo, que daré lo mejor de mí - lo más privado, el rostro más personal - a todo lo que lleve a cabo.
De pronto, me detengo en mitad de la calle. Levanto el rostro al cielo, cálido y rutilante, el cielo de un diciembre templado, en mi Caracas caótica y cerval. Y rio, a solas, soltando unas estruendosas carcajadas. Que absoluta sensación de libertad, el premio a la constancia de creer en mi nombre, en la forma anecdótica de mi fuerza de voluntad.
Jubilo en mi mente, una celebración en medio de mi Jardín de la memoria.
C' la vie.
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