lunes, 13 de septiembre de 2010
Simbolismos concurrentes y asociados a la Luna.
Tanto la serpiente como la Luna, una abandonando su piel vieja y la otra, mutando su luz y su sombra, son concebidas como seres que renacen continuamente a partir de sí mismos. Lo cual les da cierto señorío sobre la vida y la muerte. Ambas comparten los poderes de la renovación de la vida. La Luna desaparece durante su etapa Oscura, y la serpiente lo hace bajo la tierra para hibernar dejando su piel. Son vistas como epifanías de las fuerzas auto-generadoras y a la vez auto-devoradoras, como algo misterioso que está más allá de los poderes del tiempo. Veremos el tiempo y la luna, pero el primero como el devorador de la vida. Tanto una como la otra se asocian a lo acuático, la Luna por el rocío, la humedad, la lluvia, las mareas… la serpiente porque siempre está cerca de fuentes de agua o enroscada o colgando del Árbol de la Vida, custodiándolo. La serpiente simboliza al mismo tiempo el poder de las aguas. Por su relación con lo que nace y lo que muere, se asocian ambas como mediadoras entre los vivos y los muertos.
La serpiente es vista tanto en forma femenina como masculina en los mitos, al igual que la Luna. Tanto la una como la otra es considerada el “Señor de las Mujeres”, reverenciadas como las grandes fertilizadoras. La serpiente se asocia al conocimiento dado que surge desde las entrañas de la tierra y está unida a la sabiduría de la Tierra Madre y de la Luna como diosa. Comparte el poder de la transformación con esta última. Durante la Edad del Bronce y del Hierro, la Diosa Madre tuvo muchos nombres y siempre estuvo asociada a serpientes.
La serpiente se asemeja a un espiral cuando está en movimiento, un círculo que se abre en otro círculo y combina un retorno a un punto de origen con movimientos en otro nivel, al igual que la Luna.
Señor de los Muertos y primer Ancestro:
Cuando la Luna sale de su fase oscura hacia el término de la tercera noche, genera en un nivel simbólico profundo, la sensación de que la vida puede continuar, si no para el cuerpo, para el alma.
El hombre ha creado una suerte de correspondencias simbólicas que se volcaron en los mitos, por ejemplo el mito del primer muerto; la Luna como primer muerto. En cierto sentido, este astro (según la mitología), fue el primero en morir simbólicamente hablando, si lo pensamos desde la observancia del mundo natural, incluidos los astros. El primero en morir en la tierra es el Ancestro, del que muchas veces se guarda memoria. El paralelismo entre ese primer ancestro y la Luna hizo que a un nivel mitológico se lo concibiera morando en ella. Desde allí él podría, según la cultura de la que hablemos, continuar guiando y rigiendo a sus descendientes en la tierra. En India, se ha llevado esto a puntos muy altos de desarrollo, no sólo mitológico sino también metafísico. La Luna es “el hogar de nuestros ancestros” dice el Kaushitaki Upanishad, que es una de los cinco upanishads más antiguos.
Algunas veces, de la Luna se dice que ella misma es el ancestro de la tribu, esto da una pauta clara de la antigüedad del culto lunar. Osiris e Isis eran considerados como los ancestros de los reyes de Egipto a lo largo del Período Dinástico, y Osiris más tarde se transformó en el gran ancestro de Egipto, con quien los egipcios esperaban encontrarse en la hora de su muerte. En algunos mitos, como por ejemplo entre los Arunta de Oceanía, la Luna era originalmente la primera persona que habría vivido en la tierra y que, cuando murió, habría ido directamente al cielo transformándose en una luminaria. Desde un punto de vista mítico, un pueblo o tribu “equis” puede ser equiparada a la raza humana, se asume que son lo mismo dado que los mitos de cada pueblo los ubican en el “centro del mundo”, en ese “omphalos” por el que pasa el axis mundi en el que se articulan tanto el tiempo como el espacio, así como los diferentes mundos y órdenes de realidad. Esto hace que cada pueblo se considere el primero en nacer en la tierra y de ellos descenderían todos los demás. Los incas creían que ellos descendían de la unión del sol y la luna. Ambos, hermanos, unidos para fundar la línea real en Cuzco, que todos saben quiere decir “ombligo”, que según la cosmología Inca es el centro del mundo.
Los Bushmen de Africa llaman a la Luna el “Gran Jefe” y “Nuestro Abuelo”. Los Algonquinos la llamaban Diosa Abuela Aatensic. Era una costumbre alrededor del mundo, levantar al recién nacido para presentárselo a la Luna ya que ella era el Ancestro, se le estaba mostrando a un nuevo descendiente, y además se ponía en evidencia la herencia lunar. En la India, se la llama Candra, otras veces Soma, y era un ancestro de la raza lunar de los reyes, de los cuales Krishna, el octavo avatar del dios Vishnu, descendía. También los Burundi de Africa creían que sus reyes derivaban de ella como Ancestro y que a ella volverían cuando murieran. Hasta Gengis Khan (1167-1227) trazaba su ascendencia hasta un rey que había sido concebido por un rayo de Luna. En muchos lugares también cumple la función de juez de los muertos. El dios Yama, que originalmente fue el primer muerto en la antropogonía de la India, y a la vez el primero que abrió camino para los que vendrían detrás de él, era también juez de los muertos. En las varias divisiones que se hacen del panteón indio, hay una que los separa por pertenencia al astro solar o al lunar. Yama pertenece a la Luna, igual que Siva. En tanto ojo del cielo, la Luna es para los esquimales, la que asegura que los tabúes tribales sean respetados, aunque hay algunas variantes en que esta función la cumple un espíritu-lobo, aliado de la Luna.
En Grecia, Demeter era llamada “dadora de la ley” o thesmophoria, y en Atenas los muertos eran sus niños o Demetreoi. Recordemos que el Sueño, Hypnos, es en Grecia el hermano de la Muerte, Thanatos y que ambos son hijos de la diosa Noche. Los muertos se asemejan a los vivos cuando duermen, pero también, y tal vez, porque el dormir trae sueños, y los sueños corren el velo entre los mundos de los vivos y los muertos, entre el pasado, el presente y el futuro. Para el que duerme, muchas veces el muerto se hace visible del mismo modo en que la Luna hace luminosa la noche. Es el dios Hermes, como Psicopompo, el que puede guiar a las almas en el reino de la muerte. Hermes con su vara de serpientes entrelazadas lleva a las almas a través de la frontera entre la vida y la muerte, a la manera de aquél que fue alguna vez un dios lunar, él mismo. Ni Hypnos ni Thanatos pueden proveer de un ritual para entrar en ese ámbito. Fíjense que Hermes nace en una cueva el cuarto día del mes, el primer día de luna creciente después de los tres días oscuros, y lleva un cordero sobre sus hombros como aquél encargado de incrementar el ganado, la fecundidad de los rebaños. En Arcadia se lo honra junto a los manantiales y hay pilas de piedras que señalan el camino hacia el próximo manantial o arroyo. Sus epítetos lo vinculan a la noche: “nuxios”: “el de la noche”, “opopeter”: “aquél que ve en la noche”, o también “compañero de la noche negra” como lo llamaba Apolo. También se lo llama el “Matador de Argos” o “Argeiphontes”. Argos bien puede ser un antiquísimo remanente de un dios de la Luna menguante. Argos custodiaba a Io, que fue convertida en Luna-Vaca por Zeus a pedido de Hera. Pero a pedido de Zeus, Hermes pone a Argos a dormir con la música de su flauta y así lo mata liberando a Io. Si Argos fuera un remanente de un dios de la luna menguante, es posible que, haciendo otra lectura, Hermes en tanto dios de la Imaginación, liberara la intuición lunar que estaría representada por Io.
Otro nombre de Hermes es ”Propulaios” o “en el portal” se refiere a aquél que está en el portal del mundo subterráneo, en el umbral, mejor dicho, entre los mundos divino y humano, que es el lugar por excelencia de la transformación. Por eso su sombrero tiene dos colores, negro y blanco para indicar que mora en las alturas luminosas y en la oscuridad del mundo subterráneo. En cada Luna Nueva (oscura), Hermes junto con Hécate, que es otra guardiana de los portales y las encrucijadas, son honrados con ofrendas, pasteles, con la esperanza de que concedan un mes con buena fortuna.
La Luna, el tiempo y el destino:
Sabemos que las primeras notaciones del tiempo fueron lunares. La noción del tiempo en sí misma, podría haber surgido, según algunos criterios, en función de la observancia de las fases de la Luna y por el hecho de ver que había un patrón recurrente en esa secuencia. Tendríamos continuidad, secuencia y recurrencia. Sería como ver el tiempo, no en forma abstracta sino como un fenómeno concreto que se podía medir, algo “vivía” de noche en noche, de fase en fase, de Luna en Luna. Podríamos decir que estamos entonces ante un fenómeno que es cuantitativo, pero, el hecho de que cada fase ofrezca una imagen distinta y evoque sensaciones, sentimientos e ideas también distintas, lo hace un fenómeno cualitativo. Era como si el tiempo medido por la Luna tuviera su propia personalidad conforme la fase correspondiente. Fue la mejor manera, la más efectiva, de contabilizar las noches y por ende, los días. Por eso no puede extrañar que muchos pueblos cuenten el tiempo por noches.
Dicen que los seres humanos tenemos un deseo profundo de encontrar unidad en medio de la multiplicidad que nos rodea, en forma inconsciente algunos, consciente otros. La constancia en la recurrencia del ciclo daba la noción de algo perpetuo, la fase cambiante ofrecía la imagen cambiante del tiempo inserto en esa perpetuidad. Ya Platón, en el Timeo, decía que el tiempo era la imagen móvil de la eternidad. Pero la eternidad no es perpetuidad. Si tomamos la imagen de las fases lunares veremos que la suma y continuidad de las mismas ofrece noción de perpetuidad, algo que se repite interminablemente. En cambio, la intuición de la eternidad alude a algo que no puede ser imaginado, ni concebido por el hombre. Sí profundamente ansiado, es una realidad de otro orden a la que aspiramos desde el fondo de nuestro ser. Las danzas circulares, las imágenes de círculos cerrados, la serpiente que se muerde la cola, todos son paradigmas, o tal vez expresiones de “eternidad” en tanto algo que no tiene fin, pero no por ello la representan fehacientemente, dado que esa noción está más allá del cambio.
Aunque desde el enfoque teórico, esto sea así, en los mitos la Luna proyecta tanto la imagen del tiempo como la de la eternidad, porque el hombre no se cuestiona o se cuestionaba la diferencia entre perpetuidad y eternidad. Tomaba ese patrón sin cambios del cambio permanente como un proceso eterno, y la eternidad era para él, el incansable y recurrente ciclo de las caras de la Luna. El tiempo era sus fases vistas en forma individual. Los Sioux la llamaban “La Anciana que Nunca Muere”, los Iroqueses, “la Eterna”. En inscripciones latinas se le da el epíteto de “eterna”, y en Rusia se la llama “la Inmortal”. En India, Soma, dios de la Luna, lleva el mismo nombre que la bebida de la inmortalidad. En Polinesia creen que la Luna se renueva perpetuamente en las aguas de Tane, la fuente eterna. Entre los hotentotes y los bushmen creen que la Luna puede dar inmortalidad a los hombres. Aunque no sea lo mismo, el renovarse, el ser perpetuo y el ser eterno, para nuestros ancestros la diferencia del concepto no tenía importancia. Lo que realmente la tenía era el sentimiento y la creencia que surgía a partir de la Luna.
Hay algo importante: para la mente racional, la Luna ofrece una imagen visible del fluir incesante del tiempo, en cambio, para la mente mítica la Luna hace el tiempo y “es” tiempo. Es el origen último del tiempo. En las lenguas Indoeuropeas los términos utilizados para medir el tiempo provienen del nombre de la Luna, no al revés. “Mes” (month en inglés) vienen de Moon. La raíz IE es “me”, que significa “Moon”, Luna y que da en el sánscrito “mas” o “masas” que significan Luna y mes. “Mati” significa “medida”; “ma” significa “tiempo” y “ma” o “matar” significa “madre”. Así, en las lenguas indoeuropeas surge la raíz para Luna y medida. En griego, Luna es “Mene”; “men” es mes; “metron” es mensura, medida, etc.
En latín decimos Luna que podría ser una contracción de “leuksna”, del griego “leukos”: blanco, brillante; Leukos también da “lux”, luz. Pero dejemos un poco este aspecto para referirnos a otro que está en relación más profunda con el tema de nuestro curso: la Luna como destino y las imágenes mitológicas que se asociaron a ella.
Veamos algo, si dijimos que para la mente mítica la Luna “es” el tiempo, entonces no es muy difícil imaginar la ilación que siguió: si la Luna es la causa del tiempo en la vida, era también la causa de su cesación. Recordemos las fases: creciente, llena y menguante, representando los distintos estadios de la vida humana, la totalidad de los días de la vida del hombre. Luego imaginaron que emitía hebras de tiempo de su esfera luminosa, del mismo modo que una tejedora pasa las hebras por su rueca y las enrosca en el huso. Así, la Luna, como la tejedora del tiempo de la vida, se transformará en aquella que teje el destino individual y universal. Pero veamos algo más, ¿qué es lo que nosotros vemos de la Luna? Sólo tres fases: creciente, llena y menguante, y cada una se asocia con una etapa de la vida. En Grecia encontramos cada fase asociada a diversas diosas: Artemis, Kore/Perséfone con la luna creciente; Demeter, Hera, Atenea y Afrodita con la luna llena; Hécate/Demeter con la luna menguante. Pero detrás de estas diosas, que tenían funciones bastante delimitadas, se vislumbraban otras figuras más asociadas con la noción de tiempo y destino, las Moiras. Nacen de la noche como el primer destello de luz que surge al amanecer, aluden al instante del nacimiento y la muerte, y el transcurso entre un momento y otro, serían la suma de los instantes de la vida humana. Nacen juntas, en el mismo momento, de ahí que nacimiento y muerte se encuentren en ese instante y, que el nacimiento traiga consigo a la muerte como un destino del que no se puede escapar. En medio, corren las vidas en el mundo natural y les es ofrecida una parte de ese tiempo. Moira significa: parte, porción. En primer lugar se refiere a las Moiras mismas como imágenes de las tres fases/partes de la Luna, y también por ser y marcar, cada una, una parte de la vida de los hombres: infancia, adultez, ancianidad. Esa ancianidad que acerca al hombre al final. El origen lunar de las Moiras fue celebrado por los Órficos que le dedicaron un himno, y hablaron de ellas como hijas de la noche oscura “vestidas del blanco rayo de luna”.
Se estableció diferencia de nombre y función entre ellas: Cloto teje la hebra de la vida y está presente en el momento del nacimiento. Lakesis teje la trama del destino, la tela y también la duración de los días del hombre. Atropos, lo “inevitable”, corta la hebra de la vida con su cizalla. Su nombre significa literalmente “aquella que no puede desviarse (cambiarse), o torcerse”. Ella marca el destino final del que nadie puede escapar.
Eliade dice que
"Los ritmos de la luna tejen juntos armonías, simetrías, analogías y participaciones que componen un tejido sin fin, una red de hebras invisibles que atan juntos a la humanidad, la lluvia, la vegetación, fertilidad, salud, animales, muerte, regeneración, vida después de la muerte, y más. Por esa razón, la luna es vista en tantas tradiciones personificada por una divinidad, o actuando a través de un animal lunar, tejiendo un velo cósmico, o los destinos de los hombres. (trad. de Patterns in Comparative Religion, “The Moon and its mystique”).
El hecho de que la Luna parezca hilar y deshilar en ese cambio de fases, da la idea de que detrás de ese astro que es uno, hay también tres. En su libro “Las Madres”, Briffault ve detrás de la Diosa Madre de Arabia, Manat, una deidad lunar, vista bajo la forma de tres vírgenes sagradas que Muhammad admite en la primera versión del Corán: Al-Ilat, Al-Uzza y Mawat (consideradas como hijas de Allah). El profeta alaba su función mediadora pero luego se retracta viendo que la mediación de estas figuras, por más que en jerarquía estuvieran muy por debajo de Allah, socavaba de alguna manera la supremacía única de Dios.
Existe la creencia, aún en culturas muy antiguas, que detrás del inmenso poder de los dioses, hay una fuerza que ni ellos pueden desafiar: el destino, y ese destino está asociado a la figura de la Luna, ya sea directa o indirectamente. La Luna Negra, encarnada bajo la forma de ciertas deidades es considerada como un ser que imparte la ley, especialmente cuando al no verla en el cielo se asume que está iluminando el mundo subterráneo y presidiendo sobre la vida que surge después de la muerte.
Son muchas las diosas tejedoras, en Grecia abundan y ya las nombramos, no olvidemos a las ninfas que tienen un rol clave en el destino de Odiseo. Penélope misma, teje para decirle a sus pretendientes que esperará antes de elegir a alguien en matrimonio hasta que termine de hilar la mortaja para Laertes, el padre de Odiseo, como una preparación para su muerte. Simbólicamente, Penélope, la “velada”, teje y desteje su telar de tiempo para posponer el final de la obra. Simbólicamente también, la elección de uno de los candidatos implicaría cortar la última hebra que la une a Odiseo, como esposa.
Pero Odiseo vuelve, gracias a Calipso y a Circe, diosas que tejen su destino. Circe teje encantamientos a medida que canta, y eso me recuerda a las mujeres nórdicas, aquellas que entretejían encantamientos en las hebras de las ropas que tejían en los telares, como una manera de proteger a sus esposos e hijos del destino que las Nornas hubieren elegido para ellos.
Si nos alejamos un poco del mundo clásico, encontramos a las Nornas en el mundo escandinavo: Urd, Verdandi y Skuld, o en otros términos “lo que fue, lo que está siendo y lo que debe ser”; también “origen, devenir y deuda”. Skuld significa “deuda” y lleva a pensar en la muerte que es deuda en tanto hay nacimiento.
Al igual que las Moiras, las Nornas son más antiguas que los dioses y viven en el Manantial del Destino o “Fuente del Destino” que está bajo las raíces de Yggdrasil, el fresno sagrado o Arbol del Mundo. La fuente salpica con sus gotas mágicas las ramas del Fresno, rescatándolo de la decadencia del tiempo, a pesar de saber todos que, al final, Yggdrasil caerá entre llamas.
En la Edda Menor o en Prosa, escrita por Snorri Sturluson y compilada de fuentes más antiguas dice:
"También se dice que las Nornas que habitan junto a la fuente de Urd, toman cada día agua de la fuente y lodo del que hay alrededor de la fuente y lo echan sobre el fresno para que su ramaje no se seque ni se pudra, y es tan santa aquel agua, que todas las cosas que se meten en la fuente se vuelven tan blancas como la telilla que hay por dentro de la cáscara del huevo. Esto se ha dicho:
Yo sé que se riega un fresno sagrado El alto Yggdrasil, con blanco limo; Es eso el rocío que baja al valle, Junto al pozo de Urd siempre verde se yergue. (acá se refiere a la visión de la Adivina) El rocío que cae de allá sobre la tierra es lo que los hombres llaman mielada, y es con lo que se alimentan las abejas…
Hay una conexión muy sutil entre la Luna, el rocío, la miel y la ambrosía, sería algo así: presencia de agua mágica que cae de las ramas más bajas del Árbol del Mundo, es blanca (el color de los rayos de luna); se transforma en la miel de las abejas, y tiene el poder de dar la resurrección. Nada en el texto menciona la Luna, pero sí en éste, en que las Nornas se hacen presentes en el nacimiento de un niño que está destinado a ser rey, y devanan las hebras con que tejerán su destino bajo la Luna:
Entonces fue Helgi, el del gran corazón Nacido de Borghild en Bralund. La noche había caído cuando las Nornas llegaron, Aquellas que designan los días del príncipe: Su destino, ellas predijeron, fue famoso entre los hombres, Para ser considerado el mejor de los reyes valientes. Allí en las amplias mansiones de Bralund Ellas devanaron las hebras de su especial destino: Extendieron cuerdas de oro, Ajustándolas bajo el salón de la Luna.
Es en la batalla en donde las Nornas toman la forma de Dísir o Valkyrias, quienes tejen el círculo de la victoria y la derrota en la trama de la guerra, extendiéndolo sobre el campo de batalla como un lienzo invisible. Las valkyrias van tejiendo el devenir de la lucha a medida que va ocurriendo, atando a los combatientes a su rueca. Valkyrias quiere decir: “la que elige a los muertos”, si se analiza la composición de su nombre, vemos que kjora que da kyrias, significa “elección” y Val significa “muerte”.
En India, en el Mahabharata, se cuenta que dos mujeres devanan y tejen las noches y los días en el telar del año, usando hebras de color blanco y negro. Hay una clara ambivalencia encontrada en muchos cuentos en relación con las Fatas lunares que terminan las vidas que ellas mismas comienzan. Esto es evocado en la imagen del ciclo de tejido de la hermosa tela de la araña, que la usa para atrapar a sus presas y devorarlas, del mismo modo que el tiempo devora a sus hijos. Heinrich Zimmer, en su libro El Rey y el Cadáver, específicamente al comienzo de los tres episodios del romance de la Diosa, dice con respecto a Maya, la ilusión cósmica que teje el velo de la realidad que vemos y esconde su verdadera esencia:
…Empero los tres (se refiere a Brahma, Vishnu y Siva), ya que no son más que aspectos o manifestaciones de un solo Insondable, son, en último término, un producto de Maya, sustancialmente uno pero en forma y funciones, trino, en virtud del ardid especular que disuelve el Todo en lo Múltiple. Maya es la madre. Maya es el hechizo mediante el cual la vida se seduce eternamente a sí misma. Maya es el útero, el pecho nutricio y el sepulcro. (Op. Cit., p. 172)
Maya es la Gran Madre del Mundo, la Suprema Tejedora, y recibe muchos nombres, en la India también se la llama Kali. Pero Maya significa “ilusión” en la época de las Upanishads, textos metafísicos que encierran los miles de caminos para llegar al Absoluto. En tiempos más antiguos, como los védicos, su significado era “poder mágico”, “capacidad de cambiar formas”. No está muy lejos este significado del concepto de “ilusión”, sólo que éste adquiere connotaciones metafísicas, y de orden netamente espiritual en época upanishádica. La raíz de Maya es “ma” que significa: “medir, formar, crear, construir, desplegar”. Es la raíz de Luna en inglés, Moon, provienen de la misma raíz indoeuropea Me- . Maya es tanto el poder que crea una ilusión como el falso despliegue en sí mismo, según menciona Campbell en La Imagen Mítica, retomando a otros autores.
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