domingo, 24 de octubre de 2010

De los delirios y otras ideas a medio fragmentar.

Practicando el deporte inventado por Wordsworth (ese de convertir la infancia en mito biográfico bajo el que refugiarse cuando la vida se vuelve un poco desconcertante), vuelvo a mis primeras fotografias y escritos - irregulares, recién nacidas, puras en su simple y dolorosa ternura- que por alguna razón desconocida, han aparecido en uno de los libros de mi abuela. Digamos que fui una niña un poco transtornada, sí, siempre estremecida por temores y una necesidad agotadora de compresión. Precoz tal vez, determinada a recorrer a solas - una intransigente vena de minima autosuficiencia - un derrotero falaz. Encerrada en las palabras y las imagenes, profundamente obsesionada con cada trozo de tiempo que podía atesorar para no olvidarme a mi misma. Mis primeros textos tenian una cadencia nerviosa y un poco nervuda: largas parrafadas que intentaban fragmentar el mundo meticulosamente. Nada podía escapar a las palabras, la realidad era susceptible de convertirte en una narración anecdótica, cuyo unico objetivo era reflejarse en si misma. Ah, pero como siempre el genio se encontraba al limite de una joven locura: una explosiva remeniscencia, la feroz voracidad de quién ha descubierto un camino para expresar el fuego que le aturde y le devora. Cuadernos enteros manuscritos, hojas llenas de trozos inconcretos de una infinita narración sin resolución, una  libre interpretación de lo que para mí era la idea de un universo perpendicular: Ser fuente de pura belleza. ¿Y que decir de mis primeras fotografias? Rudimentarias, retazos de realidad uniforme extraídos de aqui y de allá. Un paisaje borroso, las almenas de una Iglesia cualquiera, un zapato roto, los colores del atardecer. Y rostros, siempre rostros, arrugas, expresiones ajenas, ojos entrecerrados, temorosos, una nariz fruncida, labios sonrientes, algunos apretados. Las sombras de un árbol, grandes reflejos de luz alzandose hacia el cielo, el sabor de una taza de café, humeante aun, en una mesa cualquiera.  El poderoso mundo visual y conceptual --lírico, irónico, tortuoso-- que guiaba la mano al dibujar.


Una cristal devoto, una mano temblorosa en busca de la forma de creación más rudimentaria. El nacimiento de un sueño personal, más alla de la voz intima y el deseo más profundo e irrevocable.

Pd: La fotografía que acompaña la entrada es el primer autorretrato que me tomé alguna vez...Tenía 11 años de edad.

2 comentarios:

Señorita Cometa dijo...

ni que te hubieran fajao chiquita...lo que va a ser será ;) Gracias por tu visita :) aquí entre brujillas

Miss B dijo...

Jajajajaja Un beso Brujilla :D

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