Llueve en Caracas. De hecho, durante casi seis días ha llovido copiosamente, lo cual me provoca una cantidad impresionante de sentimientos. Buenos, malos, confusos, profundos, veniales, enloquecedores. Cierro los ojos, escuchando el golpeteo de la gruesas gotas en el cristal y tengo esta sensación que el mundo y el tiempo son irreales, se crean y se debaten por un mero esfuerzo de imaginación. Entreabro el cristal, permito que una ráfaga de lluvia muy fina me golpeé la cara. Tomo una larga bocanada helada de satisfacción. Sonrio, temblando de frio, cierro el postigo. Afuera, la violencia de la tormenta aumenta, se hace trepidante.
Siempre he sentido una anecdótica predilección por los días ampulosos y grises. Si estoy en la calle y el caos no es excesivo, me encanta ver la ciudad mojada, las luces en la noche se ven más brillantes, el asfalto húmedo parece un espejo, el cielo color plomo ondulando sobre la luminosidad de un sol que muere a cada parpadeo. Cada imagen inspira una buena fotografía, no todos los días puedes ver las calles de ese modo, no siempre las imagenes pueden inspirarte tristeza unicamente a través de la ensoñación. También me encanta caminar cuando está lloviendo, así puedo sentir la frescura de la lluvia en mi cabeza y percibir el olor a tierra mojada, vital y palpitante; Supongo que existe un vinculo entre la persistencia de la memoria y la sensación ambigua de sentirme comprendida por esta fragmento de tiempo tembloroso y caústico. Recuerdo que en mi infancia, casi todas las noches olía así, aunque también de vez en cuando recuerdo el olor del humo de algun fuego que no recuerdo con claridad. Por supuesto, en estos recuerdos, no todo es hermoso y simbólicamente benéfico. Los días lluviosos también me provocan una terrible melancolía, y es que tantas cosas importantes en mi vida han pasado en días lluviosos que todos los recuerdos se me agolpan el la garganta y no me dejan respirar, tanto que, desearía ser como la demás gente que parece no notar que está lloviendo y por eso no se siente tan triste como yo.
Siempre he sentido una anecdótica predilección por los días ampulosos y grises. Si estoy en la calle y el caos no es excesivo, me encanta ver la ciudad mojada, las luces en la noche se ven más brillantes, el asfalto húmedo parece un espejo, el cielo color plomo ondulando sobre la luminosidad de un sol que muere a cada parpadeo. Cada imagen inspira una buena fotografía, no todos los días puedes ver las calles de ese modo, no siempre las imagenes pueden inspirarte tristeza unicamente a través de la ensoñación. También me encanta caminar cuando está lloviendo, así puedo sentir la frescura de la lluvia en mi cabeza y percibir el olor a tierra mojada, vital y palpitante; Supongo que existe un vinculo entre la persistencia de la memoria y la sensación ambigua de sentirme comprendida por esta fragmento de tiempo tembloroso y caústico. Recuerdo que en mi infancia, casi todas las noches olía así, aunque también de vez en cuando recuerdo el olor del humo de algun fuego que no recuerdo con claridad. Por supuesto, en estos recuerdos, no todo es hermoso y simbólicamente benéfico. Los días lluviosos también me provocan una terrible melancolía, y es que tantas cosas importantes en mi vida han pasado en días lluviosos que todos los recuerdos se me agolpan el la garganta y no me dejan respirar, tanto que, desearía ser como la demás gente que parece no notar que está lloviendo y por eso no se siente tan triste como yo.
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