Siempre he pensado que las imagenes, en si misma, expresan el peso de la realidad. Sea a través de lineas, o el uso de las sombras, le dan un sentido personal - intimo digamos - a esa porción subjetiva de la realidad que se crea a partir de una concreción visual. Un sueño tan profundamente cercano al concepto, que otorga una forma y una recreación de lo que consideramos anécdota, pero que tal vez solo se trate de vivencias.
Una de las máximas exponentes de esta expresión visual interior, sujeta y ajena a cualquier interpretación más allá que la subjetiva, es Bárbara Klemm. Como periodista fotográfica Klenm recibió su formación en un taller de fotografía de Karlsruhe. En 1959 fue contratada por el "Frankfurter Allgemeine Zeitung", al comienzo como estereotipadora y a partir de 1970 como fotógrafa de redacción, para las páginas culturales y políticas. Desde entonces, Bárbara Klemm documenta con su cámara situaciones cotidianas de la actualidad económica, política y cultural. Los títulos de sus traban se limitan generalmente a un lugar y una fecha, que es una forma de expresar su convicción de ser una observadora ciertamente implicada, pero que no se ubica por encima de los acontecimientos recurriendo a perspectivas desacostumbradas. Las fotos de Barbara Klemm muestran acontecimientos históricos y escenarios de episodios políticos que, pese a su sobriedad, documentan manifestaciones concretas y aun así, con una interpretación personal del momento. La fotógrafa viaja constantemente , a causa de sus trabajos privados y también para el suplemento de viajes del "Faz". La colección de su obra incluye también la fotografía Leonid Breznev es recibido por Willu Brandt, de 1973. Los dos hombres políticos actúan como si no fueran observados, como si no hubiese una cámara fotográfica. La situación que nos presenta Bárbara Klemm seducen por aspecto sorprendente de las perspectivas y los momentos. Dejando de lado la espontaneidad de la instantánea, la elección de los encuadres da pruebas de un gran equilibrio desde el aspecto forman y su composición.
No obstante, mi fotografía favorita de Klemm es sin duda la que tomó a su padre, el pintor Fritz Klemm, en 1968. Cargada de una emoción sobria y grave, es sin embargo, una de las obras más personales de la fotógrafa: La figura se recorta contra la luz, delineada levemente por un brillo cenital abierto y brumoso. La ventana parece desaparecer contra el plano iluminado, mientras los muebles de la habitación se dibujan claramente al contra luz. Una sensación de soledad e introspección, una escena corriente que se convierte en extraordinaria a través de la mera textura de un tiempo interior. El hombre en pie, parece subyugado por ese mundo que se muestra a través de la ventana pero que no podemos ver, sino solo atisbar a través de su concentración: la cabeza un poco inclinada, los ojos encorvados, la tensión sutil de la espalda, los brazos cruzados en un ademán casi conmovedor por su intimidad. Y que esta fotografía tiene ese pequeño signo de la genialidad visual: La sensación de encontrarnos por instante dentro de un segundo robado, mirando el mundo - un universo diminuto de lineas y sombras, un rayo de luz fugitivo otorgándole sentido a toda la escena - a través de los ojos de alguien más, a quién no conocemos pero podemos comprender. La imagen se refracta así misma, parece repetirse a través de la insinuación: la puerta abierta a la derecha del hombre que mira por la ventana, muestra una habitación, tan austera y asceptica como la que llena el espacio visual. No obstante, la luz reverbera en ella de una manera distinta, más minuciosa, y podemos atisbar una gravedad impecable, el peso de la cotidianidad más allá de lo que simplemente podemos ver.
Sí, un sueño en medio de dos expresiones de la verdad, un palpitar exquisito y espléndido que se eleva a través de una evocación. Una fotografía que es un recuerdo y a la vez un tiempo enigmático que se alza más allá que la mera comprensión de la voz de la razón.
Una de las máximas exponentes de esta expresión visual interior, sujeta y ajena a cualquier interpretación más allá que la subjetiva, es Bárbara Klemm. Como periodista fotográfica Klenm recibió su formación en un taller de fotografía de Karlsruhe. En 1959 fue contratada por el "Frankfurter Allgemeine Zeitung", al comienzo como estereotipadora y a partir de 1970 como fotógrafa de redacción, para las páginas culturales y políticas. Desde entonces, Bárbara Klemm documenta con su cámara situaciones cotidianas de la actualidad económica, política y cultural. Los títulos de sus traban se limitan generalmente a un lugar y una fecha, que es una forma de expresar su convicción de ser una observadora ciertamente implicada, pero que no se ubica por encima de los acontecimientos recurriendo a perspectivas desacostumbradas. Las fotos de Barbara Klemm muestran acontecimientos históricos y escenarios de episodios políticos que, pese a su sobriedad, documentan manifestaciones concretas y aun así, con una interpretación personal del momento. La fotógrafa viaja constantemente , a causa de sus trabajos privados y también para el suplemento de viajes del "Faz". La colección de su obra incluye también la fotografía Leonid Breznev es recibido por Willu Brandt, de 1973. Los dos hombres políticos actúan como si no fueran observados, como si no hubiese una cámara fotográfica. La situación que nos presenta Bárbara Klemm seducen por aspecto sorprendente de las perspectivas y los momentos. Dejando de lado la espontaneidad de la instantánea, la elección de los encuadres da pruebas de un gran equilibrio desde el aspecto forman y su composición.
No obstante, mi fotografía favorita de Klemm es sin duda la que tomó a su padre, el pintor Fritz Klemm, en 1968. Cargada de una emoción sobria y grave, es sin embargo, una de las obras más personales de la fotógrafa: La figura se recorta contra la luz, delineada levemente por un brillo cenital abierto y brumoso. La ventana parece desaparecer contra el plano iluminado, mientras los muebles de la habitación se dibujan claramente al contra luz. Una sensación de soledad e introspección, una escena corriente que se convierte en extraordinaria a través de la mera textura de un tiempo interior. El hombre en pie, parece subyugado por ese mundo que se muestra a través de la ventana pero que no podemos ver, sino solo atisbar a través de su concentración: la cabeza un poco inclinada, los ojos encorvados, la tensión sutil de la espalda, los brazos cruzados en un ademán casi conmovedor por su intimidad. Y que esta fotografía tiene ese pequeño signo de la genialidad visual: La sensación de encontrarnos por instante dentro de un segundo robado, mirando el mundo - un universo diminuto de lineas y sombras, un rayo de luz fugitivo otorgándole sentido a toda la escena - a través de los ojos de alguien más, a quién no conocemos pero podemos comprender. La imagen se refracta así misma, parece repetirse a través de la insinuación: la puerta abierta a la derecha del hombre que mira por la ventana, muestra una habitación, tan austera y asceptica como la que llena el espacio visual. No obstante, la luz reverbera en ella de una manera distinta, más minuciosa, y podemos atisbar una gravedad impecable, el peso de la cotidianidad más allá de lo que simplemente podemos ver.
Sí, un sueño en medio de dos expresiones de la verdad, un palpitar exquisito y espléndido que se eleva a través de una evocación. Una fotografía que es un recuerdo y a la vez un tiempo enigmático que se alza más allá que la mera comprensión de la voz de la razón.
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