Pocas dimensiones se han visto tan sometidas a cambio en las últimas décadas como la identidad femenina. Los mensajes que recibimos las mujeres acerca de cómo debemos ser son múltiples y contradictorios. Se nos bombardea con nuevas informaciones, se nos amplían los espacios públicos y se nos invita a ocuparlos. Sin embargo, los roles anteriores y sus mandatos siguen vigentes y nos debatimos entre antiguas lealtades y caminos inspiradores que se nos abren.
La mitología, con su antigua sabiduría, se nos ofrece para ayudarnos. Ella nos habla a través de símbolos; es decir, en términos de imágenes que nos resultan familiares en la vida diaria, pero que en el contexto mitológico poseen connotaciones específicas, además de los significados convencionales.
Las huellas arqueológicas nos muestran que desde el período paleolítico superior aparece la presencia de la deidad femenina. Conocida con muchos nombres, la gran diosa era venerada como una fuerza femenina conectada con la naturaleza y la fertilidad, responsable de la creación y la destrucción de la vida.
En la mitología griega antigua, los atributos de la gran diosa se dividieron entre diosas diferentes, que representan dimensiones específicas femeninas antes encarnadas en una figura única omnipotente. Las diosas griegas son imágenes de mujeres que han vivido en la imaginación de la humanidad durante más de tres mil años. Los arquetipos más estudiados desde la perspectiva sicológica corresponden a seis diosas ubicadas entre los 12 dioses del Olimpo. Estas son Hestia, Hera, Artemisa, Atenea, Afrodita y Deméter. A esta última se agrega su hija Perséfone, cuya mitología no se puede separar de la de su madre. Autores junguianos han dividido estas siete diosas en tres categorías: vírgenes, vulnerables y alquímicas.
Las diosas vírgenes corresponden a Artemisa, Atenea y Hestia. Artemisa es la diosa de la caza y de la luna, Atenea la diosa de la sabiduría y la artesanía, y Hestia, la diosa del hogar. Las diosas vírgenes representan la cualidad de independencia en las mujeres. Al contrario de las demás diosas del Olimpo, estas tres no podían enamorarse. Los apegos emocionales no las desviaban de lo que consideraban importante. Como arquetipos, expresan la necesidad de autonomía de las mujeres y la capacidad que éstas tienen de centrar su conciencia en lo que tiene sentido personalmente para ellas.
La segunda categoría corresponde a las diosas vulnerables: Hera, la diosa del matrimonio; Deméter, la diosa de las cosechas, en su rito principal, se enfatiza su rol de madre; Perséfone corresponde al arquetipo de la hija. Estas diosas representan los papeles tradicionales de la esposa, la madre y la hija. Son los arquetipos orientados hacia las relaciones, cuyas identidades y bienestar dependen de tener un vínculo significativo. Po-seen una conciencia de tipo difuso, asociada a una actitud receptiva y atenta a los otros.
Afrodita, diosa del amor y la belleza, se ubica como única integrante en la categoría de diosas alquímicas. Se alude con ese nombre al poder de transformación que ella por sí sola poseía. Creaba amor, belleza, sensualidad, sexualidad y nueva vida. Entablaba relaciones por decisión propia y nunca fue victimizada. Su conciencia era receptiva y al mismo tiempo estaba concentrada. El arquetipo de Afrodita motiva a las mujeres a perseguir más la intensidad que la permanencia de las relaciones, a valorar el proceso creativo y a estar abiertas al cambio
El conocer a las diosas nos permite darnos cuenta de que podemos ser varias mujeres a la vez. Diversas situaciones vinculadas a la época histórica, medio socioeconómico, familia en que nos toca nacer, así como también nuestra etapa de vida, hacen que se enfaticen ciertos arquetipos sobre otros. De este modo, adquirimos identidad en su ejercicio, desarrollando lealtades frente a ellos, permaneciendo desconocedoras de otros que yacen dormidos en nuestro interior. El reconocerlos y sentir que podemos funcionar con las diosas en conjunto nos permite integrar distintas dimensiones y armonizar aspectos de nosotras mismas que parecen excluyentes. En compañía de ellas podremos avanzar en un desarrollo personal, que respete e incluya nuestras contradicciones, deseos y necesidades.
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