Hace dos años - o un poco menos - me encontraba cursando el taller Trimestral de Proyectos Personales en Escuela FotoArte. Por primera vez, abandonaba los limites que yo misma me había autoimpuesto en la fotografía y me encontraba tateando el terreno documental. Sentía un miedo enorme, una sensación de angustia tan abstracta como confusa. En una decisión apresurada y que sin embargo, considero una de las mejores que he tomado, decidí tomar fotografias documentales sobre un tema tan espinozo como personal: relaciones conflictivas entre madres e hijas. No obstante, lo que había supuesto sería una nueva técnica que aprender, pronto comenzó a mostrarme como un camino complicado y que me estaba llevando muchos esfuerzos superar. De alguna manera, tenía la impresión de estar dandome tropezones en mi planteamiento inicial, palpando con mucha torpeza lo que pensaba habia sido un concepto firme. Y la idea no era del todo equivocada: había apostado por controlar hasta el último detalle para levantar el concepto que quería expresar para encontrar un punto de equilibrio. Pero la idea lo único que había hecho era restar credibilidad, belleza y sentido a lo que debía ser un concepto emocional, profundo y personal. Las primeras fotografias que había tomado me llevaron a un profundo estado de frustración: carecian de estética, de sentido. No me decian nada. Solo eran imagenes huecas, un poco flojas, sin verdadera sustancia. Recuerdo que las miré, por mucho rato, sin saber a donde dirigirme o que hacer en concreto para retomar no solo la idea, sino estructurarla de alguna manera que pudiera tener sentido, o al menos una simbologia personal que pudiera sustentarla. Fueron unos días muy dolorosos, sobre todo por tener la sensación que por primera vez en mi vida, no podía expresar en imagenes una particular visión sobre el mundo.
Entonces, en ese azar sin sentido pero tan pleno de significado que suele ocurrir de vez en cuando, encontré un articulo sobre una anecdota que acababa de ocurrir en la ciudad de Nueva York: Comenzaba a descubrirse el trabajo de una fotógrafa de origen fránces, que por extraño que parezca y aunque había tomado más de cuarenta mil negativos, jamás había mostrado su trabajo en público. Recuerdo que me fascinó la idea, me cautivó por entero. Miré las fotografias, recopiladas por entonces en un blog titulado Vivian Maier - Her Discovered Work y me encontré con un milagro: tomadas la mayoría de ellas en formato 6x6 y en Blanco y Negro, y otras pocas en 35 mm a color, las fotografías mostraban una visión del mundo tan particular como enérgica, depurada, profundamente personal. Asombrada, encontré que esta mujer solitaria, feminista, que solía vestirse de hombre, había plasmado con una intuición infalible el paisaje urbano que le tocó vivir, construyo un lenguaje visual tan sólido como profundo. Rostros, pequeñas escenas, maravillosas sombras y luces, elevandose en todas direcciones, dibujando con pulso firme una realidad que para Vivian tenía mucho de sentimiento, pasión y emoción. Por horas, imaginé la ciudad de Nueva York bajo sus ojos, esos largos recorrido, quizá acompañada de los niños que cuidaba, la mayoría de las veces sola. Observando. Únicamente observando, probablemente con una atención exquisita y certera, la manera como la realidad se construía y se recomponía a su alrededor. Y hablamos de una pionera, de una mujer que probablemente aprendió los rudimentos de la fotografía por puro instinto, que se esforzó en comprender el proceso fotográfico a un nivel personalisimo. Y sobre todo, hablamos de una mujer que fotografió con una infinita pasión, con una magnifica necesidad de documentar...y que probablemente jamás pensó en mostrar su trabajo. Solo para ella. Unicamente para ella. Piezas de historia, piezas de pequeñas creaciones visuales inolvidables. Una colección maravillosamente poderosa de un mundo cambiante, que pareció elevarse sobre el tiempo y crear una atemporalidad perfecta.
Fue suficiente para mí. Por supuesto, no diré que mi trabajo Trimestral se transformó de inmediato luego de aquella tarde de disfrutar del trabajo de Vivian Maier. Pero si, comencé a comprender que estaba fotografiando por las razones erróneas, tal vez porque jamás había fotografiado con otro motivo que no fuera documentarMe como mujer, mi circunstancia, mi idea del mundo. Aqui se trataba de explorar, de crear un lenguaje visual sobre mi manera de ver lo que me rodeaba. De hacerme preguntas. De observar, con la sutileza de quién necesita encontrar un instante visual suspendido en medio de todas las cosas. Y de pronto, me encontré pensando en que el concepto básico del tema que había escogido desarrollar - historias de mujeres, relaciones entre madres e hijas - era un tema que me resultaba personal y doloroso, no ajeno, no una imagen, no un mero documento fotográfico. Un pensamiento que parecía obvio, pero en el que hasta entonces, no había profundizado realmente. Era mi historia, mi manera de ver el mundo, mi manera de expresar en las imagenes una visión concreta sobre mi misma. Una semana después, tomé la cámara y me senté en compañia de una madre y una hija. Y pensé, en esa luminosa experiencia de ser testigo, de observar, de esperar. ¿Quizá el momento decisivo? Para Vivian probablemente el concepto era "el lugar real". Y entre ambas ideas - conceptos paralelos e igualmente hermosos - encontré un sentido intimo, profundamente duro para levantar la cámara y captar el tiempo.
Hoy, dos años después, Vivian es conocida por todos. Se habla de ella, se muestra su trabajo, se estudia su magnifica técnica y visión del mundo. Forma parte de la historia de la fotografia, sus bellas piezas visuales llenas de una vibrante naturalidad son reconocidos como un estilo inconfundible. Es inmortal, sin duda. Y no obstante, para mí, Vivian seguirá siendo la mujer de sus autorretratos - porque hizo muchos, y muy buenos - que miraba atentamente al frente, con los ojos muy abiertos y levemente sorprendidos, fascinada con el lenguaje de la imagen y capturando para su propia pasión, para su profundo disfrute, una imagen que atesoraría un momento irrepetible y magnifico. Y es esa imagen - La Vivian que fotografíaba por el mero hecho fotográfico, quizá porque necesitaba hacerlo, porque para ella el mundo que habitaba se componía de imagenes y brillos, sombras y silencios - la que siempre atesoro de ella. La que siempre recuerdo cuando necesito entender porque estoy sosteniendo la cámara y mirando al frente. Porque deseo hacerlo, porque aspiro a inmortalizar un instante que será único para siempre.
El poder del lenguaje visual.
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