Siempre he sentido una enorme fascinación por la visión histórica de Elizabeth I de Inglaterra, la Reina de temple impasible y magnifica inteligencia. La considero una espléndida exponente del del poder de la astucia y el conocimiento, sobre los elementos bárbaros que eran comunes e inevitables en el mundo medieval. Sin duda, uno de los personajes más enigmáticos de quienes forman la larga visión dioclesiana - encabezada por los Tudor - que han formado la linea monarquica Inglesa. No obstante alrededor de la figura de la llamada "Reina Virgen" se han tejido las más disimiles teorías, en donde su dimensión historica se ve distorcionada por una inevitable idealización o demonización de los conceptos que dieron forma a la época convulsa y bárbara durante la cual reinó.
Al escuchar el término ‘época isabelina’ de inmediato viene a nuestra mente William Shakespeare. Al mismo tiempo aparece ante nosotros el retrato de una soberana inglesa de tez pálida, amarillenta y cabello anaranjado; ataviada con vestidos llenos de bordados de oro en complicadísimos diseños. El cine ha ayudado a dar vida a este personaje, Elizabeth I, dentro de nuestra imaginación. Primero con una acartonada, mandona y déspota reina personificada por Bette Davies en The Virgen Queen en donde la reina parece haber sido directamente recortada de los cuadros contemporáneos.
Más cercana a nosotros, y no por la época, sino por el retrato más íntimo del personaje, tenemos a Cate Blanchett en el papel inolvidable de Elizabeth al momento de su llegada al trono de Inglaterra tras la muerte de Mary I (Bloody Mary) en la película Elizabeth. En estas dos películas existe, solamente por mención, el personaje de Mary Stuart, Queen of Scots. Sin embargo, ella se alza históricamente con la misma magnificencia que Elizabeth. Y si Elizabeth permanece intocable por su misterioso halo de virginidad (no en vano se le decía The Virgen Queen); Mary Stuart se eleva de entre los mártires al haber muerto bajo el hacha del verdugo, permaneciendo imperturbable hasta el final.
Aquí los seguidores se dividen. Por lo general, se pertenece a los ‘simpatizantes’ de Mary Stuart o a los de Elizabeth. Para unos Mary es mártir y Elizabeth verdugo; para otros, Mary supo como conducirse hasta el final para ‘quedar bien a los ojos de la historia’ y Elizabeth sufrió en lo más profundo de su corazón por haber tenido que firmar la sentencia de muerte de su prima hermana. Lo que si es cierto e indiscutible es la fascinación que ejercen ambos personajes. Supongo que al estar frente a frente ante los retratos de ambos personajes en la National Portrait Gallery de Londres uno comprende que la realeza era, en ese entonces (y tal vez aún), algo más que joyas y telas finísimas. El retrato de Elizabeth contemporáneo a su coronación hace, con los ojos de la reina que parecen atravesar tiempo y espacio para hacerle a uno sentir que los fríos y silenciosos pasillos de la National Portrait Gallery, son, tal vez, los de aquel entonces poco iluminados, húmedos y silenciosos pasillos de la residencia real de Elizabeth I. Ante ese retrato, es el instinto el que hace que el espectador casi doble la rodilla automáticamente y desvíe la mirada de aquella monarca a la que no se le podía ver a los ojos. La Virgen Queen, sosteniendo el orbe y el cetro en cada una de sus manos, con sus labios apretados y sus facciones retratadas aún en estilo medieval, nos da a entender que con quien ella se ha casado es con Inglaterra, convirtiendo éste matrimonio en la forma más sabia de conservar el trono junto con su vida en aquellos tiempos tan difíciles teñidos de violencia.
Su virginidad será un misterio, como siempre sucede con toda clase de conducta sexual distinta a la de las mayorías; hay miles de especulaciones que van desde simple esterilidad hasta supuestas malformaciones físicas. (Podría, también haber sido una elección meramente personal de Elizabeth.) Lo que si es seguro es que Elizabeth prefirió ser reina a ser esposa o madre. Muchos no comprendían esto. A Mary Stuart le parecía aberrante. Mary se acerca mucho más al prototipo de la heroína romántica que al de reina o princesa. Apasionada hasta el último espectro de su alma fue víctima de sus propios arranques, se enmarañó con los tejidos creados por su propio corazón y murió por comprometerse con pruebas en un complot en contra de Elizabeth.
Stephen Zweig escribió una maravillosa biografía de esta mujer apasionada. El resultado es un libro capaz de explicar el corazón de esta reina escocesa cuya cabeza terminó separada de tajo. Juzgada en vida por sus contemporáneos por sus flaquezas emocionales, por pensar con el corazón y no con la cabeza; pasó a ser una ilustre mártir, casi partidaria a santa. ¿Cómo logró esto? Zweig propone muy bien: Mary decide morir dignamente, sabe que la historia recordará el 8 de Febrero de 1587 en Fotheringay como el día en que cayó una mártir. Preparó todo con tal exactitud y cálculo, que ni siquiera el primer hachazo, fallido e incapaz de arrancarle la vida a Mary, hicieron que perdiera compostura. Siglos más tarde, la fascinación por esta escena de entereza sería recreada en cuadros, novelas, películas y hasta parodias de televisión. (Incluso se cree que Shakespeare basó su Macbeth en la primera tragedia de Mary, cuando su segundo esposo, Lord Henry Darnley, fue brutalmente asesinado al parecer con consentimiento de ella.)
Siglos después, lectores y estudiosos siguen cayendo ante el encanto de la Reina Mártir. Aunque se supone que es una biografía acerca de Elizabeth, Hillaire Belloc no puede ocultar su afinidad, afecto, admiración y devoción hacia Mary cuando toca el tema. Incapaz de penetrar en el corazón de Elizabeth con el pretexto de que retrata solamente las circunstancias –cosa que hace de maravilla, recomiendo ese libro si desea introducirse en la cuestión política y religiosa de la época- se impone una barrera que nunca lo deja rozar un solo dedo de la monarca inglesa. Sin embargo, a Belloc le falta poco para arrodillarse con Mary en el patíbulo para también perder, por el catolicismo, la cabeza.
Al parecer en octubre de este año se estrenará la secuela de Elizabeth, titulada The Golden Age, con Cate Blanchett de nuevo al trono, junto con Samantha Morton como Mary Queen of Scots. Para nuestro deleite, una vez más contemplaremos la eterna rivalidad entre estas dos mujeres, quienes, irónicamente, descansan en paz lado a lado en Westminster Abbey.
Al escuchar el término ‘época isabelina’ de inmediato viene a nuestra mente William Shakespeare. Al mismo tiempo aparece ante nosotros el retrato de una soberana inglesa de tez pálida, amarillenta y cabello anaranjado; ataviada con vestidos llenos de bordados de oro en complicadísimos diseños. El cine ha ayudado a dar vida a este personaje, Elizabeth I, dentro de nuestra imaginación. Primero con una acartonada, mandona y déspota reina personificada por Bette Davies en The Virgen Queen en donde la reina parece haber sido directamente recortada de los cuadros contemporáneos.
Más cercana a nosotros, y no por la época, sino por el retrato más íntimo del personaje, tenemos a Cate Blanchett en el papel inolvidable de Elizabeth al momento de su llegada al trono de Inglaterra tras la muerte de Mary I (Bloody Mary) en la película Elizabeth. En estas dos películas existe, solamente por mención, el personaje de Mary Stuart, Queen of Scots. Sin embargo, ella se alza históricamente con la misma magnificencia que Elizabeth. Y si Elizabeth permanece intocable por su misterioso halo de virginidad (no en vano se le decía The Virgen Queen); Mary Stuart se eleva de entre los mártires al haber muerto bajo el hacha del verdugo, permaneciendo imperturbable hasta el final.
Aquí los seguidores se dividen. Por lo general, se pertenece a los ‘simpatizantes’ de Mary Stuart o a los de Elizabeth. Para unos Mary es mártir y Elizabeth verdugo; para otros, Mary supo como conducirse hasta el final para ‘quedar bien a los ojos de la historia’ y Elizabeth sufrió en lo más profundo de su corazón por haber tenido que firmar la sentencia de muerte de su prima hermana. Lo que si es cierto e indiscutible es la fascinación que ejercen ambos personajes. Supongo que al estar frente a frente ante los retratos de ambos personajes en la National Portrait Gallery de Londres uno comprende que la realeza era, en ese entonces (y tal vez aún), algo más que joyas y telas finísimas. El retrato de Elizabeth contemporáneo a su coronación hace, con los ojos de la reina que parecen atravesar tiempo y espacio para hacerle a uno sentir que los fríos y silenciosos pasillos de la National Portrait Gallery, son, tal vez, los de aquel entonces poco iluminados, húmedos y silenciosos pasillos de la residencia real de Elizabeth I. Ante ese retrato, es el instinto el que hace que el espectador casi doble la rodilla automáticamente y desvíe la mirada de aquella monarca a la que no se le podía ver a los ojos. La Virgen Queen, sosteniendo el orbe y el cetro en cada una de sus manos, con sus labios apretados y sus facciones retratadas aún en estilo medieval, nos da a entender que con quien ella se ha casado es con Inglaterra, convirtiendo éste matrimonio en la forma más sabia de conservar el trono junto con su vida en aquellos tiempos tan difíciles teñidos de violencia.
Su virginidad será un misterio, como siempre sucede con toda clase de conducta sexual distinta a la de las mayorías; hay miles de especulaciones que van desde simple esterilidad hasta supuestas malformaciones físicas. (Podría, también haber sido una elección meramente personal de Elizabeth.) Lo que si es seguro es que Elizabeth prefirió ser reina a ser esposa o madre. Muchos no comprendían esto. A Mary Stuart le parecía aberrante. Mary se acerca mucho más al prototipo de la heroína romántica que al de reina o princesa. Apasionada hasta el último espectro de su alma fue víctima de sus propios arranques, se enmarañó con los tejidos creados por su propio corazón y murió por comprometerse con pruebas en un complot en contra de Elizabeth.
Stephen Zweig escribió una maravillosa biografía de esta mujer apasionada. El resultado es un libro capaz de explicar el corazón de esta reina escocesa cuya cabeza terminó separada de tajo. Juzgada en vida por sus contemporáneos por sus flaquezas emocionales, por pensar con el corazón y no con la cabeza; pasó a ser una ilustre mártir, casi partidaria a santa. ¿Cómo logró esto? Zweig propone muy bien: Mary decide morir dignamente, sabe que la historia recordará el 8 de Febrero de 1587 en Fotheringay como el día en que cayó una mártir. Preparó todo con tal exactitud y cálculo, que ni siquiera el primer hachazo, fallido e incapaz de arrancarle la vida a Mary, hicieron que perdiera compostura. Siglos más tarde, la fascinación por esta escena de entereza sería recreada en cuadros, novelas, películas y hasta parodias de televisión. (Incluso se cree que Shakespeare basó su Macbeth en la primera tragedia de Mary, cuando su segundo esposo, Lord Henry Darnley, fue brutalmente asesinado al parecer con consentimiento de ella.)
Siglos después, lectores y estudiosos siguen cayendo ante el encanto de la Reina Mártir. Aunque se supone que es una biografía acerca de Elizabeth, Hillaire Belloc no puede ocultar su afinidad, afecto, admiración y devoción hacia Mary cuando toca el tema. Incapaz de penetrar en el corazón de Elizabeth con el pretexto de que retrata solamente las circunstancias –cosa que hace de maravilla, recomiendo ese libro si desea introducirse en la cuestión política y religiosa de la época- se impone una barrera que nunca lo deja rozar un solo dedo de la monarca inglesa. Sin embargo, a Belloc le falta poco para arrodillarse con Mary en el patíbulo para también perder, por el catolicismo, la cabeza.
Al parecer en octubre de este año se estrenará la secuela de Elizabeth, titulada The Golden Age, con Cate Blanchett de nuevo al trono, junto con Samantha Morton como Mary Queen of Scots. Para nuestro deleite, una vez más contemplaremos la eterna rivalidad entre estas dos mujeres, quienes, irónicamente, descansan en paz lado a lado en Westminster Abbey.
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