domingo, 11 de septiembre de 2011

A diez años del 11 de Septiembre: el antes y el después.







Es dificil hablar de una fecha tan emblemática como el 11 de septiembre de 2011 sin caer en reiteraciones o repetir la opinión general. Resulta poco menos que desconcertante, revisar los hechos que rodearon a lo que quizá ha sido la tragedia más enorme de la historia reciente Universal y considerarse testigo. Hoy, diez años después, leyendo sobre los numersos homenajes y actos conmemorativos que se llevan no solo en honor a las Victimas, sino con la intención de analizar las repercusiones que el hecho tuvo sobre la nueva politica y cultura del mundo globalizado en que vivimos, continua pareciendome un momento irreal, impensable.  Me sorprende el hecho que la historia natural de la Violencia que creó el atentado, sea percibido como un hecho aislado y no una consecuencia inmediata del clima cultural que los últimos años de la década del siglo pasado trajo consigo.

Una vez leí que nunca sabes cuando estás participando en la historia. Pero en el caso de la generación que despertó un martes 11 de septiembre del 2011 para asistir aterrorizado a las imagenes de un evento sin precedentes, si lo sabía. Recuerdo con absoluta nitidez, la sensación de miedo paralizante, un miedo que a mis veinte años jamás había experimentado, que senti mientras contemplaba el primer avión estrellarse contra la Torre. Una explosión muda, una ciudad indefensa y el mundo estupefacto observando, sin comprender muy bien que sucedía pero conciente que habría un antes y un después de aquel suceso. Permaneci sentada frente al televisor, un espectador impotente de una tragedia de consecuencias que por entonces ya se perfilaban catastroficas y levemente conciente que lo que consideraba la normalidad de lo cotidiano, acaba de transformarse en algo más.

No obstante, pasarian seis meses o un poco más, para comprender que la tragedia de las Torres Gemelas, no solo transformó la conciencia occidental sino la percepción misma que como ciudadanos de un mundo civilizado teníamos sobre nuestra seguridad. Y me refiero en especifico que la generación a la que pertenezco, jamás comprendió las consecuencias directas de una guerra o mucho menos, el sentido de la violencia cruda como pudieron hacerlo las que padecieron la Primera y Segunda Guerra Mundial o conflictos bélicos parecidos. El ataque al World Trade Center, nos tomó desprevenidos y destruyó la sensación de falsa seguridad, que hasta entonces todos habíamos dado por sentada como parte de nuestra identidad cultural. Y no solo me refiero a la magnitud de la tragedia como tal - las miles de victimas inocentes, la incapacidad de Estados Unidos para reaccionar al hecho más allá de una venganza territorial - sino a la percepción que entonces habíamos tenido del momento histórico que vivimos. Una idea que me obsesionó por meses, ser conciente que somos parte de una guerra silente donde la violencia es una manera de poder y el miedo un lenguaje concreto. Y comencé a hacerme preguntas sobre cual es el sentido de este enfrentamiento de ideales que se transforman en armas de guerra. Porque hablamos de una perspectiva social, cultural sobre el odio y el rencor, que hasta entonces nunca habia sido tan evidente. No es probable que la ofensiva terrorista, de tamaño y características hasta ese momento desconocidos, sea imputable sólo a un grupo reducido de fanáticos, no obstante de la necesidad de norteamerica de inculpar de manera directa a Osama Bin Laden. Lo que vivimos durante esa fecha terrible, una agresión tan salvaje e inhumana, precisa de la existencia de un caldo de cultivo previo, en el que el odio constituye el motor principal de las decisiones. Escalofriante, la sencillez como fue perpetrado el atentado y demoledoras sus consecuencias.


Un día como hoy, el mundo occidental despertó para comprender que la Violencia tiene un lugar evidente dentro de su mundo brillante e indiferente. Con la muerte de 5000 ciudadanos en manos de una ideologia atroz, demostró que todos somos proclives a sufrir las consecuencias del terror y el desenfreno de la violencia. Nadie está a salvo, nadie puede esconder o ignorar la concreta evidencia que el temor es parte de nuestra nueva actitud social. Somos el fruto de una decimonónica indiferencia y una coyuntura social magra, capaz de robarnos el rostro y la razón conceptual. Sobre todo, hace falta recuperar los valores morales de la democracia - con todas sus imperfecciones . en el tratamiento global de los problemas globales, y renunciar a la demagogia y a la divulgación de la ignorancia. Es preciso un esfuerzo coordinado y persistente de los gobiernos, y que los ciudadanos de los países con mayores posibilidades no contemplen los programas de solidaridad como una manía de los tiempos, sino como el único antídoto posible contra el odio. Para que nunca más veamos a nadie, niños o mayores, celebrar el asesinato de ningún inocente. El caldo del cultivo del arma más efectiva que ningun terrorista concibió jamás: La violencia como forma expresión de una verdad absoluta.

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