viernes, 2 de septiembre de 2011
Proyecto 30 Libros: Uno que se haya demorado mucho en leer.
No porque carezca de calidad o sea especialmente tediosa, me llevó casi dos meses terminar la novela Servidumbre Humana, de W. Somerset Maugham. De hecho, estoy convencida que parte de esa lentitud - paladeo - de las palabras y el poder de evocación de la narración fue lo que hizo que me dedicara a leerla casi de manera sensualista. Uno de los libros que me ha provocado mayores emociones encontradas y sobre todo, esa sensación de ternura y comprensión, que pocas veces puede edspertar una historia.
De la memoria olvidada a la palabra:
En 1915, el escritor W. Somerset Maugham publicaba en Londres su novela autobiográfica “Servidumbre humana” (“Of human bondage”) entre el desdén y la indiferencia de los críticos. La historia narraba el ansia desesperada de su protagonista, Philip Carey, huérfano desde niño e irreparablemente traumatizado por un pie deforme, por ahuyentar su soledad y encontrar el afecto y la consideración de los demás.
La obra, cuyo título había extraído Maugham de uno de los libros que conforman “La ética” de Spinoza, tampoco fue bien recibida en Estados Unidos, donde la crítica la descalificó alegando que trataba de “la servidumbre sentimental de un pobre tonto” o era apenas “un deprimente retrato de la inutilidad de la vida”.
Sólo la reseña entusiasta de Theodore Dreiser en The New Republic consiguió salvarla del olvido y llamar la atención sobre el fondo de las tribulaciones del pobre Carey. Como más tarde reconoció el propio Maugham, la escritura de “Servidumbre humana” le había servido para exorcizar sus propios demonios y aliviar la angustia que durante mucho tiempo, y sobre todo de niño, le había causado un irrefrenable tartamudeo; huérfano, como Carey, y educado bajo la tutela de su tío, rector de Whitstable, y probablemente atormentado por su homosexualidad (y el recuerdo no tan lejano aún del triste destino de Wilde) Somerset Maugham retrató con crueldad y desgarro la servidumbre a que nos someten nuestros deseos y nuestras pasiones y la imposibilidad de zafarse del encadenamiento que nos imponen nuestros afectos.
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