martes, 7 de agosto de 2012

De la soledad y otros desvarios: ¿No hay soledad bonita?




La soledad tiene mala fama. Canciones, manifiestos, poemas, novelas, películas, que le achacan a la "soledad" - así, en general -, todo tipo de dolores y angustias. La soledad de las noches, la soledad del corazón roto y toda esa lista interminable de malestares que parece provocar la mera ausencia de compañía. Por supuesto, me conozco todas las excusas: que el hombre es un animal social, que estamos hechos para ser medias naranjas de alguien más, que la vida es más hermosa tomados de las manos como hermanos y ese largo etc que parece insistir que la soledad es cuando menos antinuatural. Pero ¿que pasa si te gusta? ¿Que ocurre si realmente disfrutas tus momentos de absoluto silencio, de paladear lo que te rodea a solas con tus pensamientos? Pues al parecer si lo es, o al menos asi lo parece ser el pensamiento general.

Y lo menciono porque la idea de hacer algunas cosas sin compañía alguna despierta, cuando menos inquietud. Tal pareciera que hay una cierta reacción hacia ese deporte tan personal como lo es deambular de un lado a otro de lo cotidiano a solas. Sin duda, hay una especie de idea muy antigua, casi primitiva - ¿tribal podría decirse? - que lo natural, lo necesario, es esa conciencia de comunidad, de manada que todos tenemos de alguna manera asumida. En cada siglo esta idea parece transformarse y ahora mismo, disfruta de una época dorada: las redes sociales acortaron definitivamente la distancia y en el siglo de la gran soledad, todo ser humano con una computadora personal a su alcance puede comunicarse, intentar esa imitación de compañía que es la convivencia en el mundo 2.0. Pero eso es otro tema. A lo que quiero llegar, es a esa evidente incomodidad que inspira esa soledad circunstancial, accidental o simplemente asumida que de vez en cuando todos disfrutamos - o padecemos, depende de la idea - . Porque siempre hay un momento donde ese silencio que se esparce en todas direcciones, esa decisión casi elemental de recorrer el mundo diario otra compañía que la nuestra, supone un reto ineludible. Y quizá deseable.

La fiebre, el murciélago, la señora Loca y otras cosas: 

Hace dos semanas, y coincidiendo con el muy esperado estreno de la pelicula "Batman, The Dark Knight Rises" me contagié de lo que bauticé como "La peste inoportuna", que me dejó de cama con una fiebre altísimo.  Me había llevado un largo esfuerzo - e incontables llamadas telefónicas - encontrar una entrada para la primera función de estreno por lo que perderla, significó para mí, una pequeña tragedia banal. Entristecida, me conformé entonces con acudir al día siguiente, a una función vespertina que carecía del encanto del estreno pero que al fin y al cabo, satisfacía mal que bien mi necesidad cinéfila de ver la película lo suficientemente pronto como para evitar algún deslenguado me contara algún detalle sustancial. De manera que el sábado siguiente y aun con unos grados de fiebre - pero con el fanatismo intacto - acudí a la función.

Llegué un poco antes, de manera que tuve la oportunidad de tomarme una taza de café mientras aguardaba llegara la hora de entrar a la sala de proyección. Sentada en la mesa,  saboreando un café muy dulce - como me encanta - dejé pasar el rato sintiendo esa curiosa sensación de satisfacción que suelo sentir cuando simplemente me puedo quedar callada y dejar fluir mi mente en paz. Porque hablamos, sin duda de una sensación casi inédita en nuestra vida cotidiana. Se habla muchísimo de la soledad moderna, del hombre moderno aislado por la tecnología, de pensamiento egoísta, de la frialdad de un mundo donde la compañía humana parece una idea en desuso. Pero en realidad, como nos esforzamos por tener compañía!! Es una verdad tan grande como un rascacielos y todos los días, me pregunto si no será por reacción a esa idea de la "soledad imposible" y el deber ser de la sociabilidad. Cual sea el caso, es esa insistencia en "la compañía es buena" lo que hace que la soledad sea el gran villano cotidiano.

Pensaba en todas estas cosas - y cualquier otra menos profunda - cuando una mujer en una mesa cercana me dedicó una larga mirada apreciativa. Por cierto, que era la tercera vez que la notaba mirándome, en una mezcla de incomodidad y algo más que no supe como interpretar. ¿Conmiseración? ¿ Desaprobación? Pensé que tal vez me lo estaba imaginando y seguí tomando mi café e intentando, no prestarle demasiada atención. Pero yo reconocí esa mirada. La misma mirada que te suelen dedicar cuando almuerzas sola, o cuando caminas por la calle sola. O cosas tan simples como sentarte en una butaca a solas también, en un cine solitario. Como comprobé un rato después. Por supuesto, nadie me prestó demasiada atención en medio de la euforia pelomitera del comienzo de la película, pero alguna que otra cosa cabeza se volvió para mirarme cuando me senté con mi enorme ración de cualquier cosa comestible con la que me disponía a disfrutar la película. Y la misma mirada. Tal vez la misma pregunta. ¿Por qué estás sola? ¿Nadie te acompaña? Que tristeza. Como siempre, no me importó claro, pero si resulta sintomático que se asuma que la soledad es triste. ¿Lo es o no?

¿No hay una soledad feliz? ¿Una soledad de esa tan arquetipica de una mujer con los brazos abiertos dando saltos en una playa? ¿Por qué la imagen lleva tanto esfuerzo imaginársela? La soledad siempre será Penelope, lloriqueando por Ulises. ¿Y quién sabe si Penelope la estaba pasando bien? Quizás disfrutaba - no tejer por Dios - pero si esa soledad de crear tu tiempo a diario, de sentarte cómodamente a paladear tus propias manías y locuras. De no tener que justificar, ni explicar, ni censurar, ni hacer otra cosa que comprenderte como una especie de idea amplia de ti misma. A veces me imagino a Penelope, bailando lo que sea estuviera de Moda para los circunspectos griegos, sacudiendo la cabeza ritmicamente pandereta en mano, tan oronda y feliz de esa soledad bonita, la de pasear por la playa muy hermosa. Mirando si el horizonte claro. Seguramente diciendo: "Ah, mi Ulises que era tan bueno" pero sacudiendo la pandereta. Quien sabe, esas imágenes que a veces se me ocurren son un poco inquietantes, sin duda alguna.

Disfruté mi película como era de esperarse: grité, di alaridos de emoción, lloré y cuando salí, me obsesioné con mis imágenes preferidas, mientras caminaba entre el tumulto que abandonaba la sala al mismo tiempo. Unos pasos por delante, un chico caminaba también a solas, aparentemente abrumado también por lo que acabábamos de ver. Y como yo caminaba solo. Cuando nos cruzamos para bajar la escalera hacia la salida del cine, ambos compartimos una mirada rápida. No hubo entendimiento ni complicidad, sino algo más abierto a interpretación pero igual de elocuente.

Nos comprendemos.

Al final, pensé, mientras caminaba por la calle, a solas, sintiendo esta extraña sensación de poder que suele brindarme estos momentos de soledad, pensé que la soledad, la compañía, la sociabilidad son conceptos tan extraños y tan profundamente singulares que creo nadie los comprende a cabalidad. Ni tampoco los practica. Pero igualmente hay algo de cierto en aquello de creer para comprender. Y yo estoy convencida que la soledad, la bonita, de la mujer saltando en la playa, es de esas cosas diminutas que crean su propio concepto de la realidad.

C'est la vie.

1 comentarios:

Orlando Laranjo dijo...

Es bonito estar solo, no es bonito sentirse solo...

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