jueves, 20 de diciembre de 2012

#ConfesionesDelFinDelMundo: Vandalismo Prêt-à-Porter





Y hoy es un día singular, que junto con el de mañana, pasará a la historia de la anécdota como la quinta vez en fila que sobrevivimos al fin del mundo. Al menos en esta década. Desde pastores evangélicos hasta profecías de dudosa procedencia insistieron durante este nuevo milenio que vivíamos los albores del fin. Y no ocurrió nada. De hecho, mientras escribo esto, imagino el artículo que escribiré el sábado muy temprano - aunque debería escribirlo hoy, porque a esta hora nuestros amigos Australianos ya sobrevivieron al apocalipsis maya - y me asombra la credulidad general que todos tenemos hacia esa idea de un "final" anunciado del mundo como lo conocemos. Una ingenuidad de niños, que supongo tiene mucho que ver esa atracción que todos sentimos por lo misterioso y lo asombroso. Cual sea el caso, el del 21 de Diciembre del 2012 debe ser probablemente el intento más ambicioso de la cultura pop por darle identidad a ese anunciado cataclismo que debería arrasar con el mundo hasta sus cimientos. Al menos, es el que más curiosidad ha despertado, lo que ya no es poco en un mundo que no se asombra.

En mi caso particular, he disfrutado mucho con esta leve histeria colectiva con respecto a la fecha, así que decidí "despedirme" a lo grande, con algunas confesiones del fin del mundo. A menos de veinticuatro horas en que los mayas cumplan su amenaza intergalactica, decidí hacer una lista de algunas de mis locuras durante mis treinta y no te importa años de vida. Esas que pocas veces se cuentan y que hacen reír a carcajadas por inauditas. Supongo que es una manera de conmemorar este espíritu niño del creyente, de esos asustados feligreses del "fin del mundo" que realmente están inquietos por lo que podría ocurrir el día de mañana.  Una manera de recordar nuestra fragilidad y quizá nuestra simpleza como hijos de una sociedad torpe.

¿Y cuales serían esas confesiones del fin del mundo? Pues ninguna de ellas incluyen asesinatos o algo realmente ilegal, pero si bastante de un espíritu festivo que hasta mi me sorprende tener. Así que comencemos este particular mea culpa:

* La vándalica de la correspondencia ajena: 

Cuando era niña, sentía un nada sano interés por la casilla de correos de mi edificio. Me encanta la idea que muchas de aquellos sobres de correspondencia ajena contenían "secretos", por lo que por unos cuantos años, me dediqué a robar, intercambiar e incluso leer las cartas y recibos de mis vecinos. Por supuesto, pronto me desencanté del pasatiempo ( la mayoría de los "secretos" que encontraba era la tarifa que mi vecino pagaba por electricidad ) pero seguí cometiendo mi pequeño crimen por esa sensación de enorme satisfacción que siempre produce lo ajeno y la tentación. Al final, mi carrera como criminal postal acabó cuando la conserje, luego de meses de vigilancia, me capturó con las manos en la masa, debido a lo cual me retiré sin mucha dignidad del negocio del espionaje.

* El experimento con la Liga de frenos y otros intentos químicos:

Cuando comencé en la Universidad era aún muy niña. Tenía quince años recién cumplidos y estaba muy convencida que era una especie de luminaria en las aulas del salón de clase donde comencé una licenciatura de Leyes que detestaba. De manera que durante ese primer año en la universidad, mi comportamiento fue poco menos que el de una niña que era incapaz de adaptarse al nuevo ritmo del mundo "adulto". Aprendí a fumar, olvidé los hábitos de estudio y me volví una especie de anécdota de misma.  El caso es que ese desorden interno terminó cuando aplacé varias materias en un mismo período - cosa que jamás me había sucedido - y me encontré más frustrada que nunca en medio de aquella universidad detestaba y esa licenciatura que no me producía el menor interés. Pero por supuesto, con quince años la vida se ve distinta - más simple, supongo - y me reacción fue culpar a mis profesores, sobre todo al anciano de Derecho Romano I que además, parecía sentir una especial antipatía por mi. ¿El resultado? Mi primer experimento vandálico propiamente dicho: un día antes de las vacaciones navideñas, tomé un recipiente de liga de frenos común y lo arrojé sobre la carrocería del adorado Chevy del profesor. Ni yo misma me creía lo que sucedió después: el escándalo público de toda la clase lamentando lo ocurrido, la minuciosa investigación que se llevó a cabo,  la furia del profesor que por meses mastico la furia por el oprobio. Y el hecho que jamás me descubrieran: pero no hizo falta. Hasta el final de aquel año de pesadilla, purgué en pánico mi propia culpa, esperando ser expulsada de la universidad, descubierta de alguna manera rocambolesca que no tenía idea cual podría ser. Pero no sucedió. Lo que sí ocurrió, fue que el susto mudo y la culpa me hicieron madurar rápidamente y al año siguiente, me dejé llevar por la rutina y el estudio. Encajé de alguna manera. Y todo gracias a mi instinto criminal, quién lo diría.

* Tiradora de papas profesional:

Vivo en una concurrida Avenida, así que es habitual que se lleven a cabo espectáculos y eventos publicos más o menos importantes de vez en cuando no solo en la calle, sino en la plaza justo al frente. Durante años, he tenido que soportar escándalos, fiestas y bailantas de diversa índole durante horas, para desquicio de mi muy escasa paciencia. Hasta que descubrí mi talento para arrojar papas congeladas a la concurrencia. Lo hago por gusto, con una sensación de venganza lo bastante maligna como para mejorar mi brazo y mi punteria. He arrojado papas congeladas durante marchas públicas, fiestas de guardar, eventos privados y públicos, y aunque no he logrado acabar con los espectáculos que ataco - ni mucho menos - si ha sido la mejor manera que encontré para expiar la furia y la incomodidad que me produce la obligada asistencia al espectáculo público gratuito. ¿Que si me divierto? claro, en mi extensa carrera como tiradora de papas congeladas, he escuchado gritos e insultos, las groserias más granadas del extenso repertorio castellano. ¿Que si me han descubierto? Creo que un par de veces, pero nadie ha hecho otra cosa que mandarle recuerdos a mi querida madre. De manera que sigo haciéndolo sin retiro anunciado.


¿Anécdotas frugales? Por supuesto, nunca dije que mi pequeño prontuario criminal fuera de especial gravedad, pero aun me hace reír esa capacidad para el caos que todos tenemos y sobre todo, recordarlo justo antes de una fecha que pasará a la historia como la gran burla a la cultura popular, o lo que es lo mismo, otro de los chistes malos que el mundo encaja sin mucho sentido del humor.


C'est la vie.

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