jueves, 21 de marzo de 2013

Una estrella en el firmamento: Adios a mi Princesa





Mi amada Princesa:

Te fuiste al Infinito el primer día de la primavera y eso, en medio de lo duro que es perderte, tiene algo de auspicioso: te recordaré en cielos azules y olor a tierra fresca, a hojas recién nacidas, a los días dulces de un nuevo despertar. Pero sobre todo te recordaré por el milagro que fuiste siempre:   Fuiste mi primera perra. En realidad, nunca pensé tener una: Soy una señora de los gatos, Princesa. Te lo conté una vez, en esas tardes lentas y radiantes de la terraza de Escuela FotoArte. Apoyaste tu bella cabeza en mi rodilla y me escuchaste muy atenta, toda ternura, tus enormes ojos color bronce mirándome con adoración.

Porque si algo aprendí de ti, Princesa, fue como querer: ese amor incondicional, que rebosaba las esquinas del día a día, que me hizo sonreír cuando ninguna otra cosa podía hacerlo. Aprendí esa alegría de correr bajo el sol, tan radiante, tan cegador de la inocencia. Aprendí el valor  de un ladrido, a comprender tu voz. Porque dicen que los perros no hablan, pero tu lo hacias. Y que claro y que fuerte. Que elocuente ese ladrido, ese gruñido, ese jadeo de emoción. Aprendí ese silencio del amigo fiel, de caminar juntas en las noches muy estrelladas, en los días anónimos donde sonreiste siempre para mi.

Ahora que te escribo esto, sonrío. Lloro y sonrío. Sabes que soy de lágrima fácil. Y sabes también lo mucho que te extrañaré, como será ese silencio de añoranza donde habitarás siempre mi niña. Pero sonrío, porque te imagino corriendo bajo un sol eterno, blanco de tan radiante, ladrando a todo pulmón, tan feliz como siempre lo desee para ti. Una estrella te pertenece mi niña. Y siempre habitarás en ella.

Te extrañaré Princesa, en cada momento que necesite sentirme querida, en cada día de sol y mariposas que no estés. Te extrañaré en los silencios del corredor, en los ladridos felices de la noche, en el mordisquito de amor en la mano en las mañanas. Te extrañaré cada día cuando mire el jardín y no te encuentre, cuando extienda la mano para entender los pequeños milagros del mundo, en ti, en tu nariz cariñosa, en tus orejas amables. Te quiero tanto.  Te lo dije tantas veces ¿Verdad?, abrazada a tu cuello, acariciando tu hocico cariñoso, como te conté tantas cosas. ¿Te agradecí, mi niña, alguna vez lo que vivimos juntas?. Te lo digo ahora: gracias por ser mi maestra en tantas cosas, de las importantes, de las esenciales, de las que se conservan entre las manos, brillantes y frágiles. Siempre te guardaré aquí, en mi corazón, en esa habitación de las cosas inolvidables, las más valiosas, las más irremplazables. Y cada vez que quiera sonreír para soñar, que quiera recordar esa esencia de lo hermoso, de lo que es cada día una forma de crear, vendré para visitarte. Para escucharte ladrar, sí, feliz y llena de energía, en ese Universo infinito donde habitas ahora.

Gracias, mi niña, por ser parte de mi vida. Para siempre, en mi.

Tu bruja que te ama, A

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