miércoles, 24 de abril de 2013
Un instante de eternidad: La fotografía Post Mortem.
Cuando era niña, le tenía mucho miedo a la muerte. Un miedo paralizante, que me dejaba sin aliento. Recuerdo noches, en que no podía dormir pensando que moriría, que sucedería y no sabía cuando. Ese pensamiento me desconcertaba, me ahogaba de puro pánico.
Transcurrieron años antes que pudiera manejar a medias mi terrible temor a morir. Lo logré a base de esfuerzos, de comprender que morir es tan natural como morir, de intentar asumir la certeza como parte de la vida. Es una idea triste esa, pensar en la muerte como inevitable, pero tal vez es la única forma de asumir que ocurrirá. Por supuesto, pasé por la inevitable etapa de intentar encontrar consuelo - o explicaciones - más allá de si misma y fue durante esa época que descubrí la fotografía post morten.
Decir que la descubrí puede ser erróneo. Durante mucho tiempo, había escuchado a mi abuela y tias comentar sobre el "álbum de la muerte" una especie de reliquia morbosa que mi familia guardaba durante generaciones y que no es otra cosa que retratos de difuntos, su última fotografía, de hecho, antes de ser llevado a su última morada. Con mi fobia a la muerte, es de imaginar, el horror crudo que me producía la idea y porque, durante años no quise ni escuchar una palabra sobre el tema. Pero cuando comencé mi propia búsqueda para comprender la muerte - asumirla como parte de la vida, más bien - me tropecé de nuevo con aquella insólita costumbre.
Insólita para mi, por supuesto. Somos una sociedad joven y práctica que le teme a la muerte por desconocimiento, por mantenerla bien al margen de la vida común. No importa que ahora y grandes a las grandes comunicaciones la muerte se haya masificado, pero es un tipo de muerte irreal. La muerte de las películas, la muerte de las noticias y periódicos. Sabemos y escuchamos mucho de la muerte, vemos documentos fotográficos que la dejan muy evidencia, que la muestran con toda crudeza. Pero en comparación a otras épocas, la muerte es algo que se mantiene marginal, a raya. Casi escondido bajo lo que llamamos memoria común.
Por supuesto, esa idea también me costó entenderla un poco. Y me ayudó mi tatarabuela Paula. Con sus casi 90 años de vida, Paula tenía ese tipo de experiencia casi cínica de la vida y solía insistir que la juventud le temía a la muerte porque nunca la afrontó. Irritada por la idea, un día le mostré videos y fotografias de guerra, le expliqué sobre los largos artículos periodísticos que había leído sobre el tema. Pero Paula eso no era suficiente. Para ella, la muerte era tan cercana y comprensible como le había enseñado su experiencia.
- Cuando tenía tu edad, la muerte estaba en todos lados - me explicó - Venezuela era rural, era un pueblo grande donde si te enfermabas, era probable que murieras. No había medicinas modernas, no había médicos preparados. Un pueblo, así como te lo cuento. Con al fiebre amarilla en todas partes.
Paula, a pesar de ser centenaria, era una de las mujeres más interesantes que conocí. Nunca divagaba y tenía un sentido crítico de la vida que supongo aprendió de casi un siglo de verlo casi todo. De manera que la escuché con atención.
- ¿Y no te daba miedo eso? - le pregunté con toda la ingenuidad de mis doce años. Ella sonrío, desdentada y hermosa.
- ¿La muerte? ¿Morir?
- Ambas cosas.
- Era inevitable.
- Eso es como resignarse.
- Es como aceptar más bien. La muerte es real. Hagas lo que hagas, es el único suceso sobrenatural que experimentarás en la vida y que nadie discutirá.
No comprendí esa frase en el momento. Solo muchos años después, cuando la leí en otra parte, intuí su significado. Una puerta a lo desconocido, la muerte. Una experiencia inexplicable, a pesar del eterno debate sobre ella.
Fue Paula quien me mostró por primera vez el libro de los muertos de la familia. Y lo hizo porque se lo pedí. Entre escalofríos y nauseas, decidí que era la mejor manera de comprender que ocurría en mi mente con respecto a la idea de la muerte, como podía hacerla comprensible. Todavía recuerdo el pánico ciego que sentí cuando Paula abrió el libro de solapas negras y vi la primera fotografía: en ella aparecía un anciano de cabello muy blanco con las manos cruzadas sobre el pecho, con la nariz endurecida por la muerte, la boca entreabierta quizás en la mueca de la última bocanada de aire que tomó.
- Este era mi abuelo Isaias - me explicó, casi con cariño. Pasó la siguiente página. Una anciana que parecía dormir bajo su pañoleta - y esta es tu tia abuela Rosa.
Intenté contener un llanto nervioso y me obligué a mirar. En ninguna fotografía algo definitivamente mortuorio, ni tampoco aterrador. Lo que me angustiaba, me sacudía, era la idea que yo tenía de la muerte, la sensación definitiva, destructora, de pura desesperanza que me atormentaba al pensar en ella, al intentar asumir que yo, tan viva como me encontraba ahora, con mis manos sudorosas y el corazón latiendome muy rápido moriría. Eso era lo realmente inquietante, no los rostros desdibujados de parientes desconocidos que parecían dormir pacíficamente en el blanco y negro. Todavía recuerdo el olor del libro, entre agrio y antiguo. El sonido de las pesadas páginas de cartulina. La tonalidad amarillenta de cada fotografía. Pero sobre todo recuerdo lo impactante de la experiencia, la sensación de angustia y dolor que me provocó aquel pequeño homenaje. Un último intento de eternidad.
Porque se trata de eso ¿verdad? Intentar encontrar un último instante que atesorar, que arrebatar a la muerte. Al menos me gusta pensar eso, pero lo más probable que la fotografía post Morten sea una de las manifestaciones más singulares de culto a la muerte que se recuerdan en los últimos siglos.
La muerte como una forma de arte:
La fotografía de difuntos fue una costumbre muy frecuente en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, con toda probabilidad debido a lo que muy bien apunto Paula: La muerte era algo tan común que no producía temor, sino quizás solo respeto. Por ese motivo, el cadaver del difunto se vestia con sus ropas habituales - nunca las más elegantes, ese es un detalle que me sorprendió - y se fotografiaba junto a su familia, como último tributo a su memoria. Una idea que ahora mismo nos parece espeluznante - de hecho, lo es - pero que por entonces tenía cierto aire conmovedor. También leí por alguna parte, que la práctica no se consideraba morbosa debido al ideal romántico de la muerte, como una idea sentimental, incluso privilegiada. Cualquiera que sea el motivo, lo evidente es que el último retrato, intentaba conservar la imagen del difunto para siempre.
Pero esta necesidad de preservar el último momento de un ser querido no es exclusiva de la fotografía Post Morten: El hecho de fotografiar muertos tiene antecedentes pre-fotográficos en el Renacimiento, donde la técnica era el retrato por medio de la pintura en el llamado memento mori: otra técnica de la época medieval donde se concebía que el fin era inevitable y había que estar preparados.
Una idea curiosa: la muerte como lección para comprender mejor la vida.
De la técnica al temor: La fotografía Post Morten como documento visual.
Investigando sobre la fotografía Post Morten, encontré muchas ideas curiosas sobre como contribuyó al arte fotográfico y a la exploración de la técnica de la fotografía. Para muchos fotógrafos, los difuntos eran sujetos ideales para el retrato, debido a los largos tiempo de exposición que necesitaba la técnica fotográfica de mediados del siglo XIX. En la toma de daguerrotipo la exposición seguía siendo tan larga que se construían soportes disimulados para sostener la cabeza y el resto de los miembros de la persona que posaba evitando así que ésta se moviera. Las fotografías de difuntos los muestran "cenando" en la misma mesa con sus familiares vivos, o bebés difuntos en sus carros junto a sus padres, en su regazo, o con sus juguetes; abuelos fallecidos con sus trajes elegantes sostenidos por su bastón.
De hecho, la fotografía post morten fue consideraba por mucho tiempo una forma de arte muy refinado, muy probablemente debido a la utilización de elementos icónicos: una rosa de tallo corto colocada al revés para señalar la muerte de una persona joven, relojes de pared o de mano mostrando la hora de la muerte. Una manera de suavizar el contundente mensaje de la imagen, el inevitable terror que debía producir. De hecho, una de las fuentes que investigué aseguraba que la fotografía Post Morten era una manera de celebrar la vida y señalaba que la fotografía post Morten se popularizó en una época donde fotografiarse no era habitual, sino de hecho, una rareza, de manera que mucha gente moría sin haberse fotografiado nunca por primera vez De ahí que muchas familias desearan fotografiar "post mortem" a sus seres queridos para que todo el mundo supiera que esa persona había pertenecido a aquella familia. Después, a lo largo del siglo XX esta práctica se iría paulatinamente abandonando, gracias a la "democratización" de la fotografía; aunque sigue estando presente en ceremonias reales y velatorios de personajes públicos de la sociedad: artistas, políticos, etc. y, con una función diferente, en el ámbito forense.
Aún recuerdo lo que sentí cuando Paula cerró el libro de los muertos y lo sostuvo sobre sus rodillas. Hubo un silencio entre ambas, denso y casi desesperante, luego de haber mirado la muerte tan de cerca, de haber comprendido como la mente humana necesita un último aliento de esperanza incluso en las peores circunstancias. Recuerdo que miré a la tatarabuela, con las manos húmedas de sudor, asustada aún, y ella me devolvió la mirada, en la distancia de sus largas décadas de experiencia.
- ¿Volverás a mirarlo alguna vez? - me preguntó.
Silencio.
- No lo sé.
- Ya lo sabrás.
Lo hice. Pero eso es otra historia que prometo contar en otra ocasión.
C'est la vie.
1 comentarios:
Qué buen tema tocaste :) ... Mi familia en los Andes, especialmente los que aún viven en pueblos apartados, todavía lo hacen. Realmente se porque me cuentan y no he visto sino algunas fotos. La única que me tocó ver "hacer" fue la de mi Nona Materna. Ese día, harán ya 13 años, en su velorio mi mamá me dijo que le hiciera una foto, yo casi grité!!! qué??? cómo se te ocurre mamá? qué feo eso, nooo yo no haré eso. Bueno, pues alguien más lo hizo y luego me contaron que era costumbre. Nunca me ha terminado de entrar en la cabeza jajajaa. Pero sí se hace todavía!
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