Cuando era muy jovencita, una amiga a quien quería muchísimo, me pidió un ritual de "amor". Ambas teníamos doce años y atravesábamos esa edad floral donde súbitamente adviertes que el 50% de la población mundial son hombres. Yo lo notaría unos años después, y sería una pequeña hecatombe en mi vida. Pero esa es otra historia que contaré en su oportunidad.
Volviendo a la anécdota que contaba, mi amiga se enamoró arrebatadamente de uno de sus vecinos. Me sorprendió lo efusivo, la rápida transición de niña a adolescente de labios mal maquillados. Me arrastraba con ella para ver jugar futbol al chico en cuestión - cubierto de acné y con mal aliento - durante largas horas en un estadium cerca del colegio. Pero el chico parecía no notar la admiración que mi amiga le profesaba. De hecho, más de una vez dudé supiera siquiera de su existencia. Al cabo de varias semanas de tenaz persecusión, supongo que mi amiga también lo notó y fue cuando vino a casa, llorando y moqueando, pidiendome un ritual de amor. En realidad, las palabras que utilizó fue "un Hechizo de amor", pero comprendí que deseaba. Como en aquellos tiempos, yo todavía no sabia demasiado del tema, comenté el asunto con mi abuela - la bruja, la sabia - que escuchó la tragedia de J. mi amiga, intentando no reir, supongo. A la distancia, me pregunto como soportó la historia cursi de la niña y el futbolista maloliente sin soltar una carcajada.
El caso fue que me escuchó y buscó su Libro de las Sombras. Lo hojeó con lentitud - dándole suspense al asunto - y después comenzó a copiar algo a mano. Que emocionante, pensé, tratando de ver sobre su codo lo que escribía. Un hechizo de amor, el poder de invocar la fuerza más vieja del mundo, la que según los Beatles - y si lo decian ellos, tenía que ser verdad - era todo lo que necesitábamos para vivir. Cuando terminó, me extendió el papel con gesto solemne.
Lo leí con los ojos muy abiertos...y la decepción me golpeó como un bofetón de realidad. La mire, irritada.
- Esto no es un ritual de amor.
- Si lo es - dijo. Y apretó los labios, como siempre hacia cuando intentaba parecer seria.
- Pero...
- ¿Que?
- Pero no dice como hacer para que N. se enamore perdidamente, que despierte y duerma pensando en J. No hará que...
- Eso no es amor.
- ¿Que es?
- Se llama soledad.
La idea me dejó un poco desconcertada. Miré de nuevo el papel, pero pensaba en J., con sus padres divorciados, su cambio forzado de colegio, su rutina agotadora de cruzar la ciudad para asistir al colegio. Me pregunté si todo su "amor" por el chico desabrido, no era una manera de mirar a otro lado, de intentar llenar un vacío muy privado que yo no comprendía muy bien.
- Regalaselo - insistio mi abuela - y ella lo usará cuando esté lista.
Le entregué el ritual al día siguiente a J. Ella no pareció ni feliz no convencida con aquel ritual simple, tan diferente a lo que supongo imaginaba podría ser "El hechizo de amor". Se lo guardó en el bolsillo y me pareció que me dedicaba una mirada decepcionada. Las semanas que siguieron, continuamos visitando al futbolista aburrido, pero nada ocurrió. Y nunca me atreví a preguntarle a J. si había llegado a utilizar el ritual que mi abuela le obsequió. De hecho, con el correr de aquel año extraño - me cambié de colegio por segunda vez, J. se mudó con su madre a otro estado de Venezuela - nuestra amistad se desdibujó hasta desaparecer. Pasarían unos cuantos años más, creo casi una década antes que volvieramos a coincidir, esta vez en la universidad.
Para entonces J. se había convertido en una mujer franca de sonrisa amable. Nos reencontramos por pura casualidad y compartimos un café un poco distraído "Por los viejos tiempos", dijo. Reí y me costó reconocer a la niña tristona en esta mujer tan hermosa y vital. Se lo comenté y ella me guiñó un ojo.
- Eso es por tu ritual.
- ¿Que ritual?
Lo había olvidado por completo, pero aparentemente J. no. Sin dejar de sonreír, me contó su habito de llevar a cabo aquel pequeño "hechizo" cada año y celebrar su relación más importante, duradera y profunda: la que tenía con ella misma. Me hizo sonreír sus palabras y tenía un buen tiempo sin hacerlo. Mi abuela había muerto unos meses atrás y su ausencia me pesaba más que nunca. Cuando se lo conté a J. me miró con una expresión muy curiosa: agradecimiento.
- La sabia - dijo. Suspiré, tomándome el último sorbo de café.
- La bruja - añadí.
No hay una razón concreta por la cual haya recordado esta pequeña anecdota, pero quizás, no se necesite un motivo concreto para comprender que el amor, en cualquiera de sus formas, comienza por esa sonrisa franca que nos dirige a diario el reflejo en el espejo.
Una buena razón para soñar.
La rosa y la vela:
El siguiente ritual es sencillo, dedicado a Afrodita, la Diosa que durante siglos simbolizó el poder sexual y del amor. También, se le considera la Diosa regente del amor físico y para algunas culturas, la pasión. En brujería, el amor físico es una manera de crear y también, una idea profundamente intima, de manera que Afrodita también representa el poder personal, como una manera de construir una perspectiva del mundo.
Necesitarás:
Una rosa roja.
Dos metro de cinta roja ( o los que necesites para hacer un circulo en cuyo interior te puedas acostar con las piernas y brazos abiertos)
Incienso de canela.
Disposición:
Toma la cinta y crea un circulo lo suficientemente amplio como para que puedas yacer dentro de él con los brazos y piernas abiertas. Coloca junto a tu mano derecha el incienso de canela y sobre tu pecho, la rosa roja.
Ahora cierra los ojos e imagina que tu alrededor, la energía se condensa a tu alrededor, en forma de sutiles ondulaciones de color carmesí. Visualiza su textura, la manera como la tonalidad rojiza se acentúa o se hace más suave a medida que te rodea, te envuelve lentamente. Toma largas bocanadas de aire, y siente como todo tu cuerpo reacciona a esa deliciosa sensación, como se relaja y la tensión abandona tus brazos y piernas. Siente que partir de ti, toda la habitación donde te encuentras, vibra y se llena de vida. Ve, con el ojo de tu mente, como la rosa en tu pecho se llena de una luminosidad perlada y profunda, irradiando con lentitud pequeños rayos de luz que llegaran hasta el último rincón del lugar en donde realizar el ritual.
A continuación, abre los ojos y estira todo lo que puedas tus brazos y tus piernas. Imagina que mientras lo haces, la energía que has convocado palpita en cada músculo y tendón. Invoca de la siguiente manera:
"En nombre del tiempo y del firmamento en mi interior
Invoco el nombre de Venus Afrodita
para que sea en mi la fuerza de la pasión y la creación"
"Que la voz de la Diosa sea la mía
que la convicción de la Tierra me colme
que el viento sea mi norte
el fuego la sabiduría perpetua
el agua la memoria y la evolución
Por intermedio de Venus Afrodita
Soy la creación y el tiempo
la forma y la razón
Así sea"
Para culminar le ritual que realizaste, enciende el incienso de Canela y déjate llevar por su exquisito aroma, sintiendo como tus todos tus pensamientos se llenan de energía y convicción. Come y bebe algo para equilibrar la energías que has convocado mediante este ritual.
Me tiendo en la oscuridad con los brazos abiertos. El olor a canela sigue flotando a mi alrededor. Que paz, pienso con una sonrisa, esta simple felicidad de ser quien eres y de disfrutar del poder de crear
C'est la vie.
3 comentarios:
Qué bonita entrada y cuánta sabiduría en ese ritual tan bello: el amor...empieza por uno mismo.
Aprendiendo estoy, yo no soy "bruja heredada", pero espero que mis hijas sí.
Un abrazo
Gracias Nessi, me acabas de regalar una frase preciosa que atesorar :) Y sí, estoy convencida que tus hijas tendrán una bella y sabía Madre bruja :)
Besos, Gracias por leer y comentar!
Simplemente hermosos.. "el amor huele a cosas bellas, a sábados por la tarde"..
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