Sonrío, mientras mi gato intenta llamar mi atención de la mejor manera que conoce: camina con esa elegancia misteriosa suya hacia mi escritorio, se detiene un momento y luego, en un movimiento tan ágil que me desconcierta, se sube a mis rodillas. Y me mira. Con detenimiento además. Los ojos azules, redondos como monedas, brillan en la semi penumbra de la tarde. Lo acaricio, con un gesto lánguido, casi cuidadoso. Con los gatos, nada es sencillo. Son independientes, violentos y casi siempre imprevisibles. Y eso es justamente lo que los hace misteriosos, tal vez malinterpretados: No tienen la tranquila sumisión de un perro, ni el nerviosisimo natural de un pájaro domestico. Un Gato siempre guardará el enigma para si mismo, en esos andares de pistolero y esa mirada quieta, fija, hacia el mundo que le rodea.
Seguramente por todas estas cosas, es que la figura del gato ha sido considerada misteriosa, mágica incluso maligna en numerosas culturas. Y como no, relacionada con la bruja por las mismas razones. Porque el gato y la bruja siempre han sido interpretadas bajo el mismo cristal de lo incomprensible, lo que sobresalta. Una complicidad inevitable, sin duda y que ha transcendido lo anecdótico para formar parte de la imagineria popular.
Si investigamos un poco, los orígenes de esa visión del gato como compañero inseparable de la bruja o como poseedor de poderes y misteriosos propios se remonta a diversas épocas y culturas: Según una antigua leyenda judaíca, en el Arca Noé, los ratones se reproducían en un número incontrolable, lo que ponía en riesgo las provisiones de las que disponía el Patriarca. Preocupado, Noé solicitó ayuda del Señor, quién le indicó debía acariciar tres veces la cabeza del león: Cuando lo hizo, el león estornudó surgiendo de sus fosas nasales una pareja de gatos que restablecieron de inmediato el equilibrio en la embarcación, por lo que las tribus judias solían cuidar a los gatos en conmemoración de aquel milagro imprevisto. En la tradición Celta se relata que las brujas consideraban como sus cómplices a los gatos, en especial los de color negro. De hecho, la creencia insistía en que La Bruja - la curandera, la sabia del bosque - utilizaba a su gato, como su mensajero: el animal representaba el poder de la magia y los misterios, y más allá, del poder que se le atribuía a la mujer sabía.
No obstante, ni el gato ni la bruja eran consideradas figuras negativas. No sería hasta durante la Edad Media cuando ambas figuras comenzarían a ser consideradas malignas: Se aseguraban cumplían mandatos de las brujas - que se insistía poseían poderes demoníacos - lo que dio lugar a sacrificios masivos de gatos en pueblos y ciudadades europeas. El fanatismo religioso se hizo tan incontrolable, que se consideraba a todo aquel que poseía un gato como sospechoso de brujería a priori, lo que acentuó el rumor sobre la malignidad del animal, mitos que se mantuvieron en la cultura popular durante siglos.
La historia Natural del gato:
Una vez leí que los gatos han sido tan amigos del hombre como el perro, solo que no se regodea de eso a cada rato. Una frase graciosa que sin embargo, resume esa particular relación del hombre con el felino. Porque el gato, a pesar de ser un animal doméstico, no es domesticable, y esa dualidad ha desconcertado a la humanidad durante siglos. La historia y origen del gato se remontan antiguo Egipto, donde ya se les consideraba criaturas feroces y admirables. Según los primeros registros históricos sobre los felinos, su proceso de domesticación comenzó hacia el año 3000 a. C., debido a la abundancia de ratones que pululaban en los silos de grano que existían en Egipto, lo cual coincide con la leyenda judía que comenté más arriba y que tiene como protagonista al mítico Noé. ¿Casualidad? Probablemente no: tanto los judíos como los egipcios poseían una rica tradición mágica que en algún punto de la historia se confundió y llegó a fusionarse: su interpretación de la figura del gato lo demuestra con toda claridad. Pero volviendo al tema que nos ocupa, resulta curioso que el gato sea para ambas culturas un animal que proporciona a la comunidad protección. Un símbolo de prosperidad - como lo fue para los judíos, que por siglos llevaron gatos en sus caravanas para asegurar bonanza- y a la vez, un símbolo de lo misterioso y lo inquietante, según la visión ritualista del muy religioso pueblo egipcio.
De hecho, para los egipcios, los gatos era algo más que mascotas: eran animales sagrados, parte de la idea misma de la elaborada idea de la divinidad del pueblo llano. Eran los representantes de los Dioses, espíritus con la forma del animal que vigilaban el paso entre la vida y la muerte. El amor de la cultura egipcia por sus gatos llegaba a extremos sorprendentes: inoculaban a los gatos algunas gotas de su sangre para protegerlos de las enfermedades y los malos espíritus. Estaba prohibido matar a un gato, y la pena por hacerlo era de muerte. Fue tal la importancia que cobró el gato en la vida cotidiana de los egipcios, que su muerte era motivo de duelo familiar; Herodoto, en Los nueve libros de la Historia, cuentan que los habitantes de la casa donde había muerto el felino se rapaban las cejas en señal de duelo y dolor, pues "No se perdía un amigo, sino la mirada de los Dioses en el seno de la familia". Siguiendo un ritual muy parecido al que se le practicaba al cadáver de cualquier ciudadano egipcio, el cuerpo del felino se embalsamaba y momificaba en locales sagrados. Una costumbre que se mantuvo durante siglos enteros y que parecía ser lo bastante popular tanto entre el pueblo llano como entre las altas esferas del poder Egipcio: En 1890 fueron halladas en la ciudad de Bubastis amplias necrópolis con más de 300.000 momias de gatos.
En Grecia, la historia del felino comenzó de una manera casi sagrada: como los egipcios se negaban a obsequiar a ninguno de sus gatos debido a su naturaleza sagrada, los griegos los tomaron como botín, convencidos que también robaban parte del poder del pueblo egipcio: convencidos del argumento o quizá debido a él, robaron una pareja que llevada a Grecia, extendió la raza al resto de Europa. De pronto, el gato dejó de ser el misterio egipcio, para convertirse en parte de la vida cotidiana de un continente entero.
De la misma manera que los egipcios, los antiguos griegos consideraban a los gatos sagrados: el origen del gato se remontaba a Artemisa, diosa de la caza, que había dado vida al gato para poner en ridículo a su hermano Apolo, que previamente había creado al león para asustarla. También, otra leyenda insiste que los gatos tenían la misión de proteger y velar por las ánforas llenas de Oro de los Templos consagrados a la Divinidad. Y se dice que cumplían tan bien su divina tarea que por ese motivo sus ojos se volvieron brillantes y atentos. Un obsequio de los Dioses por su dedicación.
También para el pueblo Celta, los gatos tenían poderes propios y eran símbolos divinos: Los Celtas creían que los ojos de los gatos representaban las puertas que conducían hacia el reino de las hadas. Más al norte, Entre los galos, se castigaba la muerte de un gato con el equivalente de una oveja y su cordero, o a la cantidad de trigo necesaria para cubrir completamente el cadáver del gato suspendido por la cola, con el hocico tocando el suelo.
El estigma Felino:
Como comenté antes, la supuesta malignidad del gato - como figura y símbolo - nació en pleno medioevo: la Iglesia, hacia mediados del siglo XIII, comenzó una terrible persecución contra ellos, considerándolos como símbolo del diablo y cuerpo metamórfico de las brujas. La histeria de la caza de brujas llevó a casi la extinción de la raza en algunos lugares de Europa. Para la Iglesia, obsesionada con la limpieza étnica de creencias que considerara herejes, insistió en que el gato representaba el mal encarnado en el mundo animal. Tal vez la creencia tuviera su origen en el culto de la diosa Greya, diosa del amor y de la curación según la mitología nórdica. Esta diosa guardaba en su jardín las manzanas con las que se alimentaban los dioses del Walhalla y en su iconografía aparecen dos gatos tirando del carro de la diosa. Muy probablemente, la relación fue inevitable: como bien diría Julio Caro Baroja: una tergiversación de origen mítico es la de "confundir al animal que acompaña a un numen o divinidad con la divinidad misma". De manera que la Iglesia, inflamada del ardor de la purga y la violencia, convirtió al gato en una de las base de las "purificaciones" de la Iglesia.
El celo de la Iglesia por "Limpiar" el continente Europeo de todo tipo de "maldad" llegó a extremos insospechados: El aniquilamiento de los gatos fue de tal magnitud que cuando la peste negra azotó Europa en el siglo XIV, causando más de veinticinco millones de muertos, apenas sí quedaban ejemplares para luchar contra las ratas, principales propagadores de la enfermedad. Y sin ninguna duda, la plaga fue tan devastadora debido al desenfrenado exterminio de los gatos. La Iglesia alentó de tal forma la persecución de los gatos que llegó a convertirse en espectáculo la quema de los animales en las hogueras de la noche de San Juan, curiosamente, una festividad con un claro origen pagano.
Para la especie felina, el año 1400 fue probablemente el peor de su historia: la especie estuvo a punto de extinguirse en Europa. Los excesos de la Iglesia en su caza y sacrificio llegaron a todos los extremos: se insistia en que poseer un gato era una manera de atraer la atención del diablo y párrocos y sacerdotes, lideraron el sacrificio de cientos de miles de animales en todas las ciudades y pueblos del viejo continente. Finalmente, su existencia se reivindica a partir del siglo XVII, de nuevo debido a su habilidad para la caza de ratas, causantes de tan temibles y desoladoras plagas. Y tal vez debido a esa magia de lo misterioso, de la belleza del gato, a partir del siglo XVIII el gato vuelve a conquistar parte de su antiguo prestigio, y no sólo se utiliza como cazador de roedores e insectos, sino que su belleza lo hace protagonista de cuadros, muy especialmente de los de la escuela inglesa, y de motivos escultóricos. El gato había recuperado su lugar de honor en la historia y en la imaginería popular.
El gato y la bruja: Juntos para siempre.
Por supuesto qué, más allá de toda la supercheria, rumores y supersticiones al respecto, la brujería considera a los gatos animales mágicos. Poco o nada tiene que ver esta creencia con la idea del gato como instrumento de poderes misteriosos: al gato se le considera mágico por su gran independencia y esa conexión especial que se establece entre el dueño y su felino. Sin duda, mucho de ese amor - complicidad, le llamaría yo - es el origen de un sin número de anécdotas sobre la transformación de las brujas y brujos en animales, de diversos rituales donde el gato se convierte en los ojos y asume la personalidad de la bruja. Pero al final de todo, el gato es parte de la brujería por la misma razón que lo es cualquier animal: es parte del poder del equilibrio, de esa visión naturalista del mundo del hombre mirándose a través del mundo del animal. Uno como el reflejo del otro, probablemente. Y abundan leyendas en la Brujería, que pareciera rodear de un halo de misterio a la naturaleza felina: el Gato como Guardián de la Luna y la Bruja, el Gato como misterioso observador de la magia. El gato que protege, el gato que deambula entre el mundo mágico y el mundo aparentemente real.
Pero más allá de todas las creencias y leyendas relacionadas con el gato como figura simbólica, puedo decir con certeza que cuando un felino te adopta como su amigo, será sin duda tu mejor y más fiel compañero, dándote muestras constantes de su inmenso cariño. Pienso en eso, mientras mi Leonardo Berlutti duerme cómodamente instalado en mis rodillas. Las orejas en punta tiemblan un poco cuando las acaricio: somos amigos, somos cómplices. Y si en eso hay algo de magia, seguro es de un tipo muy hermoso y personal. Porque un gato no es una criatura que confía con facilidad: te observa, desde el rabillo del ojo, con esa indiferencia del que se sabe querido, hasta que finalmente, se acerca a ti. Te mira, siempre te mira. Como parte de su mundo y esa amistad entre ambos incompresibles para todos y tan evidentes para ambos. En mi caso (OHH, sí, claro que tengo gatos ajajajajajajaja ¿como huir del estereotipo?) son mis más cercanos confidentes, mis cómplices preferidos, la luz de la primera en mi corazón. Por supuesto, que sé muy bien que mi pequeños traviesos están convencido que soy una mascota amable que les da de comer y los llena de mimos. En ocasiones los imagino, conversando entre ellos, y riéndose de mi atolondrada torpeza humana. Y esa idea me hace feliz.
C'est la vie,
4 comentarios:
Bonito texto. No sé si sabías, pero los vikingos siempre llevaban gatos en sus barcos, por si las ratas... y preferían a los amarillos rayados... Yo tuve uno así...
Hola Ancapi!
No lo sabía! Lo incluiré en mis notas para seguir investigando. Por cierto, uno de mis gatos es un gordito amarillo rayado: cariñoso, gordo y extravagante.
Gracias por leer y comentar!
Genial texto. Yo ahora mismo tengo a Elio mi gato de los mil nombres, rayado de color amarillo, sentado en mis piernas. Chantico me mira desde el suelo y mis otros tres gatos andan por allí. ¿Me podrías compartir la información sobre los gatos y las hadas?
Genial este post. Soy Medico Veterinario y me encantan los gatos tengo 2 son rayados amarillos y blanco. tambien son mis pacientes mas frecuentes pues es un arte poder atenderlos cuando se enferman y a la mayoria de mis colegas no les gustan estos increibles pequeños felinos.
Un cordial saludo.
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