sábado, 6 de julio de 2013
De brujería, magia y otros delirios: ¿Por qué las brujas llevamos sombrero?
Casi con mal humor, Levanto el pequeño sombrero de rayón negro y me lo pongo lo mejor que puedo, intentando llevarlo con cierta gracia. Mi tía ríe en voz baja y mi mamá hace uno de sus gestos un poco tensos, como decidiendo si reprenderme o reír también. Pero ninguna de las dos dice nada y me contemplan. Debo ser una imagen un poco extraña.
De manera que me miro en el espejo: llevo un vestido negro a la rodilla, medias de rayas, zapatos negros de punta. Y si, un sombrero con forma de cono. Hasta yo misma tengo deseos de reir mientras me contemplo, convertida en el estereotipo más habitual de la bruja risueña, la benigna. Mi tia, que le encantan todas esas cosas, se acerca y me coloca el sombrero un poquito ladeado, tal vez para darle un toque desenfadado. Pero yo vuelvo a ponermelo derecho. Ya es suficiente con vestir de esa manera, pienso. Pero aún así, sigo sonriendo.
La escena que cuento, ocurrió hace unos quince años. Me habían invitado a una fiesta de disfraces y recuerdo que no se me ocurrió mejor disfraz que ir vestida de esa imagen de la bruja que por mucho tiempo detesté. Esa caricatura de mis creencias, esa simplificación de mi herencia. Pero lo hice precisamente por eso: necesitaba quitarle un poco de agrio a la imagen, brindarle un lustre casi cotidiano. Aceptar que la bruja - como simbolo e identidad - forma parte del imaginario popular de una manera muy especifica. De manera que me armé de valor y traté de construir mi propia versión de la imagen, de esa idea sobre la bruja que parece formar parte de una opinión social muy extendida. Lo hice con toda intención y con muchísimo cuidado: quería decir algo. Pero igualmente, me sentía incomoda. Fuera de lugar. Un poco grotesca.
Mi abuela - la sabia, la bruja - río cuando me vio. Me hizo dar una vuelta y también, me ladeó un poco el sombrero. Volví a ponermelo derecho, un poco irritada ya.
- Me siento ridícula - confesé. Mi abuela se levantó un poco sus anteojos de aumento.
- Te ves ridícula.
- Muchas gracias - dije en voz baja. Luego ambas reímos, a carcajadas. Tomadas de la mano y por un buen rato. Cuando nos tranquilizamos, me senté a su lado y me quité el sombrero de mis tormentos.
- ¿Esta bien lo que hago? - pregunté - ¿esto de ir disfrazada de mi misma? Parece irrespetuoso, ahora que lo hice. Parece necio incluso.
- No lo es - respondió abuela - en realidad estás diciendo muchas cosas sobre nuestras creencias vestida de esa manera.
- Lo que estoy diciendo es que apoyo esa tradición ridicula de creer a la bruja parte de un cuento infantil o uno de horror - insistí - y eso me parece lamentable.
Apreté el sombrero de nylon entre los dedos, enfurecida. ¿Cuantas veces no me había irritado las preguntas burlonas sobre mi religión que la gente solía hacerme? Había crecido con ellas, había aprendido a responderlas con una mezcla de mordacidad y un poco de sentido común. Pero seguían doliendo ¿Donde está tu verruga de bruja? ¿Por qué no tienes la piel verde? ¿Vuelas en escoba? ¿Sacas conejos de tu sombrero? Escuché la tela tirante crujir a punto de romperse. Después la solté. La rabia se transformó en algo parecido a tristeza. Una sensación muy parecida a la verguenza.
- No lo estás haciendo, estás hablandole en su propio idioma a todos los que no comprenden - dijo abuela. Me dedicó una larga mirada amable, como si mis angustias de adolescente un poco caótica le parecieran casi tiernas - llevas muchos de nuestros simbolos, escondidos en un disfraz.
La idea me pareció escandalosa, un poco extravagante. Arrojé el sombrero al suelo. Rodo sobre su costado y luego se quedó allí, como una especie de forma fantasmal en medio de los maniquies y libros de mi abuela.
- ¿Que les puedo estar diciendo con esta ropa? - insistí - ¿Que las brujas visten de negro?
- Y lo hacen porque en nuestras creencias, repele la energía negativa, y te ves mejor vestida de negro que con rayas anaranjadas - bromeó abuela. Pero esta vez no me reí. La miré muy seria. Ella suspiro - hija, las batallas no se ganan con violencia, se ganan con inteligencia. Y esto es una buena manera de hacerlo.
Levanté los pies: los zapatos puntiagudos de cuero negro me parecieron tan fuera de lugar como las medias de rayas. Abuela se inclinó y le dio un golpecito con el dedo a la arqueada punta de cuero que sobresalia del zapato casi airosa.
- En el pasado, los zapatos con puntas arqueadas eran simbolos de poder y de gran elegancia. Y a la magia se le consideraba oculta, solo reservada a grupos de iniciados - explicó - las rayas o mejor dicho, la ropa a dos colores, también era un simbolo de belleza y poder. Hace siglos, confeccionar ropa con varios diseños requería de varios tejedores y tintura, lo cual era muy costoso. También se le relacionó con la brujería porque le confería cierto estatus. En otras palabras: no todos podian llevar ropa tan cara ni tampoco aprender brujería.
No respondí. Imaginé a las brujas de hace muchos siglos, llevando ropas caras, de rayas o diseños imposibles, que probablemente asombraban a quien las miraba. Eso contradecía mi imagen mental de la bruja rural, la que corría entre los árboles, despeinada, libre y salvaje. O quizá era la misma cosa, reflexioné mirándome los zapatos, imaginando a esa mujer salvaje de mis sueños, bailando desnuda bajo La Luna o a la Dama de grandes faldones, celebrando el nombre de la Diosa en solitario, quizás escondida. Todo eso había ocurrido antes de que practicar brujería se considerara pecaminoso, hereje maligno. Un secreto dentro de un secreto. Mi abuela asintió cuando se lo dije.
- Fue una manera de reconocerse entre sí, quizás, las rayas y los zapatos hermosos - comentó - o simplemente así lo creyeron por muchos siglos. Recuerda que por mucho tiempo, la ropa fue símbolo de estatus, no únicamente de belleza. La iconografia sobre las brujas y su imagen, es variada, muy rica y con muchos orígenes distintos. Se nutre de muchas cosas a la vez.
- ¿Y el sombrero? - dije. Seguía molestandome verlo allí, picudo, inutil, casi risible. Mi abuela se inclinó, lo recogió y se lo puso en las rodillas.
- El sombrero de la bruja no tiene esta forma por mero capricho - dijo levantándolo para sostenerlo entre los dedos - su asociación con la magia viene desde la mitología nórdica. Se decía que Odín, viajaba por Midgar disfrazado como hombre común, vestido con una capa gris y un sobrero de ala ancha, picudo y enorme.
- ¿Gandalf? - la asociación fue inmediata.
- Probablemente. Tolkien era amante de la mitología y muchos de sus personajes son parte de una rica tradición anterior. Lo cierto es que el sombrero de bruja, en realidad es parte de una idea sobre la magia muy concreta: la evolución.
- ¿Como es eso?
- Se dice que toda energía comienza de la tierra, amplia y desordenada - explicó - y luego va condensándose hasta hacerse concentrada: evoluciona, se condensa, se fortifica, se multiplica y se conecta con la energía de quien lo lleva. Te purifica, te ayuda a mirar hacia arriba y recordar que eres infinito. Polvo de estrellas.
La imagen me dejó boquiabierta. Imaginé el ingenuo sombrero triangular, radiante, recordandole a quien lo llevara puesto esa conexión infinita y misteriosa del ser humano con todo lo creado y todo lo que se sueña con el Universo, enorme y portentoso. Me sobresaltó la idea, me sacudió un poco y de pronto me pregunté que otros secretos escondían los simbolos que me rodeaban, esa colección de objetos en apariencia normal que parecian decir tantas cosas a la vez. Pero esa es otra historia que contaré esa oportunidad.
De manera que tomé el sombrero picudo de las manos de mi abuela y me lo puse en la cabeza. Mi abuela soltó una carcajada, atándomelo debajo del mentón.
- Te ves ridícula - comentó. Reímos juntas.
- Lo sé.
Esa noche, mientras mis amigos volvían a preguntarme sobre mi verruga y el sapo de mascota, la escoba y la piel verde, reí otra vez. Reí con mi secreto, pensando en todo lo que esconde lo que consideramos normal y todas las cosas que pueden decir cada objeto que forma parte de esa idea de la cultural que se pierde en el tiempo. Y cuando el sombrero se me ladeó otra vez sobre mi cabello abundante y desordenado, no me lo enderecé, sino que me sentí parte de una idea enorme, espléndida y tan misteriosa que apenas comenzaba a comprender: Un símbolo que mostrara mi manera de ver la vida y más allá, mi manera de sonreír.
Así sea.
2 comentarios:
A mí me pasó parecido de pequeña, estaba boquiabierta cuando me di cuenta de lo que el sombrero significaba, el negro y tantas otras cosas. Siempre hay una furia implícita cuando la gente te pregunta cosas sobre ser bruja o sobre tus creencias de forma irrespetuosa. Recuerdo que un día se me ocurrió leerle la mano a una de mis compañeras de primaria (algo que me parecía lo más natural del mundo) y después de bruja nunca me bajaron (aún si lo era, era bastante ignorante que resumieran todo lo que pasó en mi familia o sus herencias a una mancia que se aprende con un manual). En general la gente sabía enfurecerme con eso, verrugas, pieles verdes, manzanas envenenadas (manzanas, otro símbolo poderoso que la gente sólo asocia a cuentos o al pecado de forma arbitraria). Pero el disfraz de bruja me resultó liberador, porque en un disfraz de bruja no tenía que sentirme mal o relegada por ser lo que era, no había burlas. Conforme maduré fue además una travesura para mí, era una forma de recordarle a la gente que su cerrazón e ignorancia le impedían ver más allá del espejismo. Me entra cierto orgullo cuando me visto de bruja, es la sonrisa de estar llena de secretos a plena vista que sólo una poca gente se atrevería a tratar de conocer :)
¡La foto! :D
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