sábado, 20 de julio de 2013
Delirios y locuras: ¿Quien es la bruja en la actualidad?
Una vez, un amigo muy querido me preguntó si la llamarme "bruja" no suponía una contradicción a toda esa insistencia mía en aprender y educarme, en mantener mi mente lo más despierta y cultivada posible. Me hizo la pregunta sin malicia alguna, mientras me acompañaba a comprar un montón de hierbas en un Mercado callejero de Caracas y su tono era casi inocente. Reprimí la inmediata cólera que me produjo la insinuación.
- ¿Por qué lo dices? - le pregunté. El tono era bastante calmado.
- Crees en herbolaria, el poder de la energía, lo que sea que entiendas por eso - hizo un gesto con las manos un poco errático, como para mostrarme lo abstracto del concepto - estás convencida que el Sol y la Luna influyen en tu vida. Esas cosas sin sentido.
No dije nada. En un gesto casi educado, le quité de las manos mi cesta de mimbre llena de hojas y otras cosas y eché a caminar con paso rápido entre la multitud ruidosa que llenaba el mercado. No merecía llevarla, pensé irritada. Pero también, podía entender su pregunta. La intención. ¿Quién es la bruja en esta época de la tecnología y electrónica? ¿En medio del existencialismo y el cinismo? ¿Quienes somos los creyentes en lo invisible, en lo inefable? Seguí caminando. Tomé un montón de hojas de Romero y las eché en la cesta. Un poco de tomillo. Lavanda. Mi amigo apareció a mi lado, de pronto. Con cara de avergonzado.
- No te quise decir ignorante - jadeó. Al parecer me había seguido por el mercado a la carrera. Tomé un montón de hojas de Romero entre las manos.
- Huele - dije acercándoselas al rostro. Me dedicó una mirada un poco incomoda, pero lo hizo - ¿Te gusta?
- El olor es exquisito, claro...pero...
- ¿sabes por qué es exquisito? - pregunté. Mi amigo no dijo nada, sorprendido por la pregunta. Aguardé sintiendo la textura rugosa de las hojas entre los dedos.
- Porque me gusta - respondió. Casi como un niño. Sonreí, mientras con cuidado, guardaba el romero en una bolsa de plástico y lo colocaba en la cesta.
- ¿Tan simple?
- ¿Que otra cosa puede ser?
- El Romero es un depurador natural del sistema respiratorio - le expliqué - La infusión de las flores de Romero se utiliza como un método natural para tratar problemas respiratorios como el asma: mucho más saludable para tu organismo que albuterol, bitolterol, pirbutero, o terbutalina del inhalador. Incluso, leí un detallado estudio que demuestra que el Romero posee sustancias antiinflamatorias que actúa sobre la inflamación pulmonar debido a diferentes patologías.
Seguí caminando. Mi amigo extendió las manos para intentar sostenerme la cesta de nuevo, pero la apreté contra mi costado, aún disgustada. Soltó una carcajada amable.
- Sabes que no lo digo con mala intención - dijo - lo digo porque la palabra "bruja" te hace pensar en tabaco, rituales extravagantes, animales degollados, sangre derramada.
No respondí. Sabía a que se refería. Muchas veces la palabra brujería parece definir muchas cosas a la vez: rituales de todo tipo de sectas y creencias que llevan a cabo rituales de discutible procedencia. Lo he escuchado siempre: La bruja, como simbolo del mal y de lo hórrido, la "puta del diablo" según el histórico Martin Lutero. Pero para mi, una bruja es abuela, una bruja es mamá, es prima, es tia. Una bruja es una mujer sabia, una constructora de ideas, una creadora en estado puro. Pero ¿Como explicar algo semejante? es tan complicado a veces. Cuando tenía doce años o un poco más, una de las monjas del colegio francés donde estudiaba intentó quitarme a la fuerza el pentáculo del cuello. Uno de esos momentos que no olvidas nunca: El miedo, el suyo y el mio, la sensación de algo que no comprendes te empuja hacia una situación incontrolable. Recuerdo haberme defendido a gritos, de haber llorado mucho. De escupir a la mujer a la cara. Cuando mi mamá fue a recogerme ese día, donde permanecí gran parte de la tarde castigada en la oficina de la dirección, no supe que decir. Pero ella no me dijo nada. Me miró, preocupada, ella, la ejecutiva, la mujer moderna impecable con ropas de diseñador de ultima moda y sus zapatos de tacón altísimo.
- ¿Te sientes mal?
- Estoy bien.
Se inclinó. Me tomó de las manos. Todavía llevaba entre los dedos el pentáculo, aferrado. Ella me sonrío, casi con ternura, un gesto raro en ella.
- ¿Te lo quieres poner? - dijo.
- Se va a volver a armar el escándalo - murmuré. Mi mamá me quitó el pentáculo con delicadeza de entre los dedos y me lo puso ella misma. Seguía sonriendo. Más tarde sabría que había discutido a gritos con la religiosa que había intentado arrebatarme mi estrella y que la había amenazado de todas las maneras legales y mundanas que conocía. Ella, que jamás había llevado el pentáculo, que no le gustaba llamarse bruja, que intentaba siempre que podía mantenerse apartada de la tradición. Pero después de todo, era mi mamá e hija de mi abuela.
- Que se forme - murmuró. Me arregló la blusa sudada, me intentó peinar el cabello en punta con los dedos. Gestos tan amorosos que casi me hicieron llorar. De hecho, lloré, aunque no quería, abrazada a su cuello. No me gustaba que nadie me viera llorar, pero ese parecía un buen momento. Mi mamá me acunó, me cargó - aunque ya estaba bastante crecidita para eso - y me sacó del colegio.
- ¿Por qué me intentó quitar mi estrella? - pregunté en casa. Mi mamá suspiró. Y la noté cansada. Un cansancio de haber escuchado muchas veces la misma idea, tal vez de habersela formulado muchas veces.
- Lo diferente asusta hija. Lo que no se entiende preocupa, inquieta - me explicó. Estabamos solas, en la sala luminosa de mi abuela, esperando que llegara de alguna de sus frecuentes visitas a amigas y parientes. Era raro encontrarme sola con mi mamá, con esa mujer que era un poco una desconocida, en todos los aspectos posibles: con su belleza radiante y su modales tan refinados, era todo lo diferente a mi que se podía ser. Pero era mi mamá, después de todo. Y esa identidad de madre e hija, era parte de nosotras, no importaba cualquier diferencia.
- ¿Yo soy diferente?
- En realidad todos los somos - respondió - nadie es igual a nadie, aunque quiera creer que sí. La idea de la igualdad es cómoda, tranquiliza. Pero todos somos distintos. Solo que poca gente lo reconoce.
Medité la idea. La monja me había llamado "satánica" y "supersticiosa", pero yo era hija de científicos, formaba parte de una familia donde la ciencia y sus parámetros era un valor. Y también la creencia en la Diosa, en la esperanza, en lo posible, en los misterios Universales. ¿Eso era lo diferente?
- Hija, "Brujería" es una palabra que asusta - dijo mi mamá - puede significar cualquier cosa. La gente teme lo que no puede comprender, lo que puede interpretar según sus temores.
- Tu no te consideras bruja - dije. Intenté no parecer acusadora, aunque el tema me molestara. Mi mamá suspiró.
- No, pero es otra cosa.
- ¿Por qué es otra cosa?
- Porque que no me llame así, no quiera decir que no asuma que la interpretación de la vida puede ser distinta. Acepto la visión de un cristiano o un judío como parte del mundo. Pero no todo el mundo interpreta las ideas de manera tan flexible.
Recordé los reclamos de la monja, su rostro encendido de furia. Era una mujer muy joven, treinta y pocos años, pero había un miedo muy viejo en sus ojos. ¿Que veía en mi estrella? ¿Una idea más vieja que ella misma? ¿Quien podría decirlo?
Una idea curiosa. Estuve pensando en eso durante meses. Era una visión de las cosas que me hería profundamente. Un temor al margen. En otra ocasión mencioné que la magia es una ciencia, una afirmación sostenida por la actitud de la bruja hacia la naturaleza y el universo. La observación y utilización de las leyes naturales son aspectos importantes en la magia, al menos en la manera como la brujería lo comprende: la bruja está siempre tratando de adaptar su manera de ver el mundo a los ritmos perennes de la naturaleza. No en vano, la brujeria es llamada una protociencia, debido a que gran número de sus conocimientos proceden de las investigaciones que de manera intuitiva llevaban a cabo los practicantes de magia. La iniciada en brujería usualmente estudia conceptos básicos e incluso, moderadamente avanzados de ciencias físicas y biológicas. Incluso el brujo primitivo, aunque carece del conocimiento científico de sus pares más sofisticados, es cuidadoso y sobretodo respetuoso en el respeto de los ritmos naturales.
¿Quieres somos las brujas actuales? ¿La mujer que comprende la naturaleza como una manera de crear? ¿La artista que levanta el lapiz para sentir el poder de construir ideas? ¿El hombre que sonríe ante lo que es capaz de concebir con el solo poder de su mente? ¿Quienes somos?
- Lamento lo que dije - la voz de mi amigo me devolvió al presente. Tomé una bocanada de aire, y sentí una sensación muy diáfana de paz, de simple comprensión. El poder de crear.
- La brujería soy yo - dije entonces - no sé que interpretes por eso, pero no tengo otra respuesta que darte.
Me dedicó una larga mirada asombrada. Seguimos caminando y cuando intentó llevarme de nuevo la cesta, se lo permití. Me apoyé en su brazo con cariño.
- Todos somos ignorantes de lo que no comprendemos - dijo él con una sonrisa avergonzada - ese puede ser mi problema.
- El de todos.
- Ah, que bruja tan sabia.
- Ni tanto - le di un pequeño empujón - solo una que quiere aprender.
¿Quienes somos los que tomamos el camino menos transitado? ¿Los que observamos el tiempo y las ideas más allá de nosotros mismos? Simples creyentes quizás o más allá, inspirados creadores. Depende del punto de vista, supongo.
C'est la vie.
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