sábado, 24 de agosto de 2013
De la brujería y otros dilemas: La bruja y el mal.
Una vez, una amiga muy querida me comentó que su madre siempre insistía en las brujas eran mujeres "malas". Me hizo el comentario con cierta vergüenza, como si temiera ofenderme o disgustarme. Le debe haber sorprendido que solté una carcajada.
- ¿No te preocupa eso? - me preguntó. Me encogí de hombros.
- La verdad, no.
- Pero la idea es que la brujas y las brujerías son malignas.
Suspiré. Era una idea común. Con veinte años cumplidos, había escuchado lo suficiente del tema como para que dejara de dolerme, aunque seguía preocupándome. Desde niña, había aprendido que para mucha gente, la palabra bruja tenía una connotación cuando menos peligrosa: a la mujer cruel y malvada se le llama "bruja" sin más, también a la insoportable, a la puta, a la manipuladora. En ocasiones me preguntaba el motivo, aunque aprendí muy rápidamente que no lo había o al menos no uno evidente: La maldad es un concepto lo suficientemente ambiguo como para que no pueda definirse. O al menos, comprenderse como parte de una idea concreta.
- ¿Lo son? ¿Lo fueron alguna vez? - Mi amiga lo preguntaba con toda sinceridad. Quería saber si todas la idea tenía algún fundamento, lo cual consideré al menos era un rasgo de buena voluntad. En consideración a eso, intenté reprimir mi creciente irritación.
- Por mucho tiempo, las mujeres libre pensadoras e independientes fueron consideradas "malignas": su manera de ver el mundo contradecía directamente lo que la Iglesia consideraba que era conveniente y "normal" para una mujer - expliqué - de manera que cualquier oposición a esa idea era una "herejía". Y por supuesto, un comportamiento semejante era considerado "malvado".
- ¿Es tan simple?
Mi amiga me dedicó una mirada dubitativa. ¿En que estaría pensando? Probablemente en todas las historias de la cultura popular que insisten que la bruja es uno de los acólito del diablo cristiano, o aún peor, un personaje perverso e inquietante, destructor. Imaginé que pensaría yo en su lugar, que opiniones tendría sobre una idea de la que solo conocía unos pocos detalles, todos desvirtuados, la mayoría de ellos exagerados y destruidos por el peso de la historia oficial. Suspiré, cansada.
- ¿Crees que soy malvada? - pregunté por último. Mi amiga parpadeó.
- No, por supuesto que no.
- Según lo que comenta tu madre...¿Que es lo malvado de una bruja?
Se mordió el labio inferior, incómoda. Sí, la comprendía. Lo que había empezado siendo una conversación trivial, estaba tomando el cariz de un debate de principios. Tuve el impulso de reír, hacer una broma al respecto, relajar la tensión. Pero no lo hice. Temí hacerlo y perder la oportunidad de comprender mis propios temores, la angustia perenne que me suponía esa desconfianza cultural hacia mis creencias, lo que consideraba sagrado. De manera que me aguardé, tensa y preocupada.
- Es una tontería - murmuró mi amiga, avergonzada - cosas como que las brujas comen bebés o asesinan gatos para ofrecer su sangre al demonio - me dedicó una mirada huidiza - ahora que lo digo en voz alta parece incluso ridículo...pero eso es...es decir...
- Lo que todos creen, ¿No es así?
Mi amiga desvió la mirada. Las mejillas sonrojadas de vergüenza. Sacudí la cabeza, sonriendo.
- A veces, la historia que se asume real pesa tanto como la verdad - contesté. Había leído esa frase por algún lado y nunca la había comprendido, hasta ese momento. Por alguna razón que ahora mismo no comprendo pero que durante esa conversación fue muy real, los ojos se me llenaron de lágrimas. Me las sequé, con el corazón latiendome tan rápido que me dejó sin aliento.
- Lo lamento - se apresuró a decir mi amiga. No supe si era cierto: tal vez sentía haberme ofendido o lastimado, pero dudo que en ese momento supiera lo que había significado para mi esa conversación. Me refiero a que durante casi doce años, ella había visitado mi casa, conversado con las mujeres de mi familia, incluso echado un vistazo a mi libro de las sombras. Y todavía aún, la imagen deformada de la bruja parecía preocuparle, tanto al menos como para intentar comprenderla a través de mi.
No obstante, a mi abuela - la bruja, la sabía - no le extrañó en lo más mínimo la escena cuando se la conté. Me escuchó en silencio, ambas sentadas en el corredor luminoso de su casona, preocupada por mis lágrimas y quizás por mi angustia, pero como dije, en ningún modo sorprendida lo que me había dicho mi amiga.
- La maldad es un concepto ajeno, que desconcierta y resulta enigmático - me explicó - nadie se reconoce como malvado. La maldad siempre proviene de alguien más. Y en este caso, la brujería simboliza el mal de lo incontrolable, de lo que no podía definirse. Para la Iglesia medieval, eran tiempos complicados: debía explicar el motivo de las plagas y la muerte a la vez que intentaba convencer al creyente sobre el amor infinito de Dios. Necesitaba un culpable, alguien que desobedeciera a la Divinidad bondadosa y representara al mal.
- Para eso tenían al Diablo ¿no?
- El diablo era una figura difusa y abstracta para un hombre que veía morir a su esposa e hijos por la peste sin recibir respuesta a sus suplicas - dijo mi abuela. Se levantó y caminamos juntas por su jardín roto y desordenado que tanto me gustaba. Era un oasis en medio de la ciudad tumultuosa, el olor de los tubos de escape y el sonido de los automóviles más allá. Pero en este diminuto reino de zarzas y árboles de ramas retorcidas, siempre había un poco de paz - el Clero necesitaba un culpable real, uno que pudiera enjuiciarse, torturarse y condenarse.
- Las brujas - respondí con desánimo. Mi abuela soltó una de sus carcajadas estruendosas.
- No todo es tan simple - dijo - las brujas fueron unas de las tantas victimas de una época sedienta de culpa y culpables. La Iglesia culpó al todo el que se le oponía, a cualquiera que tuviera la suficientemente independencia mental como para hacerse unas cuantas preguntas sobre lo desconocido, el misterio y lo sagrado sin recurrir a la Biblia. Así que los culpables tuvieron un rostro: Las brujas, claro, pero también los judíos, los científicos que se oponían a los métodos y conocimientos impartidos por la religión. Los médicos. Todos escuchaban a ese diablo lejano y anecdótico en lugar de la Iglesia y por ese motivo, provocaban, permitían la existencia del mal.
La idea me asombró un poco. La medité un rato intentando abarcar con todas sus implicaciones. El mal no como un elemento destructor sino contradictorio, la necesidad de enfrentarse, de levantar la voz y oponerse a la idea general. Sonreí.
- La rebeldía como una forma de maldad - dije. Mi abuela me pasó el brazo por los hombros y seguimos caminando por su feo jardín, disfrutando del olor a Mayo de la hierba fresca y recién nacida.
- Sí y también todo lo que pudiera contradecir el orden de las cosas. Tradicionalmente, el caos es considerado una forma de maldad. A los ángeles se les considera jerárquicos, a los demonios caóticos. El mal y el bien siempre serán la medida de nuestra capacidad para encontrar un sentido a lo que nos rodea, sean ideas o hechos.
Recordé algo había que leído unos días antes sobre el "oscuro femenino", una concepto que parecía insistir en la idea de un rasgo femenino iracundo, desobediente y cruel. El mismo que simbolizaba Lilith, Circe, las brujas, cada figura femenina en la historia y la mitología que se enfrentó a lo establecido. E imaginé a las brujas, a las mujeres que sabían escribir y leer, a las que tenían conocimientos médicos y filosóficos, enfrentándose a una Iglesia primitiva, asustada de sus propias limitaciones, luchando contra el vendaval de la historia e incluso, contra su propia idea de la verdad. Casi pude comprender la idea, la necesidad de reivindicación de una Iglesia débil y en escombros aunque me produjera un natural rechazo su prejuicio y la discriminación.
- Un culpable con rostro permitió a la Iglesia manifestarse como una institución poderosa, a la que se podía recurrir para obtener justicia inmediata - dijo mi abuela - ya no había que esperar la Justicia Divina que para el campesino desesperado y hambriento tardaba demasiado en llegar, sino que la Iglesia hiciera valer las divinas admoniciones. La inquisición, las torturas, las sentencias complacieron el miedo, la sensación de desamparo que una época especialmente dura hizo sentir al pueblo llano.
- Y la maldad se convirtió en transgresión.
- Hija, no seas inocente: siempre lo fue - se burló - no ha existido un solo momento de la historia donde el que trasgrede las ideas, el que se enfrenta a la normalidad sea aceptado y considerado. Siempre habrá una victima que decidió levantar la voz, oponerse a la majestad del poder y que muere bajo su puño.
Tenía razón. El conocimiento, la independencia y la fuerza de voluntad siempre han sido considerados peligrosos para el poder establecido, para quién insiste en poseer la razón absoluta. Pensé en Hipatia de Alejandría, asesinada en plena calle mientras defendía la biblioteca que custodiaba. Imaginé a Juana de Arco, vistiendo resplandeciente armadura frente a los ejércitos franceses, quien luego sería quemada acusada de brujería por los mismos hombres y mujeres que había defendido espada en mano. O como Mary Wollstonecraft, madre de la escritora Mary Shelley, había sufrido durante toda su vida el estigma de ser una mujer diferente e inteligente en un mundo que la rechazó por serlo. La raíz del mal, más allá del simple concepto moral, como una visión de esa fina linea que divide lo que se considera normal - aceptable, quizás - y lo que no lo es.
- El concepto de la maldad ha sido muchas veces una manera de criticar la libre expresión - dijo por último mi abuela - una manera de restringir las ideas, de crear una sola visión de la verdad. De manera que sí, durante una buena parte de la historia, las brujas hemos sido malas. Muy malvadas.
Reímos juntas. Ella me dedicó uno de sus guiños maliciosos.
- No veo que eso te moleste mucho.
- La verdad no. Y no debería molestarte tampoco. El bien y el mal son conceptos abstractos, cada época y momento histórico tienen el propio. Una manera de concebirse así mismo.
La idea me obsesionó por unos días. Seguía pensando en eso cuando unas semanas después, almorcé con mi amiga de nuevo. Parecía preocupada e incómoda. De pronto, abrió su bolso y dejó sobre la mesa un libro que reconocí de inmediato: "Las putas del Diablo" de Erik Durschmied, un interesante tratado sobre la Iglesia, el poder y su visión sobre lo femenino. Me sorprendió que lo hiciera pero también, agradecí aquel silencioso gesto de paz.
- Lo estuve leyendo - comentó - y estoy sorprendida por todo lo que cuenta el libro.
- ¿Sobre las brujas malvadas?
Ella sonrío, encajando mi reproche casi con amabilidad. Pero al final sonreí también. Extendí la mano y apreté la suya cariñosamente.
- Gracias - dije.
- Quiero saber - respondió. La comprendí.
El conocimiento, pensé: quizás el único concepto humano que resume el bien y el mal en una sola interpretación. Y eso, por supuesto, es una manera de construir y comprender el mundo y la realidad.
C'est la vie.
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