domingo, 18 de agosto de 2013

De la noche y otros misterios: Hécate, Señora de las brujas.





Desde que recuerde, he sufrido de insomnio. Uno muy pertinaz, por cierto. Y aunque se debe a una condición médica, hay mucho de complicidad, de celebérrima rebeldía en eso de no dormir. Cuando era más pequeña, lo disfrutaba muchísimo. Porque hay algo misterioso, inquietante, en estar despierto mientras el mundo duerme. Me gustaba imaginarme al mundo dormir mientas yo lo recorría a ciegas, a tientas. Me acostumbré a ser silenciosa, a escuchar música en tono muy bajo, a hablar en susurros, a leer con lámparas para que mi vigilia pasara inadvertida. Me sentía parte de una historia que se escribía a las sombras, de una idea sobre la realidad ligeramente torcida, como si mi insomnio me mostrara el borde roto de la cotidianidad.

Tal vez por ese motivo, me encantaba leer sobre Diosas y Dioses nocturnos, sobre vampiros y otras criaturas que habitaban la noche. Por curioso que parezca, no lo hacia por morbo, por esa atracción a lo macabro que siempre he tenido, sino por una necesidad de preguntarme en voz alta y en palabras, si había un lugar para los desvelados, los que miraban la oscuridad con los ojos abiertos, en el arte y la historia no escrita de la humanidad. La había por supuesto, pero no era un lugar honroso: la mayoría de las Diosas nocturnas eran consideradas malignas, otras llanamente secundarias. Y es que había una visión marginal de la noche, de la oscuridad, quizás un símbolo de ese temor de la mente humana a lo que no puede ver, a lo que es incapaz de comprender. Pensaba todo aquello sentada a solas en la oscuridad, escuchando esa tranquilidad intima de las madrugadas. Porque la noche tiene su propia identidad, su propia manera de entenderse. Y yo la aprendí, en los largos años que mis mejores horas comenzaban justo con las primeras sombras de la tarde.

Pero como decía, investigando sobre mitología nocturna - o de Dioses y Diosas de la noche - encontré que a gran parte de ellos se les atribuía cualidades temibles: como a  Chalchiutotolin, que en la mitología Azteca es el dios de las enfermedades y de las plagas. O como Los fomoré ( fomorianos o fomoireos ) que según la mitología irlandesa los dioses de la Muerte, del Mal y de la Noche. O incluso Nix, que a pesar de no tener una connotación directamente misteriosa o temible, según la Teogonía de Hesíodo, había nacido del Caos. De manera que siempre, las Divinidades relacionadas con la noche parecian expresar ese temor mudo del hombre por lo que hay más allá del día, por lo que considerable visible y tranquilizador. Una idea muy primitiva esa, pensé varias veces, leyendo las historias de destrucción y temor. Algo tan viejo como nuestro temor a lo desconocido, como nuestra necesidad de confiar en Divinidades que pudiera protegernos - consolarnos - del miedo. Una vez leí que el hombre inventó la electricidad no por una búsqueda de progreso sino para olvidar los tiempos remotos en que la oscuridad lo era todo y las sombras un misterio. Y tal vez es verdad. No es fácil asumir el silencio de lo que no puedes ver y mucho menos, de lo que te inquieta por el mero hecho de existir.

No obstante, entre todos las deidedes de la noche, mi favorita siempre fue Hécate, Diosa de la noche y de las brujas. Había sido originalmente una diosa de las tierras salvajes y los partos, originaría de la Grecia micénica. Más tarde,  En la Alejandría ptolemaica tomaría la connotación leveemente inquietante como se le conoce actualmente connotaciones: Diosa de los Fantasmas, las encrucijadas y los espíritus. Para la tradición de brujería que práctico, Hécate ocupa un lugar especial: es la Diosa de las brujas, el Lado oscuro de la Luna, del misterio y de la belleza de la noche. La primera vez que leí su historia  contada por Hesíodo, la encontré poética: Hécate era la única hija de Asteria, Diosa de las estrellas.  Su abuela era Febe, la anciana titánide que personificaba la luna, el poder de la luz y el filo de la noche, ese extraño momento donde la noche y la día se confunden y que yo conocía tan bien por mis desvelos. De hecho, se decía que Hécate era una reaparición de Febe, y por tanto diosa lunar, que se manifestaba en la oscuridad de la luna. En la penumbra, en la belleza de la Luna que espera, que aguarda, que mira en silencio.

Cuando le pregunté a mi abuela - la sabia, la bruja - porque se considera a Hécate temible, río.

- La oscuridad siempre atemoriza - me respondió.
- Eso ya lo sé. Pero a Hécate le achacan una maldad tremenda.
- Por supuesto, lo desconocido es el limite de lo que puedes controlar - paseábamos por la terraza de su  casona, llena de macetas rotas y mucha maleza desordenada. Pero a mi abuela le encanta que el jardin tuviera personalidad, vida propia. Y a mi también. Recuerdo las pionías cayendo en cascada por las paredes, o las rosas enanas retorciendose en las columnas carcomidas por jejenes. Había algo bello, en ese aspecto descuidado pero frondoso, en las buganvilias rosa encendido brotando de cualquier parte como un milagro de color. Era de hecho, mi lugar favorito de toda la casa - junto con la biblioteca descuidada de mi tio - y probablemente ambas lugares me encantaban por la misma razón: ese leve dejo a caos, a resquebrajadura que yo siempre consideré una forma de belleza.
- Hablas de lo desconocido como un lugar.
- Lo es, por supuesto. En tu mente. En tu manera de entender el mundo. No es sencillo comprender que hay cosas que desconoces, que ignoras mucho del mundo que te rodea. Ahora el hombre tiene la arrogancia de asumir la sabiduría como una necesidad insatisfecha, pero por mucho tiempo fue una certeza. No saber era una manera de asumir la realidad.

Que idea inquietante, pensé. Me subí al muro de las bungavilias y el olor me rodeó, duro y húmedo. De noche, era muy parecido, solo que más suculento, crujiente. Un poco desordenado. Me pregunto si así era en realidad, desnudo del orden de lo visual, de la luz de las cosas corrientes. En la oscuridad, las cosas lucen un poco mejor.

- Y entonces Hécate, como Diosa, es una manera de asumir ese desorden de lo desconocido - pregunté.
- Quien sabe. O asumir los misterios que podría ser lo mismo pero no lo es. Recuerda que antes de ser la Diosa de la brujería, Hécate fue la Divinidad protectora de las parturientas. Otro misterio para el hombre primitivo. La mujer podía crear vida, traerla al mundo en medio de gritos de dolor. ¿Como se explicaba aquello? Para las tribus antiguas, debió ser un portento.

Lo imaginé de inmediato: una mujer tendida en la tierra, gritando de dolor. Las figuras de la tribu a su alrededor, confundiéndose en el asombro. Y ella luchando por su vida, por la de su bebé. De pronto, unas manos arrugadas, sermentosas se extendian para recibir al recién nacido. La vieja desdentada sonreía triunfante y miraba a la mujer jadeante y exhausta. Un secreto entre ambas. Como la Luna que iluminaba la escena.

- Hécate es el poder de lo que no puedes asumir de inmediato: lo extraño, lo inquietante, lo desigual. Por eso tiene tres rostros. Los griegos temían a las encrucijadas de tres caminos: estaban convencidos conducían a tierras oscuras y al temor. Por entonces, a Hécate se le consiraba la Diosa de las Tierras Salvajes y las zonas inexploradas.

- Y Reina de las brujas, que también eran consideradas misteriosas e inquietantes - añadí. Mi abuela soltó una de sus carcajadas estruendosas.

- Claro. En todas las épocas una mujer con conocimientos era misteriosa. No era lo usual, en ninguna civilización, que la mujer tuviera educación. No era un tema de prejuicio, como se interpreta actualmente, sino de practicidad. La mujer se ocupaba de los hijos, de la cosecha, del marido. Para eso había que educarla. ¿Qué sentido tenia brindarle educación más elevada? Eran tiempos simples, tiempos temorosos, temibles. La mujer tuvo que luchar por abandonar esa región oscura de no ser nadie y encontrar su nombre. Tal vez por ese motivo también, las Diosas eran inquietantes, indescifrables.  En los oráculos caldeos, a Hécate se le relacionaba con un laberinto serpentino alrededor de una espiral, llamado rueda de Hécate. Un  simbolismo claro del poder de la  serpiente para renacer y superar la muerte, para abandonar la oscuridad.


Recordé algo que había leído al respecto: Algunas mitologías hablaban del laberinto de conocimiento - sabiduría y misterio, otra vez - a través del cual Hécate ofrece la llama de la  Vida: «Los senos productores de vida de Hécate, esa Llama Viviente que se viste a sí misma de Materia para manifestar la Existencia». Un pensamiento profundo que parecía expresar esa noción del hombre primitivo sobre el poder del conocimiento y más allá, del poder de crear.

- Hécate es la Diosa del misterio, entonces más que de la noche - concluí. Mi abuela me dedicó uno de sus guiños humoristicos, como si toda aquella larga conversación hubiera tenido el único sentido que yo llegara a mi propia forma de ver la historia de la Diosa. Supuse que era así.

- Hécate es la alegoría más diversa que conozco sobre el poder de construir nuestra opinión sobre lo desconocido. Una manera de asumir lo que tememos como parte de nuestra mente o incluso, una visión en si misma. Todo es desconcierto. Nada es claro. Luchamos contra la incertidumbre.

Me sobresaltó ese pensamiento. Hacia unos años atrás, había leído en El evangelio de las brujas - incompleto y poco confiable compilado realizado Charles Leland (1899) acerca de la tradición de Brujería Italiana - que en algunas regiones de Europa, había existido un culto a  Diana parecido al de Hécate. Investigué al respecto, confundida por la idea que ambas diosas pudieran confundirse y no encontré indicio alguno que  Diana representada en la obra de Leland se tratara en realidad Hécate o no. Y no obstante, la mera confusión ( Las Diosas, en medio de los hilos de tradiciones perdidas y casi olvidada ) me hizo preguntarme si la cualidad más inquietante de Hécate sería la de representar la confusión de nuestro modo de comprendernos, la nocturnidad en nuestra mente.

¿Quién podría decirlo?

Hija de la Noche:

¿Te haces pregunta sobre lo desconocido? ¿Con frecuencia te cuestionas? Quizás, este ritual te ayude a comprender mejor esa necesidad de hacerte preguntas y buscar respuestas. O Quizás no lo haga y solo sea una manera de asumir el poder que todos tenemos de mirar nuestro propio misterio con una sonrisa:



Necesitarás:

Hojas de romero frescas.
Una piedra de amatista.
Una Piedra de coral.
Un recipiente de color azul oscuro.
Agua fría.
Un trozo de tela azul oscuro.

Disposición:

Deja el recipiente a la luz de la luna ( mucho mejor si se encuentra en plenilunio ) para que absorba la energía del ciclo. Al amanecer, antes que el sol salga por completo, pon tus manos alrededor del recipiente y focaliza tu energía personal sobre el color azul del recipiente, símbolo de la paz, la serenidad y la protección. Visualiza la luz plateada de la luna rodeándote y ahora invoca, con estas palabras u otras palabras, mientras el sentido sea el mismo:

"Gran Madre Hécate
Guardiana del tiempo Eterno
Rostro secreto de la Diosa
invoco esta noche tu protección
para que guardes mi espíritu
de la duda y el temor
Crea poder en mí
Crea fuerza en mi
Así sea"

Ahora, toma las hojas de romero, las piedra de amatista y coral, sostenla entre tus manos e invoca de la siguiente manera:

"Que la luz de plata encuentre su camino
en estos objetos consagrados ahora
por obra de la Gran Hécate a mi protección"


A continuación, Vierte el agua en el recipiente e introduce en el liquido las hojas de romero y las piedras. Dejalo allí durante todo el día y toda la noche siguiente. Para culminar el pase mágico, toma las piedras y envuélvelas en el trozo de tela azul y colócalas debajo de tu almohada tres noches seguidas, para envolverte en la protección de Hecate. Arroja el agua - junto con las hojas de Romero - en un cuenco de tierra fértil o si te es posible, en tu jardin.


De adulta, ya no disfruto tanto mi insomnio. Lo aprecio, en realidad, que es una sutileza que deja un espacio para el cansancio, el inevitable agotamiento físico. Pero aún así, agotada, sigo disfrutando del amanecer. De la linea de luz que une la noche con el día. Y también, de hacerme preguntas. Todas las que pueda. Cada día. Como una manera de crear.

C'est la vie.

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