martes, 3 de septiembre de 2013

De Caracas y Otros fragmentos de historia: Así estuvo mi visita al Panteón Nacional ( Con Fotos )


















Nunca me he considerado patriótica. De hecho, siempre insisto que antes de serlo, prefiero llamarme Venezolana. Y es que el nacionalismo, a ciegas, ese torpe que enaltece por obligación el símbolo y el gentilicio, no le encuentro mucho sentido. De manera que mi manera de celebrar mi vinculo con la tierra donde nací, es mirarla con objetividad o al menos intentarlo. Necesito comprender a Venezuela como circunstancia, como idea, como parte de mi historia. Tal vez se deba a ese romanticismo del ideal, de la necesidad de mirar a través del norte y frontera  a otra Venezuela que vive en mi mente, en la que tengo esperanzas pueda existir, en la que confío pueda encontrar en esa otra, la real, la caótica, la que en ocasiones duele tanto que hace llorar. Así que, soy Venezolana, con el criterio de analizar mi país como una circunstancia y sin caer en tremendismos. Soy Venezolana porque aspiro a un país donde el nacionalismo no sea un formulismo que deba aceptarse por obligación sino una manera de expresar la manera como sus ciudadanos, los que formarmos parte del ideal, la construimos diariamente.

Una idea muy cursi, por supuesto. Y tan frágil que parece romperse, perder sentido al primer contacto con la realidad. Aún así, me la tomo muy en serio: de manera que este año decidí descubrir la Venezuela que creo puedo encontrar entre los escombros de lo ideológico, lo temible de la contienda política interminable y el caos de una idea de nación que no termina de construirse. Y no encontré mejor forma de hacerlo que comenzar a recorrer Caracas a pie, a la manera de los niños, mirando todo con inocencia. Caracas, ese fragmento de país donde parece confluir todo lo bueno y lo angustioso que padecemos. Caracas, ese reflejo de lo que somos, de lo que sufrimos, de lo que estamos padeciendo como país, como generación, como sobrevivientes de un sacudón histórico de consecuencias que aún son imprevisibles. Durante casi un año, he caminado por cada monumento, lugar, calle, incluso los recuerdos que forman parte de esta historia compartida, de esta Caracas que es un sueño y que quizás solo existe en mi imaginación. Con frecuencia digo que amo a Caracas - y por extensión, quizás a Venezuela - más por lo que recuerdo de ella que por lo que es actualmente, y sin embargo, eso incluso tiene su forma de belleza, de encontrar sentido a las piezas sueltas de una idea de país con la que intento identificarme con esfuerzo. Porque mi gentilicio será parte de mi manera de concebirme en el futuro, más allá de mi misma e incluso, como una visión muy amplia de quién seré a través de mis ideas y creaciones. Tal vez, toda esta necesidad mía de recorrer de un lado a otro la ciudad sea una manera de reconciliarme no solo con lo que representa para mi, sino con quien soy. Una manera de crecer, de olvidar los viejos dolores y asumir que cada día construyo una manera de soñar.

Pensé en todas estas cosas mientras recorría el recientemente remodelado Panteón Nacional en Caracas. Muy probablemente porque el Panteón sea esa visión de país - como concepto - que nos habla de un pacto de ideas entre ciudadanos, una visión de país donde convergen las ideas de los grandes hombres que fundaron la República. Ya lo dije, no soy patriota, soy Venezolana. Esa sutil diferencia tiene ahora mismo una importancia concreta: miré al país como una suma de ideas, antes que un análisis de sus diferencias. Admiré sobre todo, la expresión de esa identidad como venezolanos, al comprenderse parte de esa gran construcción moral que llamamos patria, más allá de las recientes connotaciones que se le ha dado a la palabra.  En realidad,  Fue una experiencia curiosa, porque por lo general, no soy fanática de la idealización de los próceres patrios pero me gustó muchísimo la solemnidad clásica que encontré en el edificio. Lo recorrí sin expectativas, sin otra necesidad concreta que comprender el lugar como parte de esa interpretación de Venezuela como parte de su circunstancia. Me gustó lo que encontré: Disfruté mucho de la historia que contenía cada modesto espacio - porque a pesar del homenaje artístico, el Panteón aún conserva cierto aire rural - y sobre todo, el hecho que la política, por una vez, no salpica la idea general que contiene como símbolo. Tal vez por ese motivo, fotografié con cierta sensación de respeto y casi cariño cada uno de las enormes esculturas y cenotafios que encontré en el recorrido.


 Con respecto al monumento que acoge y homenajea al Libertador Simón Bolívar, debo admitir que me molestó un poco la opulencia faraónica y el poco homenaje real que se le brinda al padre de la Patria. El edificio es moderno, de lineas amplias y muy interesante a nivel visual, pero con poco que aportar a la idea histórica que asumo piensa enaltecer. Con todo, fue una visión muy refrescante de la historia del país - como pacto emocional entre los ciudadanos - y lo disfruté mucho.

Un poco de historia no le hace mal a nadie: 

Gracias a un decreto del Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco, la que hasta entonces había sido la Iglesia de la Santísima Trinidad de Caracas se transformó en el Panteón Nacional que conocemos actualmente. La intención Presidencial era conservar los restos de los Próceres de la independencia y de otros personajes eminentes del país en un único lugar. La idea fue aplaudida por la sociedad de la época, aunque se tomó también, por otras de las excentricidades del presidente Guzmán Blanco. E incluso se especuló podría tratarse de otra maniobra del controvertido gobernante para elevar su menguada popularidad.  No obstante, las razones presidenciales para escoger la vieja Iglesia como el lugar que acogería los restos del Libertador eran bastante emocionales: a su regreso desde Santa Marta, en 1842, los restos de Simón Bolívar reposaron por un breve período de tiempo en la Iglesia. También en sus terrenos fueron sepultados, en 1851, los restos del Marqués del Toro y unos años después, los de José Gregorio Monagas, Andrés Ibarra y Ezequiel Zamora.


 La orden se acompañó con otra que aseguraba la reconstrucción de la estructura, destruida parcialmente por el terremoto de 1812 y cuyas obras no se encontraban terminadas aún para el momento del decreto. La obra fue llevada a cabo por los ingenieros Julián Churión, Juan Hurtado Manrique, Tomás Soriano y Roberto García y fue concluida de manera oficial el 28 de Octubre de 1875. Aún así, el edificio no se consideraría consagrado hasta un año después, cuando los restos del Libertador fueron trasladados finalmente al lugar.


Quizás el Panteón Nacional no sea uno de los lugares más populares de Caracas, y es probable, continúe siendo un ilustre monumento anónimo en mitad de la ciudad, pero hoy, de pie frente a las tumbas de algunos de los hombres más eminentes de nuestra historia, pensé en el valor de lo que se construye como identidad y más allá, la manera como asumimos nuestra idiosincracia e historia particular a través de esa otra, más amplia y sutil que nos une a todos y quizás, brinda brillo y lustre a esa idea abstracta y confusa que con tanta ingenuidad llamamos país.

C'est la vie.


Todas las imágenes de las entradas, forman parte de la pequeña serie que tomé durante mi visita al Panteón Nacional. 

0 comentarios:

Publicar un comentario