miércoles, 25 de septiembre de 2013

Del Google al Curandero: ¿A quien confía su salud el Venezolano?





Desde hace un par de meses, sufro de un recurrente dolor de cabeza. Casi a diario, el dolor - agudo y palpitante - se extiende desde la sien hasta el hombro y la mayoría de las veces me deja paralizada unos minutos. Comencé a preocuparme sobre qué podría estar provocando el síntoma, pero en lugar de acudir a mi médico de confianza, hice lo que creo es la costumbre en buena parte de mi generación: recurrir a Google. Durante casi tres horas, leí diferentes páginas médicas, descargué artículo y conversé online con varios usuarios de foros dedicados a la medicina, hasta que llegué a la alarmante conclusión: sufría de un trastorno neuronal. ¡Y es que era tan claro! Padecía todos los síntomas: dolores recurrentes de cabeza, agotamiento general, dolor en brazos y cuello, perdida de la visión periférica, nauseas y perdida del equilibrio. Aterrorizada y convencida que tenía un pasaje seguro al otro barrio, llamé finalmente a mi médico y le expliqué mi "terrible" caso. Me escuchó en silencio y a la distancia debo decir, que tiene su mérito que haya sabido aguantarse la risa ante aquella extraña conversación.

- Ven al consultorio - me pidió con voz tranquilizadora.
- Pero necesito un neurólogo, un especialista. Seguramente será algo tan grave que...
- Ven al consultorio mañana  - me interrumpió - hablamos sobre eso.

Le obedecí. Me sometí a la revisión médica como quien se enfrenta a un pelotón de fusilamiento. Estaba convencida sufría algún tipo de especial gravedad y la expresión severa de mi médico no ayudo precisamente a calmarme. Temblorosa y pálida esperé su diagnóstico. Supuse que sería tan grave como la conclusión a la que yo había llegado en mi investigación vía web.

- Cambia el colchón - me dijo por último. Lo miré con los ojos muy abiertos.
- ¿Qué?
- Tienes una pequeñísima lesión lumbar y presión en el paquete de músculos que rodean la espalda - me explicó - tu colchón o la manera como usas tus almohadas te lastimaron. La tensión afecta tu cuello y espalda, por ese motivo te duele la cabeza. El cansancio y el mareo constante también son síntomas de un problema lumbar, debido a que afectan tu percepción de tu posición en el espacio y te hacen sentir desequilibrada.

Intenté disimular el enorme alivio que sentí lo mejor que pude. Realmente había estado bastante convencida que estaba sufriendo algún tipo de grave trastorno neuronal. Mi médico me miró muy serio cuando se lo comenté.

- Sucede con muchísima frecuencia. El habito médico se sustituyó por la consulta informal en redes - me explicó. Me extendió un pequeño folleto cuyo titulo me hizo sentir inmediatamente culpable: "Los peligros del auto diagnóstico médico" - aunque la web ofrece una buena cantidad de información útil, el hecho que el paciente lo considere la única fuente de información es preocupante. Y lo que es peor aún, puede resultar muy peligroso.

Tenía razón. Durante el resto de la semana, investigué un poco sobre el tema y descubrí que el autodiagnóstico médico Online no solo es una costumbre muy extendida entre los internautas sino que además, en algunos casos, ha sustituido por completo la necesaria consulta médica. Ya sea por los altos costos de la atención médica o porque simplemente resulta mucho más sencillo realizar una búsqueda desde tu computadora que visitar un consultorio, el autodiagnóstico online se ha convertido en un problema real con el cual la ciencia médica debe lidiar a casi a diario y cuya gravedad aumenta de manera exponencial.

Los peligros del Médico Invisible: Hablan las cifras.

Según el folleto que me obsequió mi médico y basado en las cifras de varios centros médicos estadounidenses, el 80% de los pacientes norteamericanos con acceso a Internet recurre primero a la web que a una opinión científica al momento de diagnosticar un síntoma. En Venezuela, la cifra aún no ha sido registrada pero no dudo que debe ser más o menos similar: en un país con una sistema sanitario en crisis y donde los costos de atención médica rozan lo impagable, resulta casi normal que se recurra a una búsqueda web para solventar cualquier crisis médica. Ahora bien, el riesgo y las condiciones entre ambas situaciones - la norteamericana y la americana - son lo bastante distintas como para que las consecuencias en cifras difieran de manera importante: Mientras que el 50% de los pacientes norteamericanos terminan acudiendo al médico, es bastante probable que el venezolano no lo haga. Según me comentaba un médico cardiologo a quien consulté para redactar este artículo, la gran mayoría de sus pacientes admiten que solo acudieron a consulta cuando el trastorno de salud se convirtió en un problema lo bastante grave como para evitar pudieran continuar llevando a cabo su vida normal. Una idea inquietante, si tomamos en cuenta que la estadística indica que los males coronarios son la segunda causa de muerte natural en nuestro país.

- El Venezolano no acudirá a un médico hasta que el problema sea tan severo que no pueda hacer otra cosa - me explicó el doctor - no encuentran necesario la medicina de prevención. Y actualmente, la web o el autodiagnóstico tomó su lugar.

Un pensamiento preocupante, aunque por completo común. Una vez leí que el Venezolano desconfía de la medicina por su natural inclinación a la superstición y al desorden, de manera que intenta ignorar la exactitud de la ciencia médica. Una idea que parece confirmarse por las cada vez más altas cifras de Venezolanos que prefieren acudir a ciencias alternativas en la búsqueda de la salud. Una costumbre que parece casi tan extendida como la autodiagnostico web.

Entre Yerbas te veas.

El "viejo L." - como le llama todo el mundo desde niño, según me cuenta -  se define así mismo como "Chamán selvático". Lo encontré sentado en la puerta de su local, en la Avenida Baralt del Centro de Caracas, fumando un oloroso tabaco de hoja. Una de mis vecinas me habló de él, asegurándome con entusiasmo que le había curado de un "mal extraño" que ningún medico había sabido clasificar. Cuando le expliqué que deseaba conversar con él unos minutos,  me preguntó inmediatamente si me sentía "mal".

- La verdad, me siento bastante bien.
- Pero la veo pálida - me señaló el rostro con un gesto firme - esas ojeras son de mal pancreatico. Tengo una cosita que le va a mejorar.

Lo seguí al interior de la tienda. Oscura y diminuta, me produce claustrofobia nada más entrar.  Del techo cuelgan todo tipo de hojas resecas en abultados paquetes. Las paredes estan llenas de figuras de Santos Cristianos y recortes de periódicos  amarillentos. Un penetrante olor botánico combinado con algo más rancio - alcohol tal vez -  me sofoca cuando me apoyo en el mostrador, mientras L. rebusca en una pequeña caja de madera repleta de botellitas de cristal.

- Esto te hará bien - me pone entre las manos uno de los frasquitos. Lo levanto para mirar el liquido amarillento que contiene: tiene un aspecto untoso, levemente repugnante. Cuando lo olfateo, me recuerda una mezcla de almidón con algo más cítrico, quizás limón o toronja. El viejo L. me dedica una sonrisa de desdentada cuando le pregunto qué contiene la "medicina".

- No te lo puedo decir, son remedios antiguos - me dice. Después me cuenta que su madre solía prepararlos en la cocina de su vieja casa en Cabimas: era la curandera del barrio donde vivió la mayor parte de su vida. Con cuidado, me muestra la pequeña colección de improvisados medicamentos y el repertorio parece abarcar todo tipo de padecimientos: desde trastornos "femeninos" hasta males de la piel. Cada envase tiene un olor y un color distinto, aunque en todos reconozco el evidente aroma del alcohol.

- ¿Viene mucha gente a visitarlo? - pregunto.
- Muchos. Y se curan rápido. Y se si se vuelven a enfermar, vienen otra vez.
- ¿Y si se agravan?
- Ya no vienen más.

Me dedica una sonrisa maliciosa.  No respondo y pienso en los Venezolanos que por razones económicas o incluso por costumbre, acuden a este lugar. Los que confían su salud - y quizás, su futuro - a las callosas manos de este hombre humilde, que por otro lado, esta completamente convencido que sana. Compro la botellita con la medicina misteriosa para agradecerle la amabilidad de la conversación y cuando me acompaña a la puerta, me tropiezo con una de sus pacientes: Una anciana de cabello blanco que camina muy despacio. La miro preocupada: Tiene una expresión dolorida en el rostro y las manos sarmentosas muy hinchadas. El Viejo L. la saluda cariñosamente y la invita a pasar. Ella se apoya en su brazo y mientras ambos caminan al interior del local, ella le cuenta que el dolor "del cuerpo" regresó. El "Chamán" le escucha con la cabeza inclinada y después, le asegura que tiene justo "la yerba" que la va a mejorar, ahora sí, "'pa' siempre". Escucho la conversación preocupada pero sobre todo entristecida por la sensación de desamparo que produce esa realidad cotidiana de la salud en Venezuela.

- Es natural e incluso me atrevería a decir inevitable - me explica J., el médico internista que la durante las últimas décadas ha sido el encargado de cuidar de la salud de mi familia cuando le cuento la experiencia. Nos encontramos en su pequeño consultorio de una Clínica del Este de la ciudad. Con casi sesenta años cumplidos, ha dedicado la mayor parte de su vida a la medicina y tal vez por ese motivo, tiene una visión mucho más amplia y sensible que otro profesional más joven.
- Pero lo que el viejo L. hace es básicamente un placebo - insisto.
- Por supuesto que lo es, y también es un consuelo. Un problema médico siempre es una tragedia, grande o pequeña, para quien la sufre. Y esa medicina rural, familiar, sustituye con su cercanía y familiaridad a la tradicional, a la fría y científica, la que el paciente no comprende, la que teme - me muestra su titulo enmarcado, colgado en una pared cercana y que indica que lleva casi 30 años de ejercicio de la profesión - era un niño cuando hice hice mis pasantias rurales y lo que aprendí en ellas, lo conservé para siempre. La medicina es fría y es temible para la mayoría, por lo que cualquier alternativa, es buena.

Pienso en la anciana que vi en el local del viejo L. Encorvada y frágil, y la amabilidad con que el viejo L. le trató. También pienso en todas las veces que yo misma esperé por horas en salas de esperas y la aspereza que más de una ocasión he tenido que soportar de algún médico. ¿Tan sencilla es la respuesta? Según alguna literatura médica que leí, existe una buena cantidad de pacientes que sufren de una real fobia médica, una animadversión casi emocional hacia cualquier tratamiento de índole clínico. ¿Es ese temor casi primitivo hacia la ciencia el mismo que impulsa al internauta a confiar mucho más en una búsqueda en web que en su médico? ¿Es la misma sensación de desamparo lo que hace que alguien confíe en la dudosas promesas de curación del viejo L.?  No lo sé con seguridad, pero ambas cosas tienen en mi mente una evidente correspondencia, como extremos de una misma idea difusa.

De hecho, la idea parece ser coincidente por más de un motivo: según las cifras sobre autodiagnóstico online que mencioné más arriba, el 47% de los pacientes norteamericanos prefieren investigar su padecimiento médico a través internet antes de visitar a un médico por vergüenza - lo que incluye un alto porcentaje de enfermedades sexuales -.  El dato me hace recordar las viejas historias de curanderas curando la Sífilis con Ron: durante años, muy pocos pacientes confiaron en la ciencia para curar una enfermedad que se consideraba "un pecado"·. Por supuesto, la mayoría de los pacientes empeoraban y una buena porción sufría secuelas permanentes. Ninguno recuperaba la salud. Pero eso no parecía importar demasiado al paciente de turno: la idea de buscar una cura milagrosa parece ser superior a la evidencia y ser aún mucho más necesaria que la propia curación en sí.

Más cifras: el 29% de los pacientes norteamericanos prefieren autodiagnosticarse debido a lo accesible de la información web. Por supuesto, no podría decir cuales son las cifras en Venezuela pero estoy convencida que el porcentaje debe ser mucho más alto: El sistema sanitario Venezolano se ha transformado en un mecanismo ineficaz y burocrático a los que muy poco tienen acceso. Ya sea por el elevadísimo costo de la medicina privada o por los escasos recursos de la medicina publica, el ciudadano de a pie, no acudirá a un consultorio médico como primera opción. No resulta desconcertante por tanto, que dependiendo de sus creencias o su visión del mundo, unos y otros decidan confiar mucho más en una consulta vía  Google o a un "curandero" ocasional que en la ciencia médica. Y es que indudablemente, esa acendrada desconfianza hacia lo cientifico y más allá, esa necesidad de cierta empatía al momento de recibir un diagnostico, tendrá mucha relación en la actitud - y visión - del paciente con respecto a su salud y como conservarla.

Cuando regreso al consultorio médico, me encuentro mucho mejor. Mi médico me revisa de nuevo y me explica que me encuentro bastante restablecida mi pequeña lesión lumbar. Al final, me dedica una mirada rápida, estudiando mi rostro.

- Tienes muchas ojeras, niña. Creo que deberíamos realizar algunos exámenes para asegurarnos que tu hígado y tu páncreas estén sanos.

Sonrío, sorprendida,  recordando el olor penetrante del local del Viejo L., Y es que tal vez, hay una pequeña linea que divide la exactitud científica, la conciencia que tenemos sobre ella y la visión de nuestra propia opinión sobre el valor de la ciencia como parte de nuestra vida. ¿Un recuerdo de esa primitivo temor por lo que no podemos controlar? Quien sabe.

C'est la vie.


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