sábado, 28 de septiembre de 2013

Delirios y martirios: Las brujas en escoba, el gato espía y otros cuentos de jardín.








- ¿Tu abuela vuela en escoba?

Parpadeé, sobresaltada y sin saber que decir. Tenía unos nueve años y la pregunta me la hizo,  una de las hijas de un buen amigo de mi mamá. Recuerdo que nos encontrábamos jugando en el jardín de su casa, muy bonito y ordenado - y aburrido, claro - y no entendí al principio lo que quería decirme. Supuse que se trataría de una broma o algo semejante, pero ella aguardó muy seria la respuesta, mirándome con curiosidad.

- Mi abuela no vuela...ni en escoba ni en ninguna otra cosa - respondí incómoda.
- Claro que si lo debe hacer - insistió - mi papá dice que tu abuela es bruja. Y tu mamá también.
- Lo son - respondí con la garganta seca por el nerviosismo - pero no vuelan.
- Tienen que hacerlo. Y además, seguro se les va a poner la piel verde.
- ¿Verde? - repetí escandalizada - ¿Por qué?
- Porque las brujas tienen la piel de ese color. Están llenas de verrugas y vuelan en escobas. Tienen gastos como espías...
- Tenemos un perro...
- Y salen de noche a robarse a los niños recién nacidos. Son de temer. Eso dice mi mamá.

Me quedé paralizada, con las mejillas ardiéndome de furia. ¿Como se atrevía a decir algo semejante? ¿Qué podía responder a todo eso? ¡Nada era cierto! ¿Como podía pensar ella que lo era? ¿Que signficaban aquella extraña serie de ideas que mi amiga daba aparentemente por ciertas? Apreté los puños, contando hasta tres como mi abuela me había enseñado debía hacer cuando me provocaban así.

- Mi abuela y mis tías son señoras normales - murmuré, con los dientes apretados - nadie vuela ni come niños. Y nuestro perro no es espía de nadie, solo duerme en el jardín.

- Seguro nadie te ha querido decir las cosas como son - insistió la niña. Se levantó del suelo, donde ambas estábamos sentadas y me enfrentó con los ojos muy abiertos y brillantes de irritación - ¿Lo entiendes no? ¡A ti también se te pondrá la piel verde y tendrás verrugas! ¡Y te van a tener miedo!

Eso fue suficiente. No recuerdo bien como ocurrieron las cosas pero unos minutos después rodábamos de un lado a otro en el jardín, tirándonos del cabello entre gritos y patadas. Cuando nos padres nos encontraron, les llevó esfuerzo lograr separar la maraña de brazos y piernas que se sacudían y golpeaban. Nos separaron a empujones y de inmediato comenzamos a gritarnos acusaciones la una a la otra.

- ¡Calma! ¡A callar ambas! - gritó el padre de mi amiga. Era un hombre afable y sosegado, por lo que fue muy sorprendente verle tan irritado. De manera que le obedecí, mientras mi madre me sujetaba del brazo, ofendísima y avergonzada. La niña se apretó contra su madre, balbuceando en voz baja. Sentí deseos de golpearla otra vez y quizás mi mamá lo supo, porque me apretó los hombros con dedos helados.
- Aglaia, basta - murmuró entre dientes. Guardé silencio, secándome la nariz sangrante con el dorso de la mano. La madre de mi amiga me dedicaba miradas desconcertadas, como si yo fuera algo que no pudiera comprender - ¿Qué pasó? ¿Por qué se pelearon así?

Intenté responder a gritos, explicarme a mi madre y a los padres de la niña lo horrible de lo que había dicho, las insinuaciones que las mujeres de mi familia era cuando menos monstruosas. Pero ella también tenía algunas cosas que decir y pronto, estuvimos gritándonos la una a la otra, con el rostro enrojecido de furia. De nuevo el padre intervino con gesto severo y nos hizo callar otra vez.

- Tu, Aglaia, dinos que pasó - dijo por último. Tomé una bocanada de aire antes de responder. ¡Qué incomodo tener que repetir todo aquello!
- Lucia dijo que mi abuela volaba en una escoba, tenía la piel verde y que comía niños recién nacidos - expliqué. Las palabras me brotaron de los labios a borbotones, atropellándose una a otras. Pero lo que dije se comprendió lo suficiente como para mi mamá soltara un respingo, el padre de mi amiga me miraba horrorizado y la madre - quien aparentemente creía todas esas cosas  - inclinara la cabeza, pálida e incomoda. Hubo un silencio largo e inquieto.
- Vamonos - dijo entonces mi mamá. Su voz, suave tenía un extraño tono contenido. Me empujó con dedos helados, haciendome entrar en la casa. El padre de mi amiga la siguió, mientras escuchaba a Lucia dar explicaciones a gritos a su madre. Escuché muy clara la frase: "Pero tu me lo dijiste".
- No sé como disculparme - dijo el hombre. Me miró cuando lo dijo, pero no supe que responderle. Me sentía tan dolida como puede estarlo cualquiera por lo que su hija había dicho, a pesar de haberlo leído y visto muchas veces antes. Pero que lo dijera una de mis amigas, que esas ideas terribles sobre mi familia rozaran mi mundo, me había afectado más de lo que podía explicar.
- No importa - dijo mi mamá. Intentaba sonreír, quizás reducir lo que había sucedido a una mera pelea infantil, pero había algo su expresión doloroso y tenso. Se despidió de su amigo con amabilidad y de no ser por el temblor de las manos, habría creído que no le preocupaba lo que le había sucedido.  Pero cuando me subí al taxi que nos llevaría a casa, me pareció que contenía las lágrimas.
- Disculpame mamá - murmuré avergonzada. Ella sonrió, con los dientes apretados.
- No importa, no fue tu culpa.
- No debí pelearme.
- En eso tienes razón - suspiró - pero a veces no hay manera de evitarlo.

Que palabras tan raras esas. No dejé de pensar en lo que había dicho mientras el automóvil cruzaba la ciudad, una Caracas idílica vestida de azul radiante inolvidable. Y me pregunté con un sobresalto si ella había tenido que vivir esa misma escena antes, siendo una niña quizás. Me resultaba muy difícil imaginar a mi mamá como una niña tímida, de grandes ojos verdes, tal vez escuchando las mismas cosas hirientes e incomodas de alguien más. Sentí rabia, una sensación de desamparo profunda. ¿Por qué tenía la gente que decir cosas semejantes? ¿No les preocupaba el dolor que podían causarle a alguien más? Quise preguntarle a mi mamá como había sido para ella, si había tenido que enfrentarse a niñas irritantes como Lucia, pero no lo hice. La miré allí, pálida y cansada y supe que probablemente la respuesta le provocaría dolor.

Seguía pensando en eso, mientras mi tia E. me limpiaba los raspones de las rodillas con alcohol. Entre lamentos, gritos y protestas por el dolor, le conté lo que había ocurrido.

- Que niña maleducada esa Lucia, pero peor es la madre - comentó. Suspiré.
- Se creía toda esas cosas - dije en voz muy bajita. Eso era lo que más me dolía de todo, lo que más me afectaba: la sensación que Lucia realmente creía en esas imagenes dementes e ideas absurdas. ¿Por qué? Nos conocíamos desde niña: habíamos jugado juntas, paseado en bicicleta juntas, se había quedado en casa de mi abuela varias veces y amaba sus galletas de Avena. ¿Y me decía todas esas cosas? El pensamiento me llevo a una reflexión más amplia y abstracta, que no podía comprender muy bien pero que podría resumirse en: ¿Realmente todas las personas piensan eso sobre mi familia?

- Si y no - respondió mi tia E. cuando se lo pregunté - la mayoría no piensan algo semejante. Pero si, hay una idea muy arraigada sobre lo distinto, lo que no comprenden, lo que no calza en la "normalidad". En realidad no creo que se trate que teman a la brujería, temen a lo distinto, lo cual es algo muy frecuente.

No entendí mucho la idea. Era tan amplia y desconcertante que me llevó esfuerzos asimilar todo lo que podía significar por completo.   Por días enteros, me dediqué a leer los cuentos de brujas que encontraba por aquí y por allá: los que hablaban de la bruja maligna, que lastimaban niños y destruían cosechas. Las brujas que asesinaban y envenaban por odio y envidia. ¿Que significaba todo aquello? ¿Por qué el mal tenía el rostro de una mujer?

Mi abuela me escuchó con tristeza cuando le hablé de todo aquello. Le conté de como Lucia parecía muy convencida de todo lo que me había dicho, la reacción de mi mamá y lo que había leído después en cuentos y libros. Ella me escuchó en silencio, sentadas ambas en el luminoso zaguán de su vieja casona.

- Tia E. dice que la gente no odia a la brujería sino a lo diferente ¿Por qué? - le pregunté. Sentí que la rabia que habia sentido en el jardin de los padres de Lucia me coloreaba a las mejillas - ¿No todos somos distintos? ¿El mundo no está hecho de mucha gente distinta?

Mi abuela no respondió de inmediato. A la distancia, imagino que intentaba resumir toda la larga historia de la humanidad que teme y que rechaza para una niña de nueve años, ansiosa y desconcertada. Una idea enorme, que parecía sobrepasar las simples preocupaciones de esa tarde de domingo, de las que podía entender en mi pequeña preocupación infantil. La recuerdo, sentada en su sillón favorito, con el cabello rojo cayéndole a mechones alrededor del rostro y me conmueve aún su ternura, su inmensa paciencia de bruja sabía y extraordinaria.

- Lo diferente forma parte de esas cosas que la humanidad o una parte de ella no quiere entender - comenzó - no todos vemos el mundo de manera distinta. Y sería hermoso que todos entendiéramos que esa diferencia, lo que no es familiar y lo que nos sorprende, forma parte del mundo, de lo que concebimos como rutinario. Pero no es tan sencillo: el mundo tiene una manera de concebirse en ocasiones restringida y elemental.

- ¿Pero por qué odiar lo diferente?

- Tal vez no se trate de odio, quizás sea solo miedo - me explicó mi abuela - ocurre siempre, en todas las culturas y las sociedades. Lo novedoso se enfrenta al orden establecido, lo desconocido desafia lo que hace sentir seguro y cómodo a la mayoría. Por ejemplo, la brujería hace que mucha gente se pregunte porque el Dios en el que creen, puede tener otro rostro y otra intepretación. Si no estás preparado para reflexionar sobre la idea, le temes. El conocimiento en ocasiones destruye lo antiguo y a muy poca gente le gusta eso.

Me extendió un libro que había traído con ella al zaguán. En la portada, una dama hermosisima descansaba sobre un lecho de hojas y rosas. Miraba un cielo nocturno particularmente estrellado y llevaba un báculo de plata entre las manos. Me encantó la imagen.

- La Diosa Blanca - me gustó el titulo. Mi abuela sonrío al escucharlo.

- Robert Graves es uno de los pocos escritores que ha dedicado buena parte de su obra a investigar e interpretar la visión de la Diosa femenina - dijo - y ha sido él, quien más ha investigado esas ideas sin sentido como las que te comentó tu amiga. La figura de la Diosa tiene muchos rostros y el de la bruja buena y mala son sólo dos de ellas. Para el Señor Graves la Diosa Madre es la musa y la luna, es parte de la cultura desde hace tanto tiempo que poca gente recuerda de donde proviene. Incluso, llega a decir que toda poesía contiene algo de la gran Madre, por ser el símbolo de la creación perpetua.

- ¿Como parte de todas las cosas bellas? - dije, intentando comprender la idea.
- Exactamente. Para el Señor Graves la Diosa forma parte de todo lo creado y lo que soñamos. La energía creativa es parte de cada cosa que hacemos y es verdad. Insiste en que  La razón por la que un poema nos emociona y nos hace sentir alegría o tristeza, es que todo poema  es necesariamente una invocación a la Diosa Blanca o Musa, a la Madre de Todos los Vivientes, al antiguo poder del miedo y la fe.

Intenté recordar lo que me hacia sentir la poesia, lo mucho que asombraba la manera de ver el mundo de Alejandra Pizarnik o Giconda Belli. Era muy niña aún para comprender el verdadero sentido de lo que decía mi abuela, pero si tuve comprendí, de una manera muy sutil, que todo arte venera la creatividad y la capacidad humana para hacer todo bello. Y que el escritor estaba convencido que eso provenía de la Diosa Madre y quizás de las brujas.

- O sea que para el Señor Graves, las brujas no somos malvadas o terribles - pregunté, deslumbrada por la idea. Mi abuela soltó una carcajada.

- Todo lo contrario. Abre el libro en donde está marcado con una cinta verde - le obedecí. Un pasaje había subrayado delicadamente por un trazo de lápiz y supuse que lo había hecho mi abuela - Lee eso, por favor.

- Las brujas son el misterio - comencé -  una mujer bellísima, delgada, con nariz aguileña, el rostro de una palidez mortal, los labios rojos como serbas salvajes, los ojos de un azul increíble y largos cabellos rubios; se transformará de repente en cerda, yegua, perra, asna, comadreja, serpiente, lechuza, loba, tigresa, sirena u horrible arpía. Todas los rostros de lo bueno y lo malo.

Miré a mi abuela estupefacta. Eso se escuchaba muy diferente a la bruja malvada y demente que había leído en muchas partes. ¿Por qué el escritor lo veía así?

- Para el Señor Graves, la bruja y la Diosa son una misma cosa y forman parte de toda esa visión de la humanidad y de la historia sobre lo bueno y lo malo - me explicó - La Diosa es creativa, te invita a soñar y a imaginar, a hacer cosas buenas, a construir ideas mucho más grande que ti mismo. Y además, incluye la parte no tan hermosa, la parte del ser humano que da un poco de miedo:  la bruja a la Walt Disney (la vieja fea y mala con la nariz y el mentón curvados y verrugas) y también a la curandera ( una mujer misteriosa que habitaba en un bosque secreto ). Para este escritor, ambas tienen la misma progenitora divina, la antigua, pagana Diosa Madre, la Reina del Cielo, conocida también con el nombre de Ísis por los egipcios, de Ishtar por los asirios, de Inanna por los sumerios y de Astarte por los fenicios... Posee muchos nombres. Corresponde también a Venus/Afrodita, que era, en los tiempos antiguos, más que una simple diosa del amor, una poderosa creadora de vida y de muerte.

La idea me desconcertó, me dejó sin aliento. ¡Era una visión hermosa! Imaginé a cada mujer del mundo, bruja o no, siendo parte de esa gran visión del mundo como creativo, como forma de expresar algo tan sentido como puro. Por supuesto, con nueve años no lo pensé de una manera tan compleja, pero fue extraordinario de pronto comprender que la Diosa en la que creía, era parte de esa gran perspectiva del mundo y no de manera temible o angustiosa. Era una forma de soñar, de reír y de crear.

- De manera que recuerda, escucharás muchas cosas extrañas y en ocasiones dolorosas sobre las brujas y la Diosa - dijo mi abuela con una amplia sonrisa - no será la última vez que te digan cosas como las que cree Lucia y su mamá. Y vendrán días en que te preguntarás si vale la pena levantar la cabeza y enfrentarte a esas ideas. Siempre valdrá la pena recordar que nuestras creencias forman parte de algo más amplio y bonito que el odio, y por supuesto de lo que temer y te preocupa.

No supe que responder a eso. De hecho, me llevó algunos años comprender la riqueza de esa perspectiva, el poder moral que me brindaba. Pero esa tarde de domingo me gustó pensar que la Diosa, la brujería y las brujas forman parte de ese mundo radiante de las ideas, de los sueños que se cumplen y los deseos que aspiramos obtener. Y quizás, ese pensamiento radiante que cada cosa que creamos es parte de nuestro espiritu, de la fe y de nuestra manera de sonreír.

Unos días más tarde, Lucia vino de visita. Me encontró sentada en el feo jardín de mi abuela, y cuando se sentó a mi lado, me negué a dirigirle la palabra. Ella se quedó muy callada y quieta, hasta que me aburrí de estar disgustada y volví la cabeza para mirarla.

- Bueno, pensé te daba miedo me fuera a poner  verde o mi abuela te sirviera recién nacidos en la merienda - protesté. Ella enrojeció hasta las raíces de su cabello castaño.
- Mi papá me explicó que todas esas cosas son superstu....eso, que no son reales - me explicó en voz baja - que mi mamá tiene miedo a esas cosas pero que no son verdad.
- ¿Y tu que piensas?

Se mordió los labios. De pronto pareció encontrar muy interesante una piedra atorada en su zapato y desvió la mirada.

- Tu abuela hace las mejores galletas de avena del mundo. Y la quiero mucho - murmuró. Sonreí. Y pensé de nuevo en el Señor Graves, que creía que las brujas danzaban en la luna y la poseía. Y sentí una nítida sensación de alegría, borrando definitivamente el disgusto y el mal sabor de boca que me había dejado nuestra discusión.

- ¿Y cuando me ponga verde vas a seguir viniendo? - dije. Lucia soltó una risita. Yo también.
- Claro, debe ser lo más loco y divertido de ver ¿No?

Reímos juntas y pensé en la Luna. También en las estrellas y en las palabras bonitas, en los sueños que se cumplen y las brujas que sueñan. Como yo.

C'est la vie.



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