jueves, 31 de octubre de 2013

Entre imágenes y cámaras te veas: Mis diez fotógrafos favoritos.





La fotografía es un arte en constante evolución: eso es algo evidente y sin embargo, la mayoría de las veces, es difícil comprender las implicaciones de esa idea. Porque la fotografía, el arte - técnica, es un replanteamiento de lo estético, es una búsqueda de significado en lo visual que trasciende sus meras limitaciones. Se insiste en su inmediatez, se habla de la herramienta al servicio de la visión del fotógrafo, pero pocas veces de la influencia. De la labor creativa del fotógrafo. Y es una omisión lamentable, claro está: el fotógrafo contemporáneo ha tenido que enfrentarse al prejuicio del precursor, del pionero en un arte nuevo, en una visión elemental de una construcción artística que se construye a través del esfuerzo de quien lo asume como propio. Así que la fotografía - como arte, como ciencia - muchas veces carece de sentido a no ser por la visión de sus creadores, de los que han brindado identidad al concepto más esencial de la idea visual que crea y que expresa.

De manera que, creo que es meritorio, de vez en cuando analizar la fotografía a través de sus creadores, de comprender la labor visual a través de quienes han construido un lenguaje visual y brindan sentido a un mundo nuevo en constante reconstrucción. Una manera de asumir la idea de la fotografía como hecho, más que como idea eventual e incluso, planteamiento uniforme de una serie de ideas que conforman lo que asumimos es la realidad. Porque, ¿qué es la fotografía si no una visión de lo que es el mundo a través de la interpretación de la mente del fotógrafo? Una instantánea de la realidad.

¿Y quienes serían entonces, esos creadores influyentes, esos visionarios que han brindado forma y sentido a la fotografía como forma artística y más allá como lenguaje e ideario de lo que asumimos consecuente y veraz? Realizar una lista semejante no es sencillo. De hecho, sé que cometeré omisiones y de hecho, estoy bastante consciente que siempre será una recopilación incompleta, pero según mi interpretación y a la manera de quien ama la fotografía como forma de expresión, son los siguientes:



* Henri Cartier Bresson: 


Se le considera el Padre de la fotografía moderna. En lo personal lo considero el pionero en comprender la fotografía como una re interpretación artística de la realidad. Y que es con necesidad de capturar "el instante decisivo" Cartier Bresson encontró algo más: esa pura belleza de lo cotidiano, esa pequeña ruptura de la normalidad para crear un instante de pura belleza. Porque para Cartier Bresson, el mundo era una red de complejas interconexiones visuales: pintor antes que fotógrafo supo buscarlas con la paciencia del perenne observador, del que intenta comprender el mundo a través de trazos precisos y encuentra en lo abstracto, una emoción consistente y reveladora. Porque a pesar que el gran Maestro fue famoso por su habilidad para captar la realidad, lo que le brindó un lugar en la historia de la fotografía fue la búsqueda incesante de lo bello, lo exquisito y lo puramente anecdótico. Como fotógrafo, Cartier Bresson dibujó la realidad, la estratificó en símbolos exquisitos que brindaron un sentido profundo a cada imagen. Como fotógrafo, el venerable maestro heredó a la fotografía un lenguaje: esa discreta búsqueda de la intimidad entre lo que ocurre, lo que transcurre y lo que se plasma Una mirada a hurtadillas de la realidad. Ese talento invisible de poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo momento para encontrar la verdadera belleza.



* W. Eugene Smith:

Eugene Smith fue probablemente el primer gran fotógrafo que intento recopilar la llamada "pequeña historia norteamericana" y lo logró con creces. Como reportero gráfico de una multitud de revistas y periódicos de prestigio, recorrió y documentó la Norteamérica secreta, la marginal y lo hizo con una extraña mirada de observador compasivo. Para la historia de la fotografía, sus reportajes de 1939  "Enfermera de partos" y "Un hombre compasivo", que publicó en la revista Life de ese año y en donde demostró su singular capacidad para contar historias mínimas. También para la revista Life, llevó a cabo el reportaje  - publicado posteriormente en forma de libro - Minamata, en el que mostraría al mundo las terribles secuelas que padeció una población de pescadores luego de un envenenamiento por mercurio. El documento visual sentó las bases de lo que sería el lenguaje del reportero gráfico moderno y más allá, la imagen como documento de la realidad y testimonio histórico.

A nivel técnico, sus imágenes mostraron una sutil atención a la estética en la forma del contraste de luces y sombras y por su capacidad para mostrar belleza incluso en las imágenes más crudas. Una expresión formal de la fotografía como arte y técnica al servicio del lenguaje visual.

* Man Ray: 

Nacido como  Emmanuel Rudnitsky fue quizás el precursor del lenguaje fotográfico eminentemente artístico. Y es que para Man Ray, la imagen inmediata tenía un valor experimental y visualmente especulativo, más allá del simple reflejo de la realidad. Quizás se deba a que Man Ray fue además de un prolífico fotógrafo, se consideraba así mismo un artista "creativo por necesidad". Sus fotografías poseen un profundo planteamiento conceptual y más allá, una visión renovadora de la expresión visual. Sus conocidos ready - mades: "La puericultura II (1920), en el que una mano se asoma de un bote, o la plancha con clavos que bautizó como Regalo (1921) muestran su especialisíma visión del arte visual y su planteamiento de lo surreal como estructura del lenguaje fotográfico, a medio camino entre el pictórico y una visión dadaista de la estética. Dedicado al la fotografía de manera profesional desde el año 1921, desarrolló técnicas novedosas como rayograma y la solarización, que aplicó al retrato, la fotografía de moda y la imaginería abstracta, creando probablemente toda una nueva interpretación de lo que a la imagen fotográfica se refiere.


* Diane Arbus:


Se dice que Diane Arbus fotografiaba monstruos. Probablemente ella no llamaría a sus peculiares modelos de esa manera: porque para Arbus, la fotografía tenía la capacidad de construir una visión nueva del género, la sociedad y lo que consideramos normal. Su trabajo fotográfico se basa en esa percepción suya de la cualidad onírica e irreal de lo que consideramos más allá de lo que asumimos como común y fue su manera de construir ese lenguaje de lo inquietante y lo extraño lo que le permitió brindar una nueva profundidad al arte fotográfico. Sus imágenes retratan, a la manera de la observación elemental y carente de opinión de un observador silencioso, a personas inadaptadas y miembros de comunidades marginales. De hecho, hay en su trabajo un método evidente de reconstruir la visión de la fotografía como documento hacia algo mucho más alegórico, un meta mensaje preciso que deja muy claro un mensaje de alineación y sus posibles consecuencias. En su fotografías, no hay diferencias entre los cuerdos - normales - y los dementes, la sociedad  Su documentación de manicomios, campos nudistas, freaks, seres deformes, y cocktails de la alta sociedad deja entrever el mensaje de alienación. No hay apenas diferencias entre dementes y cuerdos: una recreación del mundo a través de una visión cultural profundamente desconcertante.

* Cindy Sherman: 




El trabajo de Cindy Sherman se basa en los rostros, pero no los ajenos sino los que habitan en esa compleja región de luces y sombras de nuestra mente. Tal vez por ese motivo, la fotógrafa no se considere así misma autorretratista, sino algo mucho más depurado e inquietante: Una reformadora de la idea de la imagen. En sus palabras “Me siento anónima en mi trabajo. Cuando miro las fotografías nunca me veo; no son autorretratos. Hay veces que desaparezco”. Toda una declaración de intenciones, una visión elemental sobre la identidad más privada como sujeto fotográfico y más allá, un metáfora en sí mismo.

Porque para Cindy Sherman, el autorretrato no es solo una visión concluyente del fotógrafo frente al lente, sino una exquisita fragmentación de la personalidad de quien sostiene la cámara en imágenes. Y casi ninguna parece tener la suficiente consistencia sin ese elemento que aglutina el significado: Sherman deja muy claro en todas sus fotografías que el símbolo - la metáfora analítica - en sus imágenes, crea una propuesta provocadora y desconcertante. Se le ha llamado feminista, también simplemente una autorretratista obsesiva, pero Sherman - su trabajo - continúa desafiando cualquier definición sencilla: Hay mucho de elaborado discurso personal y sobre todo, evidente creación personal como para que sea sencillo definirlo bajo un solo aspecto. De manera que Cindy Sherman continúa simplemente haciendo lo que mejor sabe hacer: Creando a partir de ese misterio inquietante que intenta descubrir sin lograrlo nunca.

Su propia identidad.


* Robert Mapplethorpe: 

El mensaje visual de Robert Mapplethorpe es tan ambiguo como poderoso: Sus fotografías rozan un tipo de erotismo evidente, pero a la vez, una idea que yace bajo la mera interpretación única. Porque para Mapplethorpe la sexualidad es un vehículo de comunicación, una provocación plena y lo dejó muy claro en su propuesta: Utilizó la creación fotográfica como puerta abierta hacia una expresión de sus propios matices personales, una interpretación del género totalmente nueva para la época.  Controvertido, audaz pero sobre todo, constructor de nuevos símbolos visuales y un discurso fotográfico renovador, Mapplethorpe sublimó el escándalo para crear una expresión formal de la belleza.

Construyó su propia expresión de lo estético: En la década de  1980 refina su estética: sus fotografías de desnudos rozan un nivel de expresión y formalismo clásico. Pero la polémica no lo abandona: en 1990, la exhibición "El momento perfecto" , realizada en el Centro de Arte Contemporáneo de Cincinnati, Dennis Barrie, le valió una acusación de "obscenidad y pornografía infantil" de la que fue absoluto pero lo convirtió en un fotógrafo célebre por su capacidad para escandalizar. Y no obstante, quizás el legado de Mapplethorne sea mucho más que eso: La especulación de la identidad cultural como forma de expresión.

* Joel-Peter Witkin:

A Joel-Peter Witkin lo precede su fama: esa que le consagró como fotógrafo de lo inquietante, lo temible y lo escalofriante. No obstante, para el artista, su obra tiene mucha relación con una reflexión elocuente sobre la condición humana. A pesar de sus fotografías de cadáveres y cuerpos mutilados, Witkin insiste en que lo que intenta expresar es esa necesidad del hombre de mirar su propia vulnerabilidad: Su interés parece ser el de demostrar el poder de la visión espiritual sobre lo cotidiano. Por supuesto y eso es evidente, para Witkin lo espiritual parece profundamente relacionado con lo grotesco, lo inquietante y lo directamente repugnante. Y es que para Witkin, lo humano es necesariamente imperfecto, doloroso, aterrorizante. Tal vez por ese motivo, su compleja visión del mundo se expresa a través de retratos y pequeñas escenas de lo que podía considerarse al margen de la normalidad:  hermafroditas, enanos, lisiados, andróginos, reses muertas, gente discapacitada, fetichistas y en sus palabras “cualquier mito vivo… cualquier persona que lleve los estigmas de Cristo”. Una interpretación de la realidad a través del dolor y una idea tan profundamente visceral que llega al extremo mismo de la provocación.

* Richard Avedon:

Para Avedon toda fotografía es un documento personal. En una época donde el documentalismo puro y duro parecía ser la única forma de construir el lenguaje fotográfico, Avedon logró mirarse así mismo a través de su creación artística. Todo un logro que le valió el extraño honor de ser considerado uno de los fotógrafos más influyentes de la historia. Quizás, el mayor merito de su interpretación fotográfica tenga mucha relación con una necesidad muy personal de adjudicar un sentido a su propia estética, y lo deja muy claro al insistir: "Algunas veces pienso que todas mis fotografías son fotografías de mí mismo. Mi preocupación es … la condición humana; sólo que considero que la condición humana puede ser, simplemente, la mía propia." Y es que sin duda, Avedon, encontró en la fotografía una manera de hablar sobre sobre la condición humana como simbolo, como una nueva mezcla de conceptos y conclusiones humanistas que le brindó una especial profundidad a su trabajo. Como dijo en varias oportunidades: "Todas las fotografías son exactas. Ninguna es verdadera."

Y es que Avedon encontró esa grieta quizás misteriosa de la razón artística. Con su método de lograr la derrota emocional del retratado a través de largas sesiones fotográficas, logra lo que muy pocos fotógrafos: Captar el rostro más indefenso y vulnerable del fotografiado. Sus retratos, en apariencia sencillos pero profundamente psicológicos, muestran esa emoción cruda e intacta del espíritu humano interpretado a través de lo artístico y más allá, lo puramente anecdotico. Una expresión sublime de yo.


* David Bailey:

Sí Avedon fotografió al espíritu libre, Bayle intentó fotografió la sexualidad. O al menos lo intentó, captando una época de escándalos y descubrimientos en imágenes radiantes: La década de los '60 nunca pareció más sofisticada y poderosa que en sus imágenes. Y eso a pesar que Bailey insistió en reconstruir la realidad en sus propios términos, en mirar el mundo a través de una escandalosa interpretación de lo evidente: " Antes se podía distinguir a una mujer fotografiada por Helmut, Newton, Cecil, Beaton o por quien fuera. Una mujer Bailey tiene un aire muy distintivo. Es una mujer de carne y hueso, una mujer sexual", llegó a decir en una ocasión. Y probablemente, tenía razón.

Porque Bailey le dio una nueva identidad a la fotografía de moda, esa que hasta entonces había sido considerada la elegancia como única manera de expresión. Con Bailey, la belleza tiene otro sentido, uno mucho más duro y extravagante, un ideario de pequeñas manifestaciones estéticas que Bailey usa con la sabia consciencia de saberse libre para hacerlo. Tal vez por ese motivo,  Michelangelo Antonioni lo retrató como un obsesivo hijo de la nueva era en su película Blowup (1966) con lo que creó un nuevo tipo de criatura artística: el fotógrafo estrella.

* Irving Penn:

Tuve problemas para escoger al fotógrafo número diez, que cierra esta corta lista. Sobre todo, porque siempre parece incompleta, a pesar de quien pueda incluir. De manera que decidí incluir al fotógrafo que brindó a la imagen un estudiadisimo sentido de la estética y más que otra cosa, refinó esa visión del retrato como estudio de la naturaleza humana. Porque Irving Penn, construyó un lenguaje fotográfico que aspiró al arte y que no solo lo logró, sino que expresó con la imagen una idea mucho más profunda. La simplicidad y la sencillez como expresión de una idea sublime y más allá, una interpretación del rostro humano como fragmento de una historia silenciosa y exquisita.

Muy probablemente, lo que mejor define la obra de Penn sea esa búsqueda de una mínima idea de la estética, y lo logró quizás meditando sobre la belleza de una manera que marcó época: la imagen como valor argumental y más allá, una visión conceptual de la forma y el símbolo.



Una lista corta sin duda, con muchos ausentes. Tal vez a más de un fotógrafo - o amante de la imagen - tenga algunas opiniones sobre a quien debí incluir y a quien no: un debate interminable y siempre enriquecedor. De manera que si quieres sugerir otro nombre, hazlo en los comentarios: Prometo incluirlos en una futura y revisada lista.










miércoles, 30 de octubre de 2013

Delirios de biblioteca: Los libros que todos deberíamos leer al menos una vez en la vida.





Una vez, uno de mis libreros favoritos, me obsequió una bella edición del Ulises de James Joyce. Lo acepté, con una sonrisa incómoda y sosteniendo el libro como quién sostiene un encargo incómodo. Porque lo detesto, antes y después de mi vida Universitaria, desde que intenté leerlo la primera vez a los catorce años y no logré hasta el día en que finalmente pude terminarlo, a los veintiuno. El librero, un hombre con una sabiduria especial para los lectores y el buen café, sonrío.

- Releelo. Esta vez te va a gustar mucho más - sugirió. Me mordí los labios para no comentar el inmediato comentario que se me ocurrió. Era bastante grosero y preferí guardarlo en el rincón de los insultos veniales de mi mente. En lugar de eso, miré la portada del libro: Un hombre encorvado, de rostro macilento, parecía observarme desde el cartón. Había algo inquietante esa figura retorcida, levemente borrosa sobre un paisaje de una ciudad anónima. Sentí curiosidad. ¡Puta sea!
- ¿Por qué? - pregunté por último. El librero me dedicó una de sus extrañas miradas lentas. Usaba enormes lentes de aumento y sus ojos parecían enormes detrás de los cristales, casi perezosos. Y sin embargo, eran ojos que parecían verlo y analizarlo todo desde una óptica desconocida, como en esa ocasión.
- La intriga, querida niña. Siempre lee un libro que te intrigue. Aunque sea la segunda vez.

No le creí. No me importó su opinión. De hecho, coloqué el libro en la repisa de mi biblioteca y lo dejé dormir el sueño de los justos por meses. Hasta que me volví a tropezar con él: y volvió a sobresaltarme la figura del hombre retorcido en la portada. De manera que lo tomé y me dije: "Ah, solo para que no se diga que no lo intenté".

Veinticinco días después seguía leyendo. No había llegado ni a la mitad y sentí el mismo odio venial por el libro que unos años antes, pero en esta ocasión, la lectura fluía de una manera extraña. Descubrí aristas de la historia que no había visto antes y de hecho, a pesar de mi manifiesta animadversión hacia el libro, llegué a una especie de pacto de no agresión que culminó en una feliz lectura, unos seis meses después de que comencé. Y es que leer un libro como Ulises, es todo un compromiso con la imaginación, los momentos de pura angustia existencial y cierta leyenda urbana de lo ilegible. Lo remonté con bastante buen gusto, diría yo.

De toda la aventura, descubrí que hay ciertos libros que no hay que dejar de leer. Y no hablo de titulos, me refiero a la sensación que te despiertan o te producen mientras los lees, ese pequeño secreto entre el lector y la página abierta. Una serie de categorias que imaginé  que pueden no solo enriquecer tu manera de ver el mundo de la lectura sino además, asumir tu forma de crear en palabras de una forma totalmente nueva. Porque leer , además de un placer, es una aventura, es una confrontación con ideas tan profundas que muchas veces no somos conscientes que están allí hasta que un libro las descubre. De manera que siempre será un riesgo - uno pequeño y casi doloroso - descubrir algo nuevo a través de la mirada de una buena lectura. Un riesgo, que debo decir, vale la pena correr.

¿Y cuales serían esas categorías, imaginarias e inexistentes, sobre libros que todos debemos leer? Estas:


* Leer un libro que te produzca incomodidad:

Uno de mis profesores Universitarios insistía en que no hay mejor terapia para el prejuicio que leer un libro que te produzca incomodidad. Y le tomo la palabra: lee al menos una vez un libro que te produzca repugnancia, incomodidad, que las idea que instruye sea tan contraria a las propias que te deje sin aliento, abrumado y desconcertado. ¿Cual fue en mi caso? El Necrofilo de Gabrielle Wittkop, que apenas pude terminar comenzar a leer por la naturaleza cruda y directa de sus escenas...para finalmente terminar considerándolo uno de los libros más extraordinarios que he leído en mi vida.

* Leer un libro que subestimes:

Somos amantes de lo intelectual. O nos gustaría serlo, al menos. De manera que siempre hay un grupo de libros que subestimamos por una serie de razones de las que somos muy poco conscientes pero tienen mucho que ver con nuestra percepción de la literatura y nuestra identidad. Es un fenómeno que suele ocurrir con frecuencia con libros considerados Best Sellers y otros que se tacha, muy libremente, como literatura "menor".  Lee al menos una vez, ese libro que tanto dices detestar, de ese escritor tan "flojo" y "barato". Te puedes llevar una que otra sorpresa.

¿Con cual libro me sucedió? Con "Las cortesanas" de Paul Tournier. La crítica especializada destrozó la prosa desordenada y sin sentido del escritor, pero en realidad, se trata de una visión de la historia muy entretenida y casi juguetona, muy a tono con la historia - de piel, carne y folletín - que cuenta.

* Leer un libro que te aburra:

O al menos terminarlo. Un libro aburrido es uno de esos pequeños retos a la imaginación. Ya lo decía alguien más sabio que yo: "Un libro es un reflejo, verás en él lo que hay dentro de ti". Así que sería interesante intentar comprender el motivo por el que no consigue captar tu atención o provocar ese irremediable enamoramiento que suele producir una buena lectura. Y te puede sorprender lo que descubras: en mi caso, intenté leer dos veces Las brujas de Eastwick de John Updike sin lograrlo. Finalmente, y luego de intentarlo una tercera vez lo logré y descubrí que detestaba el libro porque era una alegoría extraña, incómoda y dura hacia la sociedad Norteamericana, tema que nunca me ha interesado demasiado, pero que en esta ocasión, profundicé sin saberlo. La lectura, a pesar de lo tediosa que pudo parecerme, me abrió las puertas a toda una serie de historias de temática parecida que comencé a disfrutar de una manera que jamás habría imaginado antes.

* Leer un libro cuyo autor te sea por completo desconocido:

Hace un par de años, le pedí a un amigo de NY me comprara un libro de un autor que ninguno de los dos hubiese escuchado jamás. Mi amigo rebuscó en un anaquel y encontró a un autor chino que no le sonaba de ninguna parte.

 - ¿Mo - yan? - pregunté desconcertada.
- Sí - respondió. Y soltó una carcajada - "Grandes pechos, amplias caderas" de Mo - Yan.

Un par de semanas después, disfrutaba leyendo lo que es quizás, una de las historias más hermosas y conmovedoras que he leído en mucho tiempo. Tuve la sensación de entrar en un mundo totalmente nuevo - de hecho, era así - y comprenderlo a través de la vivencia de un personaje que aunque me resultaba incluso antipático, me obsequió una perspectiva del mundo impensable y que jamás habría considerado tener de no ser por la magnifica narración del escritor. Un par de meses después, desperté con la noticia que Mo - Yan, en toda su gloria anónima, había ganado el premio Nobel de Literatura. Y sonreí, con ese placer del sobresalto, de haber leído sus palabras antes que la fama le diera otro sentido que el simplemente venial.

* Leer un libro de un autor con quien compartas el gentilicio 

Muchas veces, los escritores nacionales son menospreciados por el lector acostumbrado a la literatura Universal. Pero hay un valor intrínseco y significativo en leer a un escritor con quien no solo compartes nacionalidad sino también, vivencias. Una especie de correspondencias de ideas, de construcción de una visión muy particular sobre tu país, tu cultura e incluso tu manera de comprender la sociedad donde naciste y quién te brindó parte de tu identidad personal. En lo particular, siempre descubro un poco más sobre lo que considero esencialmente Venezolano a través de grandes plumas nacionales como Eduardo Liendo y Hector Torres, una mezcla de la Venezuela tradicional y la urbana - la que construimos a diario - de inestimable valor.

* Leer un libro de un autor "políticamente incorrecto":

Hay autores malditos, letras ofensivas, marginados intelectuales. Suelen ser muy populares y casi siempre, tienen su buen grupo de lectores devotos. Pero por alguna u otra razón, el grupo de los entusiastas de la literatura, suele menospreciar esta rebeldía de pluma y palabra por considerarla sencilla, evidente y la mayoría de las veces prefabricada. Sin duda puede serlo: no es un fenómeno de reciente factura y la historia de la literatura universal está plagada de ejemplos donde la rebeldía no es otra cosa que una necesidad de provocación sin mayor sustancia. Y sin embargo, hay todo un género de contradictorios y contestatarios autores, que no solo crearon una nueva manera de concebir la palabra, sino que brindaron a la labor de la escritura un nuevo cariz. Así que es de lectura recomendada, leer un libro de un "rebelde" Universal, de ese autor - o autora - que reescribió su propia manera de concebir la libertad de la palabra y de las ideas.

En mi caso, leer a Bukowski fue toda una revelación: descubrir la manera como la poesía puede expresar ideas un tipo de belleza tan dura y dolorosa, me reconcilió con el género y aún más, me brindó la oportunidad de comprenderlo de manera distinta.

* Leer un libro para niños:

Los adultos somos arrogantes, eso es evidente. Miramos la literatura infantil por encima del hombro, casi como si desdeñáramos de la época en que las primeras palabras tenían el rostro de personajes entrañables e historias que con su sencillez nos contaron los matices del mundo. Así que sin duda, un gran ejercicio de imaginación será leer un libro para niños siendo adulto. Una forma de recordar esa magia que leer una historia siempre nos brindó y encontrar quizás, el origen de esa entrañable pasión por la lectura que todos disfrutamos años después.

¿Mi favorito? Cualquiera de Ronal Dalh. Un viaje directo a lo esencialmente hermoso que me hizo amar la lectura desde que era muy niña.

¿Una lista corta? Quizás lo sea, pero creo que resume toda esa necesidad de reinvención que todo buen lector necesita alguna vez. Reconstruir esa visión  amorosa hacia la palabra, encontrar una interpretación totalmente nueva de lo que asumimos conocido y habitual. Porque leer es una manera de soñar, eso lo sabemos todos, pero también de mirar esa región tan profundamente intima de nuestra mente que con tanta ingenuidad, llamamos identidad.

¿Tienes otra categoría que añadir? ¡Nos leemos en comentarios!


martes, 29 de octubre de 2013

Las aventuras de la mujer "Seriecita" en las Tierras de la Silicona.




Hace unos meses, almorzaba con un grupo de amigos, cuando alguien dijo el siguiente chiste: "Quiero a una mujer con el mismo coeficiente intelectual que cc de silicona". Todo el mundo a mi alrededor río y quizás por ese motivo, fue mucho más evidente mi silencio en medio de la carcajada general. El bromista, a quien conozco un poco luego de varios años de tropezarnos aquí y allá por razones laborales, me dedicó una mirada socarrona.

- ¡Como eres de sensible! - dijo - es un chiste, ya todos sabemos que eres "seriecita".

No respondí. Alguien carraspeó la garganta con evidente incomodidad. Me volví para mirar a A., sentada a mi lado. Es una mujer a la que también se le podría llamar "seriecita", aunque en su caso, parece que el estereotipo no le gusta demasiado.  No la escuché reir y tampoco comentar nada al respecto. Pero evidentemente se encontraba tan incómoda como yo.

- ¿Tu volumen mamario se equipara a tu coeficiente intelectual? - pregunté. No sé porque me encontraba tan disgustada. Había escuchado esa broma montones de veces antes y siempre había tratado de ignorarla, pensar que es parte de esa cultura grosera que se ha hecho tan popular. Pero en esta ocasión, hay algo que me molesta mucho, aunque no sé exactamente que es. ¿Se debe a que hay un buen número de mujeres en este improvisada reunión? ¿O quizás por qué soy la única que no me reí en voz alta, que no miré hacia otro lado? No lo sé. ¿Qué es lo que ocurre aquí? me pregunto. Somos un grupo de profesionales jóvenes, la mayoría de nosotros con trabajos y ocupaciones netamente artísticas, creadoras. ¿Es parte de nuestra idiosincrasia esta burla elemental? ¿ese esquema de valores que no comprendo?

No lo sé.

Por supuesto, A. no me responde. La conversación sigue su curso, aunque la incomodidad continúa allí. Pasado un rato, el bromista aparece cerca del lugar donde me encuentro sentada, ajena a las conversaciones a mi alrededor y se sienta a mi lado.

- No lo dije por ti, obviamente - me aclara. Suspiro. ¿Eso es una disculpa? El caso es que no me importa si lo hizo por mi o no. Tampoco me interesa saber por qué le parece tan desproporcionada mi reacción. Lo que me importa saber - y no le pregunto - es por qué le parece que burlarse de la inteligencia femenina es un recurso gracioso, es un golpe de efecto que cosecha carcajadas, como de hecho sucedió. Y de pronto, el pensamiento me sacude. Vamos Aglaia, que todo el mundo rió en voz alta. El problema no es la broma grosera, es quien la encuentra graciosa. ¿Entiendes el punto?

- ¿Por quién lo dijiste?  - Pregunto. No sé que espero que me responda o siquiera que lo haga. Me sorprende haberlo planteado en voz alta, de hecho. El bromista también parece sorprendido: parpadea, carraspea la garganta incómodo.

- Por nadie. Es un chiste.

- ¿Por qué lo es?

- Porque sabes bien lo que ocurre con las mujeres en este país. Un par de lolas valen más que una una toga y un birrete.

Aja. Allí esta el meollo del asunto. Allí esta el misterio de la broma, la risa y la incomodidad. El bromista se encoje de hombros, con el rostro coloreado de una súbita vergüenza. Debo decir, que a pesar de su chiste de mal gusto, es un hombre que aprecio: como amable profesor universitario, es irreprochable. Lo contemplo, con sus anteojos de metal, su traje pasado de moda y me pregunto cual es su percepción sobre la mujer y si realmente es esa con la que se disculpa. ¿Es suficiente su explicación sobre el motivo de la broma? Estoy exagerando, hasta yo lo sé. Estoy bastante consciente que yo sola no puedo luchar contra años de cultura y sociedad, que las mujeres han logrado más en seis décadas que en toda la historia. Sé todo eso, pero igualmente, continúo disgustada y colérica. ¿Por qué? La respuesta no es sencilla. Tal vez no la tenga, en todo caso.

- ¿Qué ocurriría si a una de tus hijas le dijeran algo semejante? - pregunto. Aprieta los labios y la incomodidad le tensa la expresión.

- No creo...

- ¿Por qué son tus hijas?

- Las educo para cosas mejores que llevar lolas y obsesionarse por la belleza - dice en voz alta. Varios en la mesa se vuelven para mirarlos, entre curiosos y sorprendidos. Suspiro, termino la taza de café en un solo trago y me levanto.

- Piensa en las que no tienen esa oportunidad. Y que sustituyen esa educación amorosa que me describes con Lolas.

Me armé todo un numerito, pienso cuando salgo del restaurante. De nuevo, esa necesidad mía  de hacer preguntas y cuestionamientos que no parecen tener respuesta. ¿Importancia sí? Para mí, la tiene toda claro, pienso caminando por la calle. Para mi es indispensable comprender la idea que tiene el Venezolano - la cultura venezolana - sobre la mujer. Miro a mi alrededor: un ejercito de mujeres me rodea. En zapatos de altísimo tacón, con el cabello repeinado y muy maquilladas. También las hay jóvenes y desenfadadas, con sus zapatos deportivos y jeans. Hay señoras hermosas y venerables, mujeres de edad indefinida y piel canela que caminan bajo el sol con paso decidido. ¿Como nos ve la cultura? me cuestiono de nuevo. Me detengo frente al escaparate de una tienda y miro mi reflejo en el cristal. Con mi blusa oscura y mis pantalones negros, el cabello suelto y despeinado, tengo un aspecto juvenil, casi desabrido. ¿Soy seriecita, como apuntó el bromista? ¿Y que quiere decir eso? ¿Por qué me merezco una explicación que la mujer con "lolas" no? ¿Cual es la percepción de la mujer en esta sociedad contradictoria? La verdad, nunca la ha comprendido muy bien.


De las lolas a la neurona: entre tropezones te veas.

Durante mi adolescencia, estudié en un colegio de monjas francesas al que solo acudían niñas. Era un ambiente complicado, extraño y variopinto donde aprendí que la mujer en Venezuela se define así misma desde muy pequeña. Ya por entonces, era "seriecita" ( rara, más bien ) con mi afición por la lectura y los museos, mi timidez y mi gusto por el estudio. Estaba también "la puta", esas muchachas que ya apenas despuntando la adolescencia se vanagloriaban de una experiencia que podía desconcertar a cualquiera. También había infinidad de otros matices: la "fiestera", que no era tan puta, pero quería serlo y la callada, que no era tan "rara" pero tampoco podría llamarse popular. Y es que en ese pequeño Universo de niñas carentes de identidad, confusas y la mayoría de las veces en competencia directa entre sí, los estereotipos eran tan frecuentes como sin sentido. Crecí teniendo muy claro que la feminidad en Venezuela se comprende a través del rol biológico y lo que es más aún irritante, en una especie de confusa mezcla de valores e ideas que la mujer pocas veces comprende de donde provienen y que aún así acepta por las buenas. No le queda más remedio quizás.

Fue una etapa difícil. Yo no parecía encajar bien en ninguna parte. Era más joven que el resto de mis compañeras y además, mucho más inocente y menos realista. Era inevitable, supongo: Era muy joven aún para mirar el cuadro completo de lo que es la feminidad en un país tropical como el nuestro. O de eso se me acusó varias veces. Cuando llegó la época de los noviazgos y de las fiestas, yo apenas tenía doce años y para mi el mundo transcurría a una velocidad distinta, bajo parámetros totalmente distintos. Y muy probablemente, por ese motivo, fui un testigo involuntario de la manera como la identidad de la mujer Venezolana se construye: esa visión de la belleza como necesaria, esa estereotipo un poco resquebrajado por los bordes que insiste en la necesidad de tener una identidad comprensible.

Y es que la mujer Venezuela debe ser "alguien" consumible, desempeñar lo que se espera de esa normalidad que se construye a partir de los más variados estereotipos. Somos un país tropical, con clara herencia machista: la cultura se asume a sí misma a través de roles. E incluso cuando no es así, hay una visión social bastante definida de lo que se espera de quien nace en esta Tierra de Gracia. Recuerdo haberlo pensado en esos exactos términos cuando asistí por primera vez a la boda de una de mis amigas del Colegio. Ella tenía unos diecinueve años y se veía dolorosamente joven en su vestido blanco. El novio, un muchacho como ella, parecía incómodo y desconcertado. Sabía que ella estaba embarazada de dos meses y que toda la ceremonia había sido preparada a la carrera. Pero aún así, sonrieron para la fotografía obligatoria. Entre el público, vi llorar a la madre y el padre felicitarse en voz alta por "llevar a su hija con bien a la vida de casada".

Dos años después la pareja se divorcio.

Me tropecé con ella en un Centro Comercial cualquiera poco después. Ella no me reconoció cuando la saludé. Había aumentado de peso y se veía un poco agobiada por el bebé que lloraba en el cochecito y el mayor que reía en voz alta. Cuando le dije mi nombre, sonrío con cansancio.

- No funcionó - me explico. Entre ambas subimos el cochecito al automóvil. Me dedicó una mirada huidiza - cuando tuvimos al segundo bebé, fue obvio que...

Se interrumpió, no insistí. Nos despedimos rápidamente y me quedé pensando en el padre sonriente, en su sonrisa ufana. En la madre orgullosa. Y de nuevo en la soledad joven de mi amiga, en su evidente agobio hacia la idea de una maternidad que no comprendía muy bien.  Pensé en la sensación que me producía esa visión limitadisima de la mujer latinoamericana, esa lucha contra el estereotipo constante. Esa visión de la mujer cuarteada por lo tradicional.

La mujer y el objeto: ¿Quién eres frente al espejo? 

Hace unos días, la página www.ElMostacho.com publicó un vídeo donde mostraba como parte de lo que parece ser una broma subida de tono, la aventura de un hombre que tocó los senos de 101 senos en Caracas. De hecho, el titulo deja bien claro en que dirección apunta “el juego”: Tocó 101 tetas. No senos. La vulgaridad no se disimula y de hecho, asumo que no es la intención. Se vende como parte de la “risa”, de esa intención de mostrar que el sentido del humor nacional tiene mucha relación con la grosería, el mal gusto y el sexismo.

La idea está basada en una “travesura” semejante que se llevó a cabo en Rusia, aunque claro está, la página en cuestión decidió tropicalizarla, demostrar que en este país de “machos” manosear una mujer es algo habitual.  Divertidismo. Porque la “travesura” no puede ser interpretada de otra manera, mucho menos vista como otra cosa que una agresión. Y si tu que me lees, consideras que estoy exagerando, eres parte del problema. Porque lo que sugiere el supuesto “vacilón” del vídeo es una reiteración de la idea de la mujer objeto, la mujer como carnada sexual, la mujer que es parte de la cultura donde se vanagloria el machismo como identidad del hombre.  ¿Lo que dice parece feminista? No sé si lo es, en realidad no estoy analizando las implicaciones de mi irritación, de la sensación de vulnerabilidad que me produce el hecho que el cuerpo de la mujer sea menospreciado de la manera como el vídeo lo hizo. Porque no hablamos que fue un toqueteo consensuado  que fue un chiste donde la mujer y el hombre participaron para disfrutar de la sexualidad implícita en él. En el vídeo  se deja bien claro que la mujer puede ser tocada, que de hecho, ella lo acepta con toda facilidad y sin oponerse. Porque la identidad de la mujer que sugiere el vídeo tiene tan poco valor que puede ser violentada por un desconocido que simplemente asume que el manoseo del cuerpo femenino es parte de su derecho cultural.


De hecho, la supuesta “broma” esta concebida para asumir a la mujer como parte de un juego vulgar.  Parece quizás demasiado casual, evidentemente preparado la reacción, la poca naturalidad de las reacciones de las mujeres que el “héroe”  toca. Y no obstante, es quizás ese elemento tan elocuente lo que demuestra la opinión social sobre la mujer, la manera como deja bien claro que “tocar no está mal, mientras nadie proteste”,.  Resulta inquietante  lo que  significa que la agresión de una mujer sea considero una “travesura” según no solo la página sino todos quienes han comentado entre la asombro y la burla, lo “fáciles” que son las mujeres que protagonizan el vídeo. Asombra que el comentario general, sea celebrar el chiste, como si fuera un logro y un triunfo demostrar que la mujer Venezolana interpreta una violencia semejante como aceptable, que incluso ríe y apoya lo que parece ser una muestra evidente de lo que la cultura venezolana opina sobre su identidad de género.


Pero así somos, dirá alguien, como excusa. Así es la cultura del Venezolano “burlón”. Así es la visión de la mujer Venezolana sobre si misma. ¿Eso hace menos grave lo que muestra el vídeo  lo que implica que se haya concebido para demostrar que un hombre puede toquetear a una mujer y considerar que solo se trata de un juego sin consecuencias? No lo creo y es la idea admisión de culpa silenciosa lo que más me preocupa de todo esto.


Comenté el tema con un amigo. Me gusta escuchar la opinión masculina en estos temas. Luego de escuchar mi pequeño argumento irritado, se tomó unos momentos para pensar.

- Hablamos de un país donde en cada centro comercial hay ocho peluquerías y quizás una librería o dos. Un país donde se vende la cultura de la estética con una facilidad asombrosa, pero la mujer profesional se menosprecia. Le falta algo, insisten. Como si cojeara de una pata psicológica  - comenta. Mi amigo V. es lo que se podría decir un hombre progresista, en un país marcadamente tradicional como el nuestro. Criado en una familia numerosa, es uno de esos hombres que suelen llamarse "bien educado". Se cocina solo, insiste en que lo primero que mira de una mujer son sus ojos - y le creo - y además, está convencido que Venezuela es un país ultraconservador. Pienso lo mismo, aunque ambos concluimos lo mismo por razones distintas: Yo lo pienso porque la evolución de lo femenino ha sido lenta, trabajosa e incompleta. En cuanto a J. esta convencido que la mujer misma se asume así misma como la parte débil de la ecuación del sexismo.

- Pero no es algo que la mujer acepte - respondo - es una idea cultural que...

- La mujer lo acepta - me interrumpe con su voz de filósofo - en la medida que entra en el juego de los roles y papeles, en esa visión de si misma como parte de una identidad histórica. En Venezuela las mujeres son más machistas que los hombres.

Quiero protestar, pero me callo. Recuerdo el chiste irritante del almuerzo y el hecho que todos rieron, incluyendo a las mujeres que se encontraban allí. Y pienso también, en la despiadada dureza de lo femenino contra lo femenino en nuestro país. En la competencia un poco infantil que suele ocurrir entre mujeres, en la cruel visión de si mismas que la cultura alienta. Pienso en ese reportaje que leí, sobre la chica que murió por inyectarse biopolímeros porque deseaba "nalgas de mujer bella". En la amiga de mi madre que gastó todos sus ahorros para una cirugía estética que transformó su expresión en algo inquietante: sin arrugas pero sin historia. Pienso en esas niñas de quince años que piden como regalo de navidad un par de implantes. Y en la sociedad que las alienta, las obliga, las presiona. En el juego de mujer donde la mujer queda tan desprotegida como herida.

- La mujer Venezolana lucha como puede contra ese estereotipo, pero no siempre gana - dice entonces V., casi con tristeza - la pregunta que me hago constantemente es cuantas veces puede ganar y no desea hacerlo. ¿Quién quiere enfrentarse al prejuicio?

La idea me sobresalta pero es tan cierta que me duele. Continuo pensando en eso, mientras camino de un lado a otro por una de las zonas más exclusivas de Caracas. Hay un ambiente de falsa prosperidad allí y también, un ambiente falsamente femenino. Casi todas las mujeres son esbeltas, risueñas, de larga melenas onduladas, con el escote bien pronunciado para mostrar sus redondeadas curvas, quizás fruto del bisturí. ¿Quienes somos las Venezolanas? ¿Donde calzó yo en todo esto? me pregunto con cierto malestar. Miro a mi alrededor y pienso en los rostros que la cultura insiste en imponer, en el cuerpo que es parte de ese consumo de lo falsamente aceptable, de lo comercial que parece invadir incluso los espacios más intimos. Una vez leí, que en el futuro, todos estaremos a la venta para formar parte de lo normal. Miro el cartel enorme que cuelga entre las dos bellas columnas a la entrada del Centro Comercial donde me encuentro: Una mujer en un delicadísimo vestido rosa mira con ojos brillantes al espectador. Esta tendida en la cama, suplicante, vulnerable. Quizás deseable. Pienso en la mujer que soy, en la que quiero ser y que no tiene ningún parecido con ella, la que el mundo parece aceptar. Y me da miedo las implicaciones de ese pensamiento, de la idea que parece sugerir. ¿La transacción imaginaria entre consumo e idea personal ya se realizó?

No lo sé. Y me asusta encontrar la respuesta a eso.

C' est la vie.

lunes, 28 de octubre de 2013

La Venezuela Orwelliana: De la "Suprema Felicidad" de una ideología hueca a la profecía del gran Hermano.





Siempre he creído que George Orwell era un visionario. Tal vez se deba a que de los escritores de su generación, es el que mejor analizó una época tan convulsa como la Segunda Guerra Mundial. Fue además de un escrito, un observador concienzudo de su tiempo y de su circunstancia. Y es que Orwell, con el pragmatismo del descreído, analizó las relaciones de poder desde una óptica dura, cruda. Nunca cayó victima del romanticismo, ni escuchó las promesas de la política que elabora ideales sobre una realidad a fragmentos. En resumen, George Orwell fue un cronista cínico de la época que le tocó vivir.

Lo que nunca supuse, es que además, era un profeta.

¿A que me refiero? Si usted, estimado e hipotético lector, no se encuentra en Venezuela, le explicaré de la mejor manera que pueda: Hace unos días, el Presidente de la República Nicolas Maduro, decretó la creación del "Viceministerio de la Suprema Felicidad", que tendrá como objetivo coordinar las más de 30 misiones sociales del gobierno, según reseña la agencia de noticias AVN. Lo hizo,  además, con la intención de homenajear - otra vez - la memoria del difunto Presidente Hugo Chavez, que siempre insistió, de manera vaga y muy poco precisa en que la Revolución Bolivariana luchaba por "La felicidad Suprema del pueblo Venezolano". La noticia, sorprendió al país entero y como suele suceder, convirtió las redes en un hervidero de chistes y sarcasmos sobre la nueva iniciativa gubernamental. En lo personal, a mi me preocupó. Y lo suficiente como para comenzar a preguntarme hasta donde el visionario Orwell, profeta del caos actual que padecemos, analizo las implicaciones de una sociedad autocrática y engañosa que tiene como único objetivo el control ciudadano en beneficio del poder.

Es un pensamiento inquietante, ese. Porque Venezuela, parece  calcar, con una minuciosidad desconcertante, el mapa de ruta hacia el control total del pensamiento y la vida ciudadana que Orwell, en su visión distópica, auguró casi cincuenta años atrás. Por supuesto, no es la primera vez que lo pienso: cuando leí por primera vez la novela"1984" de George Orwell, sentí miedo. Y uno muy concreto: Tenía diecisiete  años y en Venezuela había vientos de cambio político. Me refiero a la época donde Hugo Chavez Frías surgió como líder espontáneo de una revolución improbable. ¿Espontáneo? ¿Improbable? Muy pronto tendría que analizar mi opinión desde otro punto de vista.  Todavía faltaría un año o menos, para la llegada de la Era Chavista y claro está, transcurrrían unos años hasta que esta revolución basada en el enfrentamiento y la pugnacidad política revelara lo que verdaderamente era. Pero por entonces, solo se hablaba de un cambio, de encontrar por cualquier vía, la manera de reconstruir Venezuela, ese sueño de nación a medio terminar.  Había una idea muy concreta sobre como debía producirse ese cambio, en qué debía basarse: esa necesidad de restructuración violenta que parece tan habitual en este caribe acostumbrado a la bota militar y a los vaivenes de una política que se contradice así misma. Recuerdo que había un entusiasmo previsible con respecto a la perspectiva de transformación: una buena parte de la población parecía convencida que la "solución" - ¿La respuesta? - a la presión social que se padecía por décadas era un giro de timón político radical. Yo no estaba tan convencida. De hecho, la idea me producía escalofríos.



Tenía ocho años cuando ocurrió el 27 de Febrero de 1989 y recordaba bien esa violencia del resentimiento, del pobre contra el rico. El enfrentamiento entre lo que se consideraba establecido y el caos callejero, la furia del ciudadano. Me pregunté a donde podía dirigirse todo ese resentimiento, ese rencor de clases que comenzaba a escucharse como la "respuesta". De hecho, me lo pregunté tantas veces que comencé a analizar la idea desde un punto de vista casi pragmático. Releí toda la información disponible sobre la intentona golpista. Concluí que para Chavez, el poder se asumía como beneficio de la violencia. ¿Qué podíamos esperar como sociedad de un gobernante que desconocía y desdeñaba los méritos democráticos? ¿Qué podíamos asumir de su visión reformista si su principal opción era la destrucción del modelo político a través del menosprecio de las herramientas que ahora usaba para llegar al poder? Tuve una sensación de desastre, que juzgue exagerada. Ahora me pregunto si simplemente se trató de una certeza mal disimulada. La imagen del país posible era muy clara.

Entonces, casi por casualidad, cayó en mis manos el libro "1984" y como dije, sentí miedo. Uno muy profundo, desconcertante. Porque la sociedad de Oceanía - donde transcurre la historia contada por Orwell -  está basada en el miedo, en el odio, en el terror. La idea queda muy clara desde el principio, cuando el autor insiste que “las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento”. Pero además del miedo, Oceanía construye las bases de su sociedad en una idea mucho más sutil, en una abstracción que parece definirla con más claridad que cualquier emoción abstracta: El poder como medio, herramienta, como arma, como aspiración, como forma de enfrentamiento como visión del futuro. Ya lo dice Orwell “el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; solo nos interesa el poder.” No puedo concebir una idea más inquietante que esa.


Y es que en "1984" la cultura, la visión de la sociedad se convierte en una mera estratificación, a pesar que los gobernantes insisten en hablar de la igualdad como principal valor de un mundo pretendidamente humanista. Pero esta igualdad es aparente, desconcertante: se basa en la lucha del individuo para apoyar y construir un estado segregador, en sostener el poder de sus hombros a pesar del dolor y el temor que pueda producirle el abuso, las lineas perfectamente definidas de una idea de dominación implacable. Con una franqueza que bordea el limite de la denuncia cruda, Orwell describe una sociedad donde el temor es el lenguaje político por excelencia y la ignorancia, una de las bases donde se sustenta un estado opresor.  Porque en Oceanía, la critica es un crimen, la oposición a las ideas del Gran Hermano - la punta de la pirámide que Gobierna la sociedad Orwelliana - impensable. Porque el poder solo tiene un sentido y el odio está en todas partes. Y el ciudadano se debate entre obedecer por deseo, por necesidad, por temor, por una visión utópica de alcanzar el perfeccionamiento a medida que asume su lugar bajo el puño de hierro que lo controla. El miedo como lenguaje, el poder como sistema. La ignorancia como valor.

Sí, sentí mucho miedo cuando leí "1984". Recuerdo que varios días después de terminarlo, me tropecé en la calle con un afiche de Hugo Chavez Frías. En él, se veía al desconocido lider militar levantando el puño, anunciando cambios. El hombre de la fotografía no miraba a nadie, solo levantaba el puño cerrado. A su alrededor, un grupo de seguidores - o eso supuse que eran - gritaban con muecas, enfurecidos. El odio como mensaje político, el temor como anuncio del ese "cambio" en el que todos insistian. Y volví a sentir temor que aún hoy siento.

Y es que hoy, más que nunca, el modelo de sociedad que Orwell adivino, en las lentas lineas de reforma y construcción social, son más vigentes que nunca. Hablamos de una Venezuela dividida en lineas de desigualdad, que se mira así misma como pequeños estratos de dominación - entre lo legal y lo político - donde el ciudadano tiene un escaso margen de maniobra. Resulta inquietante - incluso directamente aterrorizante - comprobar que Orwell adivinó lo que podría suceder en una sociedad donde las definiciones Marxistas definen una idea cultural basada en algo más elemental que la convivencia. Porque la Revolución Boliviariana, esa que Chavez disfrazó sin mucho éxito de democracia y que Maduro heredó radicalizada y empequeñecida por la presión interna, tiene poca capacidad de reconstrucción y de visión al futuro. Hablamos de un país donde la alineación religiosa se dirige hacia la política, donde el gobierno manipula la emoción para instaurar una especie de teocracia en torno a la figura de un líder carismático cuya memoria sobrevive gracias a la insistencia del gobierno por preservarla. Como en el mundo Orwelliano, que habla del Ingsoc - o adoración por la muerte -  la Revolución aprendió que el culto sobrevive a la razón, y es la excusa perfecta para subsistir a pesar de la improvisación y el caos social que produce la ideología que lo sostiene.

Y es que Orwell describió a la Venezuela chavista con una precisión escalofriante: desde la enorme brecha entre el Gobierno todo poderoso - un partido Interior fortalecido por el poder y su manejo de los símbolos para sostenerse -  hasta la sociedad de los "proles" , empobrecida y carente de privilegios. Y es que leer el mundo creado por el escritor no solo asombra sino que atemoriza: “en muy raras ocasiones se podía penetraren las residencias del Partido Interior, ni siquiera en el barrio en donde tenían sus domicilios. La atmósfera del inmenso bloque de casas, la riqueza de amplitud de todo lo que allí había, los olores a buena comida y a excelente tabaco, los ascensores silenciosos e increíblemente rápidos, los criados con chaqueta blanca apresurándose de un lado a otro… todo ello era intimidante”, (1984; Orwell, George).

El poder por el poder. La política como forma de dominación. La idea me abruma, mientras camino por esta Caracas depauperada, con las paredes cubierta llena de propaganda política superficial. Porque en nuestro país, el modelo de la reconstrucción del símbolo a conveniencia llegó para quedarse, para asumir el lugar de la aspiración por el progreso y el beneficio social. Me detengo, mirando un grupo de vendedores ambulantes. Uno de ellos, lleva una camiseta con el conocido emblema del partido del gobierno. La lleva rota y sucia.  Vende unos cuantos paquetes de Harina precocida, colocadas de cualquier manera sobre una caja de cartón. Bajo el sol, su rostro tiene un aspecto cansado y tenso. Pero aún así, levanta el puño para gritar el nombre del difunto presidente cuando un transeúnte comenta sobre el precio excesivo del producto. El hombre le impreca, exclama en voz alta la palabra "Revolución" y tengo la sensación que lo hace con la fe inocente de quien lanza una pequeña invocación, de quien se aferra a una idea movediza para consolarse de una estafa histórica evidente.


 Y pienso en Foucault, quien insistía que una sociedad está cruzada por una red de poder en donde el Estado es solo un nodo más dentro de toda esa relación de poder. Una idea que en Venezuela no solo carece de sentido, sino que parece contradecir la idea misma de una expresión de poder que  insiste en aglutinar el poder para decidir que es la verdad y cual es la identidad que define al nuevo individuo, al feligrés político que toma el lugar del religioso. Pienso en la Venezuela que asume que la "Felicidad Suprema" como una necesidad que se impone, que tiene la cualidad de existir por deseo expreso de una idea política que asume la abstracción como posibilidad. Siento miedo otra vez, no solo por la mirada inquietante de Orwell, su compleja aseveración de la identidad de la cultura que se fragmenta bajo el paso de la ignorancia y la orfandad legal, sino hacia esa otra visión de las cosas, la que anuncio al Estado como la única interpretación posible de la realidad:  “la realidad no es externa. La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio”, (1984; Orwell, George). Una visión de país que agoniza bajo la ideología que sustituye lo racional y más allá, la mera necesidad del ciudadano de construir una alternativa a la imposición de una política autocrática, que ahora también, intenta ser emocional.


¿El gran hermano como una creación necesaria en una revolución carente de símbolos? Miro una enorme pancarta descolorida del difunto Presidente Chavez, sonriendo al futuro, entre trozos de papel amarillento. Y pienso que tal vez, esta Revolución quebrantada y que insiste en reescribir la historia, se propone conservar el poder viviendo para siempre como una visión de la realidad. Una alternativa inexistente. Y me pregunto, no sin cierto sobresalto, si en una porción de la realidad, ya lo logró.

domingo, 27 de octubre de 2013

Estrella de Plata: La historia de la bruja y la montaña que guardaba secretos.







Dibujo la estrella sobre la tierra con cuidado. Lo hago con cierta torpeza: una de las lineas zigzaguea y se hace irregular y tengo la impresión que la punta norte, es ligeramente más estrecha que el resto. Pero cuando termino de trazarla, sonrío. No puedo evitarlo. Tengo esa diminuta sensación de portento que siempre me hace sentir el símbolo, esa reminiscencia de una historia tan antigua en mi mente que no podría decir donde comienza. Una puerta entreabierta en mi imaginación.

Él también sonríe. En mi recuerdo, siempre tendrá el aspecto de un muchacho despeinado y con expresión distraída. Sus ojos grises me miran entre curiosos y un poco sorprendidos. Cuando coloco con cuidado la vara de madera con que dibujé el sagrado circulo en este lugar secreto - privado -  se acerca a donde me encuentro, con paso lento.

- ¿Eso es todo? - pregunta.
- No, es solo el comienzo.

Mueve la cabeza, desconcertado. Ambos un poco somos un poco más que niños. Él un poco menos que yo. Me lleva algunos años de ventajas en eso de asombrarse por el mundo que nos rodea. Nos conocimos en el campus de la Universidad y nuestra historia nació en esa primera recién nacida que ahora recuerdo, mientras nos encontramos los dos aquí, a solas. La montaña nos mira en silencio, expectante, mientras el viento parece cantar en este calor radiante de una tarde para el recuerdo.

El amor es la magia más antigua de todas, solía insistir mi abuela. Por mucho tiempo no lo creí. La idea me parecía romántica, casi cursi. Pero mi abuela lo repetía siempre que podía. Y cuando lo hacia, reía a carcajadas. Yo siempre ponía mala cara, la de los descreídos, la de los cínicos que en realidad solo son muy inocentes.

- Un día, descubrirás que sonreír es una manera de trascender y que enamorarte la puerta a las estrellas - decía - y te preguntarás como no lo descubriste antes, como no lo descubriste nada más nacer.

Era verdad. Me lo pregunté esa tarde en la montaña, con la luz del sol bautizando mi amor joven, y él, un desconocido, de pronto formando parte de mi vida, como un fragmento olvidado de un ideal que no creí pudiera existir. Un beso, la caricia. La sensación que el mundo es solo sensación, este deseo. Que radiante esta necesidad, esta limpia idea de complicidad. El olor de su sudor, mis manos enredados en tu cabello. A solas, con el mundo a nuestros pies. Y más allá, lo desconocido, al mismo borde de la esperanza.

Enciendo las velas. Llevo el cabello trenzado y estoy desnuda. Él me mira con los ojos muy abiertos, sentado junto al pentáculo deforme que dibujé en esta tierra que por ahora, nos pertenece.

- ¿Esto es magia?

Me detengo para mirarlo. La primera vez que hablamos, supe que escribiría sobre él. Que sería parte de todas esos pequeños retazos de belleza que conservaría entre mis dedos para soñar, después. Incluso cuando no hubiese nada que comprar. Se había acercado a mi, mirándome desafiante y señalando el pentáculo de plata que llevaba al cuello.

- ¿Te llamas bruja?
- Soy bruja.

Me dedicó una sonrisa torcida. ¡El gran descreído!. Lo primero que amé de él fue su idílica concepción de la desesperanza, esa visión del mundo huérfano de ideal. Las cosas son así porque no podemos evitarla, insistía. Este es el mundo: es cruel y helado. Solo podemos avanzar para no caer. ¿Y tu te llamas bruja? ¿Que significa ese nombre ahora? ¿Más allá de todo simbolo que pueda sostenerlo?

- Lo soy - insistí. Colérica pero fascinada. Me gusta su ira, me gusta su dolor. Comprendo su ligera añoraza. ¿Perdiste la fe? ¿O nada es tan simple? Nunca supe la respuesta. Porque nuestra historia se escribió con interrogantes, enredada entre pequeños silencios y besos. Entre el amor que hiere y el recuerdo que se construye a cuatro manos. Al final de todos somos inocentes. Todos somos recién nacidos en el amor, quizás.

Sentados juntos dentro del pentáculo. Le tomo de las manos. Nos miramos a los ojos. Juntos, en este silencio, donde no hay nada más. Las ráfagas de viento bajan de la montaña olorosas a vida, a ese misterio de todas las cosas naturales que nunca he comprendido muy bien. La tierra nos sostiene, quemada y seca y más allá, los árboles danzan. ¿Los puedes escuchar? Me pregunto cuando me inclino para besarlo. ¿Eres tu, la voz de mi memoria? Te deseo, te amo, te comprendo. Somos, ahora mismo, una imposibilidad.

El amor es simple. O quizás es complejo justamente por ser incomprensible en su sencillez. Y somos dos niños, en la tierra, dentro del misterio de la magia invisible de reconocernos el uno al otro. Somos este gemido, somos esta sensación de felicidad, la ilusión siempre rota. Soy, aquí y quizás más que nunca, la mujer que busca, que transita un camino elemental hacia su propia mente, que abre y cierra ventanas y puertas en su deseo. Soy yo, quien asume el poder de su fe como una esperanza inacabada. Y eres tu, mi equilibrio. Eres tu, el deseo. Eres tu, en todos los fragmentos de pequeñas escenas que compartiremos y construiremos. Y serás tu en la ausencia, cuando solos seas un recuerdo, como hoy.

La magia más vieja de todas, pienso abrazada al muchacho en mi recuerdo. Soy una niña aún en él. Y siento como el poder de las viejas historias canta y danza a mi alrededor. ¿Quién contará nuestra historia? Tal vez nadie más que yo.

Años después, vendría la despedida. No somos niños ya. Un hombre y una mujer, sentados en silencio, uno frente al otro, aguardando. Aunque no saben el qué. Finalmente me levanto. Las manos temblandome, los ojos llenos de lágrimas. Pero sonrío, cuando él me toma la mano y roza mis nudillos con sus labios. Y sé que piensa en esa tarde perdida, un recuerdo que sobrevivió al desencanto.

- Las brujas nunca olvidan ¿verdad? - pregunta.
- Siempre guardamos tesoros - respondo.

Sonrío, recordando la muchacha que fui, esa tarde perdida. Han transcurrido años desde ese pequeño secreto que me demostró que la magia - la verdadera - es algo mucho más profundo que una idea, pero tan espléndida como la más diminuta emoción. Y pienso, mientras trazo de nuevo la estrella en la tierra, con las manos abiertas de esperanza y el viento rozándome las mejillas para recordarme mi nombre, el verdadero, el que llevo en la sangre, que toda historia se construye en recuerdos. Y también en renacimiento. La magia real.

Estrella de cinco puntas: Una manera de crear. 


El pentáculo  es el simbolo que representa los los elementos y el espíritu humano, unidos en la energía de la Diosa. Antiguamente era el símbolo de Venus, como Diosa de la sabiduría y la belleza, y también del conocimiento arcano. Para la cultura griega y mesopotámica representaba la fuerza del conocimiento y la divinidad bajo una única idea: El poder creador. Los alumnos de Pitágoras lo utilizaban como símbolo del saber más allá del conocimiento humano: se creía que la forma geométrica creada por los cinco secantes yuxtapuestas en alguno recto, provenía directamente de las estrellas y el conocimiento supremo del misterio estelar. También fue usado por las sacerdotizas de Ishtar en Nínive como núcleo de poder durante sus rituales de desfloración y durante el Hiero Gamus, para simbolizar la unión sagrada del hombre y la mujer.


Para la Antigua religión el pentáculo une todos los aspectos del hombre. Une el cuerpo con la mente, lo espiritual con lo profano. Nos recuerda que necesitamos todos nuestros aspectos para satisfacer nuestras vidas como seres humanos. Nos recuerda también que todo es un ciclo, que no experimentaremos alegría sin dolor, pero el dolor nos llevará otra vez a la alegría. Un ciclo interminable que se repite una y otra vez, y que le da sentido a la dualidad de la energía.

Para la Tradición de la brujeria que practica mi familia, una vez al año se celebra la fuerza del pentáculo como simbolo ancestral de sabiduría y más aún, del amor como poder creativo. La capacidad de transformación a través de las ideas y la evolución espiritual. Es una celebración intima y profundamente significativa, porque es la conmemoración de la fuerza de nuestro símbolo, la metáfora de nuestra creencia, la huella que ha simbolizado el secreto de la Diosa a través del tiempo.

En mi familia lo celebramos de la siguiente manera:

Materiales:

1 vela roja
1 vela azul
1 vela amarilla
1 vela verde
1 vela púrpura
1 vela plateada
una cinta color dorada ( unos 6 metros )
Una copa con vino blanco
Una rosa
Incienso de rosas.


Disposición:

En primer lugar, se coloca la vela roja en el centro de la habitación donde realizaremos el ritual, y a partir de ese punto, comenzaremos a trazar un pentáculo por medio de la cinta y el resto de las velas. Llevaremos la cinta hasta el cuadrante inferior izquierdo y colocaremos la vela azul para crear la primera punta. Después, extenderemos la cinta hasta el cuadrante superior derecho, y colocaremos la vela amarilla. Ahora, llevaremos la cinta hasta el cuadrante superior izquierdo, colocando la vela verde. Posteriormente, descenderemos al cuadrante inferior derecho, para formar otra punta por medio de la vela púrpura. Por último, llevamos el resto de la cinta hacia la vela roja, donde lo aseguraremos por medio de un poco de cera al suelo.

En el centro del pentáculo colocaremos la copa de vino blanco junto con la vela plateada. Luego, deshojaremos la rosa y esparciremos los pétalos a su alrededor. Nos sentaremos frente al pentáculo, colocando el incienso a nuestra derecha.

Este ritual debe realizarse con el cabello suelto, despojandonos de toda joya. Antiguamente, se llevaba a cabo también sin ropas, pero si no deseas hacerlo desnuda (O) no es imprescindible que lo hagas.

Tomaremos una larga bocanada de aire, intentando relajarnos. Una vez que hayamos expulsado toda la tensión de nuestro cuerpo, realizaremos la siguiente invocación, con estas u otras palabras mientras guarden el sentido:

"Que la memoria del tiempo
se alce en nosotros
Invoco el nombre de la Diosa y del Dios
de los espiritus de la tierra, el agua, el aire y el fuego
a los Guardianes del pensamiento
para que esta noche reconozcan a este su símbolo
que la fuerza del conocimiento, la sabiduría y la creación
me llenen y me envuelvan a través de él
asi sea en nombre de la Gran Madre y el Gran Padre"


Encenderemos la vela roja e invocaremos de la siguiente manera:

"Que sea el fuego, lenguaje de los Dioses
quién se manifieste en este símbolo de la memoria
La Antigua Tradición lo bendice en tu nombre
Así sea"

Ahora encenderemos la vela azul:

"Que el agua, mensajero del pensamiento divino
se manifieste en este símbolo de la memoria
La Antigua Tradición lo bendice en tu nombre
Así sea"

La vela amarilla:

"Que el viento, cantor de viejas historias, guardián de nuestra fe
se manifieste en este símbolo de la memoria
La Antigua Tradición lo bendice en tu nombre
Así sea"


La vela verde:

"Que la Tierra, memoria de la Tradición más ancestral
se manifieste en este símbolo de la luz del conocimiento
La Antigua Tradición lo bendice en tu nombre
Así sea"

La vela púrpura:

"Que el espíritu de la creación, la fuerza de la transformación
se manifieste en este símbolo del conocimiento y la memoria
Que mi espíritu se impregne de la energía del cambio y la renovación
Así sea, En nombre de los guardianes de la memoria
Y las Atalayas del tiempo"

Finalmente la vela plateada:

"A través de la Energía del Dios y de la Diosa
Invoco el vinculo del conocimiento Universal
para que este símbolo ancestral sea su vehículo y mayor representación
Invoco a la energía de plata del trueno
al brillo azul del mar
a la fuerza de la tierra fértil
a la voz del viento, tan antiguo como el tiempo mismo
y al abrazo del fuego purificador
para que sean uno en este símbolo, esta creación preciada que representa el misterio
y la belleza
Sea en nosotros la sabiduría que representa
sea en nosotros el poder de la compresión
Así sea, En nombre del Dios y la Diosa"

Tomaremos entonces, la copa de vino blanco y la sostendremos en nuestras manos, sintiéndonos impregnados de la fuerza de los elementos que el pentáculo representa. A continuación realizaremos la siguiente invocación:

"En nombre de las fuerzas del tiempo y el conocimiento
que la Gran estrella de Venus representa
Consagro, purifico y lleno de fuerza esta bebida que tomaré
en representación de la fuerza del Universo que me envuelve en nombre del tiempo y la divinidad energía de la creación
Así sea"


Encenderemos el incienso de rosas y luego, beberemos algunos sorbos de vino, celebrando el significado que el pentáculo tiene para cada uno de nosotros. Disfruta la manera como los elementos se manifiestan en ti, delinean tus pensamientos, consuelan tus temores, fortalecen tus convicciones. Invoca la fuerza de la Diosa en tus pensamientos, visualizando su símbolo, la estrella de Venus, el crisol de conocimientos que representa la permanencia y dulzura de una antigua tradición.

Para terminar el ritual, permite que las velas se consuman.


Sentada en el centro mismo de la estrella, miro la noche color añil y la montaña más allá. Y sonrío. Celebrando los pequeños secretos, los grandes misterios y las pequeñas historias privadas.

C'est la vie.

sábado, 26 de octubre de 2013

El Lenguaje de la Luna: La historia de la bruja que fue bendita con el primer cabello blanco.




Me miro en el espejo. Entre los rizos oscuros y abundantes de mi cabello, el único cabello plateado es muy visible. Sonrío, con una sensación singular y nostalgica. El tiempo comienza a darme obsequios de sabiduría, pienso, mientras enredo los dedos en el mechón. No puedo evitar recordar esa antigua creencia entre las mujeres de mi casa que la primera cana simboliza que hemos aprendido lo suficiente del lenguaje de la Diosa para enseñarlo. Me pregunto si realmente es así, si he avanzado tanto en mi camino como mujer creadora, como fiel creyente de los paisajes interiores de mi mente, como bruja, para poder mostrar el camino a otros. Y la respuesta no es sencilla. Mucho menos evidente, pero quiero pensar que puedo encontrarla, o quizás hacerme más preguntas que me ayuden a comprender mejor este pequeño prodigio de asumir el inevitable paso del tiempo como una forma de sueño a medio crear.

Me inicié a los once años. Era muy pequeña aún para entender realmente el camino en que comenzaba, pero tenía una idea muy clara: quería ser una bruja. Eso fue lo que le dije a mi abuela, allí, en el jardin de su vieja casa. Me encontraba de pie a frente a ella, llevando el viejo vestido blanco que había pertenecido a mi madre, rodeada de mis tias y mis primas. Y estaba todo lo asustada que puede estarlo una niña ante una ocasión tan solemne. Llevando una corona de flores de Azar ceñida a la frente y su cinto de sacerdotiza, mi querida abuela - la bruja, la sabia, la eterna - tenía un aspecto imponente.

- ¿Por qué quieres serlo? - preguntó. Su voz me sobresalto, en la oscuridad del jardin, subitamente misterioso. Bajo la luna, todo tenía un aspecto ultraterreno: los árboles de ramas retorcidas, la muralla de las rosas, incluso los rostros de mis parientes más queridas, que me acompañaban esa noche como testigos de un ritual más viejo que cualquiera de nosotras. Me pareció de suma importancia esa pregunta - lo era, claro - pero aún más, la firme convicción que debía responder mis propios cuestionamientos. Porque allí, en esa soledad de hojas de plata, en esa visión del enigma que se abría ante mi, tuve un curioso pensamiento.

Podría decidir no dar el gran paso. Podría pedir a mi abuela comprender mi temor, esta sensación de vulnerabilidad que me llenaba mirarla y preguntarme si podría llegar a ser como ella. Extender las manos y tomar las suyas, para pedir consuelo a mi debilidad, para explicarle que aún era muy pequeña para asumir un compromiso semejante. No lo pensé entonces en esos terminos, era muy joven para hacerlo, pero aún así, la idea era clara. Era evidente. Había un camino parpadeando ante mi, entre las sombras de la luna medio escondida entre los árboles. ¿Quién soy? ¿quién quiero ser?

Tomé una bocanada de aire. ¡Estaba tan asustada! Me lleve las manos al cuello, rocé con los dedos el pentáculo de plata. Miré la Luna, radiante en un cielo azul añil. Y pensé en mi más allá de todo simbolo, de toda herencia. Pensé en mi misma como la niña descalza y temblorosa que aguardaba en la oscuridad. ¿Quién eres Aglaia? ¿Qué camino quieres recorrer? No lo sabía, y me pregunté si eso era bueno o malo. Si podría significar algo más que esta incertidumbre, o incluso, esta sensación de simple angustia. ¿Quién soy ahora mismo? La manos apretadas sobre el vestido blanco, los dedos con simbolos antiguos pintados en tinta negra. ¿Quién deseo ser? ¿A donde me llevará el conocimiento? ¿Quién seré?

Y me miré con los ojos de mi mente. Me miré tan clara que me sobresalté: La mujer que sería, quizás muy parecida a mi prima M., que me miraba en silencio de la oscuridad, con su largo cabello negro trenzado. O sería como mi tia E. discreta y severa. O incluso como tatarabuela P. con sus ojos claros y ese conocimiento suyo de la vida como un sueño. ¿Quién sería una vez que diera el paso? ¿Quién me esperaba entre las sombras del bosque del futuro? La identidad de la bruja se alzó ante mi, se desdibujó en la noche y se creó así misma. Se enredó en pensamientos y deseos. Y contemplé a mi abuela, con su cabello rojo entrecano, los ojos color miel entrecerrados, aguardando. ¿Quienes somos?

Yo sé lo que soy, pensé entonces. Y lo que quiero ser.

- Porque así nací y quiero seguir siendolo. Soy una bruja - dije. Que irritante mi vocecita temblorosa, que vergonzoso el sudor en mis manos cuando las extendí para tomar las de mi abuela. Pero ella, magnifica, comprendiendolo todo, apretó mis dedos con una calidez que consoló todo temor, que me regaló una nueva sensación de fe. Cuando sonrío, yo también lo hice.

- Recorre entonces, el camino de los misterios - murmuró. El sonido del viento entre los árboles, las sombras triples moviéndose de un lado a otro en la tierra desnuda. Caminé en la oscuridad, las manos extendidas. Asumiendo lo que me esperaba más allá.

Toda bruja que se inicia en la tradición de la Brujeria - al menos, la que practicamos en mi familia - debe llevar a cabo un ritual  donde la bruja debe confiar en el corazón, escuchar el viento y fortalecer su espíritu con conocimiento para comprenderse así misma. Una vuelta al origen. Consiste en caminar con los ojos vendados en una habitación a oscuras y confiar en que encenderás las 7 velas que simbolizan los 7 años de aprendizaje que esperan por ti. Obviamente, el ritual que yo realicé fue en el jardín desordenado de la casa de mi abuela, bien protegida por mis tías y primas. Pero hace siglos, la bruja debía andar en el bosque, conteniendo el impulso de descubrirse los ojos y confiar en que podría superar los obstáculos: la piedra con que tropezaba, el animal al acecho, su propio miedo.

En mi caso, caminando con las manos extendidas, temblando de miedo, aprendí que el poder de tu ideal te supera. Una idea profundamente femenina, porque somos espíritus esencialmente creadores. No creo que se deba solo a nuestra capacidad de dar vida - que es, claro, uno de los motivos más evidentes - sino esa convicción que el mundo puede reconstruirse, mejorarse, enaltecer las convicciones. Caminé con la boca seca de miedo, pensando en la oscuridad que me rodeaba, en el silencio de mi abuela y del resto de las parientes que me acompañaban, quizás recordando su propia experiencia o asumiendo que somos parte de una misma idea del mundo que ahora me heredaban. No sabía porque sentía tanto miedo: no había motivo para experimentarlo con tanta intensidad. Pero lo sentía: un escalofrío helado recorriendome, el corazón palpitandome muy rápido. Tan pequeña y torpe. Tropezando. Preguntándome si podría lograr encender las siete velas sin quemarme los dedos, si podría dejarme guiar por lo que había aprendido meses haces sobre ese ritual. Y me imaginé solitaria, al borde mismo de mi identidad. Con once años no lo pensé de esa manera, pero si sentí que era anónima, que era poderosa por esa misma ausencia de nombre y significado. A solas, en la oscuridad, con la esperanza de recibir un aprendizaje que consideraba muy valioso y meritorio, caminé descalza sobre la tierra húmeda, aspirando su olor. Y sentí la cercanía de la Diosa. No una figura distante, una divinidad misteriosa emergiendo en la oscuridad, sino esa convicción que era perfectamente capaz de continuar, a pesar del miedo. Me caí un par de veces. Me levanté. La saya blanca que me quedaba un poco grande se me enredó con las ramas secas de las plantas que se enroscaban entre el muro. Pero continué, imaginando el camino, sintiendo a la Diosa en mi piel, a esa energía de creer y confiar con pasión. Extendí las manos y tomé las cerillas, y recordé haberlas visto en la cocina de mi abuela. Una cajita pequeña, de cartón, con la imagen de una Virgen cuyo nombre no conocía impresa. Y reconocí esa extraña sincronía - otra vez la palabra - de las cosas que ocurren por su propio impulso, que son, que existen. El chisporroteo del fósforo contra la yesca. El color del fuego. Pequeñito, recién nacido, como mi fe. Extendí la mano temblorosa y lentamente encendí una vela. Escuché el siseo del fuego, paladeé su olor. Me moví, con lentitud, encendiendo cada vela, cada vez más consciente del poder de creer y confiar. De esa intima satisfacción de construir mi propia visión de la realidad. Siete velas encendidas en mis párpados cerrados. Cuando encendí la última retrocedí y me tropecé con mi abuela. Estuvo allí todo el rato, pensé, sintiendo tus manos callosas, fuertes y cálidas, de curandera, de cocinera, de mujer fuerte y espléndida, acariciándome la cara.

Me sostuvo con un abrazo firme. La abracé, llorando y riendo sin saber por qué lo hacía en realidad. Tal vez se debía a muchas cosas que en ese momento no podía explicar realmente: felicidad y tristeza, asombro y miedo. Todo a la vez y confundiendose en una sensación de portento inexplicable. Mi abuela apoyó su mejilla en mi cabeza, un gesto intimo y amoroso que siempre recordaré y me secó las lágrimas con los dedos.

- La sabiduría que ahora recibes, comprendela con los años, celebrala con la sonrisa y construyela con la pasión - murmuró. Y aunque sabía que se trataba de una invocación, una antigua bienvenida a la bruja más joven del circulo de la Diosa, tuve una nítida sensación de intimidad en esa frase, como si fuera exclusivamente mía. Quizás lo era, pienso ahora, sonriendo al recordarlo, una bienvenida siempre es joven en lo que se renueva y se construye cada día.

Porque la Brujeria ha sido a menudo definida como un arte, pero rara vez como ciencia y muy pocas veces como herencia. Pero en realidad, es pocos de todas esas cosas y más allá: es la esperanza de mirar el mundo a través de las ideas más personales, una intimidad exquisita con esa región de nuestra mente que nos define, que nos brinda una forma de fe y más allá, refleja el poder oculto en nuestro espiritu. Somos brujas, las herederas no solo de un antiguo arte, sino además, el nuevo rostro de una antigua convicción.

Me trenzo el cabello con cuidado, dejando la cana bien visible. Me gusta mirarla: la luna se refleja en mi como un tipo de sabiduría tan intima que carece de nombre, que se construye asi misma a diario, como un sueño a medio recordar. Y quizás es esa convicción de la semilla que crece en mi alma, abriendose paso a través de mi historia y mi identidad para elevarse a un cielo extraordinario e infinito, sea una de esas enseñanzas que no se olvidan jamás.

C'es la vie.

viernes, 25 de octubre de 2013

Proyecto "Un libro cada viernes": Héroe Discreto de Mario Vargas Llosa.




Hablar sobre Mario Vargas Llosa - como escritor y como figura pública - siempre será un asunto espinoso. Y es que gracias a su frontal visión del mundo, se ha convertido en uno de esos personajes de los que nadie tiene una opinión tibia: o lo admiras o lo detestas. No existe un punto medio para definir su obra y mucho menos su predilección por la opinión crítica, una especie de personal enfrentamiento contra ciertas ideas que no todo el mundo comprende demasiado.  No es algo casual, por supuesto: en su rol de intelectual comprometido, Vargas Llosa continúa encarnando esa figura romántica del escritor como defensor incansable de las ideas o mejor dicho de los argumentos intelectuales y no siempre lo más populares. Neoliberal confeso y además, crítico de ese socialismo romántico latinoamericano en plena renovación, se encuentra desde hace más de una década en el ojo de huracán, debatiéndose entre su visión de un mundo contradictorio y su visión elemental sobre una corriente de ideas que rechaza de manera frontal. Al final, Vargas Llosa parece encarnar uno de sus propios personajes: Visceral, contestatario y siempre dispuesto al enfrentamiento dialéctico, su mayor transgresión es justamente su capacidad para la contradicción.

Y sin embargo, Vargas Llosa es ante todo un escritor. Prolífico como pocos, expresa la controversia e incluso lo simplemente ideal a través de un ingente trabajo periodístico, artístico y sobre todo, lo puramente literario. Incombustible y sobre todo, comprometido con la necesidad de construir un nuevo tipo de literatura latinoamericana comprometida con ideas concretas, es uno de los autores con mayor influencia en nuestro hemisferio. Para bien o para mal, Vargas Llosa representa al escritor que se reconstruye en cada obra y aún más, se cuestiona en cada nueva creación literaria. No es casual, por supuesto que que como observador de una latinoamericano en constante transformación, sus libros parezcan el reflejo de una sociedad joven, adolescente y a medio construir. Una idea de cultura resquebrajada por los bordes.

Tal vez por ese motivo, el lector consecuente se pregunte cual es el mensaje que Vargas Llosa quiere transmitir en su último libro "El héroe discreto". Porque ciertamente, el autor dejó a un lado sus conocidos preciosismos autorales y construyó una obra que ha sido llamada "sencilla" y criticada duramente por "vacilante". Una mirada crítica a un Peru que pudiera confundirse con cualquier otro país de Latinoamericano. Un país transformándose desde lo esencial, creciendo y haciéndose cada vez más cínico y mucho menos utópico. Una sociedad en pleno tránsito desde la niñez cultural hacia algo más abstracto y poco definido. ¿Que desea mostrar Vargas Llosa con una historia local, con tintes casi vulgares, una historia común? El cuestionamiento es válido, claro está. Pero a la vez, es quizás tan insustancial como esa pequeña visión de dos ciudadanos de una historia prestada tropezando con la realidad.

Claro que, con Vargas Llosa nada es sencillo, mucho menos aparente.  El azar, la casualidad aparente, entreteje una historia con muchos traspiés y momentos bajos, que es también es una historia que nos recuerda que Latinoamérica aun se mira así misma con inocencia. Que alimentados por el culebrón de la sangre caribeña, miramos la realidad con un inevitable punto de melodrama. Que nuestra identidad parece diluirse entre las pequeñas vicisitudes de una historia compartida. Que somos hijos de un gentilicio común de tierra y cielo, que se diluye y se fragmenta en esa expectativa de lo quienes somos - como ciudadanos continentales - más allá de la frontera y dentro de ella. Y Vargas Llosa lo refleja con toda precisión en una narración que ha sido catalogada como "broma barroca" y que incluso ha sido acusada de soporífera. Lo es, probablemente. También es incómoda, documental. Una combinación azarosa de preguntas y planteamientos que nunca terminan de definirse bien, de asumir una directa respuesta a lo que se mira como evidencia cuestionable.  Aún así, es una historia entrañable, de esas que quizás se olvidan con facilidad. Allí su debilidad: porque de Vargas Llosa se espera cualquier cosa, se exige dureza y crítica. Pero nunca este juego de pequeñas intrigas sin verdadera resolución. Sin duda,  una historia para los nostálgicos de las pequeñas escenas de lo cotidiano, de esa manera de contar la realidad que en ocasiones olvidamos es tan válido como las grandes epopeyas.

Probablemente, nadie recordará al "Héroe Discreto" como uno de los mejores libros de su autor. De hecho, es bastante probable que algún distraído olvide mencionarla al hacer un recuento de sus obras. Pero para el recuerdo, esta obra menor, en toda su sencillez de documento histórico de un presente brumoso, es quizás la manera más evidente de demostrar que el mundo de las pequeñas cosas tienen un valor casi anecdótico, frágil y en ocasiones insustancial. Pero aún así, sobrevive en las promesas de redención que jamás llegan a cumplirse y más allá, en la simplicidad de una interpretación venial de la realidad.

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jueves, 24 de octubre de 2013

De pequeños secretos incómodos: El maltrato de la Mujer y la normalización de la violencia.






Una amiga me habla sobre su nuevo novio. Con una sonrisa casi compungida, me explica que él es controlador, celoso, que insiste en telefonearla con una frecuencia que comienza a incomodarla. Me describe escenas inquietantes de discusiones en público e incluso un empujón a mitad de la calle. La escucho preocupada, pero cuando hago un comentario al respecto me mira con genuina sorpresa.

- ¿preocupada por qué? - me pregunta. Parpadeo, confusa.
- Lo que me cuentas es realmente inquietante - le digo. Mi amiga sonríe y hay en su expresión un dejo de condescendencia que no puedo interpretar muy bien. Una especie de superioridad indiferente, un poco desdeñosa incluso.
- Eso es amor.
- ¿Te parece que todas esas llamadas y esa tensión que me describes es una forma de profesar amor? - le pregunto. Cada vez me siento un poco más nerviosa, pero mi amiga parece no entender del todo  mi reacción.
Sacude la cabeza, en un gesto que parece sugerir intenta conservar la paciencia.
- No es tan simple.
- ¿Por qué no lo es?
- Las relaciones tienen matices que solo puede comprender la pareja - me explica. Y me desconcierta sus palabras, no por sus implicaciones - que ya de por si podrían sorprenderme - sino por el hecho que realmente parece ignorar lo anómalo de lo que me contó hacia varios minutos. Recuerdo una de las escenas que me describió: las sucesivas e insistentes llamadas de su pareja durante horas luego de una pelea. Los mensajes telefónicos amenazantes. La inquietud que le había causado la manera agresiva en que se había tornado cualquier conversación a partir de ese momento. Y luego, la tumultuosa reconciliación, las promesas de "Nunca más ocurrirá de nuevo", solo para que ocurriera un par de días después ¿Realmente no puede advertir lo inquietante de lo que situación? Me pregunto. ¿O es que en realidad estoy exagerando en mi interpretación de una situación que no comprendo, que analizo desde la objetividad del observador más allá del límite de la intimidad? No lo sé. Quisiera creer que es así, pero no puedo.

- Hay un matiz de agresividad en todo lo que me dices que es francamente...terrible. No entiendo como le permites hacer todas esas cosas y lo justifiques con esa idea abstracta del amor - le digo colérica. Me arrepiento nada más hacerlo: mi amiga me dedica una mirada sumarísima, con la expresión tensa y demudada. Casi puedo comprenderla ¿Quién desea escuchar algo semejante sobre el momento emocional en el que vive? ¿Quién desea soportar el juicio de valor de alguien más y sobre todo de una manera tan directa? Me avergüenzo, me cuestiono un poco mi audacia. Pero aún así, lo dicho, dicho está. De manera que aguardo su respuesta. Cualquiera que sea.

- No entiendes nada porque estás soltera - me suelta entonces. ¿Como ha dicho? Parpadeo incrédula. Ella recuperó el aplomo y de hecho, parece de nuevo llena de esa singular seguridad suya - es natural: todos envidiamos un poco la felicidad de los demás. Es parte de la naturaleza humana. El amor es el amor.

Esta vez, me contengo para no responder lo que estoy pensando. ¿Amor? Tal vez mi idea del amor es exceso romántica o solo idealista, pero no incluye esa percepción malsana y dependiente que me describe sobre una relación de pareja. Y es que la sensación que me transmite su relato, las diminutas grietas en esa cotidianidad de pareja que parecen describir algo más retorcido, tienen toda la apariencia de anunciar algo lo bastante grave como para rozar la violencia. La miro: con treinta y tantos años, mi amiga es la imagen del triunfo femenino en nuestro país. Independiente y hermosa, socia en una firma de abogados de la ciudad, es probablemente quien menos podría pensarse podría sucumbir a una relación de una naturaleza tan desconcertante. Pero aún así, la asume con una naturalidad que no comprendo y mucho menos logro explicarme, a pesar de sus intentos por "hacerme comprender" que su nueva pareja tiene un "fuerte carácter".

- No todo el mundo expresa el amor de la misma manera - me dice - para J. el amor es pasional y territorial.
- Hablas como si deberias atenerte a una idea concreta sobre lo que es una relación entre una mujer y un hombre - insisto - el amor o en todo caso, las relaciones de pareja son acuerdos entre dos adultos que deciden compartir su manera de ver el mundo.
- Eso lo dices porque estás soltera. Cada cama es un misterio.

La excusa habitual. Me siento incómoda y un poco pesimista con respecto al cariz al que está tomando la conversación: de pronto, mi opinión parece tener una estrecha relación con mi vida amorosa, la manera como la vivo con respecto al patrón común.  Mi amiga extiende la mano y sostiene la mía, casi con amabilidad, como si me disculpara por mi poca comprensión sobre lo que el mundo emocional. Al menos como ella lo interpreta.

- Nadie puede juzgar lo que ocurre en la vida del otro - dice entonces - entiendo que pueda extrañarte lo que ocurre en mi relación, pero aún así, es perfectamente válido que yo lo considere amor. Te sucederá alguna vez.

¿Es así? Me pregunto un rato después luego de despedirme de ella. ¿Esta extraña conversación solo demostró mi poco conocimiento sobre el mundo emocional ajeno? Pienso en mis relaciones emocionales, en mis romances cortos y apasionados, en los largos y dolorosos, en las pequeñas aventuras de besos y deseo que he disfrutado a lo largo de mi vida. ¿En algún momento alguna de mis relaciones estuvo al borde de la interpretación de alguien más?

Por supuesto que sí, admito casi con dificultad.

Cuando tenía escasos diecisiete años, me enamoré de un sujeto que me doblaba la edad y cuyo comportamiento era cuando menos, francamente irresponsable. Solíamos conducir por Caracas de madrugada a toda velocidad, riendo y besándonos de tanto en tanto. Y también cometer pequeños actos vandálicos que disfrutábamos juntos como travesuras intimas: quemar la basura de la calle, arrojar pintura en las paredes y murallas de edificios y casa.  Por último la relación había acabado justo por lo que comenzó: el peligro que él representaba me desconcertaba y me atraía a partes iguales. Una amenaza cierta.

Nuestra última conversación fue inquietante. Me tomó de la muñeca y apretó con fuerza, causándome dolor. Y mientras me insistía en que "todo no podía terminar así", me pregunté, con esa clarividencia subita del miedo, que ocurriría después. Imaginé que aceptara quedarme, que asumiera por inevitable el apretón, el reclamo a gritos de dientes apretados y quizás los besos que vendrían luego. ¿Qué podría esperar a partir de entonces? ¿Qué extraño camino de aceptación y perdida podría recorrer junto a un hombre que había invadido y avanzado más allá de mis limites naturales? Tal vez era muy joven aún, pero recuerdo que la disyuntiva me aterrorizó como pocas cosas lo han hecho en mi vida. Cuando me solté de él y me bajé del automóvil, sentí un alivio profundo e inexplicable, que me llevaría años comprender. Todavía recuerdo la imagen de su rostro contraído de furia y el gesto impotente - y violento - con que golpeó la rueda del volante. Nunca volví a verlo.

Pienso en esa escena mientras recuerdo como mi amiga insistió en que era normal los excesos de su pareja. Lo insistió con la inocencia de quien cree puede controlar algo que no sabe ni siquiera qué lo está provocando. Pensé en su manera sencilla de hablarme de las discusiones a gritos, la obsesión,  la forma como le agradaba esa "atención" enfermiza y excesiva que le prodigaba el hombre. Amor, me dije. Ella le llamó amor. ¿Cuantas veces hemos nombrado de la misma manera todo tipo de sentimientos confusos pero aun así apasionados? ¿Alguien tiene una idea cierta de lo que es un sentimiento que parece significar algo distinto para todos? Pero aún así, esa ligera incertidumbre no justifica el exceso, no justifica la agresividad y ese ligero limite del temor. ¿No son contradictorias ambas cosas?

- Tal vez, pero es difícil que puedas interpretarlo así a priori. A la mujer latinoamericana se le inculca una cierta visión de sumisión en las relaciones. Un acuerdo de poder desventajoso, digamos  - me comenta P., psicólogo clínico a quién acudí para cuestionarme en voz alta sobre el tema. Conozco a P.  desde hace un par de años y siempre me ha sorprendido su visión amplia y casi dura sobre el amor. Para él, esa visión romántica del amor que se tiene en latinoamerica, esa interpretación de "la pasión" como justificación a toda una serie de comportamientos, no es otra cosa que una excusa directa hacia la visión machista de una sociedad miope.

- Pero mi amiga es una mujer moderna e independiente - le explico.
- La cuestión del equilibrio de poder en las relaciones es un fenómeno cultural - dice - no estamos hablando de dos individuos en condiciones de igualdad que intentan comprenderse así mismos a través de una serie de conceptos comunes, además de los naturales sentimientos apasionados. En latinoamerica, el amor es un juego de roles, es una negociación de género donde la mujer siempre termina mal parada.

- ¿A que te refieres?

- Digamos que en Latinoamerica, la mujer tiene un rol que desempeñar: ya sea en la pareja o de cara a la sociedad. Es simple: La mujer por si misma no es una idea que la sociedad machista considere completa. De manera que siempre es algo más. Es la esposa apasionada, la mujer decente, la madre abnegada. Hay una intención social de definir tu condición de mujer con respecto a la dimensión de la pareja.

Es una idea me que irrita pero que reconozco, es cierta. ¿Cuantas veces no me han preguntado de manera directa e incluso casi grosera si pienso "sentar cabeza" y "hacer lo que se espera de mi"? En la primera mitad de la veintena, aprendí a sortear con cierta elegancia el interrogatorio de familiares y amigos sobre el tema, pero ahora, durante los primeros años de los treinta, la cosa se ha tornado cuando menos obsesiva. Y es que la sociedad no parece asumir a una mujer que no quiera definirse a través del hombre o mejor dicho, sus relaciones emocionales.

- Para tu amiga, como muchas mujeres más, el amor es una relación de conceptos perfectamente definibles. Un intercambio - me explica P. - ella obtiene amor, atención a cambio de permitir su pareja exceda ciertos limites. Y eso es justamente lo peligroso de este tipo de situaciones.

Sus palabras me producen escalofríos. Venezuela es un país con un alto indice de maltrato femenino, un crimen anónimo que muy pocas veces se denuncia y que la mayoría de las veces, se considera una circunstancia privada que solo atañe a lo doméstico. Y sin embargo, la violencia siempre parece sobrepasar ese fino velo de lo que se asume normal, evidente e incluso interpretativo. Pienso en todos los casos sobre violaciones en el lecho marital, los horribles asesinatos ocurridos cuando esa violencia mínima, disimulada, termina por abrirse paso en esa normalidad frágil que se asume por elemental. Es una idea dificil de digerir, sobre todo cuando asumimos que la violencia es un rasgo aceptado en nuestra sociedad, que para nuestra cultura, hay un cierto nivel de maltrato "aceptable". La imagen de mi amiga hablándome de los gritos y reclamos de su pareja, y "furia pasional" me desconcierta un poco.

- En Latinoamerica se asume que ciertos rasgos de Violencia pueden ser "normales" - me explica P. con cierto cansancio. Nos encontramos en su consultorio y en una de las paredes, cuelga un afiche donde una bella mujer de ojos tristes sonríe al espectador. Más abajo, la frase que leo me sobresalta: "Si mi esposo me sigue maltratando, estaré muerta en dos años". Me aprieto las manos nerviosamente y pienso de nuevo en esa interpretación de la violencia, el respeto y las relaciones que subsiste en nuestra sociedad. Pienso en las madres que golpean a los niños en plena calle, en los hombres empujándose unos a otros entre gritos y groserias. En los "piropos" que toda mujer debe asumir recibirá, aunque los tema y le produzca repulsión, al caminar por la calle. La sensación es de mirar otra dimensión de la sociedad que me produce un terror casi doloroso. ¿Qué tan conscientes somos de esa visión social de la violencia normalizada? ¿Que tanto comprendemos las reales consecuencias de aceptarla?

- No solo normales, creo que incluso podría decir que son bien vistos - murmuro - justamente en eso insistía mi amiga. Hablaba de lo que hacia su pareja como demostraciones de "afecto y pasión".

- Por supuesto - asiente P. - para la cultura latinoamericana, la posesión es un rasgo masculino y viril. Esa necesidad de asumir que la mujer le pertenece. La igualdad es una idea que no se comprende muy bien. Por ese motivo situaciones donde a la mujer se le falta el respeto, se le denigra o se le humilla, no se consideran maltrato psicológico. Son simplemente comportamientos que se asumen inevitables.

Imagino a mi amiga, una mujer firme y resuelta, lidiando con las peleas a gritos que me describió. ¿Hasta que punto interpretamos la conducta violenta como inevitable? Me pregunto a mi misma, casi con dureza: ¿Cuantas veces he considerado la agresión como una forma de cultura? Me cuestiono con franqueza y ya solo con respecto al tema emocional, sino incluso mi visión sobre la cultura en la que vivo, en la sociedad en la que crecí. Los simbolos de violencia abundan, forman parte de ese entramado de ideas que consideramos naturales, evidentes. Somos complacientes con la percepción de la violencia.

Lo somos, sin duda, me digo mientras leo algunos capítulos del libro "Cuando amar demasiado es depender" de la autora Silvia Congost. Porque mientras que la visión de la agresión se asume como parte de lo que consideramos culturalmente aceptable, una idea mucho más inquietante se manifiesta: La violencia es invisible. La autora insiste, de hecho, que muchas veces quien sufre la violencia no es consciente de lo que padece, que más allá de lo obvio. Lo asume como parte de una idea mucho más elemental del deber ser social.  En palabras de Congost, las victimas "Cada vez más ven las agresiones como algo natural, habitual, se acostumbran a ello, hasta tal punto de que les cuesta muchísimo salir de allí". Y el planteamiento me hace analizar no solo lo que la cultura construye como concepto de normalidad sino hasta que punto, la violencia es indivisible de esa normalidad - aparente y siempre quebradiza - que forma parte de nuestro entorno.

Unas horas más tarde, mi amiga me telefonea por algún motivo que no recuerdo. Conversamos, reímos pero no logro evitar pensar que habrá ocurrido - si es que ocurrió - luego de nuestra conversación. ¿Habrá recordado mi preocupación después? ¿Le habrá parecido significativa? No le pregunto al respecto por supuesto, pero cuando nos despedimos, la escucho suspirar.

- Lo estoy pensando - me dice. Solo eso.  No respondo de inmediato, sorprendida. Sé a que se refiere, claro está, pero no pensé que lo afrontaría de manera tan directa. Pero me alivia que lo haga: es una manera quizás de romper esa patina de normalidad aparente, frágil y tensa donde la violencia parece sostenerse.
- Mírate a ti misma como me mirarías a mi en el mismo caso - le digo. Y es que no encuentro otra forma de expresar mi miedo por ella, la sensación de angustia que me hizo sentir la circunstancia que atraviesa.
- Lo haré - me asegura. Y hay una nota nueva en su voz ¿Cansancio? ¿Preocupación? No podría decirlo.

Cuando me cuelga me quedo pensando en ese breve intercambio de ideas, tan circunstancial como firme. Y aún así, me reconforta el pensamiento que a pesar del peso de la cultura y la mirada de lo social, aún podemos luchar contra la violencia, asumir que no es inevitable y más allá, creer que es posible enfrentarnos a su supuesta - y pretendida - normalidad.

C'est la vie.