Conocí a M. el mismo día que la fotografié por primera vez. Y ese mismo día, supe la naturaleza y gravedad del cáncer que padecía. Fue una experiencia inquietante y dolorísima escucharla y luego decidir captar su dolor, su angustia en una imagen. No sabría si podría hacerlo. No quería defraudarla y mucho menos, rebasar la línea entre la intimidad de lo privado y esa necesidad de expresar una idea que la llevó al estudio de la Escuela de fotografía donde trabajo para enfrentarse a mi cámara. Me pregunté que podría encontrar al mirarla detrás del lente. Como podría interpretar su dolor y su angustia en un concepto.
A solas con M. en el estudio, la miré con lágrimas en los ojos. Ella me había asegurado se sentía bien - logicamente angustiada y nerviosa - pero en general, con las fuerzas suficientes para sonreir. De hecho, estaba sonriendo cuando decidió desnudarse y quedarse de pie, frágil y vulnerable, cubriendose los senos con un gesto duro. Le pregunté por qué parecía tan irritada con su propio cuerpo.
- Me traicionó - explicó. Apretó los labios y se apretó con mayor fuerza los senos desnudos - siento que perdí la confianza en quien soy y lo que soy. Me traicionó y ahora estoy aquí, batallando contra él, defendiendome contra mi misma.
Inclinó la cabeza. Dejó de mirarme. Levanté la cámara. Hice el primer click. La imagen parpadeó en mi mente antes que en la cámara. Pensé en la fragilidad del ser humano, en su belleza y contradicciones. Tuve la sensación que comprendía muchas cosas a la vez en una única imagen y que a la vez, solo eran meras abstracciones, ideas sin ningún sentido. Miré a través del lente a M., estoica y bella, meditando sobre la angustia y el miedo sin decir una palabra. Seguí fotografiando. Ella tomó una bocanada de aire, levantó la cabeza, parpadeó emocionada. Los dientes apretados. Luego inclinó levemente el rostro, miró hacia esa oscuridad polvorienta que la rodeaba.
- ¿Tienes miedo? - solo me atreví a preguntar eso sosteniendo la cámara frente al rostro, protegiéndome con ella. Las manos me temblaban tanto que me detuve un momento, tomando una lenta bocanada de aire. Cálmate. Mirala. Observala. Comprendela. Me acerqué, sintiendo que a mi alrededor el mundo se hacia borroso. El rostro de M., iluminado a medias, tenía un aspecto casi melancólico.
- Sí, lo tengo. Pero es bueno ese miedo ¿sabes? - me responde - Lo es, porque le da una cierta perspectiva al mundo. A la manera de asumir quién eres y como es el mundo que te rodea. Pero el miedo te permite asumir tu propio derecho a mandar todo al carajo.
Sonríe, desafiante. Yo también, detrás de la cámara. Fotografío otra vez. Y otra. Y otra más. M. suspira y luego, hace algo dolorosamente bello, exquisito e inolvidable: inclina la cabeza, casi con delicadeza y deja que la tristeza le coloreé las mejillas. Un gesto tan irrepetible que cuando tomo la fotografía me siento una intrusa, una observadora sin derecho a contemplar un momento tan radiante y duro. Bajo la cámara. Tengo los ojos llenos de lágrimas. Ella también. Nos miramos una a la otra. Hay un momento de comprensión cristalina, absurdo y directo.
- Gracias - digo en voz baja. M. sonríe, con esa fuerza suya desafiante.
- ¿Por qué?
- Por permitir que te fotografie en un momento tan difícil.
- Necesito mirarme - me explica - quiero hacerlo.
No respondo a eso. ¿Qué podría decir? Pero pienso en el poder de la imagen, de la cámara que captura, que detiene el tiempo. Que lo transforma en algo más: en lenguaje, en belleza, en testimonio, en historia que se narra y permanece. La fotografía tiene la capacidad prodigiosa de detener el tiempo, de construir una visión de las cosas totalmente nueva, distinta, inquietante en ocasiones, siempre formidable. Más tarde cuando miro las imágenes de M. a solas, sonrío y siento una enorme emoción. ¿Agradecimiento tal vez? La imagen que parpadeó en mi mente por un instante, está allí, en la pantalla de mi portátil: Ella, hermosa y frágil, mira su propia circunstancia con una dignidad poderosa, inequívoca. Hay algo magestuoso en esa capacidad para comprender la dimensión de su dolor, en esa diminuta grieta entre la imagen y la realidad que circunda, que muestra de manera tan directa y a la vez tan poética. Pero me repito la pregunta: ¿Logré captar lo que M. no ve de si misma? ¿Lo que quizás está más allá de esa percepción intima que todos tenemos de nuestra visión del mundo? No lo sé. Y me preocupa no haberlo hecho. Después de todo, la belleza y la imagen, la fragilidad y la contudencia de lo que se cuenta - de lo que se esconde en la realidad a cuatro lineas - es totalmente subjetivo. Lo que veo no es lo que muestro. O mejor dicho: lo que muestro no es precisamente la realidad.
Pero más tarde, cuando le muestro la imagen a M. descubro que al menos en esta ocasión, el lenguaje visual - integro, expresivo y desconcertante - mostró justamente lo que esperaba pudiera expresar: Ella mira su fotografía, con ojos cansados y desconcertados. Sacude la cabeza, me toma de la mano.
- Me asusta poder mirar el miedo que siento de esta manera - murmura. Suspira. La imagen flota entre ambas, como un testimonio mudo de ese misterio del ser humano que la fotografía descubre a medias, de ese documento elemental que describe el mundo en luces y sombras. Aguardo, emocionada y preocupada, mientras ella continúa mirando la imagen con los ojos muy abiertos - pero me gusta, de alguna manera, comprenderme a través de él. Asumir mi idea del mundo a través de lo creo y construyo.
Miro a M., a la que está sentada a mi lado en el salón luminoso y a la otra, la fragil, la que lucha contra sus demonios diminutos, plasmada para siempre en una imagen perdurable. Y pienso en la semejanza de la imagen con la concepción que tenemos sobre nosotros mismos, con la necesidad de comprendernos a través de nuestros aspiraciones y temores. ¿Y que otra cosa es una fotografía sino una huella persistente de una opinión en imágenes? Cuando M. sonríe, entre afligida y emocionada, siento de nuevo que la cámara me concede un privilegio extraordinario y sutil: ese de encontrar el verdadero rostro de quienes miro a través del lente.
La cámara: una ventana hacia la realidad.
La primera vez que leí "La cámara Lucida" de Roland Barthes tenía catorce años. Y entendí muy poco de su visión. No obstante, comprendí en esencia algo que durante años he meditado al fotografiar: La fotografía es un recuerdo, y por tanto posee un tipo de emoción propia y sustancial, poderosa. En sus palabras “En el fondo la Fotografía es subversiva, y no cuando asusta, trastorna o incluso estigmatiza, sino cuando es pensativa” (Barthes,1989, 81). Una interpretación de lo que consideramos real.
Y es que la fotografía abarca mucho más que el mero discurso visual: Una fotografía es valiosa y trascendente en la medida que es capaz de recrear y construir una idea que sea comprensible más allá de lo básico. La fotografía que se analiza a sí misma como documento, que se mira como abstracción. Porque la imagen comunica, es indudable, pero también brinda sentido a toda una serie de ideas personales que parecieran converger en la imagen como referencia exacta. De hecho, Barthes resume esta perspectiva visual, con una anécdota muy curiosa: confiesa que nunca pudo reconocer a su madre en la colección de fotografías familiares excepto en una, que para él representa la idea esencial de lo que recuerda de ella: La imagen como metáfora de la realidad, como expresión del yo coherente y creador.
Recordé la curiosa historia mientras fotografiaba a mi querida @CristalPalacios el domingo por la tarde. La experiencia resultó profundamente emocional: intenté captar lo que veo en ella, esa necesidad constructiva y simbólica que les brinda una personalidad concreta en mi mente. Y descubrí que había una sutil diferencia entre la visión del fotógrafo y su la opinión que de si mismo tiene quien se fotografía: dos lineas paralelas que parecen coincidir pocas veces. Una elección en el discurso, en la interpretación de la imagen y más allá, de lo que construye a partir de ambas cosas. Porque la imagen siempre contará algo - eso es indudable - pero la manera como la hará, siempre contendrá - y construirá - esa visión elemental de la fotografía y el discurso visual como forma de expresión. ¿Qué deseamos decir? ¿Qué intentamos comprender? ¿Qué estamos contando a través de una imagen? El valor de cada sombra e idea, la nítida idea del carácter de la fotografía que nace y se mira a través de una idea que le otorga valor.
Sin duda, hay una mirada profunda y significativa en el hecho fotográfico. Por lo general, mi amiga @CristalPalacios es una mujer muy vital y chispeante. No obstante, cuando la miré a través del lente de la cámara noté algo más: un elemento indefinible de un sentimiento más profundo y denso que creí haberme imaginado pero intenté captar. Fotografiarla supuso un reto porque necesité de una buena dosis de paciencia para encontrar ese punto de inflexión que pudiera mostrarme a la mujer detrás de las muecas y esa curiosa visión de si misma tan abstracta como huidiza. Recordé esa visión de Barthes que intenta encontrar lo realmente significativo en una imagen en lo que oculta, en lo simbólico, en lo que no cuenta. Sosteniendo la cámara frente al rostro de Cristal, aguardé con cierta impaciencia esa expresión única que podría convertir la fotografía en un documento visual que pudiera expresar una idea y otra que solo captara el momento, pudiera mostrarlo de la mejor manera. Y cuando lo logré, sentí una extraña sensación de satisfacción y también de incomodidad: ese encuentro con el "yo" oculto del fotografiado, esa necesidad del fotógrafo de abrir puertas y pequeñas grietas en la muralla de silencio del misterio del otro, como lenguaje que se elabora a través de reflexiones abstractas y más allá, de elementos netamente estéticos que brindan una idea al lenguaje que el fotógrafo intenta crear.
Y es que fotografiar siempre implica una medida de soledad y también de egoísmo, pienso en ocasiones. Miro mis fotografías, los retratos y mis autorretratos, inclusos los pequeños paisajes mudos que he recopilado a lo largo de este complicado camino visual que he decidido seguir, y me pregunto hasta que punto somos conscientes del poder creativo que nos otorga la cámara, del peso y la consistencia de cada idea que intentamos construir en imágenes. Al pensarlo, me encuentro sentada frente a mi cámara, a punto de captar un nuevo rostro desconocido de si misma y de pronto, la idea se hace muy clara y evidente, casi dolorosa. La fotografía es una ventana y también es un reflejo, como diría uno de mis más queridos profesores, pero también una evidencia de la memoria que persiste, que se transforma y que se mira así misma con una dureza casi misteriosa imposible de eludir.
Escucho el click de la cámara. El corazón me palpita más rápido. Y comprendo otra vez - como siempre - el sentido último de toda fotografía, incluso la más sencillas, las ocultas, las secretas: Crear.
Y sonrío al recordarlo.
C'est la vie.
4 comentarios:
Excelente Articulo!!!!!!!!!!!!!!!!11111
Amé esto Agla.
Profe querida, primero que todo quiero expresarte mi mas sincera admiracion, para poder plamar en este escrito lo que sentimos al fotografea y lo que es la fotografia. Lograste conectarme con M solo leyendo tus lineas y querer enviarle todas las vibras positivas y bendiciones para que supere todo lo que le sucede. Te envio un fuerte abrazo y mi mas grande agradecimiento. Estoy orgullosa de haber sido y seguir siendo tu alumna. TQM
Sinceramente, te extiendo mi admiración como colega. Creo decir más sería redundar. Dios te bendiga y te permita seguir construyendo historia y luz con tu lente!!.
Fotógrafo Paola Orta.
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