Una vez leí que Dios creó a los animales y luego, cometió un error y creó al hombre. Una idea que parece provenir de esa visión del hombre como destructor en lugar de creador. Y es que a través de los siglos, la cultura se ha concebido así misma a través de esa visión utilitaria del mundo que le rodea. Una perspectiva de la naturaleza al servicio de esa perspectiva del hombre mecanicista, la construcción del futuro a partir de versiones de la realidad. Y es que sin duda, el hombre se ha convertido en el depredador más peligroso, en ese elemento anómalo capaz de destruir lo que a la naturaleza esencial le llevó años construir. Es un pensamiento doloroso, sin duda, pero aún más, inquietante. ¿Qué ocurrirá con los limites entre lo que somos y lo que es la naturaleza en su aspecto más primitivo se crucen? ¿Cuanto tiempo resta hasta que el hombre deba enfrentarse a la frontera entre lo que el mundo puede ofrecerle y lo que necesita?
Siempre me han inquietado estos temas. He pertenecido a todo tipo de sociedades y organizaciones de protección de la naturaleza y de la vida animal. Mi tia E. solía decir que quizás la bruja en mi interior necesitaba sentir creaba la diferencia, encontraba de esa manera de manifestar mi necesidad de producir un cambio en el mundo y su equilibrio. La idea me hacia sonreír, un poco incrédula.
- Lo hago porque creo que el mundo corre un real peligro - intenté explicarle en una oportunidad - no tiene absolutamente nada que ver con lo que creo o como concibo mi espiritualidad. Es puro pragmatismo. Hablo de...¿Qué ocurrirá cuando los recursos sean insuficientes para alimentarnos a todos? ¿Cuando la naturaleza sea incapaz de curarse así misma por los estragos que sufre?
Tia E. me escuchó en silencio. Tenía una manera muy sutil de expresar el descontento y su irritación: un pequeño fruncimiento de labios, las manos apretadas sobre las rodillas. En esta ocasión, me dedicó una de sus largas miradas heladas.
- Todo lo que somos, tiene que ver con nuestras creencias - comentó en voz baja. Aja, estaba disgustada. Me pregunté por qué - hay una visión que lo unifica todo, que construye razonamientos lógicos entrelazados entre sí para brindar una respuesta. ¿Entiendes? Nada ocurre por casualidad.
Chasqueé la lengua groseramente. Era una adolescente fastidiosa y malcriada. No entendía muy bien porque mi tias y primas intentaban mirar el mundo de esa manera idílica. Sí, todo eso de la brujería era hermoso y muy simbólico, pero solo tenía valor dentro de casa, entre los rituales domésticos y esa camaraderia familiar que compartiamos. El mundo real era otra cosa, pensé, con esa suficiencia un poco ridícula de la juventud. Mucho más duro, directo y crudo, en donde no tenía cabida esa idea amplia y casi romántica que la brujería tenía sobre él.
- Tia, pensar que todo está interconectado es imaginar que cada cosa que ocurre tiene un significado y un sentido - dije - y eso no tiene mucho sentido. Creo en el poder de las convicciones y los ideales. Pero no tiene mucho sentido creer que todos estamos unidos por una especie de cinta de plata que nos sujeta.
Tia no contestó esta vez. La miré alejarse por el pasillo, con su paso rengeante y me sentí muy madura, muy mayor, discutiendo con ella en esos términos. Y después, quizás un poco inquieta por el simple hecho de rebelarme contra las ideas con las que había crecido sin saber muy bien porque lo hacía.
Tal vez debido a eso, seguí meditando - a mi pesar - sobre lo que me había dicho. Atravesaba una época incrédula y contestaria y seguía irritándome esa versión del mundo unificado bajo una visión casi idilica. Y aún así, había algo en lo que había dicho Tia E. que continuaba repiqueteando en algun lugar de mi mente. Todo está interconectado. Una gran idea sobre el hombre y la naturaleza, una correspondencia entre quienes somos y el mundo que nos rodea. Lineas infinitas uniéndose entre sí.
- ¿En qué piensas?
Me sobresaltó la voz de mi amigo I., venida de algún fuera de mis extraños pensamientos. Era uno de los pocos compañeros de clase que me simpatizaba realmente en esas singulares primeros años universitarios y tal vez se debía a su capacidad para mirar el mundo de una manera flexible, meditabunda. Le sonreí, incómoda. No sabía como explicarle lo que me preocupaba.
- ¿Crees que todo está interconectado? - le pregunté, por último, incomoda y avergonzada. Hasta mi me sonó infantil mi pregunta. Pero I. pareció meditarla con mucha seriedad.
- Sí, claro - respondió I, con una gesto muy abierto y franco.
- ¿De verdad lo crees así?
- ¿Tu no? - I. parecía realmente sorprendido - ¿de verdad dudas que todo lo que ocurre tenga un sentido y una conexión directa con el mundo que te rodeas?
- Si hablas de la teoria del caos...
- Hablo que todos somos partes de una enorme criatura llamada Planeta tierra - dijo - que cada cosa que hacemos, es parte de algo mucho más grande. No es nada filosófico, la verdad. Es una idea cruel. Natural. Como la tormenta que se desata y destruye un pueblo pequeño y deja sin alimento al siguiente. Y la pequeña tragedia se convierte de pronto en algo enorme, incalculable.
Parpadeé sorprendida. No lo había pensado así: una perspectiva de infinita posibilidades sobre lo que somos y hasta que punto nos encontramos unidos, sin saberlo. Mi amigo miro a nuestro alrededor: a los grupos de estudiantes riendo y conversando en voz alta, cruzando el campus de un lado a otro. Había algo extraño en los pensamientos que había expresado, en medio de esa rutina cotidiana, de esa visión tan elemental de lo corriente. Y sin embargo...
- En brujería, creemos que cada cosa que ocurre tiene una consecuencia, se une a la siguiente como una linea que continúa abriéndose paso de manera inesperada - le expliqué, en voz baja. Miré a una pareja que jugaba con una pequeña pelota de goma en la mitad del jardín. Ella la hizo rebotar sobre una pared y él la tomó entre las manos para lanzarla de nuevo. La pelota describió una curva y de pronto, sucedió algo muy raro: la pelota rebotó contra una rama de uno de los árboles cercanos, que vibró e hizo caer un pequeño trozo de madera sobre un estudiante que leía a sus pies. El chico se levantó de un salto, furioso.
- Todo es parte de una serie de ideas que se complementan unas a otras - dijo entonces I., que también miraba la escena. El chico que estudiaba bajo el árbol ahora discutía con la pareja de jugadores. Un par de curiosos los miraban desde el cercano corredor que conducía a la biblioteca. Y de pronto, comencé a pensar e imaginar una serie de cosas: La escena probablemente les haría llegar tarde a su clase y quizás, perderian algo sobre un tema importante. Quizás, ese tema podría hacerles reprobar. O quien sabe si justo por perder esos valiosos minutos, estudiaran con mayor atención y obtuvieran una calificación mayor. Entonces...
- Un oceano de posibilidades - dije en voz alta. Mi amigo rió por lo bajo.
- Todas las posibilidades son ciertas en algún momento. Y la naturaleza refleja esa dualidad. Pocas veces lo notamos, pero la naturaleza, lo primitivo, el mundo animal, sostienen al mundo de las posibilidades. Cada vez que olvidamos el poder de la naturaleza para sostener la vida, para mirarse así misma como una serie de consecuencias, olvidamos el poder de la naturaleza para redimir, para crear y para brindar belleza. La naturaleza muere cuando olvidamos que es la gran Madre.
Me hizo un guiño malicioso. Acepté la indirecta con toda humildad. Me lo merecía ¿No?
Encontré a tia E. cocinando junto a mi abuela alguna cosa de olor suculento. Siguió cortando en delicadas rodajas la cebolla, sin mirarme. Mi abuela - la bruja, la sabia - nos observó a ambas, un poco desconcertada, pero no comentó nada, de pie junto a la ventana entreabierta. Me senté junto a tia, avergonzada.
- Todo está interconectado - dije. Y esta vez no era una pregunta. Ella no levantó los ojos de su quehacer, pero la noté suspirar. Seguramente seguía irritada - es decir, todos somos parte de...
No supe como explicarselo. No quería repetir las palabras de I. pero había en ellas algo esencial que quería expresar. Extendí las manos y tomé las suyas. Levantó los ojos, sobresaltada y desconfiada.
- Todos formamos parte de una gran familia - expliqué con voz titubeante. Porque se trataba de eso ¿Verdad? Una idea que parecía vincularnos a todos perfectamente, una red de pensamientos, decisiones y formas de ver el mundo que creaban un gran todo - cada uno de nosotros, está atado al otro, aunque no lo sepamos, aunque no seamos capaces de mirarlo siempre. Y cada cosa tiene un lugar, por naturaleza, por consecuencia. Pero ocurre, todos los días. Esa gran conversación. Una idea viviente.
Tia E. sonrío. Y me gusto que fuera una sonrisa pequeña, casi tímida. Me había comprendido. Mi abuela volvió la cabeza y sonrío también. Pero no dijo nada. Quizás porque ella también habia sido una adolescente necia y malcriada que necesitaba pensarse dos veces cada cosa antes de aceptarlo. O porque como yo, tenía la sensación de haber descubierto un secreto portentoso, muy viejo y primitivo. En nuestro espiritu, un viejo eco de algo más grande y profundo.
Y me pregunté, sentada en la vieja cocina, que ocurriría después. A donde me llevaría ese conocimiento, que podría encontrar en él más adelante. Me imaginé las miles de interconexiones, las infinitas variaciones de la realidad que se estaban produciendo justo en ese momento. Y más allá, la Madre Naturaleza, siendo esa criatura misteriosa, enorme y portentosa que parece abarcarlo todo, existir más allá del pensamiento humano, antes y después. Una idea inquietante y de una belleza sublime.
La danza de la vida y la muerte.
Para la Tradición mágica oriental, la Diosa Astarté, representaba el culto a la madre tierra, el amor y la fertilidad, progenitora de todos los seres vivos y centro esencial de todo lo creado. Probablemente como parte de todo un sistema de creencias que se vinculaban unas a otra a través de la adoración de la Madre creadora, Astarté se identifica con la Inanna sumeria, la Isis egipcia e Ishatar mesopotámica.
Para la Tradición de Brujería que practico, Astarté es la Diosa cuya energía se vincula a la fuerza de los sentidos, no esencialmente en el sentido hedonista, sino en la forma como podemos comprender el mundo a través de nuestra percepción sensorial. Es la visión más amplia sobre lo que consideramos la vida, esa cualidad mutable y en constante transformación que asociamos con la naturaleza y su capacidad de engendrar vida. En su nombre se realizan rituales que ensalzan el enorme significado del planeta viviente como expresión de esa espiritualidad primitiva y esencial que de alguna forma todos reconocemos y formamos parte. Uno de de ellos es el siguiente.
Necesitarás:
1 vela azul.
1 vela roja.
Un cuenco con agua ( nunca fría ).
Incienso de Azahar.
Disposición:
Coloca la vela azul a tu izquierda, la vela roja a tu derecha, junto con el incienso de azahar y el cuenco con agua frente a ti. Relájate, tomando lentas y pausadas bocanadas de aire. En la Antigua Tradición de Astarté, la respiración tenía una gran importancia, pues se decía que podía conectar tu forma mental más elevada con la expresión energética de tu cuerpo. En una reminiscencia de esos rituales, respira tomando largas y rítmicas bocanadas de aire. Siente que todo tu cuerpo se relaja y se impregna de esa conciencia superior que es parte de tus pensamientos.
Abre los ojos y enciende la vela azul diciendo:
"En nombre de la Diosa Blanca
Invoco la voz de la tierra virgen
de la gran conciencia Universal
para unirme a este tiempo
a esta forma de creación
que es la danza de mi espíritu"
Ahora la vela roja:
"Astarté, Señora del conocimiento del tiempo divino
despierta la conciencia de mi carne
de mis ojos secretos
el templo de mi mente
el altar de mi memoria
el canto de mi voz interior
Así sea"
A continuación, introduce los dedos en el cuenco con agua y cierra los ojos. Siente como el liquido te acaricia los dedos, como todo su cuerpo reconoce su antiguo lenguaje. Suspira, mueve lentamente la cabeza e imagina que todo tu cuerpo se balancea mecido por el viento. Escucha su canto mientras te mueves lentamente, siéntete ingrávido, por completo carente de peso. Imagina que flotas, y que a tu alrededor el aire se vuelve exquisitamente cálido. Experimenta una sensación de completa libertad, de una ternura lenta y que tiene un significado por completo personal. Recuerda que eres parte de un ciclo invisible, enorme, que tu cuerpo y tu mente se hacen uno para darle sentido a tu perspectiva de la fe y del tiempo personal.
Por último, enciende el incienso de Azahar y permite que tu mente se relaje y que divague, llena de la paz y tranquilidad que has obtenido mediante la visualización creativa. Disfruta del aroma, impregnate de él, siente que forma parte de tus pensamientos. Para concluir el ritual que realizaste, deja que las velas se consuman y luego, come y bebe algo equilibrar la energía que obtuviste mediante el ritual.
Sentada en la oscuridad, miro el amanecer. Las montañas se colorean lentamente de un tono dorado extraordinario. El azul añil del cielo parece brillar, crear una cúpula de luz sobre la ciudad que duerme. Recuerdo de nuevo la frase: "Dios creó a los animales y después cometió un error y creó al hombre" y esta vez, me pregunto si no hay una pequeña grieta en esa sentencia tan absoluta, tan directa. Y miro la ciudad dormida y la montaña abriéndose a su alrededor, soñando con un equilibrio entre el hombre en su busqueda de respuestas y la naturaleza, en su necesidad de creación. ¿Podría existir algo semejante? El cielo dorado y azul parece ser la respuesta, aunque no sepa exactamente cual podría ser.
C'est la vie.
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