lunes, 7 de octubre de 2013
La Nueva religión Venezolana: Del Fitness a la comida sana, la más reciente obsesión nacional.
Siempre me ha producido inquietud el fanatismo, cualquiera sea su tendencia: desde la religiosa a la política, hay un elemento ligeramente desconcertante en esa necesidad de imponer una idea al otro, de asumir que la verdad absoluta existe y más aún, de tener la convicción que la opinión propia vale por la ajena. De manera que siempre he procurado mantenerme lo suficientemente sana en el argumento, como para evitar esa frontera entre el fanatismo y la visión personal pura. A veces lo he logrado, otras veces no, pero me siento satisfecha que el intento haya dado uno que otro fruto: sobre todo en considerar - y asumir - que la visión del otro es tan válida como la mía.
Comento todo lo anterior, porque últimamente mi país es territorio del fanatismo. Ya no hablemos del político - obvio y evidente para cualquiera - sino de otros tantos que parecen reflejar la crispación cultural y social que padecemos. En ocasiones tengo la impresión que Venezuela asume las ideas con esa pasión latina que tanto se achaca con esas latitudes, pero eso no es excusa suficiente para comprender ese afán de comprender el mundo a través de los extremos, como si todo argumento tuviera la necesidad de ser impuesto, un dejo de obligatoriedad que me inquieta por el mismo hecho de existir. Y es que en la Venezuela del siglo XXI incluso lo más sencillo tiene un dejo de exaltado, eso que se da por cierto e indiscutible, lo que simplemente se impone casi de manera natural. Y sobrevivirle no es sencillo.
Todo al extremo: La visión del mundo de un solo color.
Desde hace unos cuantos meses, Venezuela disfruta de una nueva obsesión nacional: La salud y el ejercicio. Nada que objetar por allí: me parece extraordinario que buena parte de la población decidiera era el momento de asumir un estilo de vida saludable. Claro que, Venezuela es un país que rinde culto a la belleza, eso todos lo sabemos, pero me refiero a algo distinto: hablamos de un redescubrimiento del ejercicio saludable, de la alimentación como manera de recuperar - o mantener - un óptimo estado físico. En ocasiones, he pensado que toda nueva visión de la estética es una reinterpretación de la belleza a la que estábamos acostumbrados: fuerte, vigorosa, con poca o ninguna relación con esa otra que es tan tradicional en nuestro país: la de tocador, de peluquería y de banda de concurso. Esta nueva estética supone una energia renovada, una concepción de lo corporal que resulta desconocida y quizás por ese motivo, tan interesante. La salud como forma de plenitud.
Hasta aquí, todo muy bien. De hecho, cuando toda esta nueva corriente comenzó a hacerse popular, también me uní, estimulada por toda este nuevo animo reconstructor de los códigos de belleza tradicionales. Me sentí feliz de por una vez, compartir esa idea de lo estético basado en algo más sustancioso y de hecho, lo disfruté bastante. Acudí a un nutricionista, comencé una sencilla rutina de ejercicio y en general, tuve la impresión que por una vez, la tendencia, esa visión social de lo que es correcto y aceptado, coincidía con mi opinión personal. Y es que había algo renovador, en toda esta descubrimiento de lo saludable: había una especie de idea cultural que parecía sostener estas multitudes de hombres y mujeres atléticos, de amantes del buen comer. Me asombró un poco el fenómeno y de hecho, llegué a comentar en este, su blog de confianza, que el mundo de la belleza parecía haber encontrado una arista significativa donde sostenerse.
Pero somos Venezolanos, por supuesto. Venezolanos apasionados, diría los optimistas de siempre. Somos Venezolanos en constante evasión, dirían lo que no lo son tanto. Y como Venezolanos, el asunto de lo saludable no podía quedar en un mera interpretación de la temperatura cultural. Nada es tan sencillo por estas latitudes: de manera que de pronto, lo que era una gran novedad social, se convirtió en algo muy cercano a una nueva religión. No sé cuando ocurrió. De hecho, no podría decir cuando comencé a tropezarme con discípulos de la salud en todas partes. Lo que si esta muy en claro es que en algún punto del trayecto, lo que comenzó siendo una manera de asumir el mundo a través de lo saludable, se convirtió en una nueva forma de fanatismo, de esas que parecen florecer con tanta frecuencia en Venezuela y que muchas veces terminan distorsionando lo que era algo mucho más amplio y profundo. Pero que le vamos a hacer, pienso en ocasiones, un poco asombrada por esta nueva religión del Fitness, del zapato deportivo, y del pedal. Así somos, me digo, con cierta resignación. ¿Pero es necesario que seamos así?
Medito sobre eso mientras almuerzo con un grupo de amigas. Todas están obsesionadas con la nueva variante de la belleza. Dos de ellas, comentan que correrán en un maratón unos días después, y otra, me explica los beneficios de la comida macrobiótica. Escucho todo con educada atención y hago algún que otro comentario. Realmente, aunque el estilo de vida sano me parece loable, no tengo la constancia - quien sabe si el interés - por mantenerlo. O así me temo. De manera que me hago la desentendida mientras la conversación avanza hacia temas mucho más específicos - zapatos deportivos, ropa deportiva - y me concentro en el Menú del restaurante. Los problemas empiezan cuando el mesonero aparece para tomar las ordenes del grupo.
- ¿Que vas a comer pasta? - dice una de ellas, escandalizada. Todas las demás me miran con gesto ceñudo. Me quedo con la carta en la mano sin saber muy bien que hacer, y el mesonero me mira incómodo desde el otro lado de la mesa.
- Sí, la verdad me provoca un poco de carbohidratos maléficos - comento, en tono burlón, en un intento bastante torpe de distender la tensión. Pero no lo logro. Alguien se inclina, me toma el menú de entre las manos. J., una de las corredoras del futuro maratón, le indica al mesonero me traiga un jugo natural de una fruta exótica. "Sin pulpa y sin azúcar", añade. Boquiabierta, le hago una seña al hombre, antes que comience a escribir, intentado detenerlo.
- Escucha, necesitas beber vitaminas para comenzar el día - me explica otra. Ha perdido mucho peso y se le ve radiante. Me comentó un rato antes que lleva a cabo una exigente rutina de ejercicios de tres horas diarias. Corre, patina, monta bicicleta. ¿Acaso no quiero verme así? me pregunto. Tengo unos cuantos kilos de más que recuperé apenas dejé los buenos habitos aprendidos meses atrás. Mi resistencia al ejercicio físico es tan limitada como preocupante. Pero hay algo en todo esta insistencia, en esta visión casi obligatoria, que me inquieta y me irrita.
- Sí, lo sé. Pero realmente hoy tendré que dejar la dosis de buena salud para otro momento - explico. Le pido una botella de agua al mesonero - en realidad, quería una gaseosa, pero preferí no despertar la angustia de mis acompañantes - y vuelvo a la carta. El murmullo de conversaciones comienza otra vez.
- Es necesario que entiendas que debes responsabilizarte por tu salud. Yo corro todos los días dos horas y hago pilates - me explica en un enfurecido cuchicheo M., quién hace poco se unió al clan de saludables y está convencida que debe convertir a todos a su alrededor, o eso me temo - Si cada vez que comes asumes tu responsabilidad...
La escucho, aturdida. Conozco a M. y siempre aprecié su buen humor, su desparpajo y su visión tan llana como sencilla - nunca simple - de la vida. De manera que no comprendo mucho el sermón moral, la sensación que hay algo decididamente preocupante en mi conducta. Caramba, aprecio su preocupación ¿Pero me lo estoy imaginando o hay un nivel de imposición en todo esto? ¿Una necesidad de venderme su punto de vista como válido a pesar del mio? No lo sé. Pero la idea comienza a enfurecerme.
- Esta muy bien, pero yo por ahora, no tengo nada que decir al respecto y quiero comer pasta - levanto la voz. ¿Por qué me irrita tanto todo aquello? ¿Será pura malcriadez? No lo sé. Pero nadie me responde. De hecho, la conversación se torna muy incomoda de unos minutos en más. Por lo pronto, perdí el apetito, ya sea de carbohidratos malsanos o de comida saludable. Y por supuesto, continúo preguntándome cuando se volvió un deber lo que debía ser un placer.
Y es que entonces empiezo a notar que la idea ha calado hondo: todo el mundo va al gimnasio, come sano y disfruta de una saludable consciencia ecológica. Más tarde, caminando hacia una estación de metro me tropiezo con varios grupos llevando ropa deportiva. Más allá, una mujer espera que cruzar la calle mientras trota y hace estiramientos. Continuo preguntándome si exagero, si toda esta nueva tendencia a lo saludable me irrita porque no la comparto. ¿Es flojera? ¿es una critica a mi propia manera de ver el mundo? Pero nada es tan simple. O al menos, para mi no lo es.
El doctor L. es mi nutricionista desde hace casi un año y medio. ¡Que paciencia tiene este hombre! No solo ha tenido que lidiar con mi mal humor y mi neurosis, sino además con mi poca constancia hacia el regimen alimenticio que me prescribe cada tanto y que abandono a la primera provocación. Pero para el doctor L. la cosa está clara: Es evidente que tengo las intenciones, y nunca es sencillo comenzar un habito. De hecho, me explica, la mayoría de los devotos del Fitness no pueden mantener una dieta única por más de un mes.
- Eso no disculpa mi flojera - me recrimino, subida a la balanza. Me encuentro en ropa interior, con mis kilos de más muy visibles y evidentes. Me siento levemente inquieta, entristecida. Pero el doctor L. sonríe mientras anota mi peso - unos escandalosos 67 kilos para mi baja estatura son bastante preocupantes - y luego, me observa, con rostro serio.
- No la disculpa, pero lo saludable tampoco debería ser una tendencia - dice - escucha, hay varios temas aquí que hacen bastante incomoda esta nueva necesidad nacional de ser saludable. Todos quieren serlo al coste que sea, todos desean verse bien y pertenecer a ese gran grupo de entusiasmados corredores y ciclistas. Pero pocos lo hacen por las razones correctas.
- Pero lo hacen - insisto. Me pongo la bata de tela y me quedo sentada al borde de la camilla. El Doctor L. asiente, comprensivo.
- Claro, pero no es perserverancia, es deseo de participar en una actividad social. Simplicar la salud y lo que requiere mantenerla provoca todo tipo de situaciones preocupantes - me explica - he tenido pacientes que han llevado a cabo dietas demenciales: solo sopa por semanas, o solo ensaladas durante meses. Comienzan a correr, solo por la necesidad de comprometerse con esa nueva cultura que admiran pero no entienden.
Pienso en la idea. Hace unos días, alguien comentaba en mi TL que en muchas veces tenia la impresión que "muchos corrían para fotografiarse en lugar de fortalecerse". Pienso en todas las personas lesionadas que he conocido en los últimos meses: Hombres y mujeres que debido a un súbito entusiasmo por el ejercicio, se encuentran maltratando su cuerpo sin saberlo. Un amigo de mi madre sufrió un desgarro muscular por correr dos kilómetros sin preparación alguna y alguien más comentaba hace poco, que su asma juvenil reapareció más fuerte que nunca debido a su rutina de ejercicios. ¿Entonces que refleja toda esta nueva visión del ejercicio y lo saludable? ¿Una necesidad de comprender la salud como parte de la estética? ¿O algo más simple? ¿Algo que podría llegar a ser peligroso?
- Cualquier actividad física sin la suficiente preparación es peligrosa - me responde F., entrenador profesional y a quien visité en el Gimnasio donde trabaja, al este de la ciudad. Conozco a F. por mi madre: fue su entrenador por tres años y gracias a él, recuperó la salud luego de sufrir un infarto - desde lo más simple, a lo más elaborado, requiere planificación, dedicación y esfuerzo sostenido. Pero actualmente nadie tiene tiempo para eso.
- Entonces vienen los problemas.
- Claro. Y casi siempre son muchos - me responde. Me agrada muchísimo la manera como F. interpreta el ejercicio: una manera de construir tu propio cuerpo. Como una obra de arte. Varias veces durante la recuperación de mi mamá, me explicó que ejercitarse es una manera de mirarte con ojos benévolos, de asumir tus debilidades y fortalezas - la gente cree que correr "mucho", te ayudará a adelgazar "rápido". Y cuando no ocurre ni una cosa ni la otra, se frustran. De manera que buscan otra manera de hacerlo. He tenido lesionados gravísimos, por participar en los maratones de moda y otras actividades intentando "ejercitarse". Pero lo que hacen es desconocer las señales de su cuerpo, su propio lenguaje. Algo muy preocupante.
Nos acercamos a una maquina caminadora. En ella, una mujer de la edad de mi madre, camina con paso firme. Musculos tonificados, el paso firme. La observamos un rato y ella nos dedica una sonrisa. Se le ve sana, plena. Más tarde, me la tropiezo de nuevo mientras aguardo a F. para seguir la conversación en un café cercano.
- ¿Vienes para inscribirte en el Gimnasio? - me pregunta con toda amabilidad.
- Aún no - respondo. La miro, llevando unos jeans y una camiseta y ahora su edad no me parece tan evidente. Puede tener desde unos pocos cuarenta hasta unos bien llevados sesenta. Se le ve hermosa y fuerte. Me escucha y me hace un guiño malicioso.
- Ven cuando te de la gana - comenta. Me río en voz alta por su comentario. Ella también - ¡Es verdad! yo vengo porque sufro de diabetes y necesito la actividad física. Pero nadie me obliga, no es una necesidad. Ni tampoco me tomo fotografías o proclamo al mundo mi habilidad física. Lo hago porque debo, porque quiero...y probablemente porque no tengo otro remedio.
Escuchándola, recuerdo una anécdota que alguien me comentó unos días antes: Una chica tenia toda una galería de fotografías sobre su entrenamiento. Se la veía hermosa, elástica, pateando, corriendo. Todo un ejemplo de buena salud...hasta que se descubrió que las fotografías tenían al menos cuatro años de antigüedad, cuando la chica realizaba un entrenamiento para fortalecer una vieja lesión muscular. Pero nadie lo notó: todos parecían muy interesados únicamente en esa necesidad de mirar y mostrar la buena salud. ¿Se refería a eso la señora saludable?
- Sí y no - me explica F. unas horas después. Cuando nos sirven las tazas de café que tomaremos, no hace el menor comentario a que le agregue dos generosas cucharadas de azúcar. Ni siquiera parpadea pero igualmente, me siento un poco avergonzada. Él toma el suyo descafeinado y amargo. Caramba, ¿podré hacer eso alguna vez? - todos nos sentimos muy orgullosos cuando comenzamos a preocuparnos por la salud y tenemos resultados. Es natural y es bueno. Ahora, lo que ocurre es que actualmente hay una visión muy simplificada del ejercicio físico, de lo que es el cuidado de la salud. ¿Cuantas de las personas que insisten en cuidarse lo hacen realmente? Una dieta de una revista solo es una opinión sin fundamento. Pero muchas la llevan a cabo. Correr y ejercitarte es extraordinario, pero igualmente, hay un limite que cruzas sin saberlo. ¿Cuando quieres fortalecerte y cuanto quieres convencerte que lo puedes hacer?
No respondo. Cuando era una niña, practiqué ballet unos cuantos años, aunque no me gustaba ni tampoco tenía una especial habilidad para el baile. Fue una experiencia amarga, pero siendo naturalmente competitiva, me esforcé al máximo por lograrlo. Y así obtuve una peligrosa lesión de rodilla que me alejó de las zapatillas para siempre y me demostró que hay un distancia considerable entre lo consideramos correcto y lo que lo es.
¿Donde se encuentra esta cultura subita que trivializa lo saludable? Me pregunto, leyendo en uno un parque público, días después. Hay una buena multitud de entusiastas de las caminatas ejercitándose bajo el sol. Y la idea me parece hermosa y aún así, me pregunto como interpretamos esta nueva tendencia, esta simplificada visión de las cosas. Y no tengo respuesta, quizás porque no es de mi interés, al menos no ahora. Pero igualmente, tengo la sensación que hay una visión simplificada de la salud, de ese triunfo de la voluntad sobre la sencillez del cuerpo humano que me resulta cuando menos preocupante. Pero vamos, ¿qué puedo decir yo con mi deplorable resistencia y mis malos hábitos alimenticios? Probablemente no demasiado, pero aún así, la idea me parece estrafalaria. Hasta preocupante.
- ¿Señorita, conoce los beneficios de correr?
Me lo dice un chico en licra y camiseta. De pie junto a mi extendiéndome una hoja donde aparentemente se me revelararán los misterios de la buena salud. Intento no soltar la risa: ¿Soy yo o esto se me parece cada vez más a una religión? ¿Quién podría decirlo?
Desde luego, yo no.
C'est la vie.
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5 comentarios:
Si te gusta el café muy dulce usar Truvia y todos contentos! :P
Excelente post!
Saludos. :D
En esa última escena te imaginé diciendo "sí, claro, no tengo que oírlo" y echando a correr lejos de ellos :P (a veces tengo imaginación de tira cómica). Mi padre es la mar de deportista y desde niña me enseñó a mí a apasionarme con ciertos deportes (casi siempre escalada y artes marciales). Pero si algo me enseñó muy bien fue a oír a mi cuerpo, él ve -y me enseñó- el ejercicio como una especie de meditación en movimiento, oyes a tu cuerpo, despejas tu mente y si tienes una cosa que analizar la dejas fuir en tu mente mientras te concentras en otra cosa y al final, cuando repasas la idea, de repente, como por arte de magia todo luce más claro y estructurado. Jamás he seguido dieta alguna y por lo general confío en que mi cuerpo sabe pedirme lo que quiere comer, cuando lo quiere y cuando debo parar (da lo mismo si exige papa fritas o ensalada). Claro que sé que hay cosas que me hacen daño y bajo la cantidad o las como muy de vez en cuando, pero como bien apuntas la idea es cuidarte y no volverte un militante del "fitness". Lo que pasa es que se vuelve algo superficial del tipo: si eres sano y delgado formas parte de la sociedad y más aún del "ideal" de belleza. Se muere la profundidad de: Tu cuerpo es tu templo, el recipiente de tu alma así que podrías amarlo, cuidarlo y aprender a entenderlo y escucharlo. Más que nada agradezco a mi padre y a mi abuela una máxima muy importante que me ha resultado una lección de por vida: Tienes derecho a descansar, si te da flojera o te sientes exhausta no te "obligues" a hacer ejercicio o hacer nada en absoluto. Si tu cuerpo te pide descanso o sueño es porque él sabe lo que necesita. (Creo que así como las personas olvidamos escuchar a la naturaleza, olvidamos escuchar a nuestro cuerpo que es una parte de la misma, claro está que no siempre podemos dejarlo mandar y ceder ante todos nuestros impulsos, pero tampoco hay que reprimirlo y castigarlo todo el tiempo, mente, cuerpo y espíritu, es lo que somos y las tres partes necesitan un equilibrio y un diálogo) PD. Mi novio tiene unos kilitos de más desde hace años y eso nunca me ha importado, cada día lo veo más guapo y maravilloso. Es mejor verlo comerse con placer todo lo que le hago cuando puedo cocinar para él, o compartir tacos y pastel en nuestras citas que tener que lidiar con alguien que sólo come "sano".
Al final esta sociedad avanza a pasos agigantados a convencernos de que todo lo que hacemos o ingerimos es dañino y nos causará no se qué enfermedad...controlar a la gente con miedo... sí, se parece a una religión sectaria y no muy buena.
uy sí que insoportable la cuestión de la imposición. Todos son unos intensos en vez de tener un balance en la vida...
O lo más cumbre, cuando no tienes tiempo para dedicarte como quisieras porque tienes que cumplir 8 horas de trabajo, o el salario no te alcanza para estar desayunando todos los días con frutas.
En realidad no creo que sea cosa sólo de venezolanos. Es un mal hábito de la humanidad adoptar fanatismos, en todos los ámbitos que pueda abarcar la vida misma. Somos, eso si, es coquetos y vanidosos, está en nuestra idiosincrasia, muchas veces anacrónica con el resto del mundo. Divertido post.
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