lunes, 21 de octubre de 2013
La Venezuela tramposa: del país sin ley a la ética de la conveniencia.
- Venezuela es un país tramposo.
La frase me produce un sobresalto. Vuelvo la cabeza para mirar a quien la dice y me encuentro con un anciano de cabeza calva, de expresión tensa e irritada. Discute en voz baja con un hombre un poco más joven, que de pie a su lado, parece un poco avergonzado.
- Papá...baje la voz...- le escucho murmurar. El anciano suelta una risotada casi insultante.
- Este país es tramposo y grosero. Nos acostumbramos a lo ilegal, a la cultura del vivo, a la intención siempre viciada. Se acabó el Venezolano amable, el abierto, el confiable. Ese venezolano, ya no existe.
Nos encontramos al final de una larga lista de compradores en un supermercado cualquiera. Como yo, un numeroso grupo de personas aguarda para cancelar las pocas compras que ha logrado realizar entre los anaqueles vacíos. La discusión ocurre a unos pasos de distancia y pronto adivino el motivo: una mujer de cabello corto y llevando algunas bolsas, se había adelantado a la larga fila de compradores e intentó que la cajera de rostro cansado le atendiera antes que a cualquiera. No lo logra y ahora permanece de pie, con expresión desafiante, a unos pasos del colérico anciano.
- Papá...
- Este país es tramposo - insiste - perdimos la noción de lo bueno y lo malo. O quizás simplemente nos importa tan poco la diferencia entre ambas cosas, que la moral es cosa de humor. Este es un país que perdió el respeto por su propio gentilicio. Un país sin nombre.
Nadie mira al anciano, todos disimulan haberle escuchado. Pero estoy segura, que a todos los que nos encontramos allí, en ese local caluroso, rodeado de la inevitable sensación de orfandad que nos deja esta Venezuela desposeída, esta escasez no solo de productos sino de visión y de alternativas, las palabras del hombre nos conmueven. Más de lo que admitimos, de una manera más profunda de lo que imaginamos. La mujer de cabello corto, la tramposa, continúa de pie, desafiante. No parece importarle demasiado las palabras del anciano ni las miradas acusadoras del resto de quienes nos encontramos de allí. Con los hombros erguidos y el rostro inexpresivo, parece dejar bien claro que a ella, no le incomodan ninguna de esas cosas. Hay una especie de derecho asumido sobre lo que consideramos admisible, sobre ese delicado orden social que todos consideramos por sentado, que la mujer desdeña. Y es quizás su actitud, lo que mejor me demuestra que el anciano tiene razón o mejor dicho, ha expresado la idea de la manera que yo habría querido hacerlo. Venezuela es un país tramposo y no teme demostrarlo.
La Malandrocracia o el delito como forma de expresión cultural:
Hace poco, leí en el estupendo reportaje "El poder y la Torre" de Jon Lee Anderson, una idea que me atormentó durante días. Lee, veterano en la circunstancia de nuestro país y un observador objetivo sobre la realidad histórica que padecemos, describe a una Venezuela fracturada por un dilema histórico tan antiguo como latente. Recorre Caracas bajo la mirada del observador y la encuentra reducida a una caricatura de si misma, a una versión en fragmentos de la ciudad que conoció hace una década. Para ilustrarlo, conversa con varios actores de la realidad venezolana, pero sobre todo con los habitantes de "La Torre de David" simbólica protagonista de su artículo. Lo hace de manera desapasionada, analizando la situación país como una consecuencia a largo plazo de una destrucción evidente.
Para Lee la cosa está clara: La Revolución próspera en el desorden. Y eso lo deja muy claro uno de los habitantes de Torre, que con una tranquilidad absoluta, como si el mal fuera irremediable, le explica que el caos social que sufre Caracas - Venezuela entera - no es consecuencia de la política anarquica del Gobierno oficialista, incluso tampoco de su declara indiferencia hacia lo ilegal. El verdadero problema es mucho más grave y preocupante, una idea que parece tener su origen en la visión cultural de nuestro país. Porque para Argenis, habitante orgulloso de la Torre de David, ex convicto y además, hijo de la revolución Venezuela es reflejo del deterioro lento pero progresivo del delicado Tejido de lo social “Este gobierno ha sido más permisivo: los gobiernos anteriores eran más represivos”, dice a un asombrado Lee Anderson “Y así, la cultura malandra ha crecido y ha migrado de las cárceles hacia las escuelas, las universidades y las calles. Se ha convertido en una cultura nacional”.
La idea me produce escalofríos. Intento negarla - quiero hacerlo - pero al final no puedo dejar de aceptarla. Por irremediable, por inmediata. Y es que Venezuela ha sufrido un franco deterioro no solo de su visión como nación, sino de algo más esencial, que parece íntimamente relacionado con la idea sobre lo cultural y lo moral. Porque en la Venezolano actual, lo legal son armas que el poder esgrime a discreción y el ciudadano, lleve la camisa partidista que sea y comulgue con la ideología de su preferencia, la victima propiciatoria de una guerra sin cuartel con esa objetividad de la ley como sustento de una sociedad funcional. En la Venezuela actual, la ley no es otra cosa que un reflejo deformado de un país que se construye a trozos mal encajados de una idea de cultura borrosa. Quizás por asimilación, el ciudadano comprendió - asimiló - que la ley no es equitativa ni mucho menos busca justicia. La ley es un beneficio de quien ejerce con puño de hierro la política de la segregación y por tanto, perdió su elemento absoluto. La ley es el enemigo, es el rostro contra el cual se lucha en silencio, el anónimo paredón donde el Venezolano padece la humillación de considerarse extranjero en su propio país.
Y es que ¿Como podemos exigir respeto al ciudadano cuando el gobierno construye un entramado legal viciado de resentimiento y revanchismo social? ¿Qué podemos asumir como equidad cuando la Revolución roja construyó su interpretación legal sobre las bases de una lucha de clases artificial, el beneficio del poderoso en detrimento de la minoría incómoda? La desintegración proviene del discurso que convierte a Venezuela en una victima propiciatoria de lo legal, antes que su inmediato beneficiario. Para la Revolución, la ley no intenta brindar equilibrio al sistema social, ni se apoya en lo cultural para construir una opinión coherente sobre la nación. En Revolución, al menos la nuestra, este ideario de pensamiento prestado y ajeno que intenta sustituir el argumento y el debate de ideas con represión, la ley es el peso del poder represor.
Pienso en todo lo anterior mientras escucho a un grupo de amigos conversar sobre las nuevas medidas que tomará el gobierno para la asignación de la moneda extranjera. En una polémica decisión, el Gobierno parece haber decidido recortar el gasto público y solventar la preocupante crisis económica que padecemos, restringuiendo drásticamente el acceso a la compra de dolares. Si un diario de circulación dice la verdad, para el año entrante, el gobierno no entregará divisas a viajeros, tampoco a estudiantes. La noticia nos ha dejado a todos entre preocupados, desconcertados y definitivamente conscientes que el gobierno agobia al ciudadano en busca de una estabilidad ficticia.
- Debi haberme ido a Perú a "raspar" mi remesa en dolares - comenta alguien. Se refiere a una práctica muy popular durante los últimos meses, que llevó a grupos de Venezolanos a realizar viajes relámpagos a destinos inmediatos para utilizar la asignación de dolares por concepto de viajes. Una práctica ilegal y que según se insiste, fue el principal motivo de la nueva intención gubernamental de ejercer mayor control sobre el sistema de asignación.
- Eso es ilegal - digo en voz alta. No sé porque lo hice. Sé muy bien como terminan este tipo de discusiones. Pero no lo pude evitar. Mi amigo J, se dedica una mirada socarrona.
- CADIVI es ilegal - dice - todo el sistema de asignación de divisas contradice la libertad económica.
- Lo sé - respondo - pero me refiero a que "raspar" dolares es una práctica que el brindó la excusa al gobierno para el control. En otras palabras, no nos enfrentamos al proceso y al organismo: aprovechamos la coyuntura en el sistema y sacamos provecho de él.
- ¿Y qué? - dice alguien más, con voz colérica - ese dinero es mio. Si quiero puedo cometer un crimen por tenerlo ¿O no?
Varias voces apoyan el desconcertante argumento. El resto del grupo me observa, entre divertido e irritado. Durante años, hemos tenido discusiones parecidas por diferentes motivos: y es que la idea de la ética y la moral parece haberse vuelto peligrosamente dúctil y flexible en un país donde la legalidad está en entredicho.¿Soy demasiado ingenua? ¿Soy en exceso moralista en un país donde la visión de lo eticamente aceptable es borroso y sujeto a interpretación? Tal vez, pienso, con las manos apretadas sobre las rodillas. ¿Pero no es eso lógico? Me reclamo en silencio, mientras a mi alrededor, un coro de voces intenta explicarme el motivo por el cual es aceptable estafar a la nación, cometer el mismo tipo de fraude del cual acusamos a un gobierno corrupto a todo nivel? ¿No debería ser la inmediata consecuencia a una Administración corrompida y que acusamos de ilegal una visión estricta de lo legal? Pero esto es Venezuela, pienso con desánimo. Este es el país de las contradicciones.
- ¿Cuantos funcionarios no roban al país en cien maneras distintas? - argumenta mi amigo M., descreído y cínico, un sobreviviente a la política polarizada de un país en escombros. Hace siete años, era un ferviente defensor de la legalidad, miembro de un partido político y decido a demostrar que el país necesitaba reconstruir su visión como elemento legal. Pero hoy, es solo otro de los Venezolanos desengañados, que arrojaron la bandera de la esperanza a algún rincón y solo intenta sobrevivir - ¿Sabes el dinero que se malversa en este país? ¿Sabes los millones de dolares que cada día son robados y despilfarrados a manos llenas?
- ¿Y no es justamente a eso lo que nos enfrentamos? - No sé porque estoy gritando. Tampoco sé porque estoy tan enfurecida. Pero la voz me tiembla y tengo los ojos llenos de lagrimas cuando respondo - ¿No es ese el motivo por el cual criticamos a este gobierno? ¿Que lo ilegal sea aceptable?
Nadie responde, pero sé muy bien que están pensando. Están pensando como yo, en las Empresas privadas que aprovechan la bonanza económica para prosperar, a costa del ciudadano, de la perdida de derechos. Hablamos del ciudadano que considera que no hay un motivo real para concebir un estado de derecho viable, incluso aparente. Hablamos del ciudadano que confía en la llamada "viveza criolla", ese hábito por la trampa y el engaño tan asimilado por nuestra idiosincrasia que ya lo consideramos parte de nuestra identidad nacional. Pienso otra vez en el país en que nos hemos convertido: el país resquebrajado bajo el peso de una visión deformada de lo social, donde el revanchismo y la venganza sustituyen a la justicia. ¿Quienes somos? ¿Que tan responsables somos de esta Venezuela agonizante, del preludio del desastre que soportamos día a día? No lo sé.
Y creo que nadie tiene la respuesta para eso.
Venezuela: El país cuestionable.
Hace unos meses, un grupo de hombres y mujeres de diferentes barrios de Caracas invadió un terreno baldío donde se construiría una clínica privada. Como se ha hecho normal, ninguna autoridad intervino y ahora el lugar es una especie de inverosímil barrio de casas frágiles en mitad de una avenida concurrida. De hecho, el lugar se encuentra a escasos metros de la Comandancia de la Guardia Nacional Bolivariana y a unas calles de distancia de la sede del CICPC ( Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas). Pero siguiendo la política de lo ilegal como forma de contracultura, los invasores - que se llaman así mismos "pioneros revolucionarios" - no solo destrozaron la construcción original sino que además, construyeron por su cuenta lo que llaman "Un puesto de avanzada revolucionario".
A diario, atravieso la calle justo al frente del lugar y lo he visto convertirse en un símbolo de la Venezuela en escombros que sufrimos. La precaria construcción parece aumentar de tamaño y de complejidad semana con semana. Los invasores - en su mayoría mujeres y niños pequeños - rodearon el terreno con planchas de zinc, que por supuesto, cubrieron con pancartas descoloridas del difunto Presidente Chavez y su heredero político, Nicolas Maduro. También se aseguraron de llenar con consignas políticas cada lugar disponible en los alrededores y mostrar su simpatía por la "revolución" de la mejor manera que pueden: las zonas publicas están decoradas con grafitis que recuerdan las frases más memorables del difunto líder Revolucionario. El deterioro de la zona es evidente y en ocasiones temo que indetenible. El grupo de invasores se hace cada vez más numeroso y sin embargo, el terreno continúa siendo solo una especie de zona de desastre. No cuenta con electricidad ni tampoco servicio de agua potable y sus residentes lo roban de tomas ilegales de los edificios circundantes. Semanalmente, queman la basura en uno de los rincones del terreno y en una que otra ocasión, algún residente ha sido herido por las llamas. Pero de alguna manera, la comunidad tiene su propio ritmo, existe, y eso resulta tan preocupante como el hecho que sea una muestra más de la visión política del gobierno. Porque este grupo de hombres y mujeres se encuentran al margen de la ley, no forman parte de estadística alguna. Forman parte de esa Venezuela marginal, excluida por la misma ideología que apoyan con una lealtad sorprendente. La contradicción de una nación sin verdadero sustento social.
Hace unos días, el terreno quedó a oscuras. No podría decir exactamente que sucedió, pero al cruzar por la calle, encontré que gran parte de la improvisada comunidad se encontraban fuera del terreno, en medio de un considerable alboroto reclamando servicio eléctrico. Me detuve a mirar, a pesar que gran parte de los vecinos hacían esfuerzos por justamente alejarse de la escena callejera.
Dos de las mujeres coreaban consignas mientras el resto levantaban pancartas espontáneas. Leí algunas: "merecemos respeto porque somos chavistas", "Maduro, te dimos el voto, danos luz". Las frases me provocaron una inmediata irritación, esa sensación de desconcierto que me produce este nuevo tipo de Venezolano que acepta las migajas de un Gobierno que insiste en hacer visible la pobreza sin dignificarla. Y sin embargo, el Venezolano que apoya a esta Revolución depauperada, a esta revolución que gobierna sobre escombros, la carencia le parece un estado natural, una consecuencia inevitable de una política continuada. Después de todo, pensé, el gobierno les permitió destruir esa conciencia del orden social, brindó a la pobreza de un sentido revanchista. Le dio poder al resentimiento, lo convirtió en visión legal. No es extraño entonces, que el Venezolano chavista, el que asume que la pobreza es una condición innegable, intente sacar beneficio de la trampa, insista en tomar ventaja de la misma brecha que deja abierta la interpretación de un país en ruinas. ¿Que pueden perder si jamás han tenido otra cosa? Pienso alejándome, mientras la bulliciosa protesta continúa en plena calle.
La Venezuela ciega.
Finalmente llego junto a la cajera para pagar mis compras en el Supermercado. La mujer de cabello corto, de alguna manera logró colarse entre el resto de los clientes y la veo caminar por la calle, erguida y satisfecha. El anciano colérico la mira también, aún avanzando lentamente por la fila, con el hijo avergonzado a su lado sosteniéndolo con brazo firme. Y cuando cruzamos una mirada, sé que este anciano macizo y respondón, está pensando lo mismo que yo: el problema venezolano no es político ni tiene relación real con la escogencia de un lider eventual. La grieta en el panorama de nación, de esta identidad de lo que somos es mucho más grave, dolorosa y profunda.
- País tramposo - repite el viejo en voz alta - un país sin remedio.
Nadie responde. Yo tampoco a mirarlo, pero temo que tenga razón. Más tarde, cuando cruzo junto al Terreno invadido y encuentro al grupo de mujeres y niños sentado en la acera, gritando y riendo pienso, que probablemente tiene razón.
Una idea de país desbordada por la realidad. Una coyuntura sin verdadera resolución.
C'est la vie.
3 comentarios:
Esas respuestas de tu amigo, solamente dan a entender "como el gobierno roba, yo también puedo hacerlo y no pasa nada". Mis padres llegaron a Venezuela y nunca se sintieron extranjeros, yo nací acá y me siento cada vez más extranjera.
Agobia el sentir que lo que piensas, lo que crees y los valores que tienes son más y más extraterrestres para quienes habitamos esta tierra de gracia, la pequeña Venecia.
Esa famosa viveza criolla que se ha convertido en malandrocracia institucionalizada y donde el "ojo por ojo y diente por diente" es lo que vale. Como decía Gandhi "ojo por ojo y quedaremos todos ciegos"
Me gustaría saber cuántos de esos venezolanos que estaban en esa cola opinan que las personas de otros países son "fríos y apáticos, que no se preocupan por ti o por cualquiera que ven en la calle, todo lo contrario a los venezolanos", sólo por curiosidad. Ciertamente Venezuela es un país tramposo, ahora más que nunca, al igual que un país de contradicciones como bien dijiste, quizás dos características que se ayudan entre sí.
Muy cierto lo que planteas; el otro dia le comentaba a una amiga asombrada porque yo no tengo servicio de televisión por cable, porque no lo puedo pagar, ella me pregunta "¿en tu edificio no hay nadie que te deje conectar al suyo?, y le ayudas a pagarlo, con el mío están conectados dos (2) y lo pagamos entre las tres", le contesto, eso es ilegal, eso también es corrupción; hace como dos meses que no hablamos. Nos acostumbramos a ver la corrupción o lo ilegal en los actos de los demás no en los propios. Creo que la gente piensa que soy tarada. Pero vivo en armonía con mi conciencia.
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