Siempre he sido muy observadora. Tal vez se deba a que mi manera de expresarme tenga mucha relación con el arte de mirar - fotografiar y escribir - soy de ese tipo de gente que disfruta paladeando la realidad como si fuera una suma de detalles. Desde niña, he sentido una profunda predilección por contemplar - así, en silencio, con la boca entreabierta - todo lo que rodea, como si quisiera conservar cada color y forma en mi imaginación. De hecho lo hago y es uno de esos placeres extraordinarios que conservo a toda hora. Nunca habrá nada más intrigante que descubrir algo nuevo desmenuzandolo lentamente con la mirada, comprendiendole a través de sus pequeños bemoles y singularidades. Una forma de sopesar la realidad a pequeños trazos.
Por ese motivo, desde la primera vez que visité la casa de mi abuela - la sabia, la bruja - sentí un profundo amor por aquel lugar extraño y destartalado. Era una casona en una de las zonas más antiguas de mi ciudad y lo que más me asombro, desde la primera vez que puse un pie en ella, fue esa capacidad para desconcertarme. Nunca encontré, en todos los años que viví en ella y después, cuando continué visitándola en mi mente y en mis sueños, un detalle que no me sorprendiera o no me hiciera pensar en prodigios cotidianos. Era la casa de una bruja, claro, pero también la de una mujer que siempre amó lo original, lo innovador como una forma de asumir su propia particularidad, el extraño carácter que imprimía a su visión del mundo.
Por ejemplo, su habitación siempre estaba desordenada. A pesar de las quejas risueñas de mi abuelo, siempre había un pequeño aire casual en los libros llenando las esquinas, las revistas abiertas sobre muebles y armarios, la ropa a medio coser colgada de las puertas...y en las paredes máscaras. Nunca le pregunté porque las coleccionaba, y ahora lo lamento, aunque a veces creo que puedo intuir la respuesta. Mi abuela sentía una profunda fascinación por lo simbólico, lo aparente. Y las máscaras lo representaban. De pequeña, las admiraba con los ojos muy abiertos, esos extraños rostros de madera que parecían flotar en las paredes, mirándome con sus ojos huecos. Las había grandes y monumentales, talladas en madera y muy pequeñitas, de barro y arcilla llena de grietas. Había otras, que ni siquiera parecían máscaras, sino pequeñas representaciones del rostro humano, en piedra o metal. Solía pasarme horas contemplándola, preguntándome quien las había usado antes que vinieran a parar a nuestra casa y como había llegado aquí, a este rincón caribeño con olor albahaca. Y me gustaba imaginarme historias, con las sonrisas tensas de las máscaras, con sus misteriosos abalorios. Había mucho que contar allí suponía y yo quería hacerlo. Es una historia que me gustará incluir después, en este su blog de confianza.
Pero volviendo a lo que comentaba, las solemnes máscaras no eran, ni por asomo, lo más intrigante de las muchas cosas que mi abuela y mis tias guardaban. También, había muchos objetos raros que curiosear. Pequeñas estatuillas indues de Diosas extraordinarias, Lanzas y arcos, plantas secas en pequeños recipientes de cristal. Bolas de Cristal de muchos tamaños y colores. Y todo me encantaba, me despertaba esa curiosidad ingobernable que siempre ha sido elemental en mi manera de concebir al mundo. Me gustaba hacerme preguntas sobre todos esos objetos, quien o por qué los habían traído a casa y sobre todo que significaban. Me encantaban todos estuvieran un poco envejecidos y llenos de polvo, que parecieran a punto de quebrarse por el tiempo. Tenía la impresión que sus propias historias les desbordaban, amenazaban con brotar por las esquinas y derramarse sobre mis manos. Era un pensamiento bonito.
- Agla, ten cuidado con eso, es delicado - la voz de mi tia E. me sorprendió. Estaba sosteniendo una bolsa de cristal astillada, envuelta en tela amarillenta. La volví a colocar en su lugar - una pequeña caja de madera abierta - casi con un gesto reverencial.
- Estaba rota ya cuando la tomé - expliqué. Con once años, era de naturaleza muy torpe y estaba muy consciente de eso. Mi tia E. soltó una de sus carcajadas discretas.
- Lo sé. La recibimos así.
- ¿De quién?
- De tu tatarabuela.
- ¿Pero Rota?
- Sí, claro. Nadie la querría sino nosotras.
- ¿Y para que quieres una bola de cristal rota?
- Para recordar.
- ¿Recordar qué?
- Preguntale a abuela Paula.
Miré a tia E. un poco desconcertada. Ella ladeó la cabeza, aguardando.
- ¿Por qué no me lo dices tu?
- Porque es su historia.
- No te entiendo - dije. Tia hizo un gesto que parecía abarcar no solo el salón polvoriento, sino la casa entera.
- Cada cosa en esta casa tiene un recuerdo - me explico - cada quien lo ha traído para que se conserve. Preguntale a tu abuela P. por qué quiso conservarla.
Salió de la habitación antes que pudiera preguntarle alguna otra cosa. Miré a mi alrededor, asombrada y emocionada. Así que yo tenía razón. Cada cosa en casa de mi abuela tenía un significado y quizás una historia. ¿Quién las sabia todas? ¿Quién querría contarmelas?
Encontré a mi tatarabuela P. en su habitación, concentrada en su costura. Pespunteaba con dedos hábiles lo que parecía ser una pequeña bolsa, y lo hacia con tanta rapidez que me quedé mirandola fascinada, asombrada por la agilidad de sus dedos ancianos y callosos. Ella levantó los ojos sobre anteojos de aumento.
- Te ves pensativa - comentó. Me senté junto a ella, rodeada de telas y botones. Me gusta muchísimo recordar ese momento, con el olor de la tarde marzo entrando por la ventana y todas esas telas extraordinarias rodeandome, entre brillos y susurros. Cuando las acaricié, pensé en que eran como pieles de criaturas fabulosas, como sueños envolviendome. Me hace sonreír la curiosa manera como la niña pálida y pecosa que fui tenía de ver el mundo.
- Dice tia E. que cada cosa en esta casa tiene una historia...- comencé con timidez. Tatarabuela sonrío. Tenía manera muy franca y abierta de sonreír. Muy cálida. Y a veces, como en esa ocasión, hasta misteriosa.
- Sí, la tiene.
- ¿Quién las sabe? - pregunté ansiosa. Ella siguió cosiendo, punto a punto. La aguja nadando entre los pliegues de la tela.
- Nadie las conoce todas, pero si, cada una conoce la que le interesa - dijo. Me costó entender esa frase. Sonaba extraña, inquietante incluso. Pero cuando miré a tatarabuela, con su cabello trenzado y sus mejillas arrugadas, pensé que era también bonita. Se le parecía a ella. ¿Nos parecemos a nuestras palabras? No lo sé.
- Quiero saber la de la bola de Cristal rota en la sala - comenté. Ella me miró sin decir nada. Me avergoncé - si me la quieres contar.
Siguió cosiendo. La tela comenzó a tomar forma, a tener una cierta belleza reconocible. No era un bolsa, era algo más parecido a una pequeña falda. La tela rosa viejo tenía un aspecto exquisito y flotaba en los dedos de tatarabuela. Aguardé, mirando la escena como desde muy lejos. Mucho después sabría que imaginaba como la contaría después.
- Es mía - respondió por fin.
- Me lo dijo tia. Pero me preguntaba por qué si está rota, la guardas.
- Porque simboliza a la Diosa Anciana.
Que respuesta singular esa. Tatarabuela se inclinó para mirarme. Sus ojos enormes detrás de los cristales de aumento.
- Sabes quien es ella ¿No? - murmuró. Asentí. Recordé rapidamente lo que mi abuela me había comentado sobre la Diosa como la anciana de los bosques, la curandera, la Dama en el declive de su vida. ¿Qué tenía que ver la bola rota con esa idea? - Entonces sabes que ella representa a la Diosa, cuando comienza a transformarse en Luna.
- ¿En la Luna? - repetí. Esa idea si que me resultaba por completo nueva - ¿Como es eso?
- Un circulo es un símbolo muy viejo de la mujer, de la Diosa y de todo lo divino - me explico - Tres formas del yo: Triplicar las figuras sobrenaturales y los atributos sagrados significa la presencia, unificadora y omnisciente, del mundo espiritual. Y la imagen triple por excelencia siempre ha sido el circulo y la Luna claro está.
Con dificultad, se levantó. Tenía casi ochenta años y seguía estando lucida y activa, pero ultimamente parecía más cansada que de costumbre. Y de pronto, la miré como nunca la había mirado antes: Tatarabuela P., con toda su inteligencia y sentido del humor, era una anciana. Miré sus manos sarmentosas, las profundas arrugas de su casa y senti una sensación de miedo que no puede explicar, a esa vulnerabilidad de la vejez. Ella me observó y supe, sin que nadie me lo dijera, que de alguna manera sabia en que estaba pensando. Me sentí muy avergonzada que pudiera saber la consideraba una Dama anciana.
- Lo soy - dijo entonces. Me tendió la mano y la tomé: su apretón caliente y seco me reconfortó - no me averguenza ser anciana. Es parte del enorme prodigio de vivir. Ven, te mostraré algunas cosas.
La seguí. Con paso lento, caminamos por el viejo pasillo que conducía al Jardin. Entre los montones de fotografías de familiares, recortes de periódico enmarcado contando viejas glorias deportivas de familiaers desconocidos, había pequeñisimas esculturas. Siempre tres mujeres. Una de ellas más encorvada, otra más pequeña. La del Centro extendiendo las manos hacia un cielo imaginario.
- La vida es un ciclo que se repite incesante - dijo mi tatarabuela - un circulo perfecto que se crea cada vez que una criatura viva nace o muere y que no se detiene jamás. Y justamente eso, es lo que la Diosa Triple simboliza: La triplicación de la imagen confiere un aire de magia y fervor a las imágenes de dioses, cabezas, cuernos, falos, caballos y caras de figuras sobrenaturales. La bien conocida imagen del tricephalos mira simultáneamente en todas direcciones desde una sola cabeza. Y de nuevo, es tres veces un símbolo.
Nos acercamos a una pequeña estatuilla que jamás entendí muy bien. En ella aparecía una mujer danzando con las manos alzadas para recibir un circulo de metal, del que a su vez, colgaba una pequeña Luna creciente. Tatarabuela se inclinó y la rozó con los dedos.
- El tres fue considerado poderoso y simbólico por muchas culturas. Incluso la cristiana, que asume la naturaleza misteriosa del Dios Judio que heredó a través de la Santisima Trinidad - me explicó - Las imágenes del Trío Sagrado impregnan la iconografia y la historia de la magia de todas las épocas. Lo sublime y la energía se relacionan con la triplicación de imágenes y atributos. La conocida triple espiral fue tallada en las piedras de Newgrange por los antepasados de los celtas en la Edad de piedra.
Tomó otra estatuilla. Esta si que la reconocí, era una tradicional escultura de una mujer sosteniendo en su vientre pleno, la figura de un globo terraqueo pintado con mucho detalle. Era un motivo que había visto se repetía con frecuencia incluso en imágenes que no tenían ninguna relación con la brujería: Grupos ambientalistas, organizaciones defensores de los derechos humanos, simbolizaban su amor al mundo a través de la figura de la Madre Naturaleza dando a luz a la humanidad.
- Las Imágenes de la Triple Diosa Madre son muy abundantes en los períodos preromano y celtorromano. El circulo en su vientre redondo, la mujer a punto de transformarse en madre, la eterna transición - sostuvo la estatuilla un momento antes de devolverla a su lugar - Según la tradición, cuando los primeros celtas invadieron Irlanda, se encontraron con tres diosas que protegian la tierra. Brigit aparece en ocasiones triplicada o representada como tres hermanas. Los atributos de poder, como cuernos y falos, se triplican.
Caminamos juntas por el pasillo hacia el jardin antipático. Mi tatarabuela ya renqueaba un poco, pero aún tenía una agilidad y fuerza que me sorprendían. De pronto, tuve una idea muy rara: Mi abuela era muy joven a pesar de sus arrugas. Y quizás gracias a ellas.
Nos detuvimos junto al enorme árbol del mango del jardin. Mi abuela se sentó a su sombra, como le gustaba hacerlo desde que recordaba. Me senté a su lado, mirándola. Sonriendo, con el cabello blanco cayéndole sobre los hombros, me pareció una curiosa combinación de belleza y sabiduría.
- De vez en cuando, las cabezas yuxtapuestas representan edades diferentes, una anciana y dos jovenes, y con menor frecuencia, pueden aparecer combinados rostros masculinos y femeninos. La vieja Tradición estaba convencida que el poder de la experiencia es una forma de magia, una manera de construir el presente - dijo - Las imágenes encontradas en las actuales Triers y Metz y que retratan a la Triple Diosa Madre, la representan pisoteando el dios tricéfalo, sugiriendo la preeminencia de la Diosa Madre sobre el Dios de tres cabezas.
Se quedó en silencio, quizás meditando. La luz de la tarde le coloreó las mejillas, pareció recordarme su edad. Y de pronto descubrí cual era el misterio de su buen humor y energía: una juventud eterna, una manera de soñar y de crear ajena a la edad y a sus achaques. Sonreí, fascinada por el descubrimiento, mirando a mi Tatarabuela como el simbolo de las cosas que verdaderamente importan, de las que son siempre mucho más valiosas y profundas que las creemos aparentes. Una manera de soñar.
- Uno de los rituales más bellos que invocan la Santísima Trinidad se realizaba a la caída de la noche, se conocía como el "cubrimiento del fuego" y lo realizaba la mujer de la casa. Era un ritual ceremonial donde se realizaban tres circulos concentricos, encendidos paulatinamente, hasta crear una hoguera sagrada donde se celebra la triple invocación de la divinidad - me explicó. Casi pude imaginarme la escena, tan extraordinaria como misteriosa, la mujer de pie, entre círculos concéntricos que la representan así misma, que la rodean de magia y belleza - Por tanto es evidente, que la triplicación de cualquier símbolo ritualista mágico, recalca el significado original y da un nuevo sentido a la expresión de fe: Es la directa creación de una metáfora mística con la idea más profunda sobre la religiosidad y la intelectualidad espiritual.
Me quedé en silencio. Sonreí. Ahora comprendía algunas cosas.
- Y la vieja bola rota...
- Representa a la anciana Luna, siempre en transformación. El cristal que mira el futuro llevando las huellas del pasado - me explicó. La escuché maravillada, con esa sensación de portento que siempre me han provocado - y me provocarán - las buenas historias. Una visión de sueño a medio recordar, en los páramos de la memoria.
Mientras escribo esto, levanto los ojos para mirar mi biblioteca. En el lugar de honor, la vieja bola de cristal rota parece custodiar mis fantasias y deseos. Y me gusta que sea así, pienso, con la misma sonrisa emocionada de la niña que fui y la Bruja que soy. Una manera de crear y construir mi propia visión de futuro.
C'est la vie.
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