domingo, 13 de octubre de 2013

Una familia de brujas: Un árbol de raíces muy viejas con ramas muy jovenes.





Soy bruja. ¿Y que significa eso? pensará usted, estimado lector. Es una palabra que puede tener cualquier significado, sobre todo en estos tiempos extraños, donde todo es muy abstracto. O quizás, puede tener una imagen muy clara: una encorvada de piel verde, con la nariz aguileña y llena de verrugas. Pues bien, esa no soy yo. Si usted se tropieza conmigo en la calle, seguramente no le pareceré otra cosa que una mujer joven pálida y pecosa, de ojos grandes - me han comentado que expresivos -, nariz pequeña, con algunos kilos de más, un poco distraída y torpe. Muy poco parecida a la figura temible e inquietante del bosque, ¿verdad? nacida de la imaginación popular. O de esa Dama extraordinaria, vestida de blanco y con cabello trenzado que también aparece de vez en cuando en los cuentos de leyenda. Pues bien, entre una y otra estoy yo, y todas las que son como yo: La bruja moderna, la mujer que ama leer y escribir, que disfruta el rock a un volumen estruendoso, que ama la ciudad donde vive - y a veces la odia -, pero que también se sienta desnuda una vez al mes para celebrar el brillo de la Luna. La mujer que cree en el poder de la esperanza y la fe, el espiritu libre que está convencido que el paisaje salvaje de su mente es una bendición. Todas ellas, soy yo. Y quizás la palabra que mejor me defina es sin duda esa tan antigua y singular: Bruja.

Esa soy yo.

La primera vez que escuché la palabra fue en casa de mi abuela. Era muy pequeña y me fascinó su sonido: me pareció tenía un extraño eco, algo casi...mágico sí. Por supuesto, con seis años y algo más, no pensaba en esos términos. Pero si supe que me gustaba el nombre, que me gustaba y mucho que mi abuela se llamara así misma de esa manera. En cambio, mi mamá pareció muy incómoda y miró a mi abuela - la sabia, la bruja -  preocupada.

- No deberías decir esas cosas delante de la niña.
- ¿Por qué?
- Las repetirá a donde vaya.
- Que lo haga.

Mi mamá suspiró y se mordió los labios, como para contener la ira que le coloreaba las mejillas. Después sabría que esa discusión se había repetido muchas veces en tantas ocasiones que mi abuela y mamá parecían esperarla, disfrutarla e incluso asumir que ocurriría. Me llevaría varios años entender  que le provocaba a mi madre tanta incomodidad y tal vez un poco de experiencia, para perdonarsela. Pero por el momento, me preocupó el gesto tenso en su rostro. La sensación de silencioso desconcierto que parecía llenarla.

- Tu mamá se siente incómoda, nada más - me explicó un rato después mi prima M. Era de todas mis parientes, la más parecida a mi, con grandes ojos negros y cabello largo y despeinado. Y quizás por eso me agrada más que nadie. Por alguna razón misteriosa le llamaba "Tacún Tacún" y eso la hacia reír. Una carcajada adolescente y radiante, que siempre me hacia sentir feliz. Nos encontrábamos en la terraza de la vieja casa de mi abuela. Y el sonido de su risa se esparció por todas partes, como pequeños fragmentos de luz y sombra.

- Pero la abuela dice que es bruja.

- Lo somos - dijo M. Tenía por entonces diesiseis o diesiete años y se le veía hermosa, en sus jeans de colegiala y el primer maquillaje torpe de la adolescencia acentuando sus rasgos pequeños - tu también lo eres.

- ¿Yo?

Eso si era una noticia nueva. Con seis años me pareció extraordinaria aunque increíble. ¿Bruja yo? recordé lo poco que sabía del tema: la belleza exquisita de las brujas que recordaba de los pocos cuentos que había leído. ¿Que tenía que ver conmigo esa fuerza, esa magestuosidad? Me miré las rodillas llenas de raspones y rasguños, me pasé una mano por el cabello despeinado y pensé que M. seguramente quería decir otra cosa. Pero de bruja, yo no tenía nada. Aunque la idea me encantaba de cientos de manera que en esa ingenuidad de la niñez apenas comenzaba a entender.

Cuando volví a casa esa tarde con mi madre, ella no comentó sobre el tema. De hecho, apenas hablo mientras recorríamos la ciudad juntas en un autobus pequeño y destartalado. Recuerdo haber mirado por la ventana esa Caracas idílica, que ya no existe y pensar de nuevo en la palabra "bruja" , tan lejana a los edificios de concreto y las calles vulgares. Bruja insinuaba algo más, un secreto portentoso. Un misterio tan lejos de mi comprensión que me producía una extraña sensación de confusión. ¿Bruja yo?


El apartamento de mi madre por entonces era muy limpio y lujoso. Con sus paredes blancas y los muebles de madera oscura muy pulidos, era todo lo diferente que podía ser de la destartalada casa de mi abuela. Pero me sentía mucho más cómoda en la vieja casona, donde podía corretear y reir, donde se me permitía tocar todo y leer a mis anchas. Aquí, siempre tenía miedo de arruinar algun objeto costoso o de ensuciar las finas alfombras, las sábanas inmaculadas. Era un mundo elegante al que yo no parecía pertenecer. Pero era la manera de ver el mundo de mi madre por entonces, de manera que para ella, estaba bien.

- Mamá...

No levantó los ojos cuando la llamé, Me detuve en la puerta de la cocina. A diferencia de la cocina de mi abuela, era una habitación pequeñita y muy pulcra, con cubiertos de acero inoxidable colgados en las paredes y un mesón de marmol negro brillando en una esquina. Mi mamá estaba inclinada sobre él, preparando un sandwich con sus movimientos precisos, eficaces.

- ¿Somos brujas?

Silencio otra vez. Mi mamá no se movió. Mucho años después, ella me diría que estaba esperando aquella pregunta desde hacia meses, que temía cuando ocurriera y que desde luego, no esperaba que fuera una soleada tarde de domingo, de una semana cualquiera. Por último, levantó los ojos y me miró. Sus ojos verdes echaban chispas de furia.

- Te agradeceré no digas eso en voz alta en ningún lugar - exclamó. Me sobresaltó el sonido cortante de su voz. Retrocedí un poco, asustada. Pero tenía que saber. Quería saber.

- Pero la abuela...

- Tu abuela no vive en el mundo real, el de las personas que trabajan y salen a la calle - dijo. Tomó una rápida bocanada de aire, el rostro tenso, las manos apretadas contra los costados - ella no tiene que preocuparse por la desconfianza ni tampoco las miradas de los demás.

Me desconcertó verla tan preocupada, tan afligida. Mi mamá era una mujer extraordinaria, siempre serena y sonriente, sin duda la mujer más inteligente del mundo, o así lo creía firmemente. Siempre me había asombrado su capacidad para construirse así misma, para avanzar por el mundo mirando siempre al frente. No podía comprender su angustia y mucho menos su desazón. Una idea inquietante me golpeó.

- ¿Entonces está mal ser bruja? - pregunté. El pensamiento me aterrorizaba. Recordé a mi abuela, con sus alegres ojos color miel y a mi tia E., que siempre olía a hierbabuena. O a mi prima M. que escuchaba música de moda sacudiendo la cabeza, llevando el pentáculo de plata colgado al cuello. ¿Había algo mal en ellas? Y sí como decía mi prima M., yo también era bruja ¿Había algo mal en mi?

Mi mamá tomó  una larga bocanada de aire. Permaneció de pie, exquisita bajo la luz de la tarde y de pronto, noté algo muy curioso, algo que no podía entender con mis seis años de edad pero que ahora que lo recuerdo, me resulta inequívoco, doloroso. Mi mamá siemplemente estaba muy agotada y triste.

- No, no hay nada malo en ser lo que uno es - murmuró. Se acercó a mi y me abrazó. Me acunó con esos gestos suyos firmes y casi tiernos. Me aferré a ella, envuelta en su olor elegante, esa mezcla de algún aroma costoso y algo más profundo, cercano. ¿Así olían todas las mamás? me pregunté apretandome contra ella - pero temo que tengas que enfrentarte a la gente que no entiende, que te hará daño nada más por ser distinta a lo que se supone debes ser.

Esas palabras me desconcertaron y quise preguntarle que significaban. Pero la vi tan preocupada que preferí no hacerlo. Pero seguí pensando en eso después, en los días que siguieron. ¿Por qué podrían hacerme daño solo por ser diferente? me pregunté, mirando a las niñas de mi edad en el colegio. Ya por entonces era tranquila y callada. Pasaba los recreos sentada en uno de los bancos de piedra, mirándolas jugar, con algún libro apretado contra el pecho pero otras veces, corría con ellas, riendo y tirandoles del cabello con el mismo entusiasmo que cualquiera. Era desgarbada, pálida y curiosa, como cualquier otra niña de mi edad. ¿Que era lo que le preocupaba tanto a mi madre? ¿Contra qué quería protegerme?

- ¿Que te preocupa? - a mi abuela no se le escapa nada. Me miró con expresión curiosa, mientras ibamos junta, s sentadas en el asiento delantero de mi abuelo, un fabuloso Ford Fairlane de colección que mi abuelo mantenía impecable con un mimo casi obsesivo. Me encantaba el automóvil y sobre todo, la sensación de atravesar la ciudad en él: todos nos miraban con admiración. Una pequeña celebridad callejera.  Me encogí de hombros, sin saber como explicar esos raros pensamientos que venía teniendo desde hacia muchos días atrás.
- Mi mamá tiene miedo que alguien me haga daño - le expliqué - por decir que eres bruja.

Mi abuelo y mi abuela intercambiaron una rápida mirada preocupada. Mi abuelo era un hombre que hablaba poco, pero era profundamente inteligente e intuitivo. Y esa mirada suya quería decir muchas cosas, aunque en ese momento no supe cuales. Mi abuela suspiró y me beso en la frente.

- Tu mamá tiene miedo.

- ¿Por qué?

Mi abuela suspiró. Mi abuelo carraspeó incómodo y apretó un poco las manos sobre el volante del automovil. Ambos parecian un poco preocupados y entristecidos.

- Tu mamá tuvo muchos problemas siendo niña por gente que le preocupaba que yo me llamara bruja - explicó mi abuela - algunos niños repetian lo que escuchaban de sus padres y la herian con insultos. Durante muchos años se sintió excluida y triste.

La idea me escandalizó. Imaginé a mi mamá como la niña de grandes ojos verdes que había visto en las fotografías suyas de niña y me desconcertó que alguien pudiera querer lastimarla, asustarla. La vi con los ojos en mi mente, llorando acurrucada, quizás en un patio de colegio parecido al mio, con niñas gritandole cosas terribles. La idea me sobresaltó y me produjo un dolor muy intimo que no supe explicar muy bien. Apreté la mano de mi abuela, desconcertada.

- Tuvimos que cambiarla de colegio - dijo mi abuelo entonces. En su voz amable y cálida había un dejo de furia que me sorprendió - fueron momentos muy dificiles. Tu madre no quiere que pases algo semejante.

No respondí. Mi abuela me acarició la cabeza con uno de sus gestos amables y firmes. Pero esta vez, no me consoló ni me hizo sentir más tranquila. Me sentí tan inquieta y asustada como podría estarlo una niña pequeña de enfrentarse a un mundo hostil. No podía apartar la imagen de mi mamá llorando angustiada y preguntándome si lo mismo me esperaba a mi en algún momento. Cuando llegué a casa de mi abuela, donde pasaba las tardes después del colegio, corrí a ocultarme en la habitación de mi prima M., que por entonces pasaba una temporada en casa.

Ella me miro intrigada cuando entré y sin decir una palabra, tomé uno de sus libros de ilustraciones y me escondí en su armario. Con el corazón latiendome muy rápido, me escondí entre sus zapatos y ropa sucia. La escuché acercarse y cuando entreabrió la puerta, la miré con lágrimas en los ojos.

- ¿Qué pasa enana?

- No quiero ser bruja - murmuré. Eso er el pensamiento que me había atormentado durante todo el rato, que me hacia sentir profundamente desamparada. Por supuesto, con seis años - casi siete - no tenía idea de lo que quería decir Ser bruja en realidad, pero la sensación era exacta: tenía un miedo terrible al rechazo, a padecer esa angustia tremenda que aún podía lastimar a mi madre, incluso muchos años después que todo había sucedido. Mi prima M. me miró con seriedad.

- Pues eso ya es tarde, así naciste - bromeó. Pero cuando vio que no me reí, me tomó de la mano - ¿Qué te asusta?

- Abuela me contó que las niñas del colegio fastidiaban a mi mamá, que la asustaban y la insultaban - expliqué. Se me escapó un sollozo nervioso, angustiado - y yo no quiero que eso me pase. Mi mamá también tiene miedo de eso.

Mi prima M. me escuchó sin decir nada. Se sentó en el suelo y la mire a la luz de esa tarde radiante de un Julio especialmente caluroso. Con su cabello rizado y los ojos enormes y oscuros, podía pesar por mi hermana mayor. Mucha gente pensaba que lo era, de hecho. Y eso me gustaba. Entonces tuve un pensamiento curioso: ella también era bruja. Eso la hacia feliz, ella me lo había dicho. Ella, que llevaba el pentáculo de plata bien visible en el pecho, que tenía un cuaderno donde había dibujado una bruja en escoba que sonreía. Ella que cada día de los ancestros se disfraza de bruja con sombrero picudo y se iba con sus amigos a la playa. Mi prima M. también era bruja...y no tenía miedo. ¿Como podía ser eso?

- ¿Tu...no te preocupa...? ¿Tu no tienes miedo Tacún Tacún? - pregunté. Mi prima soltó una de sus carcajadas escandalosas, muy parecidas a como serían las mias unos años después.

- No. No tengo. No me da miedo eso - dijo. Y sonreía cuando lo dijo - realmente no me da miedo lo que puedan pensar sobre mi o quien soy. Me duele mucho lo que le ocurrió a tu mamá, pero no a todas nos ocurrirá lo mismo. El mundo está cambiando...y tu aprenderás de lo que ella vivió.

No la entendí. Suspiré, incómoda y preocupada, intentado explicarle mi preocupación, esa incomodidad perenne y extraña que me atormentaba. No supe hacerlo. Con un suspiro, me incliné y la abracé. Ella me acunó con un gesto firme y cálido.

- Ven acá - Se levantó, extendió la mano y me obligo a imitarla - te mostraré algo.

Nos sentamos juntas en el corredor, con un montón de antiguos albumes rodeándola. Los miré maravillada, acariciando las tapas de cartón, las hojas quebradizas casi con reverencia. Pero por supuesto, lo que más me gustó fueron las fotografías. Los rostros sonriendome desde el nítido blanco y negro. Todos aquellos parientes desconocidos que me saludaban desde el pasado.

- Esta es tia J. - dijo prima M., riendo. Me mostró la fotografía de una mujer joven de rostro ancho y dientes disparejos de expresión muy simpática - era tan fea pero tan fea que todo el mundo pensó jamás contraería matrimonio. Y cuando lo hizo, dicen que ella misma se los recordó a todo el mundo. Y era bruja.

Tomé la fotografía. La desconocida tia J. me miraba con ojos brillantes - y bizcos - desde la imagen. Tan normal con su cabello negro sobre los hombros, su sonrisa extraña. Mi prima M. me puso otra fotografía en la mano.

- Esta es E., que tenía doce años cuando le arrojó al tio S. una caja de metal por la cabeza y le abrió la ceja de lado a lado - me explicó. La imagen me mostraba a una niña de sonrisa traviesa de pie junto a un niño gordito con una visible cicatriz sobre la sien - jugaron a los Indios y a los vaqueros hasta su madre llegó y los encontró a ambos llenos de sangre. Se armó un revuelo. Y ambos eran brujos.

Siguió mostrándome fotografías, e historias. Todas las historias hermosas, pequeñas y cotidianas de una familia de rostros hermosos, de mujeres y hombres que reían y sonreían para la fotografía. De vez en cuando me tropezaba con el rostro de mi mamá, o el de mi abuela y mi abuelo. Aquí y allá, reconocía mi frente amplia, mis pecas y mis ojos negros. Y de pronto, tuve la sensación que cada rostro era mio, que cada gesto, me pertenecía. Porque todos ellos, eran parte de mi y quizás, yo también lo era: una partecita recién nacida, una pequeña ramita fragil de un árbol muy grande y hermoso. Cuando cerramos el último album de fotografias, ya no tenía miedo.

- Somos brujas - dijo mi prima M. - y eso es parte de ti. Es bueno mirar el mundo desde tus ojos. No dudo, habrá algunas experiencias amargas pero eso es parte del mundo: luchar y crear es una manera de soñar.

Esas palabras me encantaron. Las memoricé, repitiendolas mientras leía, durante la cena, mientras abuelo y abuela discutían sobre el sabor del café mientras prima M. reía en voz alta y tia E, lanzaba suspiros de indignación. Y cuando mamá vino a buscarme esa noche, se la repetí apenas estuvimos solas, en el bello salón de nuestro departamento.

- Somos brujas - dije - ¿no te gusta eso?

Mamá apretó los labios. No comprendí el dolor de su rostro ni tampoco su gesto tenso al apretarme las manos. Se la veía tan triste, tan exhausta. Pero aún así sonrío cuando me acarició las mejillas y se inclinó para besarme la frente.

- Me encanta que tu lo seas. Eres lo mejor de mi.

Tendida en mi cama horas después, con una fotografía suya apretada entre los manos y que había tomado de los viejos albunes familiares, sonreí. Y pensé, con esa inocencia de los soñadores, que quizás conmigo, comenzaba una nueva historia. Una nueva manera de comprender la palabra "Bruja". Érase una vez una niñita que era bruja...

Una manera de soñar.

La Sonrisa de la Madre eterna:


Para la Tradición de la Brujería que practico, Deméter es la Diosa de la agricultura, de la tierra fértil, de los cultivos y la fuerza de la tierra como creadora de vida. Se le considera la Madre de todo lo que brota y nace de la tierra y bajo algunas advocaciones, se le tiene como protectora de la familia y la paz conyugal.  Para honrar su nombre, suelen realizarse rituales cuyo principal objetivo es celebrar los lazos que unen a las familias. Uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

Un vaso con leche fresca ( Nunca fría )
Una cucharada de miel
Una vela amarilla
incienso manzana



Disposición:

Siéntate en el centro de la habitación en donde llevarás a cabo el ritual. Coloca frente a ti, la vela amarilla y el incienso de manzana, a tu derecha el vaso con leche, a tu izquierda la miel y la cucharilla que utilizaras para servirla. Cierra los ojos e imagina que a tu alrededor el aire se hace cálido y confortable. Visualiza que la energía que envuelve tu cuerpo toma una tonalidad amarilla, haciendo brillar la silueta de tu cuerpo levemente en medio de la oscuridad de tu mente.

Cuanto sientas que tu concentración ha llegado a un nivel óptimo, enciende la vela invocando de la siguiente manera:

"En la voz de la tierra recién nacida
y el viento que canta su nombre
Llamo a la Diosa bendita
Madre de la hoja y el fruto
dadora del conocimiento y el placer
Manifiestate ahora en mí
a través de Deméter
Señora de los campos en flor
y concédeme la sabiduría del tiempo Universal
en mis ojos
en mis manos
en mi voz
Así sea"


Coloca tus manos alrededor de la llama, cuidando de no quemarte y di:

"En nombre de la Diosa Secreta
Recibo la bendición del conocimiento
De las manos de Deméter
Así sea"


Luego, toma el vaso con leche y sostenlo entre tus manos, visualizando que la energía que te rodea, llena el liquido, integrándose a él por completo. Con los ojos cerrados, invoca:

"Hija de la Diosa soy
la voz del tiempo está en mi nombre
Que a través de Deméter
sienta la fuerza del tiempo en voz
Asi sea"

A continuación, toma la miel e invoca:

"Que el fruto de la tierra represente mi convicción"

Añade dos cucharadas de miel a la leche y luego, toma un sorbo. Siente como la textura y el sabor de la bebida, la forma como su frescor llena tu garganta y tu cuerpo. Imagina que te encuentras en el centro de un prado florido, rodeado de hierba verde y jugosa, grandes árboles de ramas robustas y el brillo del sol de verano. Concéntrate en cada uno de los detalles, recrealos en tu imaginación con toda la fuerza que puedas. Siente la forma como la experiencia se integra a tu espíritu, como al energía de la Diosa te llena, llenando de una profunda sensación de calma tu mente. Finalmente, coloca el vaso en el suelo diciendo:

"Que la Diosa de forma a mi expresión
Asi sea"


Por último, enciende el incienso de manzana y permite que tu mente divague, disfrutando de la sensación de tranquilidad que te ha proporcionado el ritual que realizaste. Come y bebe algo para equilibrar la energía que invocaste.


De manera que si usted me ve, no creerá a primera vista que soy bruja. Pero lo soy. Y llevo en mi espíritu, el rostro de todos los que forman mi familia, ese tesoro pequeñito que brinda sentido a necesidad de crear que llevo a todas partes y que es, por supuesto, mi manera de soñar.

C'est la vie.

Dedicado a mi Tacún Tacún, que está enfermita por estos días. ¡Te amo prima!

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