domingo, 17 de noviembre de 2013

Diana Cazadora: el poder del conocimiento.





La imagen en mi mente es muy clara: El bosque alto y tupido se extiende en todas direcciones al pie de la montaña. Y la Dama vestida de blanco corre a través de la espesura, con un arco al hombro. El rostro serio, el cabello largo y trenzado rozándole la espalda. La Luna más allá brilla radiante y entonces...

- ¡Aglaia!

La voz de la maestra me sobresaltó. Parpadeé y la miré con la boca entreabierta. Escuché varias risitas en el salón. Seguramente, la maestra me había llamado por nombre más de una vez, antes que le prestara atención. Me senté erguida y con las mejillas coloreadas de vergüenza.

- Te preguntaba que piensas sobre la historia de Santa Sofia.

La verdad no pensaba en nada, me dije inquieta. No había escuchado ni una palabra de lo que había dicho durante la clase, recordando lo que había leído la noche anterior sobre la Diosa Diana. Pero no le podía decir algo semejante a la monja bigotona que esperaba una respuesta, con los brazos en jarra y expresión tensa. De manera que intenté recordar lo poco que sabía sobre esa extraña Santa de la que había escuchado muy poco.

- Bueno, Sofia era una cristiana que vivió en el Siglo II en Roma - tartamudeé - fue martirizada junto a sus tres hijas  Fe, Esperanza y Caridad.

¿Donde había leído eso? Me sobresaltó la idea de las tres mujeres asesinadas por un Emperador Romano iracundo.  Según recordaba,  el nombre Sophia provenía de Grecia y significaba, textualmente "la que tiene sabiduría". ¿Realmente era casual que sus hijas se llamaran como virtudes espirituales? ¿Qué sentido tenía toda esa leyenda?

- Aja ¿Qué otra cosa puedes decir sobre Santa Sofia? - insistió la monja. Evidentemente, no tenía intención de dejar por las buenas el tema. Y ahora que yo lo estaba analizando, tampoco quería. Me pregunté si me metería en problemas de nuevo por preguntona. Supuse que sí. Sonreí.

- ¿Realmente sus hijas se llamaban así? - pregunté. La monja parpadeó.

- ¿Como dices?

- Sí realmente las Hijas de Santa Sofia se llamaban Fe, Caridad y Esperanza - repetí. En mi mente, todas las ideas que había leído durante la última semana parecian mezclarse. Había investigado por días enteros sobre la Diosa Diana como simbolo de la sabiduría y más allá, metáfora del conocimiento y el poder intelectual, y me había tropezado, más de una vez, con la palabra Sophia. La sabiduría, el poder que nace y se renueva una y otra vez. Había encontrado incluso una antiquísima leyenda que hablaba de la Sophia, reina de las bibliotecas divinas, que reinaba en compañía de sus hermanas Confianza, fe y Esperanza. ¿Eso no era muy parecido a esta otra historia, de la Sufriente Sofia y sus hijas torturadas por sus convicciones? También recordé a Hypatia de Alejandría, asesinada por defender la biblioteca que custodiaba. También era considerada poderosa, una mujer excelsa, una Santa.

- Me parece extremadamente casual que las hijas de una Santa se llamen como las varias de las virtudes cristianas - dije. Escuché algunos murmullos entre las niñas del salón y supuse que varias habían pensado justamente lo mismo - lo que quiero decir, es que parece una especie de historia mezclada con...

- ¡Es ofensivo lo que sugieres! La historia del cristianismo deja bastante claro las vicisitudes de quienes sufrieron en carne propia por su fe - me interrumpió la monja, muy escandalizada. A la Hermana P. jamás le había simpatizado demasiado. Incluso menos que al resto de la pandilla de habito blanco que al parecer le inquietaban mis preguntas y esa inquietante necesidad mía de llamarme "bruja", en ofensa a esa larga tradición de fe y estricta obediencia de la que se enorgullecía el co. Más de una vez, me pregunté donde encajaba yo en aquel lugar que comprendía la disciplina como una forma de silencio. Y siempre que me lo cuestionaba, recordaba las palabras de mi abuela: "las batallas se libran en el campo de batalla adecuado". Tenía razón claro, aunque me llevaría unos cuantos años entenderlo.

- ¡No estoy siendo grosera! - me apresuré a asegurarle - solo que me parece que es una historia muy parecida a otras más viejas, que Sophia quizás representa una idea más antigua, que...

Otra vez en la dirección. ¿Por qué me asombro? pensé mordisqueandome las uñas. Con catorce años, ya llevaba mis buenas batallas dialécticas con las monjas pero aún más, con ese mundo adulto y limitante que parecía estar muy convencido que no había nada que cuestionarse en la fe, que había poco que pensar o reflexionar. La fe estaba para aceptarse, para asumirse, para inclinar la cabeza. O esa era la idea en que insistía las monjas. Yo no lo creía así: para mí creer era una manera de construir pensamientos, de elevarme sobre argumentos y expresiones de mi espiritu cada vez más libres y poderosas. ¿Qué tenía de malo eso?

Para las religiosas bigotonas de mi colegio, al parecer mucho.

Como me gustaba tanto leer, me enviaron como castigo a la biblioteca de la escuela. Y lo dijeron como si se tratara de algo ofensivo, pensé desconcertada cuando la biblitecaria, una mujer silenciosa y discreta, me recibió en la puerta del lugar. Pocas veces se nos permitía entrar allí, tal vez porque la colección de libros que conservaba la Escuela era más una manera de demostrar su fe que promover la enseñanza. Había allí montones de libros sobre Santos y Santas, sobre grandes batallas cristianas, sobre la historia de héroes de la fe. Pensé en todo eso, mirando los enormes anaqueles repletos de volumenes polvorientos, que parecian olvidados o incluso ignoraros por la alegre griteria de estudiantes, dos pisos más abajo.

- ¿Por qué te mandaron aquí?

La voz de la bibliotecaría era melodiosa y casi dulce. Combinaba muy bien con aquel lugar silencioso y apacible. Me senté en el pupitre vacío que me indicó y me pregunté si debía explicarle mi discusión con la Hermana P., y en lo agrio que había resultado todo. ¿Me regañaría también? Pero como seguía pensando en que no tenía nada de malo haber sacado conclusiones sobre la historia de Santa Sophia y sus hijas, se lo conté. Ella me escuchó con atención.

- Sí, supongo le provocó una enorme incomodad a P. que supieras esas cosas - comentó entonces. Sonrío. Era mujer pequeñita, de rasgos finos y piel morena. También era un poco misteriosa, o al menos lo era en mi imaginación: me gustaba pensar en que ella custodiaba aquellos libros viejísimos que nadie le interesaba leer y lo hacia con gusto. Según había escuchado alguna vez, era una solemne egresada de la Universidad Central de Venezuela en una licenciatura que me parecía tan extravagante como intrigante: Bibliotecaria. ¿Por qué había decidido venir a un colegio de niñas escandalosas y fastidiosas como el nuestro? Eso no lo sabía y era una idea que me producía muchísima comodidad.

- Pero es la verdad - dije, obstinada - Sophia es una palabra griega para "Sabiduría" y las virtudes teologales son la Fe, la esperanza y la Caridad. ¿A nadie le parece muy extraño eso?

- Claro que sí, pero a nadie le importa que sea extraño - dijo la bibliotecaria - la fe católica se basa en una visión de la profundamente inocente. Se da por hecho sucesos extraordinarios y bellos, metáforas de la realidad que brindan sentido a las creencias. Por supuesto que, eso también implica olvidar que todos deseamos hacer preguntas, cuestionarnos, dudar un poco.

- ¿Eso es malo?

- No - dijo. Y sonrío casi con malicia - eso se le llama pensar.

Me mostró los libros de la biblioteca que mencionaban a Sophia y me sorprendió comprobar que todas las descripciones que encontré sobre ella, sus hijas o su historia eran idénticas. La mujer digna y hermosa que abraza la fe católica y entonces muere, martirizada por Adriano II por sus creencias. Sus hijas, apenas niñas, mueren con ellas, fieles a esa convicción de la Santidad, con el nombre de Dios entre los labios. La Sabiduría que se sacrifica por el valor del conocimiento, la humildad y el poder de la Divinidad. Eran ideas extrañisimas, que parecían extremezclarse, crear algo nuevo y significativo. Pensé de nuevo en Diana, la Diosa de la sabiduría, el conocimiento, protectora de la naturaleza y la caza. El poder de la Luna, la creatividad, la fuerza espiritual. En su acepción Griega, Artemisa, se le consideraba una Deidad de gran Sabiduría, la energía de la creación. ¿No eran ideas exactas? ¿No había una evidente correspondencia entre ellas? La Sabiduría, encarnada en una mujer, en ese misterio inquietante y bello de la feminidad.

Pero para el catolicismo la idea no estaba tan clara: Mientras que Diana y Artemisa eran deidades de gran poder y llenas de matices, Sophia era penitente, una martir que había muerto junto a sus hijas en la fe. La idea me daba escalofrios: La sabiduría inmolada, junto a la esperanza, la fe y la caridad, en favor del dogma. La bibliotecaria se rio cuando se lo expliqué, muy inquieta.

- Por supuesto, la sabiduría no siempre está bien vista: una mujer sabia fue considerada peligrosa por mucho tiempo por la Iglesia. De manera que la única manera de ser sabia era ser un representante de Dios en la Tierra, una Santa, rodeada de sus inocentes hijas y dispuesta a morir por sus creencias - suspiró, mirando la bella imagen de Sophia que llenaba  una página del libro que sostenía. Tenía un rostro puro y virginal, sin edad. Sufriente y llena de supremo sufrimiento santificador. Recordé la imagen de Diana, con su carcaj lleno de flechas, su poderosa estampa. ¿Lo imaginaba o parecían conceptos contradictorios expresados a través de ideas distintas de la mujer? Con catorce años me hice la pregunta mirando la imagen exquisita de Sophia y aún continúo haciéndomela, al mirar a mi alrededor, en esa visión de la mujer actual y la que insiste la tradición salpicada de religión.

Mi castigo duró exactamente una semana. Para entonces la bibliotecaría y yo nos habíamos hecho cómplices de una especie de sabiduría secreta, oculta en la piadosa mirada de Santas, Santos y Martires que escondía la biblioteca.  Pero esa es otra historia que contaré en su oportunidad.


La Dama de la Flecha: Poder y valor.



Para la Tradición de Brujeria que practico, la Diosa Diana es la divinidad cuya energía se vincula al conocimiento, la sabiduría, la curiosidad, el despertar de la razón. Para celebrar su nombre, se llevan a cabo rituales que tienen por objetivo comprender la busqueda  personal del conocimiento, como medio de expresión y formación de la identidad. Uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

2 velas verdes.
Esencia de jazmín.
Incienso de romero.
Un metro de cinta verde.
Un vaso con agua ( nunca fría ).


Disposición:

Con la cinta verde, forma un circulo, en el medio del cual te sentarás. Coloca a tu izquierda una de las velas y el incienso de romero, a tu derecha la vela restante y la esencia de Jazmín. Frente a ti, dispón el vaso con agua fría.

Toma una larga bocanada de aire, sintiendo como tu energía personal se manifiesta y relaja cada una de las partes de tu cuerpo lentamente. Cierra los ojos e imagina que el aire a tu alrededor, toma una suave tonalidad verde, aterciopelada. Siente como te envuelve con calidez, despojándote de toda tensión y preocupación. Ahora, abre los ojos y enciende la vela a tu izquierda diciendo:

" En nombre de la Diosa Blanca
Secreto del Bosque
Invoco el nombre de Diana
Guardiana de la sabiduría y la fuerza de la voluntad
para que acuda a mi voz y me permita comprender
el secreto de mi corazón
Así sea
en el tiempo de la luz"

Ahora enciende la vela a derecha:

"Soy la creación y la fuerza
Que la Diosa Blanca le de sentido y forma a mis palabras
y pensamientos
Soy la convicción
y la creación
crea poder en mí
crea fuerza en mí
Así sea"


A continuación, toma la esencia de jazmín e impregna las palmas de tus manos con el liquido. Ahora, frotalas hasta que sientas que la piel se llena de una agradable sensación de calidez. Ahora colócalas cerca de las llamas de la velas, cuidando de no quemarte e invoca de la siguiente manera:

"Creo en mi capacidad de creación
Creo en mi fuerza de voluntad
Soy la inspiración fiel del rostro de la Diosa
Que en mi mente sea la luz del conocimiento
Que la Diosa Diana me otorgue el don de la Curiosidad
Asi sea"

Cierra los ojos e imagina, a través de la visualización, que simboliza para ti el conocimiento. Puedes utilizar una imagen concreta o una idea que te sea inspiradora y llena de simbolismo. otorgale todos los detalles posibles, tan real como te sea posible, dotada con gran minuciosidad de toda los matices que te hagan imaginarla real y tangible. Respira lenta y profundamente, sintiendo que la energía que has convocado te rodea y llena cada pensamiento y parte de tu cuerpo. Siente que tu búsqueda de conocimiento es parte intrínseca de tu espíritu, estimulada a través de la presencia de la energía de la Diosa Diana.

Finalmente, para culminar el ritual que realizaste, enciende el incienso de romero y relajate. Disfruta del aroma y siente como te rodea en lentos espirales. Finalmente, come y bebe algo para equilibrar la energía que convocaste.

En mi mente, Diana cazadora continúa recorriendo el bosque del conocimiento, apuntando con su flecha de plata a la oscuridad. Y más allá, sobre las montañas extraordinarias, en el perfil de la Luna brillante en la cúpula celeste, danza el conocimiento esencial, esa necesidad infinita de aprender y de soñar.

C'est la vie.


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