jueves, 21 de noviembre de 2013

Entre delirios fotográfico te veas: Los trucos que todo fotógrafo debe conocer.





El primer fotógrafo de verdad que conocí, era un anciano que tomaba instantáneas con una cámara Polaroid 660 en la Plaza Bolívar de Caracas.  Por entonces, yo tenía siete años y me pareció escandaloso que le cobrara a mi abuela un bolívar por tomarme la fotografía. Aún así, me emocionó tenerla: miré la pequeña imagen que aparecía lentamente sobre el papel con esa mezcla de asombro y desconfianza con que se miran los milagros. Y para mí, este era uno muy asombroso. Uno real. El fotógrafo sonrío con amabilidad. Su cara llega de arrugas pareció iluminarse cuando le agradecí el haberme tomado aquella imagen borrosa y un poco amarillenta. Un retrato del tiempo, pensé maravillada.

- Eso es lo que hace un fotógrafo, atrapar las cosas para conservarlas - dijo. Me gustó mucho la frase, lo que podía evocar. Y aunque era muy pequeña para pensar en términos tan complejos, si comprendí lo esencial: la fotografía es una metáfora. Un sueño a medio recordar. Miré la imagen con nuevo respeto: en ella, mi rostro parecía confundirse con la luz radiante de la tarde, y las siluetas enormes de los árboles de la plaza. Más allá, la escultura de Simón Bolivar se alzaba entre un juego de luces y sombras. Pensé entonces, que nunca volvería a tener la misma expresión o que la luz jamás sería la misma que en esa imagen, esa escena. Eso me pareció asombroso y tal vez por ese motivo, volví de nuevo a la Plaza una semana después, esta vez en compañía de mi prima.

Al viejo fotógrafo no le sorprendió verme. Sonrío cuando le extendí mi brillante Bolívar y todavía sonreía cuando me tomó otra fotografía - atrapó otro instante - y me la extendió. La tomé con dedos temblorosos: esta vez la niña de ojos grandes y asombrados observaba directamente al frente. El cabello despeinado y enredado le rozaba la mejilla. Más atrás, la luz de la tarde, lenta y perezosa creaba sombras. Otro instante que siempre sería igual, eternamente el mismo. Un fragmento de mi vida que podría mirar muchas veces, atesorar para cuando quisiera volver a mirar mi rostro de niña y el sol de aquella tarde perdida de una Caracas distante. Que idea más extraordinaria esa, me dije. Y como todavía no tenía idea de la magia del Polaroid y mucho menos, de todo lo que significaba tomar una imagen instantánea, aquello me pareció magia pura. Algo fuera de toda explicación corriente. Parte de esas cosas fabulosas que nadie puede explicar realmente. Antes de irme, me acerqué al fotógrafo y le pregunté como había aprendido a hacer todo eso, como sabia el poder de la cámara. Me dedicó otra de sus sonrisas ladinas, desdentadas y casi amables.

- Todos tenemos nuestros pequeños trucos - dijo. Levantó la cámara y para mi sorpresa, me tomó otra fotografía. Observé fascinada la lengüeta de papel blanco brillante. La imagen parpadeando, apareciendo con una lentitud exasperante. La niña de la fotografía sonreía esta vez, emocionada. Me llevé la mano a las mejillas para tocarme la sonrisa, para reconocerla como la de la imagen. Cuando extendí otro bolívar, el viejo no lo aceptó.
- Pero me tomó una fotografía.
- Otro truco que aprendí es que a los buenos clientes hay que dejarlos asombrados - dijo - la fotografía está hecha de trucos y de cosas que aprendes todos los días. Tu mejor maestro es hacer una foto todos los días.

La frase me pareció preciosa aunque no la comprendiera. De hecho, me llevaría años hacerlo: para entonces, tenía mis buenos diez años fotografiando y ya había descubierto que la fotografía es un arte de ensayo y error, de construir el conocimiento a través de la experiencia. Cámara en mano, aprendí el poder de crear y comprender el mundo a través de las imágenes, de mi capacidad para elaborar un lenguaje visual. Como autodidacta, encontré que el aprendizaje fotográfico es continúo - interminable -  y como bien dijo el viejo fotógrafo de la plaza Bolivar, algo de todos los días.

De manera que, hace poco me pregunté cuales son esos trucos que todo fotógrafo debe saber y que pocas veces se enseñan de manera formal dentro de un aula de clases. Pequeños secretos que aprendes gracias a la práctica, al error y sobre todo, a la necesidad de encontrar respuestas a tus propios cuestionamientos visuales. Como siempre, hice algunas preguntas y consulté sobre el tema con algunos de los fotógrafos que conozco hasta que completé una lista corta de trucos fotográficos que todo creador visual debe aprender. Una pequeña recopilación del conocimiento del arte técnica visual que solo se obtiene a través de la observación y la constancia.

Y ¿cuales son esos trucos indispensables que todo fotógrafo debería saber? Algunos de ellos son los siguientes:


* Cuida siempre la exposición y usa el Sol como referencia:

Casi todos los fotógrafos tienen problemas para exponer correctamente a la luz del sol, sobre todo si el día es especialmente claro. Una formula rápida de calcular la medida perfecta para una imagen bien expuesta es una basada en la correspondencia matemática:  si ISO 100 corresponde a exposición 1/100 podemos variar dependiendo de lo que necesitemos de acuerdo al momento del día. De manera que la exposición de un día soleado sería alrededor de F/16 ( con su correspondiente proporción en ISO ). A partir de esa medición concreta, podemos aumentar o disminuir de acuerdo a los requerimientos específicos de luz que tengamos a disposición.
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* Subexpon para crear un efecto dramático:

¿Te encantan las fotografías de extraordinarios atardeceres pero siempre pierdes información en la imagen debido a una incorrecta medición de exposición? La solución es simple:  Si vas a enfocar directamente hacia el sol, recuerda medir la exposición no directamente al punto más luminoso, sino a los objetos  que le rodean. Juega con la compensación hasta lograr que la medición te permita no solo captar el resplandor sino además, conservar las sombras y tonos medios / bajos en el resultado final de la imagen.


* La Luna llena y otros objetivos fotográficos complicados:

Fotografíar la Luna representa un reto para cualquier fotógrafo, no solo por las especialísimas condiciones ópticas que suele suponer sino además, el hecho que las mediciones fotográficas variarán de acuerdo a las condiciones atmosféricas. Pero en este caso, el consenso entre varios fotógrafos que pregunté es general: La Luna Creciente o Menguante, con cielo despejado y luminosidad media - sin otro elemento luminoso por medio - debe fotografiarse con una medición que compensé la oscuridad y resalte la luminosidad: se recomienda F5.6 con una velocidad que corresponda al ISO que utilicemos. En cuanto a la Luna Llena, varios fotógrafos me insistieron que aunque es fundamental un teleobjetivo de largo alcance, la medición jamás debe exceder los F11, siempre con respecto al resto de las mediciones de ISO/Velocidad que utilicemos.

* El misterioso gris al dieciocho por ciento.

Muy poca gente sabe de la existencia del color gris al 18% hasta que comienza a apasionarse por la fotografia. ¿ Por qué es tan importante? La razón es simple: el tono medio gris se utiliza como referencia  para brindar a la imagen fotográfica una exposición consistente y sin puntos sobreexpuestos o subexpuestos y demás, funcionar como punto de referencia en los ajustes, permitiéndonos comprobar que la tonalidad de colores que capta la cámara es la correcta. No obstante, no es una herramienta que todo fotógrafo posea o tenga a disposición, de manera que una manera de sustituirla es creando una referencia visual sencilla: Ilumina la palma de tu mano, abre un punto el diafragma y obtendrás exactamente el mismo resultado.


¿Te parece una lista corta? Muy probablemente lo es, pero estos sencillos consejos - aprendizajes - me han permitido aprender mucho sobre esa noción de la fotografía como lenguaje que se crea a partir del ensayo y el error. Una manera de comprender el arte técnica visual como una experiencia que se construye a diario y más allá, como una forma de crear.

¿Tienes algún otro consejo u aprendizaje que compartir? ¡Nos leemos en los comentarios!




1 comentarios:

Unknown dijo...

¡Me encantó, Cronopio!

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