jueves, 7 de noviembre de 2013
La Venezuela Esquizofrénica: Del Paro petrólero al poema de Elba Escobar.
Mi madre siempre admiró muchísimo a Elba Escobar. Tal vez debido a que fue la imagen del arte Venezolano contestatario por mucho tiempo o que simplemente, la actriz ha construido una muy solida carrera en el mundo de las artes Venezolanas, siempre la consideró un símbolo de lo que la mujer artista - esa abstracción que tan poco se aprecia en nuestro país - y exaltó siempre que pudo su integridad, talento y buen hacer. Por ese motivo, me sorprendió cuando le escuché despotricar contra ella de una manera muy malsonante.
- ¡Es una vendida! ¡Otro Venezolano vendido al poder! - me explicó, colérica. No supe que pensar del comentario.
- ¿Pero qué ocurrió para que pienses eso?
- ¡Mira!
Me mostró un vídeo en la pantalla de su portátil. En ella, Elba Escobar, con su acostumbrada mirada plácida y expresión serena, leía un corto poema ante una multitudinaria audiencia. Seguí sin entender la causa de la cólera de mi madre hasta que reconocí entre los oyentes al Presidente Maduro. De hecho, después sabría que la participación del Elba formaba parte de un evento auspiciado por el gobierno llamado "Pregón por la Paz", una celebración que daba comienzo simbólico a la navidad. Incómoda, no supe que responder cuando el pequeño video acabó y mi madre insistió en insultar a Elba.
- Es una desgraciada esta mujer - repitió - Hace unas horas apoya a la oposición y ahora le da un espaldarazo al gobierno.
- Es un evento cultural - comenté. Tuve una inquietante sensación de decir algo obvio que sin embargo no lo parecía tanto. Y es que hasta yo misma, sentí un leve sobresalto irritado mientras veía a Elba, participando en uno de los numerosos eventos proselitistas de la Revolución boliviariana. Pero aún así, me detuve: reprimí como pude la sensación de momentánea furia y me obligué a reflexionar. ¿Qué hacia Elba como no fuera dejar bien claro que es parte del pueblo Venezolano, el que apoya sus ideas y el que no? ¿Que demostraba Elba, de pie, bien visible, hablando de paz y reconciliación en terreno vedado a su ideología que el poder de las convicciones? Es difícil en ocasiones, admitir cuanto daño nos ha hecho quince años de política de presión y odio, cuanto ha transformado nuestra capacidad para asumirnos como ciudadanos y más allá, como partes de una única cultura. ¿Como explicar esa confusa emoción de ira y preocupación que me hizo sentir mirar a Elba, de pie celebrando junto al enemigo ideológico? ¿Cuando me volví parte de este complicado entramado de jerarquías de pensamiento enfrentado y en constante y en amargo debate?
- No es un acto cultural. Es propaganda proselitista - dijo mi madre con amargura. Y es verdad, por supuesto. Cada acto de la Revolución está encaminado a la difusión de su mensaje, a la propaganda directa, a la proliferación del ideal político como expresión social. ¿Como podría contradecirla? - esta mujer simplemente decidió que no valía la pena apoyar la lucha democrática. Todos tenemos un precio.
- Solo leyó un poema.
- Por favor no seas tan ingenua. ¡Nada en este país es tan simple! Si está allí es expresando una idea política. Si está allí, está enviando un mensaje bien claro.
De eso nadie tiene duda, me dije. ¿Pero cual era el mensaje de Elba? Me incline hacia la portátil. El rostro de la actriz llenaba la pantalla. Su expresión tenía algo de beatifico, como la recuerdo en cada ocasión que la he visto actuar, incluso esa vez en que estreché su mano - que emocionada me sentí - luego de una obra de teatro suya a la que asistí. ¿Cual es el mensaje de Elba Escobar en medio de esta Venezuela rota a pedazos? ¿Que los ideales realmente tienen un precio accesible a la moneda de cambio? ¿O que el primer paso para la transformación de esta Venezuela partida en dos extremos irreconciliables comienza por un acto de fe? ¿Me he vuelto cínica que me hago esta pregunta? ¿Que ocurre con esta visión del país irreconciliable? ¿El país que avanza lentamente a un enfrentamiento ideológico sin sentido?
Los dos rostros de Venezuela.
Nuestro país siempre ha padecido de grandes diferencias sociales: en eso concuerdo con la versión oficialista que se escuda en una lucha de clases centenaria para justificar la división social. Lo que nunca hubo fue esa convicción que el odio y el resentimiento cultural era una forma de ejercer la ciudadanía. Esa absoluta certeza que la reivindicación se logra a través de una lucha social que amenaza ese precario equilibrio de poder gubernamental y estabilidad cultural que todo país intenta mantener. Y es que tal vez, esa apreciación de lo social como parte de una visión de estamentos y jerarquía no sea novedosa y ciertamente, no nació con la llamada Revolución Boliviariana. Lo que si es evidente, es que el resentimiento como política se instauró, se hizo aceptable, se volvió parte de lo que consideramos cotidiano durante estos quince años de Gobierno chavista.
Cuando era muy pequeña, recuerdo que mi abuelo Paterno y su mejor amigo eran contrincantes políticos. Un decir, por supuesto: eran tiempos inocentes donde la idea política era tan brumosa como inexistente. Uno era un convencido miembro del Partido Acción democrática y el otro, se llamaba así mismo Copeyano. Pero para ninguno de los dos, la política era cosa más allá que discusiones casuales, con el mismo tenor que las que podían sostener sobre sus equipos deportivos favoritos o cualquier otro tema venial. Y es que la política no había traspasado esa línea de lo intimo y lo privado. Formaba parte del debate público, que además era bastante escaso y atomizado. Eran tiempos donde las cadenas televisivas eran toda una rareza y los diputados y senadores, ilustres desconocidos que formaban parte de un entramado Gubernamental que funcionaba a la sombra. Eran décadas donde la política no era constitutiva sino más bien tangencial a la vida común del Venezolano.
Tal vez de allí surgió la grieta histórica que fortaleció el chavismo, pienso en ocasiones, mientras escucho a los fanáticos de ambos bandos discutir acaloradamente. Porque el presidente Chavez sufro interpretar la ignorancia política de un pueblo excluido y transformarlo en participación o al menos, en un tipo de asimilación utilitaria. De pronto, el votante era además de una herramienta electoral, un aparente protagonista de la realidad nacional, una figura preponderante dentro de la toma de decisiones. O así se vendió esta nueva estructura política, aunque la realidad indique lo contrario y el peso de lo evidente lo desmienta. Para el Oficialista promedio, la Revolución comprometió su expresión política como vehículo de cambio y logró brindarle participación y al voto al históricamente excluido. De allí, la insistencia en mirar los cuarenta años previos de democracia como una sistema destructor de los valores tradicionales y a la Revolución como el descubrimiento o mejor dicho, reconstrucción de esa idea de nación: una manera de analizar la idea concreta de la política a la Venezolana, el ciudadano real como protagonista. El nuevo actor político.
Aún así, continuo recordando los tiempos donde la política no era más que una palabra. Como comentaba antes, mi abuelo se llamaba así mismo "copeyano" pero estoy bastante convencida que tenía poco interés en la doctrina social cristiana y mucho menos, en el debate político de la participación social. Votó siempre que pudo - como Venezolano adoptado sentía un supremo respeto por las leyes y deberes ciudadanos - en una que otra ocasión le escuché criticar al presidente de turno - de la tolda que fuera - y sin embargo, la política no tenía mayor significado en su vida. Trabajó hasta que su salud se lo impidió y en las contadas ocasiones en que se refirió a la actuación del gobierno fue para explicar o dejar claro, que toda ilusión de control ciudadano hacia el poder es básicamente una guerra entre el poder establecido y el que detenta la política real, que no es precisamente el ciudadano.
- Eres un descreído - le respondí una vez a ese comentario. Sonrío, a su manera serena, pura experiencia de seis décadas bien vividas.
- No es cinismo, más bien asumir que la política no es una idea de masas, aunque parezca serlo - me respondió - el político lidera ideas, pero eso quiere decir que sean las del pueblo que representa. Al final de todo, el ciudadano siempre es el sobreviviente de las decisiones del poder.
- ¿Pero no se supone que el político es un funcionario público? - con dieciséis años era aún lo bastante idealista para analizar el estado como una estructura de administración al servicio del ciudadano. Pero mi abuelo, sobreviviente a una Europa de la post Guerra y ya curado de espanto de los espejismos de la Venezuela petrolera, tenía un conocimiento mucho más profundo de la realidad nacional.
- Un político Venezolano siempre protegerá el poder que ejerce: llámese ministro, diputado o presidente - dijo, rotundo - el poder es un modus vivendi, una garantia de riqueza, no un compromiso de servicio.
Me llevaría varios años comprobar que tan cierta era esa inquietante reflexión. Para entonces, el país se encontraba en una coyuntura histórica de la que aún no nos recuperamos. Era una época convulsa: Un inédito Paro Petrólero paralizó al país y erosionó la bases económicas de un país empobrecido. El enfrentamiento entre toldas políticas llegó a una virulencia desconocida y la brecha entre el pobre digno, esa figura idealizada por Chavez y el Burgués explotador, el chivo expiatorio ideal, chocaron frontalmente en medio de una Venezuela dividida.
No podría decir que el celebérrimo paro Petrolero de 2002 propicio la actual división de clases salpicada de odio que padecemos. Pero si puedo asegurar que lo acentuó: construyó esa visión del país partido a dos mitades que ahora consideramos natural. Se fortaleció la noción de la ideología nacional como "salvadora" y se asumió que el enemigo invisible, ese contra el cual se lucha y se enfrenta para conservar la idea nebulosa de "patría" vendida por el gobierno, es el disiente, el que opina, el que piensa libremente. Durante esas extrañas navidades de un país paralizado y las calles humeando de descontento, recuerdo escenas de odio partidista y social que convirtieron el discurso en un hervidero de consignas y disputas. Incluso yo misma, asumí que la intolerancia era la última defensa contra un gobierno agresivo y cuyo discurso de odio me convertía en expatriada en mi propia tierra. Fueron años de durisimo enfrentamiento a todo nivel, años donde Venezuela creo dos visiones de si misma que aún son irreconciliables. Pero al mirar atrás, soy bastante consciente que la división nació en esa visión cortoplacista del Venezolano, en ese análisis de si mismo como parte de una indeterminada expresión de poder. El ciudadano vagabundo, el ciudadano sin rostro en un país en llamas.
Ganamos espacios, perdemos democracia:
La división se ha hecho más fuerte con el correr de los años. A pesar que un grupo de Venezolanos comenzó a comprender que el odio entre contrarios está socavando la esperanza de crear una Venezuela posible y próspera, es evidente que el problema persiste y persistirá por varias décadas más. Y es que el odio que se sembró, que germinó en suelo fértil no solo golpea las raíces de una expectativa de país cada vez más lejano, sino de esa necesidad de plantearnos un sistema político que incluya a cada ciudadano a pesar de sus diferencias. El odio nos habituó al sectarismo, la censura de la disidencia, la criminalización de la opinión. La Venezuela revolucionaria teme y destruye la expresión formal de las ideas, ataca directamente la necesidad de concebirnos como una nación plural. La Venezuela dictatorial asume la idea de una voz única y lo que es peor, una sola manera de mirar la experiencia social.
Hace unos días, leí una discusión en mi TimeLine de la red social de microbloging Twitter sobre la idoneidad del candidato opositor a la Alcaldia del Municipio Libertador, Ismael Garcia, para presentarse en las futuras elecciones de alcaldes y gobernadores, a realizarse el 8 de diciembre de este año. Al margen de mi opinión personal sobre la figura publica - que es bastante amarga - la discusión me preocupó porque los interlocutores esgriman las mismas razones por las que adversan al gobierno en primer lugar. Uno de ellos insistía que Ismael era el ganador de las elecciones primarias, lo que lo convertía en incontestable su designación como candidato. El otro argumentaba que aunque comprendía la idea, las anteriores actuaciones reprobables del candidato le impedían depositar un voto de confianza - y electoral - en su candidatura. Ambas posturas tenían lógica en este ambiente pre electoral continuo que padecemos en Venezuela, pero aún más, habla de otro grave síntoma de la polarización, otra implicación a esa guerra de ideas contrarias por necesidad que sufrimos desde hace década y media en el país.
Porque lo que me pregunto es algo evidente: ¿Ganamos espacio político perdiendo democracia? Me reifero a que mientras el movimiento de Unidad opositora demuestra una firme intención de aglutinar el descontento genérico en una forma de ganancia política, lo siguiente que me cuestiono es ¿Hasta que punto esa necesidad de un liderazgo vertical afecta lo que deseamos obtener de toda la lucha de valores e ideología que se lleva a cabo a Venezuela? ¿No estamos luchando por restablecer el equilibrio de los poderes públicos, por lograr un concepto de prosperidad nacional que beneficie a todos los ciudadanos sin distingo de la camiseta política que lleve? ¿Hasta donde es síntoma de esta división irreconciliable entre posturas el hecho que incluso las perspectiva del futuro esté signada y restringuida al enfrentamiento de dos facciones de opinión que se contradicen sucesivamente la una a la otra? ¿Qué intentamos construir en un país que se niega a reconocer la opinión divergente, la visión en medias tintas? ¿Qué ocurre con el ciudadano que se mira así mismo como un actor en medio de una agresiva diatriba interminable? Los espacios de consenso son mínimos, casi inexistentes. Los lideres que intentan encontrar un lenguaje de reconciliación son tachados de blandos o inútiles. Y en medio de la debacle del discurso, subsiste el odio que sostiene a un Gobierno pobre de ideas y rico en recursos para vender su ideología en propaganda incesante y vacía. La propaganda del chivo Expiatorio, del eterno culpable.
Las dos mitades de un país que no se reconoce como una sola visión de gentilicio y que aún peor, asume la idea de nacionalidad como una expresión formal de lealtad a una ideología brumosa, creada a pedazos a partir de ideas de control social retrógradas.
Elba, para el recuerdo.
De manera que la decisión de avanzar hacia la despolarización, hacia un discurso unificador es un acto heroico. O al menos así lo veo yo, en este país donde la decisión política tiene una evidente carga emocional, social y cultural. De manera que Elba, de pie ante el micrófono, recitando en voz amable un fragmento de un poema de Gustavo Pereira, es en si misma, un símbolo. Una declaración de intenciones bien clara y evidente. He leído sobre su gesto, argumentos sobre que neutralidad calificada de "criminal" en tiempos como los que vivimos hasta ataques personales a la integridad de una figura pública que tomó la decisión de enfrentarse a esa línea invisible que la política Venezolana trazó en nuestras vidas. Esa que no solos nos discrimina unos a otros, sino que además, nos deja en la orfandad del criterio, en la soledad de la expresión más intima del ciudadano que se compromete con una visión concreta de país. Elba, quizás de manera incomprensible para muchos y con toda probabilidad, desconcertante para otros tantos, dio un paso al frente para habitar ese espacio de los matices que tanto necesitamos, esa construcción del país como herencia histórica y no como consecuencia de una lucha de valores inexistentes.
Porque las preguntas que me hago son de naturaleza estrictamente crítica ¿Que significa la agresión contra la postura - sea cual sea - de Elba Escobar? ¿Qué nos ofende de su decisión de participar en un acto abiertamente político, aunque no aclarara sus motivos? ¿Por qué insistimos en que la polarización debe ser una postura asumida, comprendida y como si eso no fuera suficiente compartida por todos los ciudadanos del país? ¿Por qué se le acusa a Elba Escobar de traidora? ¿A quién traiciona Elba Escobar? La actriz solo leyó un poema y no es ingenuidad pensar que quizás su intención era únicamente demostrar que el arte brinda cabida a todo tipo de ideas. ¿Estamos tan contaminados con la visión política que somos incapaces de asumir que el pensamiento del otro puede tener un peso simbólico distinto al nuestro? ¿Estamos tan convencidos del extremo, de la existencia del Ghetto ideológico que asumimos la idea debe ser general? Por supuesto, estoy cosciente de la radicalización del gobierno, de sus numerosas proclamas de odio y segregación. Pero ¿No es ese el motivo por el cual me opongo y frontalmente a esta ideología discriminadora? ¿No estoy luchando con palabras y mi modesto aporte contra esa visión de la Venezuela de dos rostros, de la Venezuela donde el resentimiento es un argumento cultural?
Unas horas después, la actriz publicó un comunicado aclarando su participación en el evento. Y lamenté que lo hiciera: le resta poder a un gesto silencioso. Aún así Elba, con su honestidad inquebrantable, deja bien claro que Venezuela requiere de héroes de lo cotidiano, de todos aquellos los que están dispuestos a luchar por el país real que deseamos mirar más allá de la diferencia esencial:
Vean lo que ha pasado, vean lo que nos está haciendo el miedo, observémonos porque, incluyéndome, el miedo paraliza lo mejor de nosotros. ¿Es eso lo que queremos para el país, o mejor aún, eso quiero para mi familia, más todavía, eso quiero para mí? Como Venezolana he padecido este país como todos y muchas veces he asumido una posición ciudadana por aspirar a un mejor país, el país que nos merecemos y hemos rechazado la violencia de ataques como estos, que van en contra de lo que debería ser la construcción de la paz y la inclusión que queremos.
Sabias palabras, mi querídisima Elba. Y yo agregaría: Somos victimas de un país aterrorizado y enfurecido. ¿Qué deseamos más allá de esa destrucción de la moral que hemos padecido? ¿Cual es el país que deseamos levantar a cuatro manos y que sea nuestra visión de futuro? Son preguntas que carecen de respuesta ahora mismo y que quizás no las tengan pronto. Pero que aún así, debemos formularnos, no solo como Venezolanos que aspiramos a un país Próspero, sino además, una verdadera identidad nacional.
C'est la vie.
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