sábado, 9 de noviembre de 2013

Luna Roja: La menstruación como simbolo de poder y divinidad.





La primera vez que tuve la menstruación me incómodo. Tenía once años y me sentí aturdida por aquel cambio subito y extraordinario en mi cuerpo. Por supuesto, no me tomó por sorpresa pero tampoco me agradó: tuve la sensación que de alguna manera mi infancia había terminado, aunque por supuesto, era muy pequeña para analizar la idea en términos tan complejos. Pero aún así no me produjo miedo ni incomodidad: me sentí bendecida.  En realidad, fue una toma de conciencia del poder de mi cuerpo para crear y construir, incluso más allá de lo que yo podía comprender a simple vista y sobre todo, de lo que podía controlar. Por primera vez, me pareció que la naturaleza femenina era una llanura enorme y árida, inquietante y aún así bella. Un misterio por resolver.

Recuerdo que por entonces, casi todas las niñas de mi edad ya habían pasado por la experiencia. Era una época confusa de cambios y ninguna estaba muy agradecida de comenzar ese para algunas inquietante, recorrido por la fertilidad femenina. Una de las niñas de mi salón comentó a todo el que quiso escucharla que "la menstruación era un castigo de Dios porque la mujer había sido pecadora". Esa idea me resultó escandalosa, incluso grosera.

- La menstruación es la manera que tu cuerpo te indica puedes concebir - le respondí, enfurecida. Era lo que mi abuela me había dicho muchas veces y yo le creía. En casa, la idea de la ciclo menstrual se celebraba, se acogía con alegría e incluso, se tenía por un honor divino. Pero esa visión chocaba frontalmente con esa otra que insistía que la menstruación era algo para avergonzarse, y más aún para esconder.

- Es asqueroso - chilló la niña, al escucharme - la sangre, el olor. Me siento repugnante. Me siento como que no soy yo.

No supe que responder, porque en realidad, aún no había vivido la experiencia y no sabía muy bien como me sentiría al respecto. Esa imagen de dolor e incomodidad me asusto. Y fue la primera que me vino a la cabeza cuando meses después, tuve mi primera menstruación, que por cierto no me molestó tanto como temía. Podría decir que más bien me sorprendió esa nítida sensación que mi cuerpo cambiaba, se transformaba en algo más. Pensé en las mariposas que se convertían en crisálidas, la bellota en árbol y me pregunté si mi manera de pertenecer a ese ciclo perpetuo de transformación era esa.

- La menstruación es un castigo de Dios - esta vez, la frase me la dijo una de las religiosas con las que estudié. Nos encontrábamos recibiendo una clase de biologia y la mujer hablaba del cuerpo femenino como un enemigo misterioso al que había que vender. Nunca comprendí demasiado esa visión limitada y dura sobre el organismo de la mujer que tenía aquella mujer dura y árida. Años después me preguntaría si simplemente se trataba de miedo. O simple desazón.

Cual fuera el caso, la idea de la menstruación como castigo por algún pecado milenario me parecía ridicula. Alcé la mano, muy rigida y pálida. La religiosa me miro y creo que adivino que yo no estaba del todo de acuerdo con su opinión porque se tomó su tiempo antes de permitirme hablar.

- La menstruación es algo natural y bello. Convierte a la mujer en fuerza creadora  - dije cuando finalmente lo hizo. Hubo un silencio tenso en la clase: varias de las alumnas me miraron boquiabiertas aunque no entendí en ese momento el motivo. Otras juntaron cabezas para murmurar, como si lo que estaba diciendo, fuera una idea radicalmente nueva para ellas. La religiosa cruzó los brazos sobre el pecho, tensa y enfurecida. Pero sonreía cuando me dedicó una larga mirada casi triste.

- Hija, la menstruación no es un premio a nada. Es dolorosa, es humillante para la mujer. Y es un recuerdo del pecado original - dijo, en un tono paciente - no tiene nada de glorioso.

- El dolor es un sintoma fisico, lo mismo que si te fracturas un hueso como si te golpeas la cabeza - insistí - eso no es un castigo. Es algo que pasa. Y la menstruación duele pero eso no la hace horrible. Hace a la mujer capaz de dar vida, de crear un bebé. ¿Qué tiene eso de castigo?

- La sangre es señal del viejo pacto de Dios con los hombres - respondió entonces. La mandibula tensa. Los ojos brillando de cólera. La clase entera parecía mirarme ahora, y algunas también a la religiosa. De pie frente al salón, con su habito severo y su postura rigida, tenía un aspecto casi irreal, caricaturesco. ¿Por qué esa mujer consideraba terrible su capacidad para concebir? ¿Por qué intentaba mirar su feminidad como poco menos un idea angustiosa? No la podía comprender. Era una idea dura e inquietante de manejar.

- La sangre es parte del cuerpo del hombre, que según sus creencias creó Dios - dije - la sangre no tiene nada de bueno o de malo. Como tampoco ninguna parte del cuerpo humano. Estamos vivos, eso es bueno, eso es mágico.

Apretó los labios con fuerza. Ahora si que notaba su furia. La palabra "magia" parecía haber revuelto una idea muy desagradable para ella. Cuando extendió el brazo con gesto imperioso y me pidió salir del salón, no me sorprendí.

- Te vas a la dirección - me ordenó. Me cerró la puerta en la cara. Me quedé un buen rato en el pasillo, preguntándome que era lo que había dicho que la había molestado tanto. Por supuesto, no era tan ingenua para no imaginarmelo - la discusión que sostuvimos con la clase de testigo era suficiente para expulsarme - pero lo que en realidad me asombraba era su insistencia en asumir una idea tan extraña como sin sentido. ¿Dios castigando al hombre moderno por un pecado que nadie recordaba? ¿Como podía creer algo semejante? ¿No era mucho más hermoso creer que tu cuerpo era la mejor obra de arte de un Dios bondadoso y Creador que había soñado contigo incluso antes que nacieras? Tal vez me pregunté si por ese motivo, mi Dios era una mujer.

Esperé a mi abuela sentada en la dirección, sosteniendo la boleta de expulsión como si me quemara los dedos. Cuando la vi llegar, la miré avergonzada. Ella no dijo nada y caminamos juntas por el pasillo de la escuela en un incómodo silencio.

- De verdad no hice nada.
- Lo sé.
- Pero quería que supiera que esa idea de la menstruación como castigo es horrible - insistí. Mi abuela suspiro y me apoyo una mano en el hombro.
- Ella lo sabe mi amor. Pero no tiene otra cosa en qué creer.

Esa idea me desconcertó, me dolió. La medité mientras salíamos del colegio. El sol de una tarde radiante, de esas que Caracas regala muchas veces, me deslumbró. El mundo tenía ese olor de los días de sol, tan sano y espléndido. Me parecía tan bonito como mi cuerpo, como todo lo que lo creaba y lo formaba. ¿Como era que las monjas de mi colegio no podían ver ambas cosas como parte de un todo?

- ¿Te molesta que haya discutido en clase? - pregunté. Mi abuela no había dicho una palabra en todo el trayecto a casa. Ella sonrío, con su acostumbrado gesto amable. Pero la noté triste.

- No, en realidad me pregunto como sería si tu también la creyeras.

Que imagen terrible. Me imaginé pensando que mi cuerpo era mi enemigo, que era un accidente biológico contra el que debía de luchar. Pensé en que considerara que el dolor, la sangre, incluso mi propia identidad como mujer era algo indebido, equivocado, fruto de un divino error. Una pensamiento angustioso.

- ¿Por qué la Iglesia cree esas cosas sobre la mujer? - pregunté entonces.
- No toda la culpa es la de la Iglesia. La cultura Occidental no entiende bien lo femenino - explicó mi abuela - en realidad, es un poco una visión de la mujer que se heredó luego de muchos años de asumir que la mítica Eva era el reflejo de todas las mujeres del mundo.
- ¿Pero Eva existió?
- Nadie lo sabe. Y hay una buena parte del catolicismo que no le importa saberlo - mi abuela rió en voz alta - pero el caso es que para Occidente, la mujer es una especie de mal necesario. Por muchos siglos fue invisible, su mera existencia se menospreció al punto que durante buena parte del siglo XVII y XVIII se discutió si la mujer tenía alma. Para el catolicismo, la mujer es un enigma incómodo.
- Pero pareciera...odia a la mujer. El Catolicismo y el cristianismo - dije, sobresaltada. Mi abuela suspiró.
- No, en realidad no la odia. El control de la mujer supone control sobre los herederos, los hijos, el sostén del hogar. Recuerda que por muchos siglos, la sangre real y otros lideres con poder se transmitía a través d de los hijos por línea matrilineal. Una madre siempre podía demostrar que un hijo era suyo. Simple biologia.

Pensé en la idea. En las cabezas coronadas de Europa de siglos atrás, obsesionados con el primer hijo varón a quien heredería el trono y el poder. Pensé en las guerras y debates, en las disputas y sangre derramada. Comprendí lo que mi abuela quería decirme. A medias.

- También claro, es una manera de censurar a la visión de la mujer precristiana en algunas zonas de Europa - dijo mi abuela, con cierto cansancio - En la Tradición de la Antigua Religión  los ciclos menstruales eran conocidos como "Lunas" y se consideran un momento especialmente sagrado y poderoso en la vida natural de la mujer.  El ciclo menstrual femenino se considera en brujeria, por tanto el ciclo de la vida, muerte y renacimiento. Según nuestra Tradición, cada fase lunar, la mujer recibe un regalo de la Luna. Este regalo es la oportunidad de procrear una vida nueva si es fertilizada. Sino es fertilizada, la vida que esperaba ser manifestada en su vientre muere y su esencua es vertida como lágrimas de sangre en su próxima menstruacción. Con la repetición de estos ciclos la mujer tiene la oportunidad de observar el fluir de la vida y de la muerte en su propio cuerpo como en las mareas lunares. Las mujeres que comprenden estos ciclos tienen un enlace espiritual muy profundo con la Luna.

Me asombró esa visión de la menstruación, tan fisica, como mística. Una poderosa conexión con la Tierra y el poder del cuerpo femenino. Eso contradecía por completo esa visión de la mujer avergonzada de su cuerpo, de sus ciclos naturales. En alguna parte había leído que la primera vez que tiene la menstruación, la mujer judía es abofeteada por su madre. Esa imagen siempre me sobresaltó y me angustió. Me dolió.

- La religión judaíca miniza a la mujer - comentó mi abuela cuando se lo comenté - pero en realidad, forma parte de una visión casi común en la cultura Oriental. Pero hay muchísimas otras sociedades donde la mujer y la menstruación se consideran sagradas: Los indios norteamericanos y otras civilizaciones del pasado observaban que muchas mujeres de sus tribus o grupos tendían a menstruar al mismo tiempo, marcando el compás de sus ciclos menstruales con la fases de La Luna. Esta sincronización mensual forticaba las creencias de estas culturas en el poder de la Luna. Y les pareció mágica y por lo tanto se celebraba con alegría.

Lo imaginé. La tribu, ataviada con sus mejores ropas y maquillajes, danzando alrededor del fuego. La mujer, espléndida y señorial, los mira, envuelta en pieles, bendecida por la sangre y por su propia naturaleza. El sonido de sus voces parpadeando en la oscuridad, vibrando al compás de esa gran visión de si misma de la cultura. Parpadee, fascina por la escena que yo misma había construído en mi mente.

- Entonces, para algunas culturas era sagrada la menstruación - pregunté. Mi abuela sonrío.

- Por supuesto. En algunas civilizaciones indígenas se decía que cuando la Luna desaparecía del cielo en Luna oscura o cuando estaba nublado era indicación que la Luna estaba menstruando. Estas etapas lunares eran respetadas y reverenciadas como un regalo de la naturaleza.

Sonreí también. Y es que era extraordinario, pensar en mi cuerpo como un templo. Como la mayor manifestación de creación posible. Tal vez no es causal que Locos y poetas, amantes y religiosos, brujas, jardineros y agricultores, todos están bajo el misterioso embrujo de la luz lunar. La naturaleza misma le rinde tributo a través de plantas y animales cuyos ciclos naturales coinciden perfectamente con las fases lunares. Las aguas del mar se rinden ante su poder magnético. La misma sangre que nutre nuestras vidas fluctúa con los ciclos lunares. Ningún animal y ningún ser humano pueden ser concebidos si su fértil influencia. Es por esto que la Luna es identificada con la Gran Madre, la Diosa Blanca, el origen de toda vida en la tierra.

Cuando regresé al colegio luego de seis días de expulsión, nadie recordaba el incidente. O eso creía yo, hasta que una de las niñas de mi clase se acercó a mi durante uno de los recreos y me miró. La noté asombrada, incómoda...pero también curiosa. Esperé, confusa.

- ¿Qué pasa? - pregunté.

- ¿De verdad es bueno menstruar?

- ¿Quieres que te cuente la historia que me contó mi abuela?

- Sí - aceptó y se sentó a mi lado. En mi mente, la luz de la Luna brilla con fuerza.

C'est la vie.

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