sábado, 16 de noviembre de 2013

Vestida de Cielo: La desnudez para la brujería.






Casi con timidez, me quedo de pie frente al lente de la cámara. La desnudez no es sencilla, incluso en esa mirada oculta y exquisita de la fotografía.  Me cubro los pechos con los brazos, me encorvo, con esa inevitable sensación de vulnerabilidad que produce la ausencia de máscaras, la timidez de esa visión quebradiza que todos tenemos sobre nuestro cuerpo. La cámara me observa, directa, cruda. Sin opiniones. Con la mandibula temblándome de puro nerviosimo, tomo una bocanada de aire y levanto los hombros. Un escalofrio me recorre la espalda cuando me quedo erguida en la oscuridad, el viento rozandome las caderas temblorosas, la piel sin máscaras. Y pienso en este poder del cuerpo salvaje y libre, en esta rotundidad de creer y construir mi cuerpo a través de la imagen. Con los puños apretados a los costados, espero. El click del obturador llena el mundo. Un alivio silencioso y casi dulce me recorre. Paz en esta lucha turbulenta entre el miedo y la simplicidad de mi propio delirio.

Desnudarse no es sencillo, me repito de nuevo. El click de la cámara suena otra vez. Tal vez por ese motivo, en brujería, se le considera un acto poderoso, reinvidicador. Una gesto de maravilloso poder. La cámara de nuevo captura la imagen, la eterniza. Orgullosa, miro de frente su ojo cegador. Y pieso en la belleza de un cuerpo desnudo, en toda su metáfora. No hay mayor muestra de determinación y coraje que romper los propios límites, no hay mayor poder que el de vencer el miedo con pequeños gestos de valor. Y la desnudez es uno de ellos. El poder creativo en su máxima expresión.

De niña, me avergonzaba muchísimo mi cuerpo. No sabría decir bien el motivo, pero me producía una enorme incomodidad el mero pensamiento de encontrarme desnuda. Había algo inquietante, en esa fragilidad del espiritu abierto y expuesto en la piel. Recuerdo que a los doce, cuando llevé a cabo mi primer ritual en que debí desnudarme, lloré lágrimas amargas. Mi abuela no preguntó por qué.

Fue un momento inquietante. Rodeada de velas y envuelta en el olor de la albahaca y las especias, me sentí muy pequeña y avergonzada. También me producía una profunda sensación de desconcierto que mi abuela se encontrara desnuda, con el cabello suelto y libre sobre los hombros. Intenté no mirarla, encogida sobre mi misma sobre la alfombrilla de lana donde nos encontrábamos sentadas.

- ¿Te incomoda o te asusta? - preguntó mi abuela de pronto. La miré y me pregunté si debía explicarle que me producía una inexplicable sensación de angustia mi desnudez de niña, de piernas huesudas y pecho plano, y la suya, tan opulenta y madura. ¿Como decirle que según todo lo que había escuchado fuera de casa, más allá de las invocaciones de la brujería, el cuerpo desnudo simbolizaba la falibilidad de la naturaleza humana? Siendo tan pequeña, no lo pensaba en esos términos, pero si sabía que había algo incorrecto, sumamente inquietante en esa libertad.

- Me asusta - dije. Y era verdad, a medias. Me sentía abandonada de todos mis pensamientos favoritos, como la desnudez fuera infraqueable en su pureza. Mi abuela me dedicó una larga mirada que no pude entender bien. ¿Preocupación? ¿Algo más agrio?

- El cuerpo humano es natural y sano, y la desnudez, solo es una manera de comprenderlo - comentó. Se inclinó y en un gesto fluido, arrojó un puñado de hojas secas de Laurel al caldero. Las llamas chisporretearon y la luz parece parpadear sobre su piel pálida. Sus senos, amplios y suaves, se balancearon bajo su cabello. Y pensé en todas las imágenes del arte Universal que mostraban ese tipo de desnudez tan natural y casi primitiva. No esa otra que había visto una que otra vez en las revistas y libros que se supone no debía mirar. La belleza dura, evidente, casi grosera. Había algo dulce en esta suavidad del cabello rojo de mi abuela rozando sus hombros, de las pequeñas imperfecciones de su piel y de sus caderas de madre. Me pregunté si yo también me veía así.

- En la escuela dicen que es...pecado - murmuré. Pensé que mi abuela se disgustaría al escuchar aquel concepto. Casi siempre se irritaba mucho cuando hablaba de cosas semejantes: para ella, el pecado era una idea que intentaba limitar la belleza del espíritu humano, su necesidad de cuestionarse y su naturaleza imperfecta. Pero en esta ocasión, solo sonrió, casi con tristeza.


- El cuerpo humano siempre le ha producido desconfianza a la Iglesia. Es un vehículo de libertad y todo dogma predica exactamente lo contrario  - dijo. El fuego del caldero se elevó, danzó en la oscuridad. El olor de las hierbas se hizo casi hipnótico,  mezclado con la luz zizagueante -  La sexualidad siempre fue sagrada para muchas culturas, quizás debido al poder que supone la creación de una vida nueva a través de un acto de amor. Más allá, el cuerpo desnudo simboliza la entrada a un estado puro de inocencia. Por ese motivo, La unión de lo masculino con lo femenino siempre fue divinizado: la mujer y el hombre como metáforas del poder del Universo para perpetuarse.

Medité sobre la idea. Siempre me había preguntado por qué todas las Diosas y Dioses representados en pinturas antiguas, estaban desnudos y los Santos Cristianos, llevaban velas y túnicas para cubrirse. ¿Tendría relación con esa idea de libertad y control que parecían oponerse entre ambas visiones del mundo? Me asombró el pensamiento: en más de una ocasión, había mirado las esculturas de las Virgenes y Santas Católicas, preguntándome porque llevaban túnicas ajustadas, cubriendo cualquier atisbo de su feminidad. Los senos desdibujados entre los pliegues de la ropa, las caderas confundidas entre capas y tunicas amplias. ¿Era una metáfora de ese prejuicio contra el cuerpo desnudo, su belleza solemne y significativa?

- Es probable que sí, aunque esa visión es herencia inmediata del judaismo - dijo mi abuela cuando se lo comenté - las ropas que llevan las diferentes imágenes de las Virgenes en la imagineria popular, son reminiscencias directas de la manera de vestir de las mujeres palestinas. Y es que para el judaismo, la mujer es peligrosa, tentadora y pecadora. El catolicismo, que es una combinación entre muchas creencias, también asume la misma idea.

- ¿El catolicismo piensa lo mismo de la mujer entonces? ¿Que es fuente de todo pecado? - pregunté, pensando en la Eva biblica, acusada de arrojar a la humanidad a la muerte y el caos.

- Si y no. Como te dije, la Iglesia católica es una combinación de muchas cosas: creencias judaicas, asiáticas e incluso paganas. Y parte de esa visión pagana, es conservar la figura de la mujer. Y ya no la mujer inquietante e impía, que los pueblos que llamaban salvajes no podrían comprender, siendo adoradores de la Diosa del bosque como eran, sino una mujer Divina. Una figura femenina que pudiera vincular con esa otra visión primitiva, pero esta vez, que expresara esa idea de control sobre la mujer, la sexualidad y el sexo.

- ¿Como lo hicieron?

- Solo tomando un aspecto de la Diosa: la Doncella. La virgen inmaculada, Madre del creador. Una combinación de simbolos esotéricos, desde Isis hasta Mitra. Y sobre todo, exigiendo que toda mujer debía emular esa imagen de pureza divina. De manera que, lo femenino perdió su derecho a expresar con su cuerpo la sexualidad y la belleza. Se cubrió de ropas. Y se quedó en soledad.

Una idea tristisima, pensé con un escalofrío. Casi pensarlo, estiré las piernas y me descubrí el pecho. Una sensación de alivio casi física me invadió: el olor de las hierbas me rodeó y me acarició. Sonreí, con las manos abiertas sobre los muslos, pensando en esa belleza del jardin perdido de la propia desnudez.

- Entonces las brujas nos desnudamos para oponernos a eso - pregunté. Mi abuela soltó una de sus estruendosas carcajadas.

- No, la desnudez en la brujería es anterior a cualquier idea católica - dijo - la desnudez es una manera de crear y construir magia, esa necesidad de encontrar el equilibrio físico y espiritual.  En muchisimas creencias paganas y esotéricas la desnudez total facilitaba la comunicación con las deidades y fuerzas que rigen el Universo, cuyas vibraciones se atraían, por ejemplo, bailando sin ropas bajo la luna llena.

Sonreí. Imaginé a las brujas de muchos siglos atrás, corriendo por el bosque, desnudas, en esa plenitud de la belleza salvaje de la feminidad esencial. Las vi con los ojos de mi mente, bailando con los brazos alzados hacia el cielo nocturno, riendo a carcajadas, tomadas de las manos. El fuego cada vez más alto, esa unión mistica del cielo y la tierra en la piel.


- Por mucho tiempo se le llamo "vestirse de cielo" - me explicó mi abuela - Se cuenta que las vírgenes de Babilonia celebraban ciertos rituales en honor de Astarté danzando desnudas, o cubiertas sólo por flores o joyas. Un rito semejante se atribuye a las sacerdotisas de Afrodita y a las vestales de los templos de Venus y vesta en Roma. Como consagrada a la energía de la Diosa Afrodita, puedo decir que muchas veces se ha confundido esta desnudez con la simple lujuria o representación de la sexualidad, cuando en realidad se trata de una forma de simbolizar la pura fuerza creacionista que procede del poder sexual. Los rituales de Afrodita que pertenecen a la Tradición de la Antigua Religión que practicamos en nuestra familia, tienen como objetivo mostrar la capacidad de expresión del cuerpo humano, no solo a través de su sexualidad, sino en todas las maneras posibles en que nuestro lenguaje intimo puede mostrarse.

Un pensamiento precioso. De nuevo, imaginé cuando temor debía provocar entre los catolicismo recién nacido, la idea de una Diosa poderosa y desnuda, emergiendo de la Oscuridad del Bosque, Dueña y Señora de la Creación, bella y cruel, tierna y poderosa. Imaginé lo mucho que debía molestarles a los clérigos la imagen de la mujer libre, de la sencillez de la desnudez como símbolos. En más de una ocasión, las monjas bigotonas que dirigian el colegio donde estudiaba, nos recordaban que el cuerpo de la mujer era "pecaminoso", "fuente de tentación". Y me pregunté en donde residía la esencia de ese pecado, esa necesidad de comprender la idea del cuerpo y lo femenino como inabarcable y temible. ¿Era consecuencia directa de la religión o se trataba de algo más profundo, cultural que parecía insistir en que la mujer debía conservarse escondida, pura y reprimida para considerarse sagrada?

- Tal vez - respondió mi abuela luego de escuchar esos pensamientos mios - porque con la Virgen Sagrada, llegó la necesidad de contemplar el cuerpo como fuente de todo desarreglo moral. Sin duda, el Catolicismo intentaba ocultar esa expresión de fe tan vieja como natural de una mujer desponjandose de su ropa y mirandose así misma como fuente de poder. Se han encontrado testimonios de desnudez ritual en lugares tan diversos como Creta, Persia, Atenas, Pompeya, Bretaña y la India. La célebre Diosa Kali, adorada en Calcuta, Bangladesh y otras regiones del Indostán, se representaba siempre desnuda porque para sus fieles es digamba, término sánscrito que significa "con ropas al Aire".

Las palabras parecieron flotar en la Oscuridad. El poder de la Diosa, esa idea abstracta tan relacionada con mi propia feminidad pareció palpitar en algún lugar de mi mente, hacerse enorme, inquietante y casi dolorosa. Cuando mi abuela se levantó del suelo para invocar de pie a la Diosa, la imité. Y sentí de nueva esa recién descubierta noción de mi cuerpo, de su poder. Hubo algo radicalmente bello en ese gesto suyo, de erguir el cuerpo, de reír con la mirada levantada hacia la cúpula celeste.  Celebrar el poder de la piel de la mujer, de la Bruja y de la Diosa con la sutileza de la piel que cuenta una historia.



Nunca olvidé esa noche. Aunque no lo supiera entonces y solo lo comprendiera mucho después, esa conversación, el ritual bajo el poder de mi desnudez, había abierto una puerta en mi mente que no volvería a cerrarse. Investigué, la idea me obsesionó por años: descubrió de hecho que el poder del cuerpo de la mujer parecía manifestarse en muchas formas. No solo en esa intimidad de despojarse del prejuicio, sino en algo más profundo: la idea de una profunda y primitiva noción de fe basada en la espiritualidad y también, en una profunda conexión con la idea de la mujer sagrada. De hecho, la palabra es una antecedente semiótico del termino utilizado por la Tradición de brujeria para denominar a los rituales donde el desnudo cumple un papel predominante "Skyclad", o sea, "vestida de Cielo", un término profundamente ceremonial que alude a rituales de paso e iniciación donde la bruja se despoja de todas sus ataduras mentales, morales y fisicas para arder en el fuego de la Diosa Secreta. El historiador latino del siglo I d.C. Plinio el viejo, cuenta en su historia natural que ciertos ritos litúrgicos de los britanos estaban a cargo de jóvenes totalmente desnudas y registra la creencia que pasear sin ropas bajo la luz de la luna llena curaba mágicamente a las mujeres estériles. No obstante, aunque Plinio y otras fuentes hablan de ritos astrales a cargo de practicantes de magia desnudas, se trataría de casos aislados y poco frecuentes. La imagen popularizada de la bruja vestida con una amplia túnica para buscar muérdago en el bosque empuñando una daga de plata es la mejor coincide con la verdad histórica de la magia ceremonial. Y aún así, la bruja desnuda, bajo la luz de la luna continúa siendo una imagen de poder tan antigua como la memoria de la propia humanidad.

De nuevo, el click de la cámara. Levanto los brazos, fuerte, poderosa en mi inocencia, en mi confianza en esa imperfección imperecedera del cuerpo que canta viejas historias que se contaron incluso antes que yo naciera. Y pienso en el privilegio de creer y confiar en esta antigua forma de magia, en esta plenitud de la piel que danza y de la curva de la cadera que sueña. Una manera de crear.

C'est la vie.

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