Hace poco, ordenando mis libros de las Sombras - que ya son veinte y espero sigan aumentando en cantidad - encontré una vieja carta del tarot que había escondido entre las páginas de uno de los primeros que escribí. Con esa torpeza de la niña de once años que comenzaba su largo aprendizaje como hija de la Diosa, dibujé a la Emperatriz como una silueta borrosa que apenas podía distinguirse en medio de la Luz de una Luna irregular. Me hizo sonreír el pequeño boceto - no recordaba haberlo dibujado - y me pregunté si por entonces, había sospechado cuantos años me llevaría aprender y madurar en el arte de la brujería, de mirarme como creadora espiritual de mi propias creencias y más allá, mi manera de soñar. Supongo que no, me digo con una sonrisa, acariciando el dibujo con la punta de los dedos. Y es que nadie puede preveer la belleza de un camino de aprendizajes que decides, por aspiración y creencia personal, emprender.
No recuerdo exactamente el momento en que decidí deseaba iniciarme como hija de la Diosa. En ocasiones tengo pienso que siempre lo supe. Que era algo más o menos inevitable, luego de asombrarme con los conocimientos de mi abuela o llenarme de curiosidad antes los secretos que parecían esperarme más allá de la frontera de los conocimientos que mi familia conservaba como herencia. Pero no todo es tan sencillo supongo. La decisión existió y además, tuvo un motivo, solo que parece mezclarse con tantas otras cosas que forman parte de mi visión de las cosas, que en ocasiones resulta indiferenciable. Pero al mirarlo a la distancia, estoy convencida que hubo un momento en que la decisión fue inevitable, y de hecho, la única que pude tomar.
Tenía unos diez años cuando por primera vez supe que podría ser bruja, pertenecer a las creencias en las que se habían educado todas las mujeres de mi familia. Hasta entonces, tenía la idea, un poco difusa, que quizás, podría serlo, de quererlo. Pero no sabía exactamente como o de que manera. Era una idea que me inquietaba de vez en cuando. Miraba a mis primas y tias, sonrientes y concentradas, cuando realizaban un ritual y me preguntaba si en alguna ocasión, yo podría formar parte de esa exquisita cofradía de mujeres sabias. Las luces palpitando, el viejo caldero ardiendo en medio del circulo, los cánticos ondulando en la oscuridad sedosa de la noche. Y ellas, las brujas, las mujeres de mi casa, con su cabello trenzado y manos llenas de flores, celebrando el extraño misterio que las unía, que parecía llenarlas de poder y sabiduría y que por el momento, yo desconocía de qué podría tratarse.
- Estas muy pensativa.
La voz de mi tia E. me sobresaltó. Tia tenía la cualidad de una discresión elegante: con su paso lento y sus movimientos ligeros, tenía la cualidad de aparecer, como por encanto, en el lugar menos esperado. Me gustaba eso de ella casi siempre, pero en otras ocasiones, me irritaba un poco. Como esa vez, mientra caminaba por la biblioteca de mi abuela, buscando algo que no sabía exactamente que podría ser.
- Solo quería leer algo - respondí con cierta impertinencia. Tia se detuvo junto a la puerta de madera, mirándome detenidamente. Se parecía un poco a mi abuela, con sus rasgos armoniosos y boca llena, pero su rostro era más amplio, dulcificado por una cierta melancolía.
- ¿Qué cosa?
- No lo sé - murmuré. La conversación comenzaba a ponerme incómoda. En realidad no sabía que había ido a buscar a la biblioteca de abuela, en esa tarde polvorienta con olor a albahaca. Había estado pensando mucho sobre la brujería y las brujas, haciendome preguntas muy concretas que no sabía si alguien podía responder. En ocasiones, me despertaba a medianoche, mirando la oscuridad con el corazón latiéndome muy rápido. ¿Y si yo no podía pertenecer a esa larga herencia de cultura y creencias? ¿Y sí yo, hija de una descreída que había abandonado toda convicción por las viejas creencias, carecía de algun elemento para formar parte de ellas? La idea me entristecía hasta lo indecible. Temblando, apretaba los labios contra las sábanas y me repetía que no, que prima M. y abuela insistían que yo formaba parte de la brujería incluso antes de recordarlo. Pero ¿Y si no era así? ¿Si debía hacer algo que aún no sabía? ¿Y sí madre debía enseñarme algo que había olvidado? ¿O simplemente no habría querido mostrarme? Casi siempre, terminaba sentada sobre la cama, apretando la sábana entre las manos, atormentada por aquel pensamiento fugitivo y sin saber como consolarme.
Tal vez, esa incertidumebre insistente me había llevado esa tarde a revisar los libros de las Sombras de mi abuela. Rocé sus viejas solapas de cuero con los dedos, pasé sus páginas cosidas a mano con cuidado, mirando la enrevesada letra de mi abuela, repitiendo en voz alta sus frases y pensamientos. Aquí y allá tropecé con bellas ideas, con expresiones de fe tan conmovedoras que me llenaron los ojos de lágrimas, pero nada que respondiera mis preguntas. De hecho, me sentí mucho más agobiada, como si pudiera entrever un misterio maravilloso que no podía tocar.
Y nada de eso podía explicarselo a tia. Ella pertenecía al circulo a donde yo quería entrar sin saber aún si podría. Ella llevaba la estrella de plata y de vez en cuando en los rituales, levantaba la daga ceremonial para invocar y crear belleza. ¿Podría hacerlo yo alguna vez? ¿Sería yo en alguna ocasión quien sostuviera la daga y cantara para ellas?
- Tal vez este libro podría gustarte - dijo entonces tia. Cruzó la habitación con su paso lento y se detuvo frente a una estantería muy pequeña, junto a la puerta que daba al jardin. Estaba llena de libros muy viejos, cosidos a manos y con las solapas agrietadas que nunca había mirado bien. Me parecían tan frágiles como delicados, y sobre todo, extrañamente anónimos: casi todos tenian hojas arrancadas y no aparecía el nombre del autor por ningún lado. Pero sin duda, se trataba de parte de la colección de Libros de las Sombras de mi abuela, con sus hojas escritas a mano por alguna bruja desconocida, llenos de pensamientos e ideas de alguien más. El que Tía me extendía tenía una viejísima solapa azul, le faltaba un buen fajo de hojas al centro y tenía manchones de tinta por aquí y por allá. Lo sostuve con cuidado, un poco desconcertada.
- ¿De quién es?
- Nadie lo sabe - respondió - ninguno de estos libros lleva el nombre de su autora. Por alguna razón que nadie conoce, se perdieron, fueron olvidados y luego encontrados por alguna de nosotras. Pero no sabemos a quien pertenecieron o que historia cuentan.
- ¿Y como llegó aquí?
- Cada uno tiene su historia - explicó tía - ese que tienes entre las manos, lo encontró tu abuela en un viejo mercado de pulgas, pudriéndose al fondo de un cajón. Nadie lo había abierto hacia mucho tiempo. Quizás pensaron era un cuaderno sin valor. Pero tu abuela lo reconoció de inmediato y lo trajo de nuevo.
Sostuve el libro con un nuevo respeto. Lo abrí con cuidado. Una de las hojas estaba desgarrada a la mitad y en ella se podía leer: "porque el Don de la Luna habita en ti". La letra era pequeña, casi ilegible. La tinta comenzaba a desdibujarse por los bordes, y en algunas partes, manchones de humedad hacian ilegible el texto. Por supuesto, me enamoré inmediatamente de él.
Lo llevé a todas partes a partir de entonces. Era, sin duda, el libro de las Sombras de alguna bruja: Estaba lleno de pequeñas anotaciones sobre rituales, mancias y aprendizaje mágico, pero sobre todo, de ese proceso espiritual que toda bruja lleva a cabo a medida que aprende sobre si misma y su relación con lo trascendente, ese poder de crear y soñar al que la brujería brinda especial importancia. Y mi bruja anónima, parecía muy interesada en comprender su propia visión de las cosas: dedicaba largos párrafos casi ilegibles, a reflexionar sobre la bondad y la crueldad, sobre el tiempo que transcurre y el poder del espiritu. Alguna de sus ideas me resultaban incomprensibles, a mis torpes diez años, pero la gran mayoría me maravillaban. Había algo cercano en esa visión amable y desordenada del mundo, en el puño y letra de esa desconocida mujer que llamaba a la Luna Madre y a la Tierra ensoñación que me fascinaba. Quizás porque podía brindarle una historia imaginaria o porque su pensamiento se parecía mucho al libro, la bruja V, como solía firmar sus rituales, siempre me hacía sonreír.
Y es que para ella, la brujería tenía un ingrediente profundamente trascendental, que parecía rebasar la mera idea de creencia y dogma. De hecho, los rechazaba. Con un enorme ingenio y un encantador sentido del humor, insistía: "Nadie debería creer en nada a menos que se tropiece con su propio corazón en la calle. Es una idea extraña ¿verdad? Pero dicen que las mejores cosas, llegan a nuestra vida por carambola. Entonces, imaginad esto: caminas por vuestra calle favorita y de pronto, al cruzar hacia un lado en lugar de otro, encuentras una moneda brillante. Te inclinas, la levantas y justo entonces, escuchas un estruendo. La calle por donde debiste haber pasado, está llena de humo. Cuando corres a mirar entre la multitud, encuentras que en el lugar donde debiste haber estado de pie, un automovil acaba de estrellarse. Te palpita el corazón muy rápido, apretando la moneda. Y de pronto, entiendes algunas cosas sobre la vida. El olor de la brisa que te golpea la cara, el sabor de la sangre que te bombea en el pecho nervioso. La sensación de recorrer un camino nuevo gracias al azar. ¿Lo ves? ¿Lo entiendes? Las grandes lecciones siempre deben caber en la palma de la mano".
Como mi libro, pensé sonriendo. Me gustaba la manera de aquella desconocida de contar las cosas. Me encantaba esa mirada suya, limpia y radiante de todo lo cotidiano. Había preguntado a abuela si conocía algo sobre su autora, pero me repitió lo que tia E. me había contado: el libro había estado guardado 20 o 30 años en mitad de un baúl húmedo y ella lo había encontrado casi por...casualidad. La escuché sonriendo, con el libro bien sujeto entre los dedos.
- ¿Qué ocurre? - preguntó un poco desconcertada. Sonreí.
- Las grandes lecciones siempre deben caer en la palma de la mano.
Y seguí leyendo aquel libro por semanas anteras, a pesar que la mayor parte del libro estaba tan deteriorado que me llevaba un considerable esfuerzo leerlo. Pero valía la pena: siempre encontraba algo hermoso que leer, alguna nueva idea que pensar. De pronto V., con sus carcajadas silenciosas desde las palabras escritas con tinta azul, parecía responder a mis preguntas silenciosas una a una. Me reía con sus pequeños chistes, con sus invocaciones que parecían más bromas pesadas que solemnes ejemplos de magia antigua. Pero sobre todo, amaba que para ella la brujería era parte de un todo, de ese Universo vasto y extraordinario que yo solía mirar a través de la ventana abierta y concebir como el manto cuajado de estrellas que se extendía más allá. Porque para V., la brujería era un asunto de corazón y espiritu, de amor y de convicciones. No importaba tu nombre, no tenía mucho que ver con las dagas o como repitieras viejos rituales. La brujería, la de verdad, era parte de ese páramo radiante y preciado que llamamos espiritu personal.
"¿Qué es una bruja? Es una mujer que canta a todo pulmón, que abre las manos para elevarlas en plegaria. Pero no canta como le enseñaron: la magia brota de ella como un sueño, como un deseo, como una palabra que acaba de inventarse. Una bruja es la del espiritu curioso, la que hace preguntas sin cesar. Una bruja es la que baila en la noche, aunque no sepa porque. Una bruja es..."
La página se volvía ilegible después. Frustrada, me incliné sobre el libro, intentando descifrar la letra de V, abrirme paso entre los océanos de tinta diluida y de palabras perdidas, para conocer quien era para ella una bruja. Pero no lo logré. Entristecida, leí muchas veces aquel pasaje, intentando completarlo en mi imaginación, darle el tono y la alegría de V. sin que nada me pareciera lo suficientemente bueno, profundo o significativo. Por último frustrada, se lo mostré a Tia E., explicándole mi pequeña frustración.
- Y quisiera saber que opina V. sobre lo que es una bruja - le expliqué - pero no puedo. ¿Conoces alguna forma de intentar limpiar el borrón de tinta tia? ¿O imaginas que pudo querer decir?
Tia tomó el libro en la página que le mostraba y lo leyó. Como yo, miro el borrón ilegible atentamente, intentó rasparlo con los dedos, y por último, lo extendió sobre la mesa, con un gesto tenso en los labios. Aguardé, impaciente. Al cabo de unos minutos, Tia soltó una exclamación apenas susurrada que sonó como "Ah, vaya" y Después hizo algo muy extraño: le dio la vuelta y miró atentamente la hoja, acariciando las esquinas, mirando los pliegues envejecidos y amarillentos.
- ¿Qué ocurre? - pregunté. Tia me dedicó una de sus largas miradas amables. Luego levantó el libro y lo sostuvo frente a mi cara.
- ¿Qué ves?
- Las páginas del cuaderno - respondí con impaciencia - no veo otra cosa...
Me callé. Observé las hojas al revés y de pronto, noté que abierto de esa manera, los intricados dibujitos que V. había hecho en las esquinas de las páginas tomaban un nuevo sentido. Cada uno parecía extenderse en suaves lineas delicadas hacia el otro ángulo hasta crear una forma muy definida que reconocí, asombrada.
- ¿Eso es un...marco de un cuadro?
- Un espejo - contestó tía - tu amiga desconocida pintó en la página final de su libro un viejo simbolo de poder: el espejo mágico. Y no hay nada escrito en el borrón de tinta porque la respuesta a su frase está delante de quien la lee. Lo mira todos los dias.
Tomé una furiosa bocanada de aire. Quise decir algo pero no supe que. Los ojos se me llenaron de lágrimas y cuando tomé el libro de nuevo, esta vez mirando el espejo con toda claridad, entendí muy bien que había querido decirme V. con su humor revoltoso y sus sonrisas de palabras. La bruja eres tu, que lees esto.
Apreté el libro contra mi pecho, riendo y llorando como solo una niña puede hacerlo. Y recordé todo lo que V., desde su anónimato me había enseñado: que la bruja es un alma libre e indómita, que ama la creatividad, construye con alegría y crea con pasión. Que la bruja baila al ritmo de su corazón y sueña con estrellas, con la Madre Luna que susurra su nombre y el viento que le besa las mejillas. Y reí, al comprender la última broma - lección - de esta bruja poderosa, que escribió un libro que después perdería, que nunca sospecho - ¿O quizás sí? - que iría a parar en manos de una muchachita delgaducha y pálida llena de temor. Acaricié el libro, casi con cariño mientras mi tia me miraba enternecida.
- La bruja es el espiritu libre del conocimiento, es esa individualidad que cada mujer construye y la eleva por encima de todo convencialismo - mi tia se inclinó y me besó en la frente. Tuve la extraña sensación que ella también había comprendido cuanto significaba para mi ese pequeño gran mensaje que acababa de recibir - la bruja vive en ti antes de nacer, porque la bruja, el poder de soñar, te pertenece y te crea. Eres tu.
Pensé en esas palabras, doce meses después, frente a otro espejo. Uno de plata labrado, muy hermoso y que había pertenecido a la familia por décadas, quién sabe si mucho más. Me miraba, con el cabello trenzado, las mejillas pálidas de miedo y el gesto tenso de quien está a punto de afrontar un momento que soñó pero nunca creyó pudiera hacerse real. Me miro, fijamente, la niña con pecas, pálida y de ojos asustados y pienso en V., a quien nunca conocí, pero que sonríe para mi de entre las páginas de su libro, que sostengo entre las manos. Cuando tia E. entra en la habitación, la miro, entre temblores de nerviosismo.
- Ya debes venir - me dice. Detrás de ella, la casa de mi abuela está a oscuras. Solo el breve tañido de las velas resplandece en medio de la oscuridad. Dejo el espejo y el pequeño libro a un lado y me levanto, el vestido blanco flotando a mi alrededor. Y a pesar del temor, del nervioisimo y de la incertidumbre, sonrío cuando tomo su mano, siento una emoción que se desborda y brilla, al seguirla y unirme al grupo de mujeres vestidas de blanco que me esperan en el jardin. La noche de mi iniciación ha llegado, pienso, mirando la Luna Madre, brillando entre los páramos de estrellas púrpuras. Aprieto la mano, donde me escribí una simple palabra: crear. Porque todas las grandes lecciones deben caber entre los dedos.
Y yo estoy a punto de extender la mano para recordar, que llevo el nombre que me esperó desde antes de nacer.
Bruja.
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