Camino en la oscuridad, escuchando el sonido del mar escondido entre las sombras. Es una sensación magnifica esta, la de encontrarme a solas con mis pensamientos, en medio de una noche cualquiera, con la Luna brillando muy alto y el viento fresco de la costa, danzando a mi alrededor. A veces pienso que hay una soledad diminuta en esa necesidad mia de analizar cada idea, de intentar comprenderla desde todos sus puntos de vista. Cuestionarme, una y otra vez, hasta encontrar una respuesta satisfactoria o quizás, formularme nuevas preguntas.
De niña, solía irritar muchísimo a los adultos con mis preguntas. A la gran mayoría, en realidad y a la directora de mi colegio, en particular. Aunque hay que admitirlo, a la hermana Rosa nunca le caí bien. No sé exactamente por qué le provocaba tanta antipatia: podría haber sido desde mi manía de mirarla a los ojos con mucha fijeza mientras impartía sus lecciones de religión - me lo reclamó más de una vez - o el hecho que bostezaba abiertamente mientras analizaba largos pasajes de la biblia. O quizás, solo se debía a que preguntaba mucho, de manera insistente, cosas que ella no deseaba responder. Recuerdo, en una ocasión en que insistí en preguntarle porque el mítico Adán era considerado superior a Eva, si ambos era creados por Dios, y Rosa, en todo su desparpajo de monja malhumorada me llamó "insoportable".
- Pero es que no entiendo - insistí - ¿Qué lo hace superior?
- Haber sido creado primero - respondió. Sentada detrás de su escritorio, con el cabello recogido en una tirante cola de caballo y la expresión dura, tenía un aspecto amenazador. Era la directora más joven que la escuela había tenido - o eso me habían contado - y sin embargo, no había nada de fresco o juvenil en ella. Más bien, con sus labios finos siempre en tensión y la durísima mirada de sus ojos grises, parecía una anciana en el cuerpo de una mujer delgada y sin edad - el Creador, en su infinita sabiduría, creó a Adán con sus propias manos y a Eva, de su costilla. Es por eso que la mujer debe acompañar y servir al hombre.
Que idea tan rara esa, me dije ¿Por qué el Dios católico habría creado a una criatura a partir de la costilla de otra si era capaz de crearla de entre sus divinas manos con toda facilidad? ¿Qué deseaba expresar esa historia, que insistía en que la mujer provenía del hombre, como si fuera parte suya? Pensé en otros mitos sobre la creación que había leído: los mayas, que imaginaban a Tepeu y Gucumatz, sentados imaginando el mundo. Y de pronto ¡El mundo estaba allí! con sus montañas y mares, cielo y animales, brotando directamente del espiritu de estas dos seres soñadores que dormían para dar vida. O el mito escandinavo, que imaginaba el momento antes de la creación como un gran vacío y que Muspell, el lider de un mundo de fuego y Niflhiem el líder del mundo de hielo, intentaron llenar con calor y luz radiante. Tantas leyendas e historias que intentaban recrear el nacimiento del hombre como una obra misteriosa y bella, y no como una especie de experimento sin sentido. Por supuesto, a la hermana Rosa, férrea y malhumorada, no le gustó nada cuando se lo comenté.
- La biblia solo muestra la verdad - exclamó enfurecida pero tratando de fingir paciencia- Todo lo demás, es simplemente imaginación cultural. La palabra de Dios es una sola...
- Pero Dios dio inteligencia a todos por igual. Todos podemos soñar como se hizo el mundo - insistí. Para entonces, la clase entera me miraba en un asombrado silencio que yo no comprendía muy bien - ¿Por qué...?
- ¡Basta, niña altanera e irrespetuosa! - me gritó. Me sobresaltó su cólera y me callé, sin saber que esperar. Cuando se acercó al pupitré, la miré con los ojos muy abiertos. La piel rubicunda de su rostro estaba enrojecida y sus ojos, como dos pequeños trozos de piedra gris, brillantes de emoción - Vas a ir conmigo a la dirección y allí te vas a quedar, hasta que entiendas que faltar el respeto a las Santas Escrituras no solo es indecoroso sino además, pecaminoso.
No entendí nada de lo que me decía. Con doce años, todavía continuaba confundiéndome esa disciplina férrea de la Escuela, su necesidad de insistir en el miedo para educar. Me parecía que había algo desproporcionado en esa visión de la religión como única manera de entender el mundo: ¿Y que ocurría con lo que no podía explicarse de manera tan sencilla? ¿Qué pasaba con todas las cosas del mundo que parecían desbordar la visión humana? Aún era muy niña para pensar en esos términos, para asumir la idea que el hombre y su circunstancia desbordan el dogma, pero si tenía muy claro que la vida, en toda su magestuosidad y belleza, era mucho más amplía que lo que podíamos suponer sobre ella. Pensé en eso, a solas, en la dirección, leyendo un libro de catecismo, mientras esperaba que me dijeran cual sería el resto de mi castigo.
Cuando la hermana Rosa volvió a su oficina, ni me miró. De hecho, conversó en voz alta con sus asistente unos minutos hasta que finalmente se acercó a donde me encontraba. Me dedicó una de sus miradas heladas.
- Por haber sido impertinente, vas a escribir toda la historia del Génesis con tus palabras y me la vas a entregar para mañana - dijo. Se le veía temible, con su barbilla dura apretada en un gesto severo y las manos apretadas en un tenso - quiero que entiendas que Dios está por encima de tus rebeldías, de tu falta de respeto.
No respondí. Quise preguntarle por qué consideraba una falta a la disciplina hacer preguntas, pero amedrentada, no lo hice. Me limité a mirarla, entre asombrada y un poco desconcertada, alarmada por esa sequedad suya que podía ser tan hiriente. Mi abuela solía decir que las personas furiosas en realidad estaban tristes pero lo ocultaban bajo una máscara de furia. Pero la hermana Rosa realmente parecía llena de una irritación tan tremenda como misteriosa. Siempre estaba a punto de estallar: golpeando las puertas, llamando la atención a gritos a las alumnas, vociferando ordenes siempre que podía. Había algo en ella tenso, duro como un pedernal. No podía entenderla.
Seguí pensando en ella mientras leía los versículos que me había ordenado leer y copiar. Pensé en esa mujer solitaria, diminuta y enérgica, que siempre insistía en que el orden era sagrado y que era necesario para entender a Dios. Miré a mi alrededor, y la biblioteca de mi abuela, en todo su glorioso desorden, me pareció un templo, con sus libros y papeles desordenados, sus anaqueles llenos de polvo, su ventana entreabierta que daba al jardin. ¿Por qué para la hermana Rosa todo tenía que ser de una sola manera? ¿Por qué para ella era tan importante que todo tuviera un único sentido? No lo entendía muy bien o quizás simplemente se trataba a que no podía comprenderla a ella, con toda su cólera y disciplina un poco exagerada.
Leí el Génesis como quien lee una historia de aventuras. Y me gustó. De hecho, me pareció una historia preciosa, a pesar de la lamentable insistencia en hacer de la inocente Eva la gran villana de todo lo ocurrido: casi la imaginé, ingenua y curiosa, tomando la famosa manzana entre los dedos y levantándola con los ojos brillantes de emoción. Y luego, la mordida fatídica, la que hizo tronar los cielos y las estrellas llorar. La vi encogida de miedo, entre temblores, quizás preguntándose que había ocurrido, con Adán a su lado cubriendose la cabeza aterrorizado. Los cielos abriéndose y...
¿Y qué ocurría después? Sí, ya sabía la historia: Un ángel de espada llameante los expulsaba del Paraíso. Pero no me gustaba esa visión de las cosas. No me gustaba el temor en el rostro de ambos, o el sonido imaginario de la reja del Paraíso al cerrarse a sus espaldas. De manera que decidí incluí algo más. ¿Qué tenía de malo? me pregunté, mientras lo imaginaba. ¿Qué tenía de malo imaginar los Cielos abriéndose y apareciendo la Luna? Radiante y preciosa, la Madre Eterna, acogiendolos bajo su luz plateada. Tan hermosa y apacible. ¿Qué les diría?
"- Hijos míos, habeis disgustado a Dios Padre y él os ha expulsado del Paraíso - dijo La Luna - pero yo os acojo entre mis brazos y les obsequio la Tierra Virgen. Sí, habrá sufrimiento y dolor. También habrá temor. Pero os brindo también amor. El amor que os hará despertar cada mañana, el día que nacerá para que vos disfruteis del calor y de la belleza. Vos os multiplcareis, como ha dicho el Padre, pero también soñareis, como yo vuestra Madre, os envío. Y sereís hermosos y únicos, y sonreireís, como un sueño, al despertar".
Nadie dijo nada cuando terminé de leer mi composición. Un par de niñas se volvieron para mirarme, con los ojos muy abiertos y aterrorizados. Alguien soltó una risita. Pero la mirada de la Hermana Rosa parecíó congelar todo. Se levantó del escritorio y me miró, con los labios apretados y el rostro enrojecido.
- Eso es una blasfemia - dijo a gritos - ¡Es la falta de respeto más...!
Alguien dio una palmada tímida. Me volví para mirar. Una de las niñas del fondo de la clase, de las raritas como yo, sonreía. Era ella quien había aplaudido. A su lado, una niña gordita con la que nunca había hablado, también levantó las manos y aplaudió. Y luego otra más, la niña de pecas de quien las otras niñas se burlaban por tartamudear, también. Lo hizo en un gesto lento, delicado. Después me miró y me sonrío.
No podría explicar que ocurrió después. O porque esas tres niñas, que nunca había sido mis amigas, me habían brindado aquel gesto de cariño. Solo sé que sonrieron, y de pronto, sin saber exactamente el motivo, pensé en Eva, solitaria y temerosa, la cabeza inclinada, la manzana entre las manos. Y pensé en la curiosidad, en la necesidad de mirar el cielo para comprender, en lo que me había hecho sentir brindarle un nuevo giro a la historia. En la Eva nueva que había creado con amor.
Me castigaron de nuevo, por supuesto. Y a las otras niñas también. Sentadas en el salón vacío, nos dedicamos miradas complices y cuando la joven novicia que nos vigilaba nos dejó a solas, la chica pecosa se inclinó hacia mi.
- ¿De verdad crees que la Luna peude hablar? - preguntó. Una vez había escuchado, le llamaban preguntona, como a mi. Eso me hizo sonreír con todos los dientes.
- Sí. Yo la escucho a veces - le dije, pensando en los rituales donde en mi casa nos tomabamos de la mano y mirabamos el cielo estrellado con la Luna radiante flotando en la Oscuridad - En el viento y en las cosas bonitas.
- ¿Nos cuentas más? - dijo la niña tartamuda, pronunciando con todo cuidado las palabras. Y encontré en esa curiosidad, la misma ternura que me despertó esa Eva niña de ojos brillantes, corriendo por el Jardin del Edén. Como yo la imaginaba claro.
Hija de la Luna, también.
La Dama Blanca: Danza en las Tierras del espíritu.
Para todas las tradiciones de la Antigua religión, y las corrientes neopaganas más recientes, la luna tiene un significado poderoso y trascendental. Es la representación del ciclo vital de la Diosa, que a su vez se refleja en el cuerpo de la mujer y en la sincronía Universal de la magia como ciclo armónico.
Para celebrar la fuerza Lunar, la tradición de la Antigua Religión que practica mi familia lleva a cabo un ritual que recibe el nombre de "Ritual de la bruja de la Luna". Se realiza en cualquier momento del ciclo lunar y es basicamente, una reafirmación de la presencia de la Diosa como divinidad y rostro de la energía Universal.
Antiguamente, este ritual solo podía ser realizados por las practicantes femeninas de la tradición de brujería, debido a que celebra la fuerza universal contenida en el cuerpo de la mujer y su profunda conexión con lo místico.
Es un ritual de gran belleza y significado, que debe ser realizado en un lugar privado y dedicar algún tiempo en realizarlo sin interrupciones.
Necesitaremos:
7 velas blancas.
1 vela azul oscuro.
Una vela roja.
Incienso de mirra.
Un recipiente con agua fría.
Disposición:
Realizaremos un triángulo con las velas blancas, de la siguiente manera: tres en la base y dos en cada lado. En la punta colocaremos la vela azul.
En el centro del triángulo colocamos el recipiente con agua, con la vela roja ante él, apuntando hacia la base. Ahora, nos sentaremos frente a vela azul, es decir, la punta del triángulo, con el incienso a nuestro lado derecho.
Nos despojaremos de la ropa, lo que se llama en Brujeria, vestirse de cielo. La desnudez en este caso, tiene la intención procurarnos un vinculo directo con la energía que fluirá durante el ritual. Por el mismo motivo, nos dejaremos el cabello suelto y nos quitaremos anillos y cualquier otra joya.
Comenzaremos el ritual tomando cinco bocanadas de aire. Intentaremos respirar de manera abdominal, sintiendo como nuestro cuerpo se relaja lentamente. Imaginaremos que la energía que emana de nuestro interior es un punto de luz que se desliza, a partir del tercer ojo, a trav+es nuestro rostro, cuello, hombros, brazos, torso. Sentiremos con la energía nos purifica, aleja todo temor e incertidumbre, sana y consagra cada parte de nuestro cuerpo a la energía de la Diosa.
Ahora, levantaremos las manos, con las palmas vieltas hacia arriba y realizaremos la siguiente invocación:
"Madre del tiempo y de la historia secreta
Abro mis manos esta noche para pedir tu presencia
que tu manto de plata me cubra
en nombre, espiritu y fuerza
que la fuerza de la noche viva en mi
y la luz del día sea mi nombre
que las estrellas me muestren la belleza de tu mirada
Muestrame el hilo de plata que une lo que fue
lo que ha de venir
y lo que vendrá
que mis ojos y mis pensamientos
yazgan en el lecho del fuego y del viento
que el Universo sea mi hogar
en tu divino nombre
y que la sabiduria de los grandes secretos
se muestre a mi en forma de amor y creación
Asi sea"
"En pasado
en el presente
y en el futuro
que el nombre de la Diosa
sea el mio.
Soy tu sierva, tu hija
el rostro nuevo de la Tradición
Que sea tu fuerza en mi"
Ahora, encenderemos las velas del lado izquierdo del triángulo:
"Que el día y la noche formen la dualidad de tu nombre"
"Que la oscuridad y la luz sean la medida de todas las cosas. Porque no hay bondad sin maldad, día sin nombre, una lágrima sin una sonrisa.
Que en el tiempo de la Gran Madre, todo tenga un sentido
un lugar
y una forma
Asi sea"
"Una y otra vez, tus hijas llaman por tu nombre
que siempre seamos bendecidas por el nombre que el tiempo nos ha dado
que la fuerza de la naturaleza sea la mia
que la serenidad de la noche me impregne
y la sabiduría de la tierra, me muestre el camino al centro de mi espiritu
Asi sea"
Encenderemos el incienso de mirra. Aspiraremos su olor, dejandonos envolver por él, sintiendo como nos colma y nos acaricia, elevandose lentamente en volutas de humo. Con los ojos cerrados, respiraremos lentamente, imaginando como un hilo plateado, unido a nuestro a través de nuestro pecho, se extiende en todas direcciones. Lo imaginaremos surcar la oscuridad, abriendose en la noche, más y más rapidamente. Imaginaremos que se une a muchos otros hilos, a la magia que late en la vida, que nos pertenece, que es parte de nosotros y del mundo, que tiene todos los rostros, todas las miradas, conectadas a la memoria de la humanidad. Con el ojo de nuestra mente, seguiremos ese recorrido magnifico, hasta sentir que nuestro hilo de plata se conecta con la luna, reflejandose en el cielo de nuestos pensamientos, ábside y centro de nuestra fe. Sentiremos la fuerza que nos vincula, nos llena de energía, nos une indefectiblemente a una fuerza tan amplia como nuestro pensamiento y sentimiento. En paz.
Sabremos instintivamente, cuando terminar la meditación. Una vez que lo hagamos, encenderemos ahora la vela roja, y diremos:
"Que el tiempo de la Diosa sea el mio
que su historia la nuestra
que la fuerza de la energía Universal nos envuelva y nos sostenga
hoy, mañana y siempre
en la Oscuridad y en la luz
en la alegría y en la tristeza
que el ciclo comience y termine
y sea en mi la huella de la sabiduría
Asi sea"
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