sábado, 28 de diciembre de 2013
La Diosa, la Bruja y la esperanza: Un año para descubrir mi reflejo en el espejo.
Enciendo una a una las velas. La diminutas llamas parpadean en al oscuridad, oscilan creando sombras triples a mi alrededor. Estoy desnuda, en medio de esta calidez casi onírica, esta sensación primitiva de pertenecer a algo más grande que mi propia mente. Y es que este circulo de velas que se extiende por la habitación, que parece iluminar mi historia y la que heredé, los sueños que se crean y los que están por nacer. Cuando levanto los brazos para invocar, sonrío: La piel fragante por el olor de las hierbas, el cabello rozandome la espalda, bailando con el viento. Sueño entonces, con el tiempo que está por venir, por el futuro que aún comienza a dibujarse en este infinito cuajado de estrellas púrpuras que llamamos imaginación.
Y es que este año, recorrí el camino de reencontrarme con la Diosa en mi mente, en mi espíritu y en mi necesidad de crear. Un camino que ha supuesto desempolvar viejas ideas, construis algunas nuevas y sobre todo, mirarme en el reflejo de mi propia mente para reconocerme. Porque como bruja, como mujer adulta, como creadora, como artista, el descubrimiento de mi propia identidad comenzó por asumir el poder de la Diosa que me habita, la que brilla en las habitaciones de mi mente a diario, la que me inspira y me brinda la oportunidad de reconstruirme una y otra vez. Porque cada mujer es una Diosa: la que ríe, la que llora, la que construye, la que pare un hijo y la que también, da a luz sus propias ideas. Cada mujer posee la capacidad instrinseca de crear magia, de levantar un mundo a su medida. Eso lo recordé este año extraordinario, inolvidable e intenso.
Porque Al evocar a una diosa, como decían las sumerias, se entra en contacto con su energía universal, armonizando la energía de las que rezan y bailan con la de la Diosa. El poder divino que convierte en sagrado la feminidad más allá de la idea cultural. Ese acto de fe soñar y crear, de danzar para elevarnos a las estrellas. No en vano, en todas las culturas que adoraban a la Diosa, el ritmo era sagrado. Hoy en día en la India y Bali, al adorar a las diosas se canta, baila y narra la historia de la divinidad, los tambores tienen la finalidad de conectarnos con el latido del corazón cósmico de la Diosa. El latido del corazón de la Tierra, de los sueños que se construyen a partir de una idea. La Bruja antigua, encarnada en la mujer que hoy levanta el rostro al sol para sonreír.
La Diosa que nace, en cada día de sol y de cielo luminoso. La que se abre camino en medio de la incertidumbre, la Diosa que grita y que llora, la que susurra y suspira. La Diosa que se renueva, en sangre y en sueños. La Diosa de la Luna, que contempla el tiempo que construye la belleza. Las Diosas siguen siendo la expresión del sagrado femenino. Hablar de las diosas es referirse a lo que las antiguas culturas aceptaban y que esta ha perdido: la dualidad de los poderes místicos de lo masculino y lo femenino como iguales, generadores del equilibrio universal. Hay quien argumenta que la religión católica contempla lo sagrado femenino con las múltiples vírgenes y santas, habrá que diferenciar claramente que estas mujeres sagradas están circunscritas a una sumisión del valor masculino supremo: la virginidad impuesta, la prohibición de la autonomía y la libertad femenina.
¡Que lamentable que hayamos perdido esa idea poderosa y espléndida de lo sagrado femenino! pienso, mientras las llamas del caldero chisporrotean y se elevan para calentarme las manos. Que doloroso que la mujer haya sido constreñida, castrada, limitada y dividida, en una cultura que le arrebató por muchos el siglos el nombre y la individualidad. No olvidamos que para la cultura Occidental, la mujer debe someterse a esa idea frágil de la mujer que obeedce: Las santas, mujeres consagradas a la Iglesia, a Dios, parecen destinadas a servir a los curas y obispos como sus superiores, sin libertad de una completud femenina para vivir, se santifican al sacrificarse totalmente, en cuerpo y alma en nombre de un Dios. Las diosas en cambio son poderosas, llenas de libertad, sexualidad, fertilidad, armonía, alegría. Y que inquietante pensar que para la mujer católica la redención se encuentra en la obediencia.
Bailo, en mi circulo de velas, con los brazos extendidos sobre la cabeza. Riendo en voz alta. ¡Libre, tan libre! Bailo, con un suspiro que se eleva en espiral. No hay temor en esta confianza simple, como de niña, mientras invoco ese poder misterioso que habita en la tierra que me sostiene, en el viento que acaricia mi cabello, en el sueño del mar en mi espíritu, en el fuego que ilumina mis párpados cerrados y me purifica. Porque la historia de la bruja es la crear y construirse así misma, la de esperar y tener siempre la esperanza que el tiempo que la espera, será un anuncio de esa aurora espléndida que despunta en su corazón.
Las diosas tienen cualidades múltiples, ajenas a la concepción occidental de lo que "es femenino", así son guerreras como Durga, la reina guerrera. Son luz y sombra, pero sobre todo capaces de compartir sus dones divinos con mujeres y hombres por igual.
Para una criatura la madre lo es todo: protección, amor, alimento, intimidad. El universo creado entre la madre y su hija o hijo, rara vez es alcanzado por el padre, no importa cuán bueno y devoto este sea, no llevó en su cuerpo al ser que ahora está en sus brazos, por eso para todo ser humano que conoce a su madre al nacer, ella es el universo, es la primera imagen de divinidad. Casi todas las imágenes femeninas que datan de los años 3000 y 5000 antes de la era cristiana, muestran que nuestros ancestros reverenciaban el poder creador de las mujeres y consideraban a La Gran Madre como el origen de la vida y su nutrimento.
La cultura Navajo tiene entre sus diosas de mayor poder a la Mujer Araña, la que tejió el universo cantando y diciendo a otras mujeres que participaran con ella en la telaraña de la creación. En la mitología griega, Eurinoma tomó las dos colas de serpiente y haló sólo caos, entonces creó el cielo luminoso y el mar, luego el viento del norte, más tarde se convirtió en paloma y de ella surgió un huevo que se transformó en lugares del mundo, toda su creación nace con cánticos
Las y los aztecas llamaron Coatlicue a la Madre de todos los dioses y diosas, y adoraron como la dama de la falda de serpientes, señora de todo lo que está vivo y lo que está muerto.
Suspiro, deambulando en la oscuridad de mi habitación favorita. Un enorme anhelo de comprensión me envuelve, esta decisión definitiva de encontrar el sentido a mis ideas más profundas y más intimas a través de esta vuelta a los orígenes. La Diosa que me protege, que soy yo misma. El símbolo de lo bueno que nace y que espera en mi mente y más allá de ella ¿Es posible tal cosa? ¿Puedo confiar que el rostro secreto de esa Dama misteriosa que habita en mi espíritu otorgue un valor concluyente a mi expresión más personal? Me detengo, miro por la ventana un instante. La luna llena brilla sobre la ciudad, resplandeciente, remota, inexplicable, antigua, un símbolo eterno de la belleza del enigma del corazón humano. Una emoción reluciente, recién nacida me recorre.
El significado, el tiempo nuevo. La creación sagrada entre mis dedos.
Asi sea.
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