sábado, 21 de diciembre de 2013

Una historia mil veces contada: La brujería como parte de la memoria cultural.




Hace unas semanas, uno de mis amigos más queridos me preguntaba que pensaba sobre la nueva temporada de la serie televisiva "America Horror Story" titulada "Coven" y cuya historia central trata sobre una familia de brujas. La trama, exagerada y curiosamente cercana al cine gore, parece caricaturizar un poco la visión de las brujas y sobre todo, esa idea de la mujer poderosa que durante siglos ha estado relacionada directamente con un elemento diabólico. O a secas el mal. Supongo que mi amigo me hizo la pregunta quizás curioso sobre que opinaba sobre esta nueva reinvención del mito, mucho más cruda, sexual y folletinescas que otras más relacionadas con el drama y la ciencia ficción. Mi respuesta fue reír.

- ¡Me encanta! - le respondí con toda sinceridad. Mi amigo me miró asombrado.
- Pero ¿No te ofende que las brujas sean presentadas como malignas, depredadoras sexuales, directamente peligrosas?
- Es solo otro de los estereotipos de la bruja - contesté - además, creo que todos los seres humanos podemos ser inquietantes, a nuestra manera y bajo determinados aspectos. Supongo que la serie quiere mostrar eso, de un mito de la cultura popular.

Mi amigo me dedicó una sonrisa maliciosa. Ambos terminando riendo a carcajadas juntos. Me encogí de hombros, sin saber muy bien como encajar la idea.

- No lo sé, creo que siempre habrá una visión de las brujas como parte de cualquier planteamiento cultural que implique la feminidad amenazante - le expliqué - pero también me agrada que finalmente, la bruja no sea una curiosidad, algo que se habla en voz baja. Las brujas de la serie son mujeres extraordinarias, hermosas, inteligentes, poderosas y malignas.

- En otras palabras: que se hable de las brujas, como sea, pero que se hable - comentó. Suspiré, acariciándome distraidamente el pentáculo de plata que llevo en el pecho.

- Que existamos, más bien, después de tanto tiempo en silencio - dije - que seamos algo más que un anuncio de un temor.

Mi amigo me dedicó una mirada confusa. No lo culpo. No hay manera de explicar muy bien la particular idea que implica vivir cuando tus creencias están tan relacionadas con el mito, la leyenda y sobre todo, esa opinión cultural tan distorsionada que parece reducir la historia - y existencia - de la brujería a una idea social que intenta sobrevivir así misma y con mucho esfuerzo.

De los libros de cuentos a la realidad: Baile de sombras.

Crecer llamándote bruja no es sencillo. Quizás lo parezca, en un país tan ecléctico como Venezuela y en una cultura tan aparentemente abierta como la nuestra, con su desenfado caribeño y su perenne desenfado. Pero lo es y sobre todo debido a esa interpretación de la idea de lo sobrenatural - o un matiz del concepto general, en todo caso - como oscurantista, ignorante o directamente supersticioso. Porque mientras que en mis creencias es una oportunidad para cuestionarse y razonar, quizás obtener sus propias respuestas, la cultura en que nací suele minimizar las preguntas hasta convertirlas en dogmas. Como población eminentemente católica, la religión tiene un sentido más utilitario que vivencial, por lo que la idea que la fe pueda ser percibida a través del Individuo y no de una idea común, resulta extraña. O para hacerlo más sencillo: La brujería se tiene por esa idea de sobrenatural caótico, esa visión de la fe que no parece tener sentido porque no depende directamente de una deidad o un credo. Y es que ser bruja, implica una profunda responsabilidad moral y espiritual, una constante reinvención de lo que creemos y asumimos por real. Una pretensión que choca frontalmente contra esa idea del mundo que se asume único y con la verdad absoluta.

De manera que crecer, insistiendo que la fe es una manera de aprender, te enfrenta a muchas cosas que en realidad no sabes que existen hasta que te tropiezas con ellas. Como en la ocasión en que una de las Monjas de mi colegio insistió en que la única manera de rezar era a través de las oraciones. Cuando le pregunté por qué Dios necesitaba palabras especificas habiéndola creados todas, su respuesta fue una expresión de puro desconcierto.

- Las oraciones son sagradas - me explicó - son la manera que Dios nos indica la mejor manera de comunicarnos con Su Divina Presencia.

- Pero si Dios creó al hombre con inteligencia, también creó todas las palabras ¿Por qué algunas son más sagradas que otras? - la idea me parecía difícil de comprender. Ya a los once amaba a las palabras pasionalmente y las consideraba tesoros, lenguaje de estrellas contenidas entre las páginas de un libro. Pero claro está, la monja, con esa arbitrariedad de la fe, parecía tener otras ideas.

- No es lo mismo. La oración son palabras inspiradas directamente por Dios - insistió - Él mismo mostró a los Santos y Profetas la mejor manera de que seamos escuchados.

- Pero los profetas utilizaron palabras que conocían ¿No quiere decir eso que decidieron cuales usar de las muchas que habían aprendido?

La monja apretó los labios colérica. Y por supuesto, pasé la tarde siguiente sentada en la dirección, aprendiendo las oraciones a su método mecánico, sin entender de donde provenían o por qué debíamos rezar de aquella manera. Me entristeció no entender mucho porque una palabra parecía mejor que otra, pero preferí no insistir en el tema.

Situaciones como esas parecieron multiplicarse a medida que crecí. Porque la palabra "bruja" asombra, asusta y provoca desconfianza. También produce risas, burlas. Nadie parece saber muy bien como asumir que una mujer moderna pueda llamarse bruja. Porque una bruja es una mujer de piel verde que ríe a gritos, la figura inquietante que camina por el bosque, la Dama extraordinaria que danza bajo la luna. Pero ¿Quién es la bruja ahora? ¿Cómo comprender la identidad de la bruja en la mujer moderna? He transitado la idea, desde la niña confusa hasta la mujer llena de preguntas en que me convertí, intentando encontrar mi imagen en el reflejo de la historia que comparto, en ese hilo plateado que une a las mujeres que me precedieron. Y me encuentro, en fragmentos, en la cultura popular, en las historias que danzan, en todas partes. La bruja que renace, la bruja que sobrevivió a la violencia, la bruja que crea y construye. El poder de lo femenino que llevo entre las manos como un talismán.


Entre paradojas te veas: La bruja, el caldero y el futuro. ¿Quien es la bruja en la actualidad? 

No recuerdo muy bien que edad tenia cuando estrenaron en Venezuela la pelicula "the Craft" ( en la traducción al español ""jovenes brujas"  ) precedida por un resonante éxito de taquilla en Estados Unidos. Había escuchado comentarios aislados sobre la trama y aunque ya estaba acostumbrada a la concepción hollywoodense sobre la brujeria - burla cultural, exageración irrespetuosa, estereotipos repetitivos - decidí ir a verla en una sala de cine, porque en esta ocasión algo llamó mi atención: los personajes centrales eran brujas sí, pero...tan jovenes como yo.

Eso si que era una idea extraña, me dije mirando el cartel publicitario. Porque las chicas que mostraba la fotografían, se parecían mucho a mi, en esa adolescencia temprana que tan incómoda me estaba resultando. Aquí no había visiones extrañas de la bruja, deformadas o directamente hirientes. Eran cuatro muchachas, jóvenes, como yo lo era en aquel momento. Y a pesar de la idealización cinematográfica, también me parecieron muy semejantes a cualquiera que conocía. En otras palabras, eran muy semejantes a la concepción de la bruja que yo tenía y en la cual había crecido.

El día en cuestión, me escapé de la última clase del colegio. Lo hice con el deliberado placer de rebelarme contra la disciplina de las monjas y pensando que había algo definitivamente desafiante en el solo hecho de escapar de la escuela para asistir a una función de una película. Y sobre todo esa, claro está: durante las últimas semanas, las monjas habían insistido en que era una película peligrosa, llena de conceptos extravagantes. Más de una vez lanzaron sus advertencias lanzándome una disimulada mirada pero yo lo encajé bastante bien.  Así que ese día me pareció de inestimable valor llevar el uniforme, con la insignia bien visible y entrar con paso ceremonioso en un cine de la ciudad donde exhibían la película a una hora temprana. Habia unos pocos asistentes y me senté en la ultima fila, lista a abandonar la sala cuando el primer improperio me resultara insultante. Nerviosa, un poco incomoda e irritada, me pregunté varias veces que hacia allí, apoyando el mito nervudo, quizás apoyando una visión absurda e hiriente de mi identidad cultural.

La función comenzó. Apreté mi morral escolar entre las rodillas. Sí, ya debería irme, pensé nerviosa, mientra las joven Sara recorría en pantalla los desconocidos pasillos de su nuevo colegio. Me revolví nerviosa, intenté no prestarle demasiada atención a los habituales clichés adolescentes que la trama machacaba perezosamente. Podría estar haciendo cualquier otra cosa, estoy perdiendo mi tiempo. Sentí un ligera sacudida de emoción, cuando reconocí las palabras de una invocación. Ah, no te dejes engañar, solo quieren demostrar de nuevo que la brujería es una idea destructiva, peligrosa. El viejo tópico, esta vez la advertencia disfraza de una tonta trama de suspense. Sí, quizás salir de aquí ya.

No me fuí, por supuesto. Permanecí allí hasta que la película terminó.

Continué sentada en la butaca incluso cuando encendieron las luces y el resto de los espectadores ( una jovencisima pareja que no había hecho más que besarse durante toda la proyección y un par de ancianitos ), salieron de la sala. Con los ojos llenos de lágrimas, sentí que me recorría una extraña sensación. Y no precisamente por la trama simple y sin mayor trascendencia, o la historia futil. Sino por la sensación que finalmente mis creencias tenian un lugar y un significado dentro del transcurrir más cotidiano de las cosas.

Me explico. Para la década de los '90, la wicca, que es la idea más cercana que mucha gente tiene sobre la brujeria, no se encontraba tan extendida como lo está actualmente. Para entonces, el gran público tenia un conocimiento difuso y bastante errado de lo que era el movimiento neo paganista. Ni hablar de la Antigua Religión, cuyos preceptos y existencia estaban envueltos en supersticiones y todo tipo de mitos más o menos estrafalarios. Por tanto, ver a cuatro chicas de mi edad, reunirse en la habitación de una de ellas a practicar rituales me impacto. Escuchar invocaciones ( o fragmentos de ellas, en todo caso ) proclamadas en voz alta, sin temor, me conmovió. Y aunque la mayor parte de la pelicula resulta a la distancia un poco ridícula, confunde conceptos básicos y versa casi totalmente sobre ideas de tendencia wiccana, por primera vez en mi vida, sentí que mi mundo personal y el mundo a mi alrededor se vinculaban a través de una idea, tomaban forma y sentido bajo una creación artística.  Esta vez, las brujas no eran malvadas, terribles o hijas del diablo. Eran cuatro chicas de mi edad, hermosas y conflictivas. Confusas, llenas de los mismos temores e incertidumbres que sufría yo. La soledad alienante, el temor al rechazo, la simple y joven aflicción de la diferencia conceptual. Mirándose en un espejo frágil de aceptación a regañadientes. Y en medio de la realidad intensa y dolorosa de la juventud, la magia uniéndolo todo, una deidad Muda llamada "Manon", la fuerza de la naturaleza. La bondad y la maldad, estereotipada en el rostro de una chica frágil y asustadiza y otra agresiva, la violencia del poder secreto. Y finalmente, la huella de la trascendencia, el árbol que cae. La jovencisima bruja sonríe a la cámara, un rostro calmado y exhático.

Fe. El misterio. Insinuandose más allá de la imagen.

Finalmente, me levanté de la silla y volví al mundo real: al tráfico asfixiante, los caraqueños malhumorados, los servicios públicos deficientes. El puntilloso mosaico de rostros malhumorados, a los gritos y discusiones, los simples silencios. El anonimato prosaico de la normalidad. Sin embargo, para mí, ese día tuvo un significado especial, memorable. Me detuve a la puerta del cine, saqué del bolsillo de la camisa el pentáculo que creía debía esconder por temor y me lo colgué al cuello. En medio de la vorágine del tiempo, sentí que en mi interior la fuerza primigenia palpitaba, se hacia enorme y portentosa. El simbolismo de mil nombres. Me solté el cabello, largo y abundante. La sabiduría en mi. Sonriendo, casi corriendo por la calle, riendo en voz alta, me sentí viva. La crudeza de la comprensión, la sensación de encontrar un sentido a todas las cosas. Las manos en alto, el tiempo infinito teniendo sentido en mi voz.

Ah, y todo por una película simple y sin verdadera sustancia, dirá el amable lector. Una insólita forma de manifestación de la lírica Universal en mi pensamiento, podría añadir. Una sonrisa cómplice entre las sombras de mi memoria. Un parpadeo de profunda satisfacción.

Quizás una ambición irrestricta de mi deseo y mi capacidad de creación.

Con una sonrisa, enciendo el televisor. Una espléndida Jessica Lange mira a la cámara, erguida y con el rostro tenso. Vestida de negro, tiene un aspecto inquietante, pero lo es más aún, esa palabra que parece rodearla, darle un nuevo significado a su sonrisa casi perversa y al brillo divertido de sus ojos. Porque la actriz caracteriza a una bruja - una muy poderosa y malhumorada, por cierto - y lo hace con todo el desparpajo de ese poder de lo femenino que brota del misterio, que ensalza el valor de lo desconocido y más allá, asume su poder de creación. Y la miro, con esa sensación de contemplar una historia que nace, una muy vieja y muy bella que ya ha sido contada antes, pero que siempre admite una nueva visión.

Porque la bruja sobrevivió así misma, para soñar y crear.

Para quedarse.

En todas las que con orgullo llevamos el hombre de la hija de la Diosa como estandarte.

C'est la vie.

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