La primera vez que visité la casa de L., la amiga más querida de mi abuela, me pareció muy curioso que en cada puerta y pared, había colgado un pequeño saquito de color azul añil. Eso, a pesar que era lo menos extraño en una casa sumamente curiosa: con sus paredes repletas de fotografias antiguas, y sus montones de alfombras polvorientas, tenía el aspecto de uno de esos escenarios de pesadillas que con tanta frecuencia describen en los libros de terror. Miré todo con los ojos muy abiertos - ya he dicho que era una niña muy curiosa e indiscreta - pero los pequeños saquitos, medio escondidos entre las gruesas cortinas de terciopelo o colgados casi con disimulo en las bisagras de las puertas, me llamaron más la atención que cualquier otra cosa.
Me moría de ganas de preguntarle a la anfitriona que eran aquellas misteriosas bolsitas de tela, pero me contuve. Era la primera vez que visitaba la casa de otra bruja que no fuera una de mis parientes, y mi abuela me había pedido comportarme bien. O todo lo que podía estarme tranquila en todo caso, que no era mucho. Igualmente, me intrigaba todo sobre L., inquietante y hermosa con su cabello blanco radiante peinado de manera muy moderna y sus dedos llenos de anillos, así que traté de quedarme sentada y atenta. Nos sirvió un café muy amargo y de olor exquisito - el mio diluido en leche, quizás debido a mis diez años - y galletas de jengibre, aún calientes del horno.
Escuché la conversación entre mi abuela y ella, sin entender la mitad de las cosas que decian. Hablaron sobre el viejo pueblo Italiano donde había nacido la Señora L., y del que había emigrado hacia mucho tiempo, los recuerdos que compartian, los hijos que se habían convertido en adultos, entre risas y un tono nostálgico que a mis maleducados diez años me aburrió. Con disimulo, me levanté del sillón donde estaba sentada y deambule por la sala, rozando con los dedos la enorme colección de objetos extraños que la Señora L. guardaba. Luego, intentando pasar desapercibida, salí de la habitación y deambule un poco por la extraña casa. Había máscaras de coco talladas con rostros amenazantes, pequeñas esculturas de piedra sin forma, muñecas de trapos, colecciones de piedra. Después me enteraría que la Señora L. había sido profesora de Antropología en la Universidad Central de Venezuela y que guardaba muchos de esos objetos por su significado, por su simbolismo en montones de culturas y pueblos que había investigado durante su prolongada carrera como docente. Pero en ese momento, inquieta y desconcertada, solo sabía que todos aquellos objetos tenían un aspecto misterioso, singular. Tomé entre las manos una enorme piedra rota y repleta de pequeños objetos que emitió un ligero chasquido cuando la levanté y después, sostuve una pequeña caja que al abrirla, descubrí contenía montones de hojas y frutos secos. ¿Que significa todo eso? Me pregunté, asombrada por la enorme variedad de objetos que jamás había visto antes y de los que no tenía idea para que podían servir o que podian significar. Finalmente, llegué a la altura de una de las bolsitas de terciopelo, primorsamente colgada entre las bisagras de la puerta entreabierta. Me alce de punta de pies para observar mejor.
Era solo eso, una bolsita de terciopelo polvoriento. No tenía ninguna inscripción ni ninguna otra decoración visible. Era solo eso: un trozo de tela cerrada con un pequeño cinto de cuero diminuto. Me incliné un poco más: tenían un leve olor vegetal y me pregunté si contenían hierbas o algo más en su interior. Nada evidente, nada notorio. Pero quizás por esa sencillez, era que me intrigaba tanto. Había algo enigmático, simplemente en encontrarse allí, medio oculto entre las sombras, cubierto de polvo. Recordé las otras que había descubierto en la casa: Un par en la puerta de entrada, unas cuantas más entre las cortinas. ¿Por qué la Señora L. las había colocado allí? ¿Tenía algún sentido? En casa, abuela solía colgar ramitas de pino y hojas de albahaca por la casa, pero nunca de esta manera ceremoniosa y mucho menos, ordenada.
- Son bolsitas de protección - dijo alguien a mi espalda. Solté un grito ahogado y trastabillé, tomada por sorpresa. Me encontré con una anciana muy pequeña y delgada de cabello blanco, mirandome desde la puerta del pasillo.
Se acercó con paso lento, apoyada en un sencillo bastón de madera. Aguardé, entre avergonzada y sin saber muy bien quien era la anciana. Me dedicó una lenta mirada dubitativa e imaginé que tenía problemas para distinguirme con claridad, allí de pie entre las sombras de la casa.
- Soy la nieta de Celia - me apresuré a decir - vine a visitar a la Señora L. con ella.
- Lo sé - dijo la anciana. No agregó nada más y siguió mirándome. Solo entonces noté que sonreía. Y me pareció que mi sobresalto le divertía o algo parecido - ¿Por qué te llama tanto la atención una bolsita de protección? Tu abuela es bruja, debiste haber visto una antes.
Negué con un gesto, todavia atontada por el sobresalto. La anciana movió la cabeza y con un movimiento fluido y casi elegante que me sorprendió - jamás lo habría esperado de una persona tan pequeñita y fragil como ella - tomó la bolsita. Lo sostuvo en las manos sarmentosas con delicadeza.
- Quizás se deba a que Celia está convencida que la naturaleza viva protege sin necesidad de nada más - comentó en voz baja, como si hablara consigo misma - pero yo no lo estoy tanto. Hay maneras de lograr que las fuerzas de la naturaleza te brinden su mayor protección, que sean aún más efectivas de lo que son por origen.
No entendí muy bien que decía. Iba a preguntarle al respecto, cuando en un movimiento rápido, me arrojó la bolsita. La atajé con torpeza. Era, como había supuesto, un trozo de terciopelo. Cuando la apreté un poco entre los dedos, percibí el sonido inconfundible de las hojas secas en su interior. El olor se hizo más penetrante y suculento. La anciana sonrío: un gesto breve y malicioso que me agradó.
- Las bolsitas de protección representan la firme creencia de la bruja en el poder sanador de la naturaleza - dijo - Las brujas tienen la capacidad para comprender los ciclos y la manera como la naturaleza se manifiesta o durante milenios, eso fue una manera de comprender su curiosidad. En realidad, una bruja siempre ha sido una gran observadora, un espiritu libre que necesita cuestionar el mundo que le rodea, hacerse preguntas. De manera que su relación con la naturaleza, siempre será parte de esa curiosidad indomable, ese instinto osado que le hace recorrer caminos que todos los demás transitan muy poco o directamente olvidan que existen.
El olor de la bolsa de protección me envolvió, penetrante y salvaje. Pensé en bosques, en lugares agrestes, en paisajes extraordinarios. Una sonrisa espontánea me subió al rostro. La anciana asintió, con placer.
- Las bolsitas de protección forman parte de esa magia sencilla que todos conocemos, aunque no sabemos de donde proviene - comentó. Se apoyó en su bastón y su aspecto me pareció muy bello: pequeña, un poco encorvada, el cabello blanco cayendole desordenado alrededor de la cabeza. A pesar de su sencillo vestido de tela y los zapatos ortopedicos que calzaba, tenía un aspecto extrañamente indómito, como si su aspecto no correspondiera con su mente o su manera de pensar - cuando decides que te protegerás y que la naturaleza te ayudará a hacerlo, cuando tomas las hojas y hierbas y las mezclas, con una intención, la mera intención se convierte en magia, se hace real. Porque la naturaleza te pertenece y se hace poder.
Sus palabras me parecieron magnificas, hermosas, enormes en aquel rincón oscuro. Me llevé a la nariz la bolsita y el olor acre y vegetal me llenó los pulmones, me envolvió. Después, casi con tristeza se lo extendí a la anciana, devolviendoselo. Ella negó con un gesto.
- Quedatelo. Mi hija y yo tenemos suficientes. Y tu necesitas una - comentó. No supe como agradecerle el inesperado regalo y ella pareció saberlo. Soltó una carcajada estruendosa, divertida - no te preocupes en agradecer. Después tu me obsequiarás algo que me guste.
Se alejó por el pasillo, con su paso lento y rengeante. Pasaría mucho tiempo hasta que realmente pudiera obsequiarle algo tan valioso como lo que ella me había dado. Pero esa es otra historia que contaré en su oportunidad.
Mi abuela me miró sorprendida cuando le mostré el regalo que la madre de la Señora L. me había hecho. Pero a su hija no pareció extrañarle en absoluto lo que llamo "una de las excentricidades" de la anciana.
- Mamá siempre querrá darte lecciones si no corres lo suficientemente rápido - bromeó mientras nos acompaña hacia la puerta. La casa, con todos sus misterios y su singular belleza, suspiró a nuestro alrededor, como despediendose. Me pregunté cuando podría volver, sin saber que sería más pronto de lo que pensaba - Es su manera de crear.
Sonreí. Que frase más hermosa. Continué recordandola, sentada en el automovil aún llevando la bolsita apretada entre las manos. Continué pensando en ella muchos días después, cuando intenté hacer una, poco a poco y casi con torpeza. La recuerdo ahora, mientras cierro el cinto de cuero para crear una nuevo simbolo de poder, una nueva forma de recordar mi herencia y mis creencias. Sonrío, sosteniendo este pequeño obsequio de misterio, esta pequeña metáfora de fe.
De la botella a la aguja: Protección y confianza.
Los saquitos de protección son otra forma de protección basada en las propiedades y beneficios de las plantas para proteger y purificar los ambientes. Su origen es incierto, pero parece ser que todas las tradiciones mágicas europeas tienen alguna creencia relacionada con el poder de la mezcla de las hierbas para crear amuletos y simbolos mágicos. Usualmente, Los saquitos son mezclas de hierbas y flores que se atan en un trapo y se cuelgan o se colocan para que desprendan las energias. y esencias de las plantas para llenar energía las habitaciones y el ambiente general de la casa.
En la Tradición de Brujería que practica mi familia, hay varias maneras de confeccionar saquitos de protección. Las que enumero a continuación son de las más sencillas de realizar:
Saquito de protección para todo:
Materiales:
Romero
Albahaca
Eneldo
Coloca las tres hierbas secas en un pedazo de tela roja o blanca. Puedes utilizar la tela de tu preferencia y de las que tengas a mano. Átalo con un cordón rojo y cuelgalo sobre la puerta principal de tu casa ( o tan cerca de ella como sea posible ). La mayoría de las bolsitas de protección, pueden colocarse al intemperie y no hay mayor inconveniente si la colocas en un lugar visible. Una vez que lo hayas colgado en lugar de tu preferencia, invoca de la siguiente manera:
"Diosa Blanca, Señora de las estrellas
Protege mi casa y todas mis posesiones
En nombre de la Tierra que sostiene
Del agua que fluye entre mis dedos
Del viento que cuenta tus historias
y del Fuego que purifica
Así sea".
La bolsita de protección puede continuar en el mismo lugar por meses o años. Solo necesitarás cambiarla cuando el olor se haga menos penetrante o la tela con que la confeccionaste necesite ser cambiada por cualquier razón.
Miro mi pequeña bolsita, colgada entre mis libros desordenados y mis cuadernos abiertos y cerrados. Y siento una extraña sensación de paz y reconocimiento, como si formara parte de mi historia y quizás algo mucho más instintivo y esencial. Tal vez así sea, pienso sonriendo otra vez. Una historia que comienzo a escribir a diario.
C'est la vie.
0 comentarios:
Publicar un comentario