martes, 28 de enero de 2014

Prófugo del gentilicio: Anatomia de una emigración forzada.





Hace un par de años, emigrar era una decisión que se tomaba de manera muy meditada. A mi amiga K. le llevó casi una década recorrer el tortuoso camino del visado, de encontrar un lugar donde vivir, de enviar curriculums y estudiar ofertas de trabajo más allá de las fronteras patrias. Sólo entonces emigro. E incluso a pesar de todo, fue duro: aún continúa adaptándose, luchando con la sensación de no pertenecer realmente a ningún lugar, de extrañar la cultura donde creció a la vez que intenta familiarizarse con la que la adoptó. Todo un proceso que probablemente le lleve unos cuantos años más y que ella transita con una buena dosis de esperanza y voluntad.

Pero, actualmente, el Venezolano que decide  emigrar no tiene la oportunidad de tomarse las cosas con tanta calma, de preparar el terreno de la mejor manera posible, de lidiar con cierta paciencia y lentitud con todos los pequeños obstáculos que con toda probabilidad encontrará en el camino. El nuevo emigrante Venezolano, huye y asume el riesgo enorme de arrojarse al vacío. El nuevo emigrante Venezolano lo hace por miedo, antes que por cualquier otra razón. El nuevo emigrante Venezolano quema las naves para no tener la opción de un regreso forzado. En suma, el nuevo emigrante escapa de una guerra silente, urbana y anónima. Escapa quizás del gentilicio y de este país donde la visión de futuro se convirtió en incertidumbre. Una sociedad rota, que erosiona las bases de cualquier expectativa y que utiliza la desesperanza como arma.

Hablar del tema, por tanto, no es sencillo. Es duro, doloroso, abrumador. Sentados juntos en la pequeña sala de mi apartamento, el grupo que reuní para debatir al respecto tiene un aspecto desolado. Una pareja que toma el avión de la huida en dos semanas, un amigo que tomó la decisión luego de la última devaluación monetaria, una amiga que aún lo medita. Y yo, que todavía me debato entre una visión pragmática de mi vida actual y de lo que deseo para mi futuro. Un pequeño grupo de exiliados intelectuales en un país que los obliga a tomar una determinación basada en el temor más que en cualquier otra razón.

- No lo puedo negar, siempre supe que tarde o temprano emigraría - empieza mi amiga T., casada hace dos años con M., que le toma de la mano en un gesto cariñoso - pero aún así, no creí que sería así.

- ¿Así como? - pregunto. Ella parpadea, con una expresión de profundo abatimiento.

- A la carrera, huyendo - explica - todo es temor, cuando entiendes que no puedes vivir en tu país y que debes encontrar otro lugar donde sobrevivir. Las opciones se te multiplican, la decisión se toma en base a todas las hipótesis. Porque nada es seguro, porque todo implica abandonar lo que hasta ahora tuviste y empezar de cero, en algún otro lugar donde deberás enfrentarte no solo a los mismo que aquí te presiona sino además, a solas.

Silencio. Una especie de escalofrío invisible nos recorre a todos. Estamos recordando quizás, todas esas pequeñas historias de horror que conocemos: la del amigo que emigró y tuvo que regresar con los bolsillos vacíos a padecer una segunda tragedia, esta vez la de encontrarte a mitad de la tierra árida de empezar de nuevo, pero en tu país, con la humillación a cuestas.

- Además, está el hecho que emigrar en estas condiciones, con temor, te hace olvidar toda una serie de pequeñas cosas que antes parecían importantes. Ya no parece tan necesario ejercer tu profesión o al menos algo relacionado con lo que siempre has hecho para vivir. Harás lo que sea para continuar  - comenta M. en voz baja. Antes de esta reunión, me comentó que ambos emigrarán a Chile, en una especie de peregrinación descuidada. Vivirán mientras puedan en casa de unos amigos y tratarán de trabajar en "lo que puedan", lo que abre un amplio espectro de posibilidades. Ambos son profesionales ( ella publicista, él economista ) pero sus opciones no incluyen trabajar - a mediano plazo - en sus respectivas áreas. Ambos están bastante conscientes que comenzar otra vez implica simplemente vivir al día, quizás.

Pienso en esa preocupante visión de lo inmediato que de pronto, parece tan común en todos los Venezolanos. Ya no parece tan importante construir un plan viable para subsistir más allá de nuestras fronteras, para comenzar con buen pie la durísima travesía de convertirte en ciudadano de otro país. Todo parece quedarse a medias, sin completar. La idea del emigrante se transforma en urgencia, en una necesidad sin pulir ni meditar demasiado. El propósito de una nueva experiencia fuera del país natal se convierte en mera supervivencia.

- ¿Como puede ser de otra manera en Venezuela? Quedarte en este país te deja sin ninguna opción, de manera que sí, es una cuestión de supervivencia - comenta K., desempleado desde hace dos meses y que tomó la decisión de viajar a Europa gracias a su pasaporte Europeo. No tiene claro de qué hará exactamente en el país en el escogió refugiarse - la República Checa que vio nacer a sus abuelos -, ni tampoco como sobrevivirá la difícil transición, solo sabe que continuar en Venezuela ya no es una opción. Cuando le pregunto si no le parece que es ilógico viajar a un nuevo país solo para sufrir en tierras extrañas lo que padece en la propia, me dedica una mirada socarrona.

- ¿No es una contradicción, insisto?

- El tema no es como sobreviviré sino que hay la posibilidad pueda pasar de sobrevivir a simplemente comenzar a disfrutar del fruto de mi trabajo - me responde - ¿No lo entiendes? El problema básico de Venezuela es que las opciones se limitan a sobrevivir indefinidamente. Se acabó la idea de conseguir avanzar hacia algún punto con tu trabajo, tu esfuerzo. Eso ya no existe. El problema es basicamente que aquí vas a sobrevivir hasta que no puedas hacerlo y debas, entonces sí, tomar la decisión de irte. Es un camino inevitable, la única posibilidad que tienes de decidir es cuando lo harás.

El pensamiento me produce escalofrios. Mi amiga B., que como yo, todavía no ha tomado la decisión realmente, intercambia conmigo una mirada preocupada.

- Hablas entonces que la emigración es solamente una puerta abierta y que la decisión consiste en saber cuando cruzarla - dice B, casi exasperada. Para ella, la decisión no es sencilla: divorciada y madre de un niño de seis años, además cuida de su madre anciana. Emigrar para ella no se limita a una aventura en solitario sino de una situación familiar precaria y complicada - es posible que sea así, pero tampoco, por ese motivo, voy a irme a otro país a padecer lo que justamente me estoy quejando. Y sí, entiendo las razones - se apresura a decir cuando K. abre la boca para responder - pero no todo es tan sencillo como tomar un morral e irme a otro país a probar que tal me va.

- No, no lo es. Pero prefiero hacerlo que seguir sufriendo a Venezuela - dice de pronto T., con los labios apretados. Esta furiosa pero no con ninguno de nosotros. La furia viene por esa visión de lo inevitable, por el miedo que produce, por la angustia que precede la decisión. Se seca los ojos húmedos con el dorso de la mano - hablamos que no es solo reflexionar sobre un lugar en donde puedas encontrar mejores opciones. En Venezuela todo se reduce a luchar por no perder lo poco que tienes o a intentar que no te maten.

Nada que añadir a eso. De todas las razones que estoy sopesando para huir de Venezuela y su circunstancia, es la inseguridad. Estoy aterrorizada, siempre lo estoy. Me despierto temiendo que pueda esperarme el día, camino por las calles mirando sobre el hombro, temerosa de lo que pueda suceder. Tengo miedo en todas partes y a cualquiera hora. Y no se trata de paranoia, de un transtorno mental que desarrollé por obra y gracia de mis penurias personales. Esta paranoia urbana, tan Venezolana, me la produjo vivir en el tercer país más peligroso del mundo, de escuchar a diario todo tipo de historias de asesinatos, agresiones, muertes y temores. Me lo provocó estar muy conciente que la ley no me protege, que hay otra Venezuela, desconocida, donde mi muerte le brinda "caché" a un asesino adolescente que nació con un arma entre las manos. Esa es la Venezuela donde me hice adulta, y esa es mi razón, para comenzar a sopesar el salto al vacío. Podría soportar la crisis econónica, podía incluso enfrentarme a la exclusión social por mi pensamiento político, pero al miedo que me acompaña a toda hora, que incluso entró en mi casa y en mi vida cotidiana, no puedo. O mejor dicho no puedo.

Todos me escuchan con la cabeza inclinada cuando lo explico. Lo hago con tacto, lo mejor que puedo. Todos somos victimas: a T. la asaltaron en la autopista hace un par de meses: un motorizado le apunto a la cara para arrebatarle el teléfono celular. A su esposo M.  lo golpearon en plena calle por tropezar con un sujeto mal encarado que resultó ser una ex presidiario armado. Crónicas del desastre, pequeñas historias que se entrecruzan para dejarte desnudo y huerfano, a mitad de camino entre la angustia y la amargura, esta sensación sin nombre, de ser un extranjero en el país donde naciste.

- Porque al final todo se resume así - dice K. en voz cansada - ya no eres Venezolano.

La idea me sobresalta. ¡Pero parece tener tanto sentido! pienso en la manera como el gobierno de turno me ignora y me discrimina por exigir probidad, por asumir mis derechos ciudadanos lo mejor que puedo. Me han llamado "apátrida" a mi y a cualquiera que se enfrenta a la Venezuela de pedazos mal engranados que heredamos de un líder hegemónico y retrógrado. Y es que la grieta entre la Venezuela posible, la perdurable y la que es, es cada día más grande, más amplia, más dolorosa. La esperanza se transformó en urgencia, en la necesidad de tomar una decisión que puede significar la diferencia entre reconstruir tu vida o destruirla en medio de los escombros de un país en ruinas.

- Hace unos años habría pensado que era exagerado pensar de esa manera - comenta B. cuando me escucha - te habría insistido que Venezuela es Venezuela, a pesar de la politiqueria, que Venezuela es más que la calle que se enfrenta, que la bandera política. Pero ya no puedo. Venezuela se convirtió en una reflexión borrosa, sin terminar. Venezuela es una serie de despropósitos, es una cultura deformada, es una frontera de un gentilicio que no es mio, que no quiero que lo sea.

- Nos convertimos en apátridas, sin saber como - comenta M. casi con sorna. Pero el sentido es exacto y doloroso. ¿Cuando pasó esto? ¿Cuando dejé de sentirme parte de este gentilicio? Nunca me sentí muy afín con esa identidad dicharachera del Venezolano, de la "rochela" bulliciosa y exagerada, de la música estruendosa. Pero incluso así, Venezuela era mía, Venezuela era yo. Con nuestras diferencias y pequeños temores, pero aún así, este país, me pertenecía. Ya no. Soy una extraña que camina por la calle sintiendose amenaza y cansada, que la sofoca la visión de una nación que no me reconoce como ciudadana. Un amigo decía hace meses que pasó años divorciandose de Venezuela hasta que todo se consumó y solo entonces tomó la decisión de huir. ¿Me está ocurriendo eso también? ¿Atravieso ese intimo y largo proceso de no reconocerme como parte de esta historia en común?

¿Quién soy ahora, entonces? Lo pienso horas más tarde, a solas. Lo hago mirando a esta Caracas que amo y que temo. Lo hago sintiendome ingenua, con una mirada triste y brumosa sobre el futuro. Porque tengo que decidir - antes o después - que es lo que deseo hacer - ¿debo? - para sobrevivir a esta circunstancia, para crear una nueva perspectiva de futuro. Para soñar más allá de la incertidumbre. Una respuesta que resuma este temor perenne, esta sensación de nunca saber muy bien a donde me dirijo y lo que es más doloroso, quién soy ahora que soy una exiliada sin abandonar aún Venezuela.

3 comentarios:

Jacobo Alonso dijo...

Hola Aglaia, leyendo todos los tantos casos que expones que de una manera piensas en huir mas que emigrar de venezuela; que lo mas triste es todo el talento joven que se va porque no es la geracion de nuestros padres sino la fuente del talento humano q da vida a un pais son los q huyen por asi decirlo.

En mi caso ya llevo casi 2 años afuera y mas q huir fue algo que sucedio y aprovechando la oportunidad presentada (esa que sino la aprovechas no vuelven) y la experencia de ver lo que pasa alla es un sentimiento de fustracion porque desde afuera (mi opinion) siento que cada dia el pais se hunde y le da cosa/pena por todas aquellas personas familia sufren el dia dia del caos que esta sumergida en venezuela

Este tema es muy largo pero resumo que no es facil emigrar y la experencia para muchos es traumatica por todo lo que implica emigrar(papeles,trabajo,cultura,etc) y aun mas que el choque si hay q regresar que es mucho peor que sino se hubiera ido

Unknown dijo...

O nos vamos, o luchamos, es ese mismo sentimiento el que me impulsa día a día a hacer trabajo político a buscar una salida, a comprometerme hasta el tuétano por sacarnos de abajo, sino no puedo dormir bien.

AaronLujan dijo...

Hola Aglaia,

Por lo que vivo y lo que leo, una parte de la población padece de lo mismo. Exiliados en nuestra propia tierra, si es que algún día lo fue. Inmigrantes en nuestra propia sociedad. En España nos llamarían "Sudaca" y eso es ¿mejor o peor que Majunche?

Mi país me enseñó a soñar, luego a la vuelta de diez años, me robó los sueños y me acostumbró a que soñar es malo, y más si incluye dinero.

Mi país me hizo un guerrero, aunque suene trillado, pero en Venezuela hasta las niñas tienen que ser hombres en algunas ocasiones.

Mi país me enseñó a negociar, y a decir verdad, todo lo negociamos.

Mi país me enseñó a que debes proyectarte pero, como vaya viniendo vas resolviendo.

Mi país me enseñó que la naturaleza es lo más bello, la mejor fuente de inspiración y el mejor refugio para el corazón, y si algún día tenemos dudas de ello, solo hará falta mirar un Ocaso en la bahía de Juan Griego.

Mi país me enseñó tanto, y lo hizo sin hablar, al parecer, su mensaje fue: aprende a escuchar.

En fin, mi país me enseñó, me crió.

De todo lo comentado, parece que el principio de reciprocidad es lo único que debemos aplicar hacía con nuestra pachamama, y por ende amarla, pero ¿Si todo eso era un aprendizaje? Si realmente la formación de los jóvenes que hoy pensamos/vamos a migrar, fue sólo eso, formación. Ella no nos pide que le devolvamos lo que nos enseñó, ella nos nos está pidiendo que luchemos por ella, ella sabía que esto llegaría y dejó en nosotros semillas para sembrarlas en otras tierras.

Cuándo pensaba estás cosas me dije ¡Que Apátrida te has convertido! ¡El que no quiere a su patria no quiere a su madre! y por la madre se pelea hasta la muerte, con, o sin razón. Tomé el impulso de un guerrero y argumenté:

Hay que luchar,
estoy dispuesto a derramar mis cuatro litros de sangre,
y que el color rojo de la bandera lo pongan más grande,
mi tierra es demasiada grande,
estoy harto de farsantes
con título de gobernantes
pero son unos maleantes.

Acto seguido actué. El primer pasó fue investigar que hicieron nuestros tatara-abuelos cuando Bolivar y los españoles, ¿Cómo el bravo pueblo el yugo lanzó?

¿y sabes que encontré?

Qué al parecer la traición corre en nuestro ADN, que el YO, siempre le ha ganado al nosotros y al parecer los únicos que murieron luchando y sin negociar por lo que era de ellos, fueron nuestras etnias. Con el gran Guaicaipuro de protagonista. (hoy solo los Yekuana)

¿Por qué Bolivar amaba tanto a Colombia? ¿Por qué quiso irse a morir allá?¿Que vio en Colombianos, Bolivianos, Peruanos, Ecuatorianos que no vio en nosotros?

¿Bolivar traicionó Miranda? o realmente Miranda había pactado con Monteverde la Capitulación de Venezuela, y había sido este último un Traidor a la Patria. ¿Bolivar hizo justicia?

¿Bolivar fusiló a M. C. Piar? ¿Era Piar su hermano por parte de padre?

¿Páez Traiciona a Bolivar? Si fue así, ¿Por qué?

¿Por qué Cipriano Castro Traiciona a Gómez?
¿Por qué traicionan a Pérez Jiménez? ¿Por que Pérez Jiménez con lagrimas en los ojos dijo: "Venezuela no entendió el proyecto de país"

¿Por qué Chávez le lanza un golpe a Carlos Andrés?

¿Por qué la oposición le lanza un Golpe a Chávez?

¿Por qué Baduel traiciona a Chávez? (pese a que en esta "traición" estoy de acuerdo)

En fin, son muchas preguntas sin respuestas, no sé si fue traición o no, la historia la escribe quién gana. Lo que si sé es: que sea o no sea, tenemos una historia llena de ella, o en su defecto, de malos entendidos económicos, chismes, intereses personales, egocentrismo. ¿Hay dos personas en nuestra historia más egocentristas que Bolivar y Chávez?

De todo lo que analicé durante semanas, llegué a la conclusión: nuestra Madre Venezuela llora porque algunos de sus hijos no entendieron la clase, esos a su vez la destruyen pero, la única esperanza que tiene ella, es que nosotros, los que no somos ni políticos ni guerreros, seamos prósperos en otra tierra.


Saludos y espero tu punto de vista.

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