Venezuela es un país peligroso, eso nadie lo duda. También se encuentra sufriendo la que es quizás, la peor crisis económica de su corta historia democrática. El caos político tampoco es desconocido para nadie, acentuado con una división ideológica que divide el país a la mitad. En otras palabras, el país atraviesa una gravísima crisis que parece golpear su estructura esencial de manera muy directa. No obstante, la respuesta a la crítica, a la necesidad de cuestionar lo que ocurre en busca de una posible solución, parece convertirse en una lucha entre dos visiones distintas de país que chocan entre sí, en un intento de destruirse la una a la otra. Y es que esa visión del país en escombros parece ofender y de manera muy directa, una especie de sensibilidad nacionalista que el Venezolano usa como excusa para no analizar la realidad que padece, esa visión de la historia que sufre que se desdibuja entre excusas, pequeñas justificaciones y lo que es peor, esa mirada borrosa sobre lo que somos como país, cultura y sociedad. Y es que en Venezuela, el nacionalismo se utiliza como excusa para distorsionar la realidad, para encontrar esa segunda mirada complaciente a la realidad que nos acosa.
Por supuesto, ese absurdo nacionalismo tiene mucho que ver con la postura política del Gobierno de turno. Insistiendo en una especie de segregación chovinista, el oficialismo ha intentado vender la idea que el Venezolano real, el esencial, tiene mucho que ver con la postura política que apoya, la visión del hombre nuevo que construye a trozos de experiencias sociales y formales tomadas de otros países. Por supuesto, que una idea semejante escandaliza a cualquiera. Porque ¿Quién puede oponerse a la promoción de lo Nacional de lo foráneo? ¿Quién rechaza lo autóctono en favor de lo que rebasa la frontera de lo típico? Con esa visión sesgada de la realidad de la segregación, la respuesta parece ser obvia: esa figura del "apátrida" circunstancial, del exiliado intelectual que ultimanente parece ser tan común en nuestro país.
- Todo gobierno con tintes autocráticos se volcará en una promoción de lo nacional como excusa - me explica mi amigo J., sociológo y descreído de esta nueva visión del chauvinismo indispensable cuando le comento sobre el tema - esa mirada hacia adentro, esa interpretación de la identidad nacional como elemento militante, es propio de cualquier ideología que intente aglutinar al seguidor bajo una idea concreta. Hitler lo hizo y con buenos resultados.
Tiene razón. Hace poco, leía en el estupendo libro "Continente Salvaje" de Keith Lowe que la Alemania sobreviviente a la Segunda Guerra Mundial, debió luchar no solo contra los estragos de un conflicto armado que devastó los cimientos del país, sino contra la cultura del nacionalismo, esa especie de visión fronteras adentro que Hitler convirtió en utilitaria. Por años, los Alemanes debieron soportar el reinventar la formula de su concepción del ciudadano y el integrante de la sociedad sobre los escombros del doliente que debe asumir su derrota. ¿Que tanto pudo afectar esa idea a una cultura herida a profundidad luego de una debacle bélica? Una pregunta que me hice varias veces, mientras leía el interesantisimo punto de vista de Lowe. Y es que el Nacionalismo, esa visión del país como centro referencial e incluso como eje constitutivo de la identidad del ciudadano, parece ser la raíz de esa propuesta de nación excluyente, revanchista y que milita la sintesis de un racismo elemental. ¿Quién adjudica las virtudes y las caracteristicas del ente nacional? ¿Quién decide que elementos debe cumplir ese ideal del nacional como forma de expresión del país? ¿Cual es la línea que divide lo que pertenece a la idea de nación individual y la que se mezcla, de manera natural con las de otras latitudes? ¿Cual es la referencia inmediata para comprender esa caracteristicas individuales que abarca la frontera imaginaria del gentilicio?
- La política basada en el nacionalismo siempre tiene la intención de declarar enemigo al diferente - y lo sabrá J., pienso, que fue despedido del cargo ministerial que ejercia hasta hace unos cuantos meses por declararse abiertamente opositor al Gobierno Venezolano - para el Nacionalismo, solo lo que cumplen los requisitos que los identifican como "patriotas" son aptos para disfrutar las prebendas del poder. Una manera de manejar y manipular la función política como identidad.
Pienso en esas ideas mientras recorro esta Caracas cien veces vapuleada por la ideología. Como Capital, Caracas parece resumir parte de la identidad nacional de manera informal y casi superficial. Y aún así, continúa siendo el simbolo de quien somos, de lo que Venezuela es como sociedad. Miro las paredes y muros, cubiertos de una gruesa capa yuxtapuesta de propaganda política y pareciera que la idea sobre quien somos - como individuos - se resume en nuestro ejercicio electoral. Pero nada es tan simple, me digo. Contemplo las gigantescas Vallas con las fotografías del Difunto Presidente Chavez abriendose paso en la geografía Urbana. Desde cualquier lugar, la conocida iconografia de los ojos entrecerrados del fallecido lider miran a la urbe casi de manera inquisita. Una metáfora de esa necesidad de Chavez, como autoproclamado mesias revolucionario, de segmentar el gentilicio Venezolano a partir de su apoyo irrestricto al poder establecido. Siempre me inquietó la necesidad de Chavez de dividir, de insistir en la visión de un país desmembrado en trozos irreconciliables para sustentar la ideologia. De hecho hacerme adulta en medio de una visión del país enfrentado, donde cada decisión se discute amargamente, me hizo bastante consciente del alcance de esa fractura - a veces me pregunto si definitiva - en esa interpretación del país.
Pero no todo termina allí, ni se resume a la visión política de lealtad al poder. Con mirar a mi alrededor, me basta para comprobar que el país padece una especie de racismo donde la principal victima es el diferente, el que se opone a las ideas. Veo las propagandas y las imágenes institucionales del Gobierno, que abarrotan calles y avenidas, que se transmiten a diario y con mucha insistencia en todos los medios de comunicación. Hombres y mujeres de piel oscura y cabello rizado saludan al País, se convierten en imagen del Venezolano real, del que se mira como parte de la población que se considera esencial. ¿Qué ocurre con quienes no tienen el fenotipo que el gobierno insiste en llamar Venezolano? ¿Qué pasa con toda la población nacional fruto de la mezcla étnica que durante años fue el elemento predominante en nuestra cultura, que no encaja en esa restringuida imagen del nuevo nacionalismo? Más intricado aún: el funcionario que lleva los colores del Gobierno, cuyo discurso parece construido para complacer a sus seguidores, jamás al contrincante. ¿Qué ocurre entonces con el deber de todo funcionario de servir al ciudadano, la máxima de cualquier estructura administrativa que se llame así misma democrática? ¿Qué podemos esperar de una visión de nación sesgada, rota a partes, dependiente del argumento de poder que esgrima el poderoso?
Sentada en esta Caracas árida, manchada de basura ideológica, abrumada por la desazón de una normalidad aparente, siento una profunda sensación de desarraigo. ¿Quienes somos los Venezolanos sobrevivientes a la Revolución bolivariana? ¿A donde nos conduce esta visión fracturada de país?
- A ninguna parte - insiste E, quien se llama así misma chavista defraudada. Es un término extraño, para una de las militantes más recalcitrantes que conocí, con la que discutí sobre el país cientos de veces sin llegar a otro argumento que no fuera la exclusión ideológica. Ahora, sufriendo los rigores de una economía de consumo agotada por controles y la realidad del ciudadano de a pie, sin bandera política. parece exhausta - esta división solo es artificio, es una manera de generar control y aglutinar opiniones. Nada más.
E. trabaja en uno de los numerosos Ministerios que el actual Gobierno impulsa. Lo hacia con esa buena fe del que realmente apoya una ideología por convicciones. De hecho, más de una vez, E. me insistió que un verdadero chavista "no pide explicaciones, porque no las necesita". Sin embargo, ahora la necesidad de comprender el proceso que atraviesa la supera, la desdice y lo que es peor, contradice su anterior postura.
- ¿Te decepcionó Maduro? - pregunto. E. me dedica una mirada dura.
- Me decepcionó el sistema - explica - Chavez insistió en un país multicultural, en una visión amplia y flexible que pudiera comprender al país mestizo que somos. Ahora solo existe un liderazgo enriquecido y los seguidores que esperan enriquecerse.
No respondo. Más de una vez debatimos sobre el particular y me insistió que la nueva riqueza revolucionaria, tenía mucho que ver con un nuevo planteamiento de la riqueza. ¿Qué había cambiado ahora?
- Cambio que simplemente la realidad pesa sobre las convicciones flojas - me dice. Que frase tan dura, pienso, mirándola. Con los hombros caídos, el grueso cabello negro peinado en una sola trenza y el rostro moreno tenso, E. parece sostener una lucha silenciosa contra sí misma. Y es que para ella, la lucha política tenía significado real, una batalla que se libraba contra viejas ideas que se resistían a un cambio luminoso, una renovación de ideas indispensable. Pero ahora, la decepción parecía golpearla en forma de desencanto, de una decepción tan evidente que la dejaba sin voz real. Sentí una otra profunda tristeza no solo por ella, sino por el país que representa: el que confió, el que miró la incertidumbre revolucionaria con fervor, el que brindó un voto de confianza a la idea que nace y se reconstruye como expresión del caos social.
El ciudadano bajo el puño del Poder: La ley como arma.
El Gobierno Revolucionario ha demostrado varias veces que los derechos ciudadanos que se oponen a su ideología, se encuentran en entredicho. Desde hace casi una década y en más de una ocasión, el difunto Presidente Hugo Chavez Frías dejó bastante claro que quien no apoyaba su punto de vista político y postura ideológica, era poco menos que un paria del gentilicio Venezolano. Porque en Venezuela, el exilio comienza desde el mismo momento en que el ciudadano discrepa del poder Central - el Omnipotente e irresponsable Yo Supremo ideológico - que utiliza las leyes como puño opresor y que peor aún, está convencido que tiene derecho a fustigar la legalidad como forma de represión.
Comento lo anterior debido a las declaraciones de la Ministra Delcy Rodriguez, quién luego de ser cuestionada por haber publicado datos de la vida privada de varios lideres y políticos opositores Venezolanos, puntualizara que en Venezuela: "No todo lo personal es privado". Por supuesto, lo hace sin hacer distingo de donde comienza la frontera entre la privacidad y lo que el Yo Supremo ideológico considera que no lo es. ¿Amparada bajo qué leyes, la Ministra Rodriguez violenta el derecho a la privacidad del ciudadano? ¿Bajo cuales argumentos, más allá del socorrido y superficial de la “Doble Moral” vulnera ese ámbito doméstico al que todo venezolano tiene derecho? ¿Cual tribunal, haciendo uso de qué recurso legal, la Ministra Rodriguez no solo abusó de sus prerrogativas como funcionario público sino que agredió la integridad de la privacidad legal al que todo sujeto de ley aspira y el Estado debe garantizar?
Por supuesto, no hay respuestas para ninguna de estas preguntas. No las hay porque la Ministra únicamente enarbola la bandera de la ideología para arremeter contra el ciudadano que le adversa, contra el contrincante político. La ministra, no sólo con la Impunidad del que sabe no necesita justificar sus acciones y mucho menos temer el peso de la ley, ha demostrado que el Estado Venezolano desconoce los derechos de la mitad de la población, usando la ley para arremeter, sin cortapisas y de manera directa, contra quienes el Gobierno declara sus enemigos. La ideología del rencor, la del resentimiento que señala, la del dedo acusador de un ejercicio del poder que ignora el principio de la legalidad equitativa. Y es que en Venezuela, la justicia carece de equilibrio, está manchada de rojo, carece de valor real. La justicia se aplica con puño de hierro, golpea, castiga y fustiga al mejor postor.
No es de extrañar por tanto, que la Ministra Rodriguez decida que es Privado y que es público, cuando lo personal pasa a ser un recurso en la batalla contra el enemigo imaginario y en que momento, la linea entre lo legal y lo simplemente represor desaparece. Para la Ministra Rodriguez es muy sencillo disponer de los recursos a su alcance para complacer al Yo supremo ideológico, para demostrar - otra vez - que el Venezuela es la victima propiciatoria de un Estado capaz de ignorar los lineamientos más básicos de la ley en beneficio de su visión autocrática del poder. Para la Ministra, el hecho de subvertir la linea sagrada entre lo privado y lo público que todo Estado debería garantizar carece de importancia. Como funcionario de un Estado corrompido por la imposición y la arbitrariedad, usar el poder para beneficio de la ideología es tan válido como desconocer los derechos elementales de quienes le adversan. Para la Ministra Rodriguez, lo privado carece de valor y sentido, el ciudadano está aplastado bajo la bota de una visión del poder viciada y caótica.
Así que de ahora en adelante, el Gobierno, gracias a la iniciativa de la Ministra Rodriguez, quizás juzgue necesario reinterpretar la intimidad y demostrar - de nuevo - que la ley y el poder en Venezuela son utilitarios, elementos que sostienen el poder avasallante de un ideológica donde el resentimiento es una forma de política y el odio, el límite entre la legalidad y lo imputable. El país de la venganza legal, del marco legal como máscara para la impunidad.
Me detengo, frente a un enorme poster amarillento con la fotografía del difunto Hugo Chavez. Viste de rojo, por supuesto y sonríe, rodeado de niños, también vestidos de rojo carmesí y hombres y mujeres con quienes comparte su color de piel y presumiblemente pensamiento política. La República refundada a conveniencia de una ideología a trozos, que parece insistir en la nacionalidad como moneda de cambio de la represión. Y me pregunto si Venezuela, alguna vez, podrá comprenderse así misma más allá de insistencia de un valor chauvinista roto por el peso de la historia o lo que es peor, de la simple estafa histórica que sufre el país.
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