sábado, 8 de febrero de 2014
La casa, la bruja y los viejos sueños: Una historia de pequeñas tristezas.
Hace unos años, tuve un sueño que se repetía con mucha frecuencia: Una casa abandonada se levantaba en mitad de un bosque, y yo tropezaba con ella por razones que nunca comprendía en realidad. Era hermosa, a pesar de los trozos de argamasa que se desprendían de las paredes, las ventanas rotas, el jardin desordenado y caótico. O yo la encontraba hermosa, al menos. Me acercaba a ella, sin saber como había llegado a ese punto tan espeso del bosque y me sorprendía encontrar allí una casa que parecía haber conocido mejores épocas. Un sinuoso camino vecinal avanzaba en medio del temporal de hojas secas que caian de los árboles y las puertas desvencijadas, mostraban los amplios salones repletos de basura y recuerdos rotos. A mi todo aquello me parecía muy bello, casi conmovedor. Miraba la casa como quien encuentra un tesoro inesperado en mitad de la noche. Recorría el camino de piedra hacia la enorme puerta principal, con su puerta tallada colgando con dificultad sobre los goznes rotos. Extendía la mano, la oscuridad parecía rozarme. Y el olor, exquisito, de la madreselva palpitando en la humedad nocturna, esa sensación...
- Aglaia - la voz de mi abuela me desconcertó. Parpadeé un par de veces y la realidad se enfocó - colores vibrantes, el sonido lento de la maquina coser - a mi alrededor.
- Lo lamento, pensaba en un sueño que tuve.
Mi abuela me dedicó una mirada lenta, intrigada. Sabía que estaba atravesando una etapa dificil: mi madre acababa de contraer matrimonio y todavía yo intentaba manejar la idea. Supongo que me sentía un poco abandonada: desde que recordaba, mi madre y yo habíamos sido cómplices en nuestro Universo, las únicas habitantes de esa intimidad pequeña que compartíamos. Ahora había alguien más: un hombre de sonrisa amable que me provocaba una natural antipatía, aunque no tuviese ninguna razón para sentirla. Me negué a aceptar su cariño con esa empecinada tozudez de los niños y le dejé claro, siempre que pude y de las maneras más groseras que encontré, que no formaba parte de mi vida. Mamá se había tomado mi actitud de mala manera, pero mi abuela me entendía un poco mejor. Tal vez para ella, era más evidente - y sentida - mi joven soledad.
- ¿Qué soñaste?
- Una cosa poco importante.
- ¿Me lo quieres contar?
- ¿Lo quieres escuchar?
- Claro.
Al despertar, el sueño siempre me dejaba una inquietante sensación de desasosiego, casi de angustia. Pero ahora mismo, a la luz del día, todo parecía tener muy poca importancia. Comencé a describirle la casa, su extraña majestuosidad en medio de la decandencia, las paredes llenas de grietas y los pisos rotos. Me sentí un poco ridícula haciéndolo, de manera que me callé. Abuela no dijo nada y eso me consoló, aunque no supe exactamente por qué.
- Lo sueño con mucha frecuencia desde hace meses - expliqué - no es nada...es solo un sueño.
Silencio otra vez. El sol entraba a raudales por las ventanas abiertas y la biblioteca de mi abuela tenía un aspecto irreal, con pequeñas motas de polvo dorado brillando entre los muebles y objetos. Pensé en las habitaciones de la casa de mis sueños: había una desolación lenta, remota. Como si la casa al completo se encontrara fuera del tiempo.
- Ven aquí - dijo mi abuela.
La seguí con interés. Se acercó a uno de los enormes anaqueles de la biblioteca y abrió un gabinete. Algo brillo en su interior. Me incliné para mirar y se me escapó un jadeo de placer: habia montones de llaves. Pero no solo llaves así por así: eran enormes, pequeñas obras de arte de metal, con los dientes amplios y cuerpos brillantes de metal bruñido. Había al menos medio centenar y me pregunté como habían llegado a casa, que camino habían recorrido para llegar al gavetin privado de mi abuela. Tenían un aspecto misterioso, con sus pequeñas muescas corroridas de oxido y los tubos cargados de grietas, como si la historia que las había visto nacer les hubiese dejado cicatrices. Mi abuela tomó un par y las colocó sobre su escritorio.
- ¿Pertenecen a algún lugar? - pregunté.
- Sí, pero yo solo las colecciono - comentó mi abuela. Me desinflé.
- ¿Por qué?
- La verdad, no lo sé - comentó mi abuela. Las llaves que había escogido del montón tenían un aspecto pesado, señoriales. Imaginé que podrían abrir las enormes puertas de la casa de mi sueños. El pensamiento me sobresaltó. Parpadeé, como para recordar que no estaba dormida - las colecciono desde niñas. Creo que estoy obsesionada con los significados de las llaves: Después de todo la Gran Hécate tenía las llaves del Universo y Jano, abría las puertas de las horas con las llaves que construía. Las antiguas sacerdotisas llevaban llaves para simbolizar el poder de sus mentes, que se abrían con la llave de los conocimientos que recibirían de sus mayores.
Acarició las llaves con cuidado. Pensé en la casa de mis sueños, tan señorial y bella, a pesar del abandono. Pensé en lo que sentía al acercarme, esa sensación de asombro mezclada con cierta tristeza. Y por alguna razón, pensé en el rostro de mi madre. En como había sonreído el día de su boda. Parecía feliz, radiante. El cabello suelto sobre los hombres, el bonito vestido blanco haciéndola lucir casi una niña. Su nuevo esposo la llevaba del brazo con una exquisita devoción: la sonrisa amable más brillante que nunca. Yo lo había mirado todo con asombro, a cierta distancia. Tuve la rara sensación que una historia había terminado. Que ese pequeño cotidiano que mi madre y yo compartíamos, había desaparecido para dar paso a algo más, donde yo no estaba incluida.
Parpadeé de nuevo, pero esta vez para ocultar las lágrimas. Mi abuela fingió no mirarme, acariciando las llaves con la punta de los dedos.
- Cuando era niña y mi padre murió, me aficioné a las historias y mitos clásicos sobre la muerte - comentó al cabo. Su voz cariñosa me reconfortó casi tanto como una caricia - En todos, un mensaje misterioso llevaba una llave colgada al cinto, abría la puerta entre la realidad y lo que había más allá de la muerte. La llave, por tanto debía ser poderosa, un símbolo místico de poder. Así que comencé a coleccionarlas. Las encontré primero en casa: recuperé las que encontré olvidadas, las que carecían de cerradura y que nadie podía recordar de donde provenían. Cuando me hice mayor, comencé a buscarlas en tiendas y bazares. Y era siempre el símbolo de mi búsqueda por comprender quien soy, a donde voy, que necesito comprender de mi misma. O mejor dicho, las puertas que se abren en mi mente.
Pensé otra vez en mi casa abandonada. Tan espléndida y triste. ¿Como mi madre? Vaya, eso era una respuesta sencilla y me mordí los labios para no decirla en voz alta. Pero la idea me confundió y me lastimó un poco. ¿Era la casa el simbolo de lo que compartíamos? ¿La manera como mi mente me explicaba esa visión mía tan insólita del vinculo que nos unía? No lo sabía. Recordé que en una ocasión, tia E. había comentado el poder magico de los sueños, que eran capaces de expresar ideas que no nos atrevíamos a mirar durante el día. ¿Era la casa de mis sueños una especie de llave de este dolor pequeñito y angustioso que me atormentaba? ¿Era mi forma de intentar mirar más allá de mi misma y afrontar lo que me esperaba más allá de mis temores? Me sacudió una especie de escalofrio inexplicable cuando extendí las manos para tocar, casi sin notarlo, las llaves que mi abuela había colocado sobre el escritorio.
- Para la brujería, la mente y sus simbolos son las formas de magia más poderosa - dijo mi abuela - son la manera como comprendes los lugares inexplorados de tu mente. Una llave simboliza la sabiduría que se busca, que abrirá puertas y construirá nuevas respuestas. Las llaves, son elementos mágicos por su capacidad para construir nuevas perspectivas, de responder preguntas. Como los sueños, claro está.
Tomó las tres llaves y las sostuvo por un momento. Hubo un pequeño destello cuando el sol tocó el metal y el gesto adquirió un tinte mágico, ultraterreno. Cuando me las extendió, sonreí, confusa.
- Busca las puertas de tu mente, en esa vieja casa que habita en tus sueños - murmuró. Y sus palabras tenian mucho de invocación - busca tus respuestas.
Deseo respuestas, pensé aún apretando las llaves entre las manos esa noche, en la oscuridad. La luz de la luna se enredaba con el viento y mi habitación parecía llena de pequeñas sombras triples, zigzagueando entre el limite de lo onírico. Suspiré, con los párpados pesados. Deseo encontrar la verdad.
De nuevo, la casa. Tan hermosa y señorial, silenciosa. Las ventanas rotas, las puertas abiertas y desvencijadas. Pero esta vez, había una cerrada. La principal. La luz de la Luna, de nuevo, acariciando las tejas rotas con delicadeza. Me acerqué, escuchando el sonido de mis pasos en la oscuridad, las hojas rodeándome como un suspiro vegetal. Abrí la reja, caminé entre las sombras. El viento cada vez más fuerte, me acarició las mejillas. Las ramas de los árboles entrechocaban entre sí. Llevaba una llave entre las manos. Enorme, dorada, pesada. Y miré la única puerta cerrada con los ojos muy abiertos. Una rendija de luz se escapa entre las grietas de la madera. Y sonreí, porque reconocí la voz que se escuchaba más allá, la risa. El olor de la infancia que creí perdida y que volvía a encontrar.
- ¿Estas bien mi niña? - preguntó el esposo de mi madre. Ella me dedicó una de sus miradas intensas, como si mi subito silencio le angustiara más de lo que se permitía admitir. Cuando sonreí, noté el alivio en ella, la ternura y sobre todo, la calidez de su alegría. Extendí su mano para tomar la mia. Compartimos una sonrisa secreta, pequeña. Nuestra sonrisa.
- Sí, lo estoy - respondí. El hombre de sonrisa gentil me dedicó un guiño. Y hubo silencio, en ese lugar de mi mente donde la casa abandonada comenzó a reconstruirse con una exquisita y asombrosa rapidez. La llave de los misterios, en mi mente.
Un sueño de la razón.
Quizás, la magia antigua de todas.
Así sea.
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